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31 jul 05 El Señor de Compostela: La Comunidad de la Ampolla (Libro 2)

Esta entrada es la parte 2 de 6 de la serie Camino de Santiago 2005

A la mañana siguiente, nuestro grupo de héroes partió al alba, en torno a las 7:30h. A esas horas los montaraces de Val-Ent-Zia ya habían partido, y el mago inglés tenía decidido emprender la senda más tarde, pues sus etapas eran más cortas, por lo que allí se despidieron de él. Se acoplaron a las muñecas unos sistemas mágicos que parecían emitir luz en la oscuridad, de tal manera que pudieran ser vistos por posibles carromatos, y salieron de la posada.

La salida de la villa de Neda fue para nuestros aventureros sumamente peculiar, pues para salir del pueblo hubieron de entrar primero en él, ya que la posada donde habían hecho noche ni siquiera estaba dentro de las murallas del pueblo. Tras atravesar el pueblo, entraron en una zona de sotomonte con amplia cantidad de pequeñas granjas en su camino. En constante subida y bajada, se aproximaron al importante puerto de Fene, donde la mole de los Astilleros mandados costruir por un cónsul Franco se yerguen ominosamente sobre la ría.
En la villa de Fene nuestros héroes contrataron los servicios de un mensajero para deshacerse de parte de la carga innecesaria que llevaban a sus espaldas: el posadero de Neda les había aconsejado deshacerse de las tiendas de acampada que llevaban, pues el recorrido hasta el Monte del Granito estaba adecuadamente jalonado de posadas, y en el único punto donde no era así, era más razonable acogerse a la hospitalidad de los pueblerinos de la zona (que no de sus autoridades, definidas como los de protección civil de Leiro son unos cabrones) que hacer noche en campo abierto, a riesgo de caer bajo una emboscada de Nâzgul, Uruk-Hais, Fragas errantes o vaya usted a saber. Antes de salir de Fene, nuestros aventureros pudieron admirar los curiosos frescos que remataban los edificios oficiales de la ciudad.

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A la salida de Fene, el trío del Anillo empezó a afrontar las verdaderas dificultades de la etapa. La población humana empezó a hacerse escasa, y casi sin solución de continuidad se vieron rodeados tan sólo de la soledad de los montes, con su camino en franca y dura subida. Sabían que les quedaba un buen trecho hasta el Puente del Eume, pero en vez de tomar la pista de la costa, tuvieron que tomar la senda que pasa por los montes, estrecha, fría, silenciosa, pero por ello más adecuada a su cometido final. En las soledades del bosque gallego, pese a todo, encontraron señales que alentaban su paso,

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a la par que escalofriantes, pero inofensivas monstruosidades de la naturaleza.

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Había que tener cuidado.

Tras superar la orografía de la zona, el trío del Anillo consiguió llegar hasta el Puente del Eume, y la villa que está junto a él. Antes de cruzar el puente pararon a descansar y reponer fuerzas. El sol de la mañana estaba empezando a pegar duro.

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Tras la obligatoria parada para sellar la credencial de guerrero en el Castillo, nuestros héroes afrontaron las duras rampas de salida del pueblo, verdadera mezcla de aldea fluvial y nido de águilas, por más contradictorio que pueda parecer.

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Tras pasar por el templo de los dioses, siguieron el duro ascenso hasta culminar el cerro por donde se extiende la villa del Puente del Eume. Llevaban recorridos unos 17km. Aún les restaban otros 18 km. para terminar la etapa. El Camino del Rey afrontaba duras subidas y peligrosas bajadas en este tramo.
Algunos kilómetros más adelante, encontraron a un caminante, humano, que les indicó que el Camino del Rey se hallaba cortado por la construcción de una nueva zona de construcciones humanas, y les indicó a nuestros protagonistas una senda por la que podían retomar el Camino sin perder mucho tiempo. Pese a todo, el antiguo Camino del Rey se hallaba cortado por una nueva vía de comunicación más moderna, pero más transitada, que obligó al trío a seguir una senda indicada como vía de servicio de la autovía que, con contínuas subidas y bajadas, y un empedrado que dejaba mucho que desear, acabaría desembocando tras un par de repechos horrendos en la villa de Miño. Eran en torno a las tres de la tarde, y el trío del Anillo llevaba unas ocho horas de marcha casi ininterrumpida. Habían recorrido 25 km.
A esas alturas, las expresiones de dolor y de cansancio eran generalizadas, y los efectos de la marcha pudieron notarse al rato de haber descansado en la posada de Miño: había nacido La Comunidad de la Ampolla. Posada en la que, por cierto, se encontraba refugiada una tal Anna, refugiada política de Escandinavia. Nunca supieron nada más de ella.

Sin embargo, Yuri hubo de sobreponerse al dolor y al cansancio, y tuvo que salir a cazar algo para el almuerzo. Pese a que la villa contaba con un sistema de comida a domicilio (innovación increíble por aquellos lares), todos los jinetes se encontraban a aquellas horas fuera de servicio, y no había ningún Rohirrim de guardia. Yuri, tras mucho buscar, consiguió finalmente cazar algo de pavo, y procurarse queso, pan, yogur, bebidas y chocolate.

Tras unas horas, a las siete de la tarde, llegaron los montaraces valentzianos. Se habían perdido tras pasar el Puente del Eume, y tras vagar varias horas perdidos por las soledades de los bosques, habían encontrado una débil pista que los llevó hasta el punto de encuentro (“como no encontrábamos el camino, bajamos hasta el mar y seguimos la línea de la costa“). Yuri pensó que mejor sería no tener que depender nunca de sus habilidades de orientación.

La posada de Miño se encontraba a las afueras del pueblo, pero con una magnífica ventaja: estaba emplazada a 400 m. de una magnífica playa, donde Yuri, Pietro y Ana disfrutaron de un magnífico reposo del guerrero, pues al día siguiente tendrían que afrontar una escalofriante etapa: Miño-Leiro, tramo muy duro, advertido por los posaderos que los habían hospedado, donde no se contaba con el apoyo de las autoridades locales, y en donde no había ni una sola fuente de agua en los 15 km. finales.

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