El pasado Viernes Santo de 2022 realicé con mi amigo Mané una etapa por la Sierra de Córdoba, después de casi un año -por mi parte- sin salir por Córdoba, y no sé ya ni cuánto tiempo sin salir a rodar con Mané. Fue una muy buena etapa, que disfruté como un enano. Empezamos a rodar casi al filo de las 10:00h. Y es que había llegado a Córdoba con Ana a eso de las 9:30h desde Sevilla, y tuve que preparar a todo correr la bici y los arreos ciclistas. En lo referente a la bici, utilicé la doble del Decathlon de mi padre, que ya tengo bastante adaptada a mis gustos.
Salimos de la Asomadilla, atravesando el parque y cruzando por la pasarela metálica hasta Mirabueno. Desde allí tomamos el viejo recorrido del ferrocarril de Almorchón hasta llegar a las cercanías del Castillo del Maimón. Llegado a ese punto, nos desviamos para bajar hasta el cauce del arroyo Pedroches, junto al puente de Hierro. Seguimos ascendiendo el arroyo por la trialera, pasando junto al cortijo y la fuente de la Trinidad. Desembocamos, tras un rato de pedaleo y palique, a la pista de la cantera de Santo Domingo, donde hicimos una breve parada.
Reanudada la marcha, subimos por la pista hasta llegar a la N-432, y nos metimos por la urbanización de Doña Manuela, buscando el trazado del Camino Mozárabe. Llegamos a él, y descendimos alegremente por el mismo hasta llegar a las cercanías de la Ermita de la Virgen de Linares. Desde allí, el plan era ascender por la vereda, para acabar saliendo al cruce con la vereda de la Alcaidía. Y así lo hicimos. Lo interesante es que, según me comentó Mané, siempre habíamos ido por la senda incorrecta. En efecto, siempre había creído que la vereda de Linares desembocaba frente a la ermita, pasando por una pequeña cancela de hierro. Error. Al parecer ese es un camino privado, casi paralelo a la vereda, tomándose ésta un poco más arriba, siguiendo durante unos 250 metros la cañada Soriana desde la curva de la carretera, para después desviarse a mano derecha.
Tomamos este recorrido, y no puedo menos que decir que fue un gran acierto. Este camino se encuentra más despejado que el anterior, siendo mucho mas sencillo recorrerlo, pese a que sigue siendo algo estrecho y rodeado de vegetación. Lo que, por otro lado, es una gran alegría. Ascendimos durante unos 600 metros, hasta salir de la zona boscosa y encontrarnos en lo alto del cerro de San Fernando, donde nos volvimos a encontrar con el camino que conocía. Allí, una vez llegado a una de las tomas de ventilación del gasoducto, hicimos una nueva parada, que aprovechamos para comer algo, y poner a grabar el dron, en una prueba de grabación del modo follow me. El resultado fue estupendo.
Paramos a la bajada del cerro para recoger el dron, y seguimos rondando por la vereda. Según lo previsto, llegamos hasta el cruce con la vereda de la Alcaidía. Desde allí decidimos el resto de la etapa: era ya algo tarde para subir la Alcaidía, pero pronto para volver a Córdoba. Así que decidimos continuar por la Vereda de la Casilla de los Locos, hasta llegar a la urbanización El Sol. Tenía granas de hacer el descenso por las pizarras, y sobre todo, cruzar el Arroyo Guadalbarbo. Una bajada muy divertida, y -efectivamente- pude cruzar el arroyo sin contratiempos. Mané optó por cruzarlo a pie por la derecha.
Ya en El Sol, bajamos por carretera hasta el puente romano sobre el Guadalbarbo, que cruzamos con idea de emprender el regreso a Córdoba. Lo hicimos por la pista de mantenimiento del Canal, siguiéndolo hasta la altura del cortijo de la Campiñuela Alta. Allí descartamos seguir por el Canal, que se encuentra vallado, y tomamos la vereda de Alcolea hasta llegar a la Campiñuela Baja. Seguimos por carretera hasta el Molino de los Ciegos, y desde allí seguimos por el sendero ciclista que han abierto junto a la circunvalación, hasta llegar a la Asomadilla, que ascendimos desde el campo de fútbol. El recorrido se nos hizo algo largo al final, llegando de vuelta a las 12:55h. Una estupenda etapa junto a un gran amigo con el que hacía tiempo que no rodaba.
Datos de la etapa:
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El domingo 6 de junio volví a realizar -y ya ha pasado bastante tiempo desde la última vez- una etapa ciclista por la ciudad de Córdoba y sus cercanías. Una etapa especial porque, igualmente después de mucho tiempo, conseguimos salir un grupito considerable de gente, 6 personas: mi padre y dos de sus colegas de pedaleo (los dos llamados Rafael), Antonio y su hijo Gabriel, una fiera de 12 años que el día menos pensado nos dejará a todos tirados en la cuneta. Pero no adelantemos acontecimientos.
La tarde anterior había estado acondicionando la bici que iba a llevar: la doble Rockrider 6.4 que le regalamos mi hermana y yo a mi padre hace ya unos cuantos años. Para esta ocasión le reemplacé su vieja horquilla, que ya se encontraba en estado algo precario, por la Rock Shox Tora que tenía en la Giant que me compré hace unos meses, y a la que le puse una Recon a principios de año. La idea era también reemplazar el amortiguador trasero con el de la Giant, pero era algo más corto que el que monta (procedente a su vez de a Ghost que me robaron), así que opté por dejar este último. El resultado, sumamente bueno.
Como a priori el día prometía ser caluroso, habíamos quedado temprano, a las 8:15h en la antigua prisión de Fátima para empezar a dar pedales. Sin embargo, toda la tarde del sábado y la madrugada del domingo no había parado de llover en Córdoba, y el día se encontraba mucho más fresco de lo previsto. Aun así, mantuvimos el plan previsto, pese a que ya por la mañana se intuía que podíamos tener un tiempo algo diferente del previsto. Todo el mundo fue puntual, así que empezamos la etapa sin contratiempos, saliendo de Córdoba por la vereda de La Alcaidía, pasando junto a la antigua Cerca de Lagartijo y La Campiñuela Baja. Y no tardamos mucho rato antes de vernos metidos en la niebla. En efecto, el día era distinto a lo previsto. No tardamos en llegar al Canal, y allí aplicamos una variación sobre el plan previsto, que consistía en subir a La Alcaidía, desde allí tomar Las Pedrocheñas, y volver por La Tierna primero, y por la Casilla de Los Locos, después. El caso es que el tramo de La Alcaidía entre el Canal y su cruce con la Vereda de Alcolea está siendo adecentado, y los colegas de mi padre temían que con las lluvias precedentes estuviera completamente embarrado. Así que optamos por tomar el canal, y seguirlo hasta la urbanización El Sol.
Se notaba que la noche había sido lluviosa: el terreno estaba compactado, la niebla seguía marcando su ley, los cañaverales se encontraban caídos por el peso del agua, el canal lleno de barro arrastrado desde los campos, y había árboles partidos y ramas por doquier. Pero se rodaba bien, fresco y sin polvo. Una vez llegamos a El Sol, empezó la parte divertida. Subimos por carretera para entrar en la urbanización de Los Encinares, donde nos esperaban unas rampas del 15%. Una estupenda manera de entrar en calor. Y desde allí, la entrada a La Tierna, con una subida por piedra suelta que no dejaba lugar a dudas: iba a ser duro. Al menos habíamos salido de la niebla, y veíamos el sol.
En mi caso, era la primera vez que subía la Tierna. De hecho, no conocía ni el nombre, tan sólo había bajado una vez por ahí, proviniendo de Las Pedrocheñas. Y recordaba la bajada como rapidísima. Lo que quería decir que la subida tenía su miga. Y vaya si la tenía. Una subida más dura al principio, sostenida, por buena pista, pero con algo de piedra suelta. Y más con la que había caído la noche anterior. Pero una vez superada la primera pared, el resto se trataba de ir subiendo a ritmo. Y subimos, vaya que si subimos. Y a un ritmo bastante parejo el de todos, pese a la diferencia de perfiles. Me levanto no sólo el sombrero, sino el cráneo.
La pena fue que más arriba la vereda se encuentra bloqueada por una cerca. La gente ha hecho camino junto a la misma para poder enlazar con Las Pedrocheñas, pero en nuestro caso, al desconocer cómo estaría la bajada de La Alcaidía, optamos por volvernos. Hicimos una bajada rapidísima (al menaos Antonio, su hijo y yo) hasta el comienzo de La Tierna. Mi padre y los Rafaeles optaron por tomárselo con más calma, pero en mi caso no iba de desperdiciar un rato de diversión como ese. Y más estando la tierra compacta.
Una vez reagrupados, tomamos la carretera y bajamos a Alcolea, donde tomamos unos cafés y tostadas. Y decidimos el plan para volver, y en mi caso había algo que tenía bien claro: no iba a dejar pasar la oportunidad de tomar tantas veredas como pudiera. Pero mi padre y los Rafaeles no tenían ganas de ir por Los Locos, así que dividimos el grupo en dos. Ellos volverían por el Canal, y Antonio y Gabriel se apuntaron a la diversión. Contoninuamos juntos hasta llegar al puente romano sobre el arroyo Guadalbarbo. En nuestro caso, cruzamos el puente (tercera vez en el día) y subimos de nuevo a Los Encinares, para allí enlazar con la Vereda de la Casilla de Los Locos. Para ello, cómo no, vadeando el Guadalbarbo. Se encontraba bajito, así que no supuso mayor problema, pero sí proporcionó bastante diversión. Subimos por las pizarras hasta llegar a la incorporación desde el Psiquiátrico, y pasamos por el Cortijo de Román Pérez Bajo. No tardamos en llegar al cruce de Veredas (Alcaidía, Casilla y Linares), y tomamos la de la Alcaidía en dirección a Córdoba. Finalmente ese tramo no se encontraba tan mal. Apenas tenía algunos charcos grandes de barro, en los que había que tener algo de cuidado, pero no era nada comprometido. Pasada esta parte, cruzamos el puente romano del Arroyo de Rabanales, y el canal, para seguir hacia Córdoba, sin grandes percances.
Me separé de Antonio y Gabriel en Fátima, y volví a casa, donde esperaba que mi padre hubiera llegado ya. Sin embargo, llegó algo más tarde, ya que uno de los Rafaeles había tenido un pinchazo lento, que les obligó a detenerse un par de veces para inflar la rueda. En mi caso, había llegado a casa algo justito en lo que se refiere a calzado. De hecho, mis zapatillas lo dieron todo en esta etapa. Y no es una metáfora:
Una etapa estupenda, con mejor compañía, que espero repetir en breve.
Datos de la etapa
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El lunes 20 de agosto continuamos con una dinámica de gran actividad ciclista. En este caso se trató de una etapa en la que participamos Kike y yo. La idea era hacer algo tranquilo no excesivamente rodador por las proximidades de Córdoba… objetivo que conseguimos a medias.
Para evitar el fuerte calor del día empezamos a rodar al filo de las 20:00h en el Barrio Naranjo. Salimos por un descenso bastante abrupto junto al castillo del Maimón, que Kike hizo a las mil maravillas con su burra, pero que a mí me dio algunos problemas más con la mía. Rápidamente llegamos al pie de puente de hierro. Cruzamos el arroyo Pedroche y remontamos por la horrible subida del otro lado de la ladera de nuevo hasta el puente. Avanzamos sin mucho problema hasta llegar a la Carrera del Caballo. Durante un rato probé la bici de Kike, con sus plataformas. Tengo que admitir que eran bastante cómodas para rodar, y firmes para agarrar el calzado, pero fiel a mis viejas costumbres, me sigo decantando por los rastrales.
Desde la Carrera del Caballo tomamos el viejo camino de la cantera que lleva hasta el lago azul. Desde allí cruzamos el canal, y seguimos el recorrido de éste hasta cruzarnos con la vereda de Alcolea. Allí no pudimos menos que tomarla para hacer la vereda de Linares. Para mi sorpresa, una vez que pasamos el puente romano, vi que en fechas recientes habían pasado por allí una niveladora. Hay que admitir que facilitaba el tránsito por la vereda, pero por otro lado le quitaba todo el encanto de la subida pedregosa, y el posterior llaneo esquivando roderas provocadas por todoterrenos. En fin, algo menos de diversión en un recorrido siempre interesante.
Al llegar a la cancela, giramos a mano izquierda para enlazar con la vereda de Linares. Como siempre, este tramo fue sumamente divertido. Y por primera vez conseguí hacerlo entero, incluyendo el cruce del arroyo Rabanales, sin llegar a poner pie a tierra. Y a partir del arroyo, como siempre, el horror. Las dos subidas brutales, especialmente la segunda, que constituyen auténticas patadas en el pecho. Pero subida que hicimos como campeones. El problema era la hora: eran las 21:00h y todavía no habíamos empezado el descenso hacia la Ermita de Linares. Estaba claro que íbamos a tener un problema con la luz.
La bajada de Linares fue, como de costumbre, sumamente divertida, aunque la falta de luz la hizo algo más complicada que de costumbre. Una vez en Linares emprendimos el camino de vuelta por el trazado del Camino Mozárabe. Atravesamos sin especiales incidentes la zona de Torreblanca hasta alcanzar la N-432. A esas alturas el sol ya se había puesto, y la luz empezaba a escasear. Tuvimos que descartar nuestra idea original de bajar por la trialera hasta Puente de Hierro, y en su lugar seguimos por el viejo trazado de la vía del tren. Suerte que las bicicletas de doble suspensión hicieron su trabajo a la perfección.
Pero aun así la luz empezó a ser prácticamente nula. Por suerte Kike llevaba su linterna del chino, si bien hacía un año que no cargaba la batería. ¿Daría para llegar a casa? Sólo había una forma de comprobarlo. Seguimos el trazado de la vía hasta que la nueva variante de la N-432 nos obligó a tomar la carretera antigua. Desde allí cruzamos por debajo de la variante, y recuperamos el trazado de la vía. No nos quedaba más alternativa que cruzar por el Puente de Hierro… en la oscuridad. Y así lo hicimos. Andando, eso sí. Tampoco era plan jugarse el tipo porque sí.
Una vez que pasamos el Puente, cruzamos el Barrio Naranjo, y el parque de la Asomadilla. Llegué, sorprendentemente de una pieza, a casa pasadas las 22:00h.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Naranjo – Carrera del Caballo – Vereda de Linares – Puente de Hierro
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El 8 de mayo Ángel, Javi Aljama, Mané y yo salimos de nuevo a rodar por la Sierra de Córdoba. La etapa elegida: la vereda de las Pedrocheñas. Es un recorrido que llevábamos mucho tiempo con ganas de hacer, y habíamos decidido no dejarlo pasar. La vereda parte de Cerro Muriano y llega hasta la urbanización El Sol, cercana a Alcolea, recorriendo unos 15 kms. de sierra, que nos lleva en su parte más oriental a las cercanías del pantano de San Rafael de Navallana. Para llegar hasta la vereda habíamos decidido subir la Loma de los Escalones, y para complementar la vuelta, queríamos tomar la vereda de Linares hasta el Santuario, y volver a Córdoba descendiendo el arroyo Pedroche.
Quedamos a las 8:30h junto al parque de la Asomadilla, pero Javi se quedó dormido, por lo que en realidad no pudimos partir hasta las 9:07h. Ese rato de espera lo aprovechamos probando un poco las suspensiones de las bicis, y la cámara GoPro de Mané:
Iniciada la etapa, bajamos por Chinales hasta la joroba de Asland, que subimos, antes de dirigirnos al puente romano del arroyo Pedroche. Desde ahí tomamos el camino Mozárabe para alcanzar la Carrera del Caballo, Torreblanca, y desde ahí dirigirnos a la Virgen de Linares. Iniciamos el ascenso de la Loma de los Escalones justo a las 10:00h, mezclados con un amplio grupo de ciclistas de un club. Esto condicionó un poco nuestro ascenso, ya que este grupo no estaba formado precisamente por unos pros, por lo que nos podíamos rodar demasiado a gusto. Teníamos dos opciones: o reventábamos y los dejábamos atrás, o bien nos lo tomábamos con calma, y esperábamos a que se adelantaran. Teniendo en cuenta los más de 50 kms. de recorrido que teníamos por delante, optamos por lo segundo. Nos esperaba un ascenso bastante relajado de la Loma de los Escalones. O al menos, eso parecía. Porque se ve que tan relajado era el ascenso, que tenía que buscar una manera de montar el taco. Y la manera fue intentar partirme los cuernos con un árbol en plena subida: iba en ese momento abriendo camino, y al llegar a uno de los escalones que se pasa a la izquierda, pegado a la pendiente, se me fué un poco la rueda delantera, desplazándoseme la bici a la izquierda. Fui a dar con las ramas de un árbol y, al intentar soltarme dando una pedalada para liberarme del abrazo, las ramas me atraparon aún más, quedándome completamente clavado en el follaje, deteniéndome en seco, y escuchando un crujido que durante unos instantes no tuve completamente claro si eran las ramas cediendo, o mi cuello haciendo lo propio. Al quedarme completamente clavado estorbé el rodar de Javi, que venía justo detrás mío. Sorprendido por el inesperado obstáculo, no pudo soltar a tiempo los pedales automáticos, yendo a dar de culo en el suelo, cayendo con todo el equipo. Al menos cayó en plano, y no en ninguno de los abundantes peñascos de la zona. Tengo que admitirlo: hicimos el ridículo más espantoso.
Una vez repuestos del incidente, continuamos con el ascenso. Terminamos sin más incidentes el tramo de los escalones, y llegamos al camino de la cantera. Como el grupo que nos precedía había quedado bastante adelantado entre la subida cómoda y el incidente anterior, pudimos hacer una subida hasta la curva del frenazo bastante alegre, en la que Javi y yo íbamos en cabeza, y Mané y Ángel un poco más retrasados. Decidimos no detenernos en la curva, y seguimos inmediantamente hasta el inicio de la cuesta de Arrastraculos. íbamos a hacer una subida bien completa. En Arrastraculos Ángel y Mané pasaron en primer lugar, siguiéndolos Javi y yo. Y llegamos al tramo más duro de la subida. Mané lo subió como un campeón en primer lugar, y aprovechó para tomar el siguiente vídeo:
En mi caso, era la primera vez que subía Arrastraculos sin detenerme. Hay que admitirlo. Estábamos pletóricos. Sin detenernos salvo para recuperar un poco el resuello, realizamos el descenso desde la Ermita hasta Cerro Muriano, a donde llegamos a las 11:00h. Nos habíamos ganado un buen descanso y un mejor desayuno. Paramos en el bar que hay justo a la entrada de la barriada, donde saciamos nuestro apetito antes de continuar la etapa. Habíamos terminado la parte más dura del recorrido, pero empezaba lo desconocido.
Reanudamos la etapa a las 11:30h, y tras repostar agua, nos dirigimos hacia el comienzo de la vereda, en la bajada de Cerro Muriano hacia la Piedra Horadada. Esta es una zona minera que tiene su origen en tiempo de los romanos, pero que también fue explotada por los ingleses en los siglos XIX y XX. Iniciamos un fuerte descenso, que no pudimos menos que interrumpir para admirar las construcciones mineras de los ingleses…
…así como la propia Piedra Horadada, que no es sino la bocamina de la excavación romana:
Continuamos el descenso, en fuerte pendiente, hasta que encontramos la primera sorpresa desagradable de la etapa: una cancela con un letrero que advertía que el camino estaba cortado, pese a que la vereda supuestamente se encuentra deslindada. Tras asegurarnos con el GPS que no habíamos errado el camino, ignoramos la cerca y continuamos nuestro camino. Una vez terminada la bajada, llegamos a un pequeño claro en el que vimos una nueva valla. Esta vez la vereda no transcurría por el camino principal, sino por una pequeña senda que se abría a la derecha, y que bordea la cerca que bloquea la citada pista. La senda, estrecha casi comida por la vegetación, se abre paso en dirección sureste, y aunque en algunos momentos pasamos por los espinos más grandes que recuerdo desde Zuheros, nos permitió rodar de una manera bastante alegre, en la que disfrutamos del paisaje.
Tras unos 700 metros de sendero, desembocamos en el camino de la cuesta del Gallo, que tuvimos que remontar un poco para seguir por la vereda, en un corto aunque duro repecho, que nos llevó a una divertida bajada de casi 3 kms. trufada de pequeñas subidas, en la que acabamos encontrándonos con la intersección con el camino de Decalamano, que comunica con la vereda de la Alcaidía, pasando junto a la conflictiva casa de la Armenta Baja.
Siempre en dirección sureste, seguimos por la vereda, convertida en una amplia pista. Empezamos una subida sostenida de 4 kms., en los que nos encontramos de nuevo con una verja. La diferencia en este caso es que el letrero indicando -falsamente- que no circulábamos por una vereda se encontraba por fuera. Escamados, seguimos un camino en bastante mal estado bordeando por la derecha una verja, que nos condujo en ascenso, hasta que nos apartamos bastante de la verja, y del camino que transcurría por fuera de ella. Verificamos nuestra posición en el GPS, y vimos que el trazado de la vereda correspondía con el camino que transcurría por fuera de la verja. No nos quedó más remedio que saltar la cerca de alambre de espinos.
Corregido el rumbo, seguimos de manera invariable en dirección sureste. Poco a poco nos íbamos acercando al punto en que la vereda gira en dirección sur, cerca de la casa de la Clavellina, aunque por el camino tuvimos que ver varios letreros más que advertían de que no circulábamos por una vereda pública. Y por fin alcanzamos a contemplar una excelente vista del pantano de San Rafael de Navallana:
No mucho después de detenernos a contemplar el pantano, llegamos a la altura de la casa de la Clavellina. Vimos que la pista giraba en dirección sur. Teníamos intención de realizar el descenso del pico Clavellina por un sendero que transcurre algo más al este de la vereda de las Pedrocheñas, pero viendo la situación, decidimos abandonar la finca por el trazado estricto de la vereda. No fue algo precisamente fácil, pues una enorme puerta -con su correspondiente cartel de aviso- nos bloqueaba la salida. Por suerte, alguien había realizado algunos agujeros en la puerta, por donde fuimos capaces de introducirnos. No se trataba de una situación agradable: una vereda pública, reconocida y que había sido deslindada, se encontraba de nuevo invadida por terratenientes sin escrúpulos. Y para colmo, se trataba de un precioso recorrido por una de las zonas menos conocidas de la sierra. Estábamos indignados.
Salimos de la finca para iniciar el descenso, que prometía ser trepidante. No nos equivocábamos. Aunque tuvimos que pasar un par de cercas más -en una de ellas, curiosamente, solicita por favor que fuera cerrada tras pasar, que suele ser el reconocimiento implícito de que se trata de un camino público-, llegamos rápidamente hasta la parte superior de la urbanización El Sol. Y de nuevo, nos vimos interrumpido el paso por una enorme puerta metálica, que no nos quedó más remedio que saltar, con el considerable enfado. De nuevo en descenso, rodeamos un cerro con un curioso camino ascendente en espiral, y continuamos nuestra bajada hasta llegar a la vereda de Alcolea, por una cuesta final pedregosa y traicionera. Aunque bastante divertida. Y así, llegamos hasta el vado del arroyo Guadalbarbo, que no podíamos menos que cruzar:
Superado el arroyo, nos tocaba de nuevo subir. Pasaba de la una de la tarde, llevábamos 31 kms. de etapa en las piernas, y el sol estaba empezando a hacer estragos. Y apenas faltaba una hora para el inicio del G.P. de Fórmula 1 de Turquía. Visto lo visto, y que Ángel no podía retrasarse mucho en volver a casa, decidimos acortar el recorrido, dejando para mejor ocasión la vereda de Linares. Optamos por volver directamente a Córdoba por la vereda de Alcolea. Afrontamos la breve pero dura subida de pizarra que sigue al arroyo, y seguimos hasta el cruce de veredas (Alcaidía, Linares y Alcolea). Tomada la decisión, volvimos por la vía rápida. Y no es metafórico: realizamos una bajada trepidante hasta el arroyo Rabanales, con saltos incluidos en la pedregosa bajada que precede al cruce por el puente romano. En la Campiñuela giramos a la derecha para volver por la carretera de mantenimiento del canal, y ganar algo de tiempo. Volvimos a pasar por el puente romano del arroyo Pedroche, y giramos a la izquierda para pasar por debajo de las vías, y entrar en Fátima cerca de la antigua prisión. Luego cruzamos por debajo de la joroba de Asland, y atravesamos por el parque que comunica con el Vial Norte. Haciendo una broma sobre mi sentido de la orientación y esos pequeños atajos, Javi me preguntó si había algún camino de Córdoba que no conociera. Y mi respuesta no pudo menos que ser la siguiente: “Seguro que sí, pero no lo conozco”. Entre risas, enfilamos el Vial Norte y nos dirigimos a Santa Rosa. Al llegar a Cruz de Juárez, nos despedimos de Ángel, y subimos la Cuesta Negra, donde Javi también se despidió. Mané y yo llegamos a nuestra calle a las dos menos cinco de la tarde, con el tiempo justo para ver la salida del Gran Premio. Habíamos recorrido 43’1 kms. de una magnífica etapa, que por desgracia me temo que no repetiremos mientras el estado de la vereda de las Pedrocheñas no se aclare
El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver 2011/05/08: Cerro Muriano – Pedrocheñas en un mapa más grande
Los datos de la etapa, por su parte, son los siguientes:
Etiquetas: alcolea, córdoba, cerro muriano, cuesta de arrastraculos, loma de los escalones, minas romanas, mtb, piedra horadada, sierra morena, vereda de alcolea, vereda de las pedrocheñas
El pasado domingo realicé mi último entrenamiento en Córdoba antes de empezar la Vía de la Plata en Zamora. Y por primera vez en mucho tiempo, éramos tres los que salíamos a rodar: yo mismo, Pablo, y mi buen amigo Taran, que ha decidido pasarse de nuevo a la vida sana.
Dado que aún seguía convaleciente de mi lesión, y que el bueno de Taran tenía aún que coger algo de fondo, opté por preparar una etapa tranquila: Vial Norte, Vereda de Alcolea, para girar a la izquierda sobre el Canal del Guadalmellato y, atravesando las canteras de Asland (Cimpor, mejor dicho), aparecer en Torreblanca, por debajo de la Virgen de Linares, y volver a Córdoba por la Carrera del Caballo o bordeando el arroyo Pedroches.
Empezamos la etapa poco después de las ocho de la mañana, ya que el día se preveía caluroso. La marcha no tuvo mayor novedad hasta alcanzar el arroyo Pedroches aguas abajo del puente romano que lo cruza, donde tuvimos que sortear la primera valla del día (que no sería, ni mucho menos, la última), dado que la zona se encuentra en obras. Alcanzamos la parte asfaltada de la vereda, que recorrimos a un ritmo razonable, hasta alcanzar la zona de pista, donde tomamos una de las dos fotos del día:
Recorrimos la vereda hasta el punto en el que se acerca enormemente al canal de aguas, donde nos desviamos para pasar por encima de este último, no sin antes sortear dos nuevas vallas, una de ellas con advertencia de explosivos incluida. A partir de ahí el rodar se hizo más desagradable, ya que los caminos que antaño existían en esta zona han sido prácticamente arrasados con maquinaria pesada, y el terreno está bastante suelto. Aun así, conseguimos llegar hasta el camino de las canteras -no sin antes tener que saltar de nuevo otra valla-, y continuar por el camino forestal que comunica esta zona con la parte baja de Torreblanca. Desde este punto tomamos una foto de la laguna artificial que se ha formado en una cantera abandonada:
El agua de la laguna, dicho sea de paso, muestra un color sospechosamente azulado. Demasiado azulado…
Una vez más, nos vimos obligados a cruzar una verja para poder continuar nuestro camino. Aunque en este caso era más sangrante aún, ya que es un camino que los propietarios del terreno -Asland, en su día- se vieron obligados a abrir, ya que esta zona es de libre tránsito. Pues bien: el paso no puede ser más angosto, de tal manera que es complicado que pase una persona, y no digamos una bici. Tanto fue así que tuvimos que pasarnos las bicis por encima de la cerca. Y de nuevo, dentro del terreno la situación no era precisamente mejor: de nuevo la tierra se encontraba removida con maquinaria pesada, e incluso la salida, ya en Torreblanca, se encontraba dificultada merced a una profunda zanja que se había excavado junto delante del paso en la cerca.
Superadas estas dificultades, llegamos hasta la urbanización perpetrada por Sandokán en la zona de la Virgen de Linares. La atravesamos hasta llegar al viejo tramo de la N-432, donde decidimos volver realizando el descenso del arroyo Pedroches. Pero cuando nos dirigíamos hacia allí, Taran sufrió una caída en un tramo de asfalto, merced al cansancio acumulado. Visto lo visto, consideramos razonable dar por finalizada la etapa, y volver a Córdoba. Ya habría tiempo de realizar descensos. Dimos por concluida la etapa de nuevo en el Vial Norte, en el paso sobre las vías donde antaño se encontraba el Cuartel de Automovilismo.
Por mi parte, las sensaciones de la etapa fueron buenas. No tuve molestias en los gemelos, y me permitió rodar un poco por la Sierra antes de emprender mi marcha al Norte.
En esta ocasión la geolocalización de la etapa corrió a cargo de Taran y su Google Nexus One, equipado con el software de Endomondo:
Editado: Por cierto, me he olvidado de incluir los datos de la etapa. La etapa tuvo una longitud de 15’8 km, que recorrimos en 1h 34m 55s (según el velocímetro). Los datos del pulsómetro fueron los siguientes: 1h 47m 25s de medición, con unas pulsaciones medias de 107/min, 159 pulsaciones/min de máxima, un consumo medio de 700 kcal/h, máximo de 1220, y 25m 0s en el rango de pulsaciones.
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