No puedo cerrar esta historia sin contar nuestra vuelta a Andalucía. Como no podía ser menos, volvimos en coche hasta Córdoba, en un viaje de 5 horitas de coche. De nuevo por la N-330 hasta Utiel, para tomar posteriormente la A-3, la A-43, y por último, la A-4 hasta Córdoba, aunque con una parada bastante especial: Las Navas de Tolosa.
En mi caso, no me demoré mucho en mi ciudad, ya que tenía que volver a Sevilla esa misma tarde en un media distancia que no había conseguido reservar en Valencia, pero cuya reserva -bici incluida- sí pude hacer por Internet.
Ya en Sevilla, en vez de esperar el cercanías para Santiponce, me animé a cruzar la ciudad, y encaminarme a casa desde la Estación de Santa Justa. Lo que tampoco era un gran drama. Algo menos de 11 kilómetros, cruzando por la Ronda Histórica hasta el Puente de la Barqueta, luego la Isla de la Cartuja, y por último mi vuelta a casa habitual desde el trabajo, por el Estadio Olímpico y el Campo de Tiro de Camas. Nada espectacular, después de haber hecho más de 260 kilómetros con alforjas en los días anteriores.
El único aspecto molesto es algo que, en realidad, no he referido en la historia. Y es algo que ya apunté en el prólogo de este relato: el sillín. Cometí el tremendo error de estrenar un sillín ergonómico para este viaje. Un sillín pensado para cicloturismo, en teoría más cómodo que mi Selle de carreras, pero en la práctica, una verdadera tortura. Durante las 4 jornadas de viaje -recordemos, más de 260 kilómetros- me estuvo haciendo rozaduras, y provocando molestias en la ingle, que en determinados momentos llegaron a dormirme las partes nobles, además de hacerme unas muy fastidiosas rozaduras. Así que un consejo: nunca, nunca, nunca se ha de estrenar un sillín para un viaje de alforjas.
Y así, sin más, llegué a casa. Y no tardé mucho en disfrutar de una Irish IPA de Kildare -de cervezas va la cosa- con mi señora esposa, que tan pacientemente había aguantado a su señor marido haciendo el indio por ahí.
Y colorín colorado, esta historia se ha acabado.
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O casi, porque hay tres pequeños detalles más:
Así quedaron las cubiertas de la bici, la delantera y la trasera. Se nota dónde iba más carga.
Tanto le gustó a Ana lo que le contamos mi padre y yo de nuestro viaje, que ese mismo septiembre ella y yo pasamos unos días de vacaciones en la zona. Camino del Cid, pero de Teruel hacia el norte. La foto sobre este texto es del puente romano de Calamocha.
También ese septiembre Arturo Pérez-Reverte publicó su novela “Sidi, Un Relato de Frontera”, sobre las vivencias de un Rodrigo Díaz de Vivar cuando era un desterrado de Castilla, que tenía que ganarse la vida en la frontera de los reinos cristianos y musulmanes. Hubiera sido estupendo tener la novela en el viaje, pero con el Poema de Mío Cid ya fuimos suficientemente ilustrados.
Y ahora sí, vale.
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