21 sep 08 La botella de coñac Rioja

Hoy es el cumpleaños de mi padre, y para celebrarlo, han venido a comer a casa con nosotros algunos familiares. Ha sido una velada de lo más común: comida familiar, regalos, tarta y sobremesa. Sin embargo, a la hora de servir el tinto hemos tenido una sorpresa algo fuera de lo común. Mi padre había decidido echar mano de un rioja cosecha del 97 que llevaba unos cuantos años durmiendo el sueño de los justos (temperatura constante -todo lo constante que puede ser en una habitación en Córdoba sin aire acondicionado, en umbría-, oscuridad) en un aparador. En mi casa no somos de descorchar demasiadas botellas, y el tinto que se suele servir es habitualmente de mesa, de infantería del supermercado.

Pues bien, al abrir la botella de Rioja, le llegó un olor peculiar. No es que estuviera picado, al menos aparentemente. Pero al servirlo, el líquido presentaba un color extraño. No era tinto, desde luego, pero era más oscuro que un rosado. Parecía… pero no, no podía ser. El caso es que me pasó la copa. Al pasarla pude observar el cerco que dejaba en la copa de cristal de Bohemia. “¿Estás seguro de que es tinto? Parece…” le comenté. Al olisquearlo, me llegó un olor fuerte. “Creo que se ha agriado”. Aun así, lo probé. Y cuál no sería mi sorpresa cuando pude degustar… ¡un coñac! ¡Y qué coñac! Fuerte y tremendamente agradable al gusto.

Recuerdo, de una vez que fui con unos amigos a una bodega de Montilla, que allí nos hicieron degustar un oloroso de Montilla que llevaba 100 años en barrica, y que se había convertido en coñac. Sabía que eso podía pasar en barricas de roble, pero nunca me pude imaginar que algo así pudiera pasar en una botella de cristal.