Llevo un par de días de vacaciones con Ana, perdidos entre las costas de Málaga y Cádiz. Hoy hemos estado en la Tacita de Plata, donde hemos podido ver la puesta de sol desde La Caleta. Eso, y tomar esta bonita estampa:
Y es que la tarde era una virguería en Cádiz: una tarde soleada de invierno, en la que el sol calentaba suavemente, y corría una fresca brisa invernal, que animaba a la gente a bajar a la arena. Allí había chavales practicando capoeira, grupos de universitarios que se habían saltado las clases para disfrutar de un rato de palique y birras; ademas de abuelos que, insensibles al frío, se bañaban en el mar, curtidos y bronceados como piezas de teca. Abuelas paseando a perros, y pescadores que amarraban sus barquitas allí donde los fenicios fondearon, hace ya muchas centurias, sus arrogantes naves.
Hoy era un día para estar en Cádiz, y de ella no volver.