La primera salida con la bici fue un recorrido cercano a Santiponce que es uno de mis circuitos de prueba habitual. Salida de casa por la carretera de Mérida, para girar a mano izquierda a la salida del pueblo, y subir por una pista agrícola hasta la Vía Verde de Itálica. Seguir por la misma hasta el puente sobre el Arroyo del Judío, y entonces enlazar con la Cañada Real de la Isla, hasta la Ruta del Agua. En la ruta del Agua, volver hacia la carretera de Valencina a Santiponce. Salí temprano por la mañana. El rodar era bueno. Los cambios, sorprendentemente precisos, aunque tenía que acostumbrarme a que el cambio hacia arriba o hacia abajo apenas variara en la presión ejercida hacia dentro en la maneta. Si te pasabas o te quedabas corto, podías cambiar en el sentido contrario a lo que querías. En cuanto al frenado, extraordinariamente firme. Sea porque las manetas son más largas que las de montaña, o porque el recorrido es mayor, el caso es que ¡frenaban como un demonio! Tanto al frenar desde la parte inferior del manillar, como desde la posición del escalador. Increíble. Eso sí, tuve que hacer algunos ajustes en la longitud de la maneta, ya que me quedaban algo lejos de la punta de los dedos. Pero era simplemente cuestión de ajustar un par de tornillos, y a correr.
En lo relativo al rodar en sí, estupendo. Rápida y ágil, lo que era de esperar con las ruedas de 26”. Razonablemente cómoda pese a no tener suspensión y usar cubiertas sin taco de 1.75”. Se ve que es cierto lo que se comenta, que el acero da algo de flexibilidad. La única pena era lo que me calculaba: en este recorrido, principalmente plano, el plato de 32 dientes se quedaba algo corto. Pero en cuanto empecé a subir, se demostró que era más que adecuado. En cualquier caso, al haber pasado a un cassette 11-34, no pasaría nada por sustituir el plato grande por un 34 o un 36. Ya lo valoraré.
Otros ajustes menores tuve que hacerlos en el sillín. Lo había dejado algo alto, y tuve que bajarlo un poco. Y el adelanto del sillín y su ángulo de inclinación tuve que retocarlo un par de veces hasta dejarlo a mi gusto, lo mismo que la posición del manillar. Pero una vez ubicado todo en su sitio, era muy cómoda de montar.
Fueron apenas 15 kilómetros y tres cuartos de hora de salida, pero que valieron para demostrar las capacidades de la bici. Y convencerme de que valía la pena rescatar del óxido esta vieja amiga. Lo malo es que me ha introducido la duda de si no será una pena dejarla en Manilva.
Y colorín, colorado, esta historia se ha acabado.