A la mañana siguiente, la Comunidad de la Ampolla se puso en marcha aún más temprano que el día anterior. Sabían que deberían afrontar una dura etapa en la que el recorrido iba a ser duro, el agua, escasa y la posada, inexistente. Los montaraces valentzianos, fieles a su formación castrense, ya hacía un rato que habían partido cuando la Comunidad empezó a andar; sin embargo, también fieles a su falta de orientación, digna del propio Ryoga Hibiki, se habían perdido por el pueblo, y fueron prontamente alcanzados por nuestro trío de aventureros.
La salida del pueblo de Miño fue, como era de esperar, en descenso, hasta un puente con el desgraciado nombre de Do Porco. Pasado el puente, y recién saliendo del pueblo, una frondosa higuera marcaba por dónde habría de transcurrir el camino. En ascenso, obviamente. Un duro, muy duro ascenso, que fue mitigado en parte gracias a los jugosos frutos del árbol.
El pergamino de guía seguía siendo tan preciso en las descripciones del entorno como falaz en las de las distancias. Indicaciones de apenas unas líneas correspondían a grandes distancias, cercanas a la hora de caminar. Decenas de construcciones religiosas jalonaban el camino, y muchas de ellas eran dignas de ser observadas con detenimiento.
Frisadas las diez de la mañana, tras un peligroso descenso desde los montes circundantes, por los que la Comunidad había estado llamando la ruidosa atención de los perros, nuestros protagonistas entraron en la populosa villa de Betanzos, lugar de nacimiento del guardián de los Argonaths, puerta de acceso al Nen (¡que pasa neng!) Hithoel desde el Anduin, el inmortal Francisco Buyo.
La villa hacía pocos días que había terminado su mercado contemporáneo, por lo que aún podían observarse las calles engalanadas, y los restos de las fiestas. Tras obtener la bendición de las autoridades locales para la expedición, la Comunidad se distrajo por unas horas por la villa (cosa que no hicieron los montaraces valentzianos, con quienes se encontraron nuestros aventureros, cuando aquéllos abandonaban ya la villa monumental), dado que su belleza monumental invitaba a perderse por sus templos,
sus calles,
observar las idiosincracias de la cultura local,
descansar un poco,
pero eso sí, siempre con una pose orgullosa y digna.
Lamentablemente, y dado que el tiempo del que disponía para llegar al final de la etapa era escaso, la Comunidad tuvo que abandonar Betanzos rápidamente, apenas pasada la una de la tarde, bien provistos de agua debido a la anunciada carencia del líquido elemento por el camino, tras haberse solazado con las delicias del dulce local (impresionante Tarta de Santiago y sorprendente arroz con leche gratinado) y con un auténtico infierno lloviendo en forma de rayos solares desde el cielo.
Los problemas no hicieron sino empezar nada más empezar a andar. La mochila de Pietro anunció que hasta allí había llegado, rompiéndosele un asa. Tras un apaño de urgencia con aguja e hilo, así como vendas mágincas pegajosas, se pudo seguir adelante, no sin ser casi atropellados por un carro sin control, en una cuesta abajo, que acabó chocando contra un muro. Su conductor se tiraba de los pelos.
Las rampas que hubo que afrontar a la salida de Betanzos fueron las más duras que la Comunidad había tenido que afrontar desde la salida desde Ferroltingham, y la asfixiante temperatura no ayudaba en nada. Por otro lado, la cobertura vegetal, consistente en la mayoría de los tramos en eucaliptos, o bien más adelante sembrados no ofrecía una sombra mínimamente aprovechable, e incluso contribuían a secar más el ambiente. Además, la enorme cantidad de terreno asfaltado por el que se hubo de andar no hacían sino castigar aún más a los pies, e incrementar el sentimiento de hermanamiento de la Comunidad de la Ampolla.
Pese a todo, el día tuvo sorpresas, como la inesperada existencia de una pequeña fuente, casi perdida en la maleza, pero de un agua limpia y fresca a más no poder. El manantial, encontrado por Yuri, surgía de entre dos placas de pizarra, y sirvió de auténtico salvavidas a media etapa, donde ya había sido necesario empezar a racionar el agua, pese a que la Comunidad había dispuesto de 5 litros al salir de Betanzos.
Pero no había que engañarse: el caminar era cada vez más trabajoso, el sol abrasador, de tal modo que la Dama Blanca empezó a manifestar enormes molestia, debido al franco deterioro de su calzado en la zona del talón, así como del ardiente sol, y fue necesario parar a restablecer fuerzas en un pinar, dado que Ana estuvo a punto de sufrir una lipotimia en dos momentos especialmente dramáticos.
Incluso la Comunidad se planteó hacer noche allí, y continuar la etapa durante la noche hasta Bruma, pasando por alto la parada en el lugar de Leiro. Pero el haber enviado por mensajero las tiendas de acampada al hogar, los peligros de la ruta nocturna (Nâzguls, Santa Compaña o perder las marcas del Camino del Rey), y la importante caída de la temperatura al frisar el día las siete de la tarde, les hizo retomar el camino, para llegar a Leiro al filo de las ocho de la tarde.
Los lugareños, gente muy amable, acogieron sin reservas a nuestros caminantes, ofreciéndoles agua fresca y descanso (“¿Queréis agua del pozo? Está muy fresca, que se ve que tenéis mala cara. (…) ¿Vosotros sois del sur, verdad? Mi marido es malagueño y reconozco el acento, aunque lleva 35 años viviendo aquí”). Un rato después Yuri se acercaba a la taberna (Bar Zapatero), donde le daban las llaves de la antigua escuela, sitio donde la tabernera le informaba de que podían pasar la noche. Además, le dió noticias de los dos montaraces valentzianos: había llegado allí en torno a las seis de la tarde (las dos horas de diferencia que la Comunidad había empleado visitando Betanzos), pero dado que Bruma distaba sólo 11 km, habían decidido prolongar la etapa. Nunca lo hicieran: al día siguiente la Comunidad se enteró de que habían llegado a Bruma frisando las 10 de la noche, tras casi cuatro horas de durísima marcha para esos 11 km, los más duros de toda la marcha hasta El Monte del Granito.
La antigua escuela era aprovechada por los lugareños como lugar de instrucción para bailes tradicionales, ya que ni niños quedaban ya por aquellos lares. Su estado de conservación era correcto, pero las comodidades prácticamente inexistentes. Medianamente pudieron adecentar sus vestiduras y asearse gracias a una espuerta de canteros que había abandonada allí, y tras cenar con sus raciones de viaje, dispusieron una estancia, antiguo hogar del druida encargado de instruir a los niños, para pasar la noche. Corta noche, pues para evitar un día duro de calor como se avecinaba el siguiente, habían decidido marchar de allí a las cinco de la mañana, para llegar a Bruma a media mañana, y continuar hasta el pueblo de Órdenes, distante de Leiro unos 25 km.
No podían saber aún que sus planes no iban a cumplirse en absoluto. Sin embargo, habían conseguido superar la primera etapa-cuerno. Y eso les hacía felices.
Me encanta la foto de las “idiosincrasias de la cultura local”. Por cierto, el carro que se estrelló ¿era un carro de mano, o tenía “bicho”?
¡¡Queremos las crónicas de las demás etepa-cuernos!!
Era un carro-mato, porque casi nos pasa por lo alto; 4 ruedas, unos 75 caballos, Citroën AX. Y en cuanto a bicho… si te vale el conductor…