El Camino de Santiago de 2008 que hicimos este verano mi padre y yo arrancó desde la ciudad de Ovideo. Sin embargo, tuvo un prólogo interesante en la ciudad de Sevilla y la propia Oviedo. Empezamos nuestro viaje desde Sevilla, la tarde del viernes 18 de Julio, en la que hacía un calor infernal. El viaje hasta Oviedo, como no podía ser menos teniendo en cuenta que viajábamos con las bicis y las alforjas, lo hicimos en autobús.Once horitas de viaje hasta la capital de Asturias, que se presentaban largas y fastidiosas. Pero aun así no era ánimo, ni mucho menos, lo que nos faltaba. Quizás un poco más de fresco no hubiera venido mal. Qué lejos estaba de pensar que no demasiado tiempo después casi iba a echar de menos ese calor. Casi.
Del viaje en sí no hay gran cosa que contar: largo, pesado y aburrido. El único motivo de interés era conocer las paradas del viaje que diferían con respecto a la ruta con Galicia, que es la que -obviamente- me conozco bastante bien. Eso y la lectura que llevaba: “El juego de Ender”, de Orson Scott Card. Mi padre iba leyendo a Lovecraft, una recopilación de cuentos que había cogido de mi pequeña biblioteca.
La primera imagen de Asturias que guardo en mi memoria es la del descenso a un valle bañado por la niebla, en la que poco a poco nos fuimos sumergiendo. El contraste con la parte leonesa de la cordillera Cantábrica era brutal, ya que todo el verdor que uno presumía que adornaba la zona parecía haberse resguardado de los calores veraniegos en la parte norte de las montañas. El verdor y el blanco lechoso de la niebla. Como contraste con Sevilla no estaba mal. Y así, a las ocho de la mañana, nos encontramos en una ciudad de Oviedo en la que el tiempo parecía haberse detenido en primavera: fresco, nublado y con la sensación de que podía ponerse a lloviznar en cualquier momento.
Nos dirigimos al hotel en el que teníamos reservada habitación, pero al no tener disponible la habitación hasta pasado el mediodía, desayunamos allí y posteriormente fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Una de las primeras cosas que tuve la oportunidad de ver fue la estatua de cierto personajillo hipocondríaco, que tardé algunos segundos más de la cuenta en reconocer porque algún desaprensivo -por cierto, bastante bestia- le había quitado las gafas:
El resto de la mañana lo empleamos visitando el casco histórico de la ciudad, prestando especial atención a la Catedral. Suelo ser un purista para el tema de las catedrales, y siempre he afirmado que de las españolas, la Pulchra Leonina es mi favorita (pese a la evidente asimetría del remate de las torres). Sin embargo, la catedral de Oviedo es digna de mención, aunque sea tan sólo porque en su claustro tiene el olivo más enorme que he visto jamás:
Antes de volver al hotel tuvimos la oportunidad de visitar la basílica de San Julián de los Prados, de estilo prerrománico, en la que destacan unos magníficos frescos de la época:
Por la tarde, tras almorzar en un buen restaurante italiano (en el que posteriormente también iríamos a cenar), y teniendo la tarde libre, nos dimos un pequeño paseo a pie hasta Santa María del Naranco, donde pudimos visitar la iglesia de Santa María (originariamente había sido un palacio o pabellón de caza):
Posteriormente, subimos hasta la iglesia de San Miguel de Lillo, la iglesia original del complejo palaciego, de la que 2/3 se derrumbaron por un corrimiento de tierras, lo que motivó que el palacio fuera usado posteriormente como iglesia. Aun así, como nos comentó el guía, podía verse que el estilo constructivo estaba mucho más emparentado con el basilical romano que con el románico posterior. De hecho, como nos comentaba, quizás el prerrománico asturiano fuera la última manifestación del estilo constructivo romano.
Por último, y mientras descendíamos de vuelta a Oviedo, tuvimos la oportunidad de contemplar la preciosa vista de la ciudad, en la que destaca poderosamente la mole del edificio que se está construyendo en el antiguo emplazamiento del estadio Carlos Tartiere, y que es obra de Santiago Calatrava:
De vuelta al hotel tuvimos la oportunidad de conocer a un grupo de ciclistas alemanes que me contaron que habían llegado esa misma tarde de subir el Angliru. Esa noche nos recogimos temprano. No sabíamos lo que nos depararía el día siguiente, pero una cosa sí que teníamos clara: la lluvia, que esa misma tarde empezó a caer de manera ininterrumpida sobre Oviedo, iba a ser compañera de camino.