Dos dedos de Jameson en un vaso de whiskey. Sin hielo. Es algo que sólo hago en ocasiones especiales. Tan especiales, que es la primera vez que lo hago. Dos dedos de licor seco, aunque suave, que hoy me saben a cenizas. Pero que tomo en recuerdo de dos buenos amigos, que pasan por un durísimo momento.
Ya vamos por un sólo dedo, y tan sólo puedo esbozar una sonrisa amarga y esquinada. A veces uno desearía ser una persona religiosa, y poder consolarse pensando en que este tipo de situaciones son una prueba a las que nos somete un dios, y que es todo por un bien mayor. Pero no cuento con ese consuelo, y las únicas esperanzas de eternidad con las que cuento es con perdurar en la memoria de las buenas personas con las que compartimos el pedazo de tiempo del que podemos disfrutar.
Una sonrisa esquinada. Pero sonrisa, pese a todo. En en fondo de la sonrisa esquinada yace un recuerdo agradable, de dos buenos amigos que están lejos, y que lo están pasando mal. Pero que valoras cada segundo que has podido compartir con ellos, y que lamentas -eso sí- no poder compartir más. Y poco a poco la amargura va dando paso al cariño, y el corazón, que sigue destrozado por el dolor de aquellos a los que quieres, se calienta un poco.
Apenas queda un trago en el vaso de whiskey. Lloras por la pérdida, y por las oportunidades que ya no tendrás de descubrir a la que sin lugar a duda sería una gran persona. Y te entran ganas de maldecir al mundo, al azar, y aquellos dioses en los que no crees. Pero el calor del recuerdo de aquellos a los que quieres hace que te muerdas la lengua. Y que la sonrisa esquinada se convierta en una sonrisa dulce, aunque triste.
Y por último, brindas en honor de tus amigos. En honor de los que están, de los que se han ido, y que no pudiste conocer. Y lamentas, una vez más, el no haber dispuesto de más tiempo.
Sonrisas tristes, sombras y cenizas.
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