Mi amiga Bea y Jose, su marido, fueron de luna de miel a un lugar ciertamente peculiar, pero no por ello (más bien justamente al contrario) exento de belleza: Ushuaia, la ciudad más austral del mundo. O, como les gusta decir por allí, la ciudad del fin del mundo. Además fueron en una fecha francamente especial, finales del mes de octubre, justo al comienzo de la primavera austral, cuando se produce el deshielo del glaciar Perito Moreno y la vida vuelve a surgir por aquellos lares.
Desde allí me enviaron una postal, postal que ayer recibí. Una postal preciosa, por cierto, pero que se ha hecho esperar un poco más de la cuenta. Lo curioso del asunto es que, rememorando, Bea y Jose echaron la postal al correo en torno al 20-25 de octubre. Pues bien, la postal, que llegó a mi casa en Córdoba el día 1 de diciembre (no está mal, ¿eh?), está matasellada el 24 de noviembre.
De acuerdo, si asumimos que la fecha del matasellos corresponde al procesamiento final de salida de la Argentina, una semana es un plazo razonable para que llegue hasta Córdoba. Pero, si como es de suponer el correo internacional argentino sale de Buenos Aires, ¿cómo diablos tardó una postal en llegar desde la Tierra del Fuego hasta Buenos aires un mes? ¿Es que la llevaron en burro o qué?
Sin embargo, cabe hacer otra suposición, siendo “buenos”. Pensemos que, como pasa en España, el correo se matasella en la oficina local correspondiente. Entonces un plazo de una semana para llegar desde el fin del mundo a la vieja Europa es un plazo excelente. Pero si fue así, ¿dónde diablos estuvo la postal desaparecida un mes? ¿Es que los buzones de correos argentinos están conectados a agujeros de gusano, y el correo es escupido por éstos de manera aleatoria en la oficina correspondiente?
Ah, grandes misterios de la Argentina…