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¿Era necesario que te fumigaras a toda la comisaria? La señora de la limpieza se pondrá furiosa
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26 sep 11 Etapa ciclista: Vereda de la Canchuela – GR48 – Trassierra (18/09/2011)

El pasado 19 de septiembre volvimos a salir a rodar Mané, Javi Balaguer y yo por la Sierra de Córdoba. Habíamos elegido para rodar un trazado que se salía un tanto de lo convencional: subir a Trassierra por la vereda de La Canchuela, para bajar al arroyo Guadarromán por un sendero que había recorrido hacía años en una Maratón MTB Sierra Morena, y enlazar con Santa María de Trassierra por el GR-48. Desde allí, si las ganas acompañaban, bajar a los Baños de Popea, y remontar el Bejarano hasta las Fuentes, para volver a Córdoba por la Cuesta de la Traición. Un recorrido ambicioso, sin lugar a dudas.

Demasiado ambicioso, teniendo en cuenta que quedamos a las 9:30h para empezar la etapa. Es verdad que el tiempo ya acompañaba, y el calor empezaba a ser más soportable, pero parecía una hora demasiado tardía como para acometer esa etapa. Ángel, de hecho, que había pensado apuntarse, desestimó el venir vista la hora a la que íbamos a salir. La verdad, tengo que admitir que era una opción razonable.

Así pues, quedamos Mané -que había dormido pocas horas a causa de una buena fiesta la noche anterior-, Javi y yo. Empezamos la etapa a las 9:40h. Tomamos el Canal del Guadalmellato, y a un buen ritmo, poco a poco nos fuimos acercando hasta el comienzo de la Vereda de la Canchuela. Llegamos a las 10:30h al comienzo de la Vereda, y empezamos la brutal subida (con una pendiente máxima del 14’5%) subiendo de manera sostenida; sin prisa, pero sin pausa. Hicimos sin descanso alguno el kilómetro y medio largo de subida que lleva hasta el poste donde in illo tempore podía contemplarse una calavera de vaca.

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(Fotografía correspondiente a otra etapa)

Descansamos un rato, antes de continuar con el duro ascenso. Es cierto que ya habíamos superado la parte más dura de todo el recorrido, pero aún quedaban dos paredes temibles por delante. O al menos, eso creíamos. Seguimos subiendo por la vereda, que alcanzaba rampas del 11%, antes de llegar a la breve bajada previa a la última rampa antes de la llegada al Cortijo de Pedrajas. Iniciamos el ascenso, en el que se evidenció de nuevo que la Larsen TT que monto en la rueda trasera se encontraba ya en las últimas, hasta la cancela que delimita la entrada en los terrenos más cercanos al cortijo. Allí nos encontramos con una sorpresa: los propietarios del cortijo, al parecer con el consentimiento del Ayuntamiento, han desviado el trazado delimitado de la vereda, haciendo que ésta dé un rodeo al oeste del cortijo de 2’6 kms., frente al kilómetro escaso del recorrido original. Preguntamos a otros ciclistas que por allí pasaban, quienes nos confirmaron que el cambio databa de unos cuantos meses atras, dicho lo cual, continuamos por el nuevo trazado: siempre era una oportunidad de conocer otra subida, y al menos en este caso no se nos impedía de manera ilegal el acceso, como en otros sitios.

Hay que admitir que el trazado alternativo era bastante chulo, con unas pendientes soportables, en vez del espanto de subida de la vereda original, por lo que la molestia de dar el rodeo en realidad no lo era tanto. Volvimos a enlazar con la vereda original justo por encima del Cortijo de Pedrajas, y justo al reincorporarnos, abandonamos el trazado para bajar hasta el arroyo Guadarromán. Recordaba haber efectuado esa bajada -como ya he dicho anteriormente- durante una de las Maratones MTB Sierra Morena que disputé hace unos años, y la recordaba muy rápida y bastante divertida. Y no recordaba mal. Mané bajó por ella como si el mañana no existiera, especialmente para tratarse de la primera vez que la recorría.

Una vez en el fondo del valle, encontramos marcas blancas y verdes que delimitaban el camino. Eso me tranquilizó bastante, porque tenía la constancia de que podíamos bajar, pero no la de que podríamos salir de allí por un camino diferente al que hasta entonces llevábamos. Pasamos el arroyo, y tomamos una pequeña senda entre fincas ganaderas. Remontamos la senda hasta la entrada de la finca de la Jarosa, que tiene una cerca, y allí giramos a mano izquierda por una cancela -la única- que se encuentra sin candado. La senda, esta vez más estrecha, empezaba una dura subida por terreno muy suelto, que corría en paralelo a la vereda de La Canchuela en el tramo que se dirige a Puerto Artafi. Superamos un par de cercas sin candado, y poco a poco nos fuimos acercando hasta el cruce de la Canchuela con el GR-48: nos encontrábamos a las espaldas de Santa María de Trassierra. Eran ya las 12:15h y llevábamos entre pecho y espalda 20’9 kms. de dura etapa por la Sierra.

Continuamos hasta Santa María de Trassierra por el GR-48. Habíamos decidido para allí para tomar un tentempié, y decidir qué trazado tomábamos a continuación. No tardamos mucho en llegar hasta el pueblo tomando la pista del Salado, si bien a la hora a la que llegamos (12:45h) casi era más propio tomarnos un vermú que una tostada, por lo que optamos por tirar por la calle de en medio, y tomarnos unos Acuarios con un plátano (que Mané complementó con un gofre que me hizo plantearme volver a entrar en el supermercado donde habíamos parado). Allí decidimos, viendo lo tarde que ya se había hecho, volver a Córdoba por la vía rápida: carretera hasta el cruce de Trassierra, y bajada -también por carretera- por La Albaida.

Dicho y hecho. A las 13:15h volvimos a dar pedales, avanzando rápidamente por la carretera. Javi empezaba a notar el esfuerzo, y las primeras rampas de la carretera hicieron estragos en él. Nos detuvimos unos instantes a la salida del Bosque de Fangorn, y nos planteamos tomar la pista que atraviesa la urbanización de la Virgen de la Cabeza y que lleva hasta el Mirador de las Niñas, para bajar a Córdoba por Montecobre. Desestimamos esta opción, ya que pese al rodeo que daba la carretera, era previsible que tardáramos menos que por la pista. Así pues, seguimos por la carretera hasta el Cruce, e iniciamos el descenso de La Albaida.

Fue un descenso frenético. Hacía pocas semanas que la Vuelta Ciclista había bajado por ese mismo trazado en la etapa que tuvo Córdoba por final, y no pude menos que intentar emular a Pablo Lastras en la primera gran bajada que hacía por carretera en mucho tiempo. No lo pensé demasiado, y bajé a todo ritmo, alcanzando un pico de velocidad de 63’49 km/h según el velocímetro y 67’7 km/h según el GPS. Muy lejano, en todo caso, a los 80 km/h que registraron los profesionales, pero que aún así me hicieron temer en algunos momentos por mi seguridad, dado lo que vibraba la bici. Los flancos de la High Roller, en todo caso, quedaron perfectamente limpios de polvo en el descenso. :mrgreen:

Una vez pasado el Castillo de La Albaida, moderé el ritmo de descenso, hasta que Javi y Mané me alcanzaron. El descenso, de 4.9 kms, lo había realizado en 6m 45s. El resto de la etapa fue bastante convencional. Volvimos a Santa Rosa por el Pryca La Sierra, y tras despedirnos de Javi, Mané y yo volvimos a la Asomadilla por la Cuesta Negra. Finalizamos la etapa a las 14:53h, habiendo recortado bastante el recorrido previsto, pero en cualquier caso, tras haber disfrutado de una excelente etapa.

El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:


Ver 2011/09/18: Canchuela – GR-48 – Trassierra en un mapa más grande

Los datos de la etapa son los que siguen:

  • Distancia (según el velocímetros): 41’72 km.
  • Distancia (según el GPS): 40’1 km.
  • Tiempo de etapa: 2h 59m 36s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 4h 20m 58s
  • Velocidad media: 13’93 km/h
  • Velocidad máxima: 63’49 km/h
  • Pulsaciones medias: 137 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 183
  • Consumo medio de calorías: 970 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1420 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 3h 0m 22s
  • Consumo total de calorías: 4212 kcal

Por primera vez en muchas etapas, he podido volver a recuperar las estadísticas completas. Todo ha funcionado correctamente: el GPS, el velocímetro y el pulsómetro. :mrgreen:

En esta ocasión, por el contrario, no hay fotos ni vídeos. Y es curioso, porque realizamos dos bajadas chulísimas, y pasamos por algunas zonas que daban ganas de pararse a fotografiar. Pero es que volvimos a ir embrutecidos. ^_^

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17 may 11 Etapa ciclista: Vereda de las Pedrocheñas (08/05/2011)

El 8 de mayo Ángel, Javi Aljama, Mané y yo salimos de nuevo a rodar por la Sierra de Córdoba. La etapa elegida: la vereda de las Pedrocheñas. Es un recorrido que llevábamos mucho tiempo con ganas de hacer, y habíamos decidido no dejarlo pasar. La vereda parte de Cerro Muriano y llega hasta la urbanización El Sol, cercana a Alcolea, recorriendo unos 15 kms. de sierra, que nos lleva en su parte más oriental a las cercanías del pantano de San Rafael de Navallana. Para llegar hasta la vereda habíamos decidido subir la Loma de los Escalones, y para complementar la vuelta, queríamos tomar la vereda de Linares hasta el Santuario, y volver a Córdoba descendiendo el arroyo Pedroche.

Quedamos a las 8:30h junto al parque de la Asomadilla, pero Javi se quedó dormido, por lo que en realidad no pudimos partir hasta las 9:07h. Ese rato de espera lo aprovechamos probando un poco las suspensiones de las bicis, y la cámara GoPro de Mané:

Iniciada la etapa, bajamos por Chinales hasta la joroba de Asland, que subimos, antes de dirigirnos al puente romano del arroyo Pedroche. Desde ahí tomamos el camino Mozárabe para alcanzar la Carrera del Caballo, Torreblanca, y desde ahí dirigirnos a la Virgen de Linares. Iniciamos el ascenso de la Loma de los Escalones justo a las 10:00h, mezclados con un amplio grupo de ciclistas de un club. Esto condicionó un poco nuestro ascenso, ya que este grupo no estaba formado precisamente por unos pros, por lo que nos podíamos rodar demasiado a gusto. Teníamos dos opciones: o reventábamos y los dejábamos atrás, o bien nos lo tomábamos con calma, y esperábamos a que se adelantaran. Teniendo en cuenta los más de 50 kms. de recorrido que teníamos por delante, optamos por lo segundo. Nos esperaba un ascenso bastante relajado de la Loma de los Escalones. O al menos, eso parecía. Porque se ve que tan relajado era el ascenso, que tenía que buscar una manera de montar el taco. Y la manera fue intentar partirme los cuernos con un árbol en plena subida: iba en ese momento abriendo camino, y al llegar a uno de los escalones que se pasa a la izquierda, pegado a la pendiente, se me fué un poco la rueda delantera, desplazándoseme la bici a la izquierda. Fui a dar con las ramas de un árbol y, al intentar soltarme dando una pedalada para liberarme del abrazo, las ramas me atraparon aún más, quedándome completamente clavado en el follaje, deteniéndome en seco, y escuchando un crujido que durante unos instantes no tuve completamente claro si eran las ramas cediendo, o mi cuello haciendo lo propio. Al quedarme completamente clavado estorbé el rodar de Javi, que venía justo detrás mío. Sorprendido por el inesperado obstáculo, no pudo soltar a tiempo los pedales automáticos, yendo a dar de culo en el suelo, cayendo con todo el equipo. Al menos cayó en plano, y no en ninguno de los abundantes peñascos de la zona. Tengo que admitirlo: hicimos el ridículo más espantoso.

Una vez repuestos del incidente, continuamos con el ascenso. Terminamos sin más incidentes el tramo de los escalones, y llegamos al camino de la cantera. Como el grupo que nos precedía había quedado bastante adelantado entre la subida cómoda y el incidente anterior, pudimos hacer una subida hasta la curva del frenazo bastante alegre, en la que Javi y yo íbamos en cabeza, y Mané y Ángel un poco más retrasados. Decidimos no detenernos en la curva, y seguimos inmediantamente hasta el inicio de la cuesta de Arrastraculos. íbamos a hacer una subida bien completa. En Arrastraculos Ángel y Mané pasaron en primer lugar, siguiéndolos Javi y yo. Y llegamos al tramo más duro de la subida. Mané lo subió como un campeón en primer lugar, y aprovechó para tomar el siguiente vídeo:

En mi caso, era la primera vez que subía Arrastraculos sin detenerme. Hay que admitirlo. Estábamos pletóricos. Sin detenernos salvo para recuperar un poco el resuello, realizamos el descenso desde la Ermita hasta Cerro Muriano, a donde llegamos a las 11:00h. Nos habíamos ganado un buen descanso y un mejor desayuno. Paramos en el bar que hay justo a la entrada de la barriada, donde saciamos nuestro apetito antes de continuar la etapa. Habíamos terminado la parte más dura del recorrido, pero empezaba lo desconocido. :)

Reanudamos la etapa a las 11:30h, y tras repostar agua, nos dirigimos hacia el comienzo de la vereda, en la bajada de Cerro Muriano hacia la Piedra Horadada. Esta es una zona minera que tiene su origen en tiempo de los romanos, pero que también fue explotada por los ingleses en los siglos XIX y XX. Iniciamos un fuerte descenso, que no pudimos menos que interrumpir para admirar las construcciones mineras de los ingleses…

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…así como la propia Piedra Horadada, que no es sino la bocamina de la excavación romana:

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Continuamos el descenso, en fuerte pendiente, hasta que encontramos la primera sorpresa desagradable de la etapa: una cancela con un letrero que advertía que el camino estaba cortado, pese a que la vereda supuestamente se encuentra deslindada. Tras asegurarnos con el GPS que no habíamos errado el camino, ignoramos la cerca y continuamos nuestro camino. Una vez terminada la bajada, llegamos a un pequeño claro en el que vimos una nueva valla. Esta vez la vereda no transcurría por el camino principal, sino por una pequeña senda que se abría a la derecha, y que bordea la cerca que bloquea la citada pista. La senda, estrecha casi comida por la vegetación, se abre paso en dirección sureste, y aunque en algunos momentos pasamos por los espinos más grandes que recuerdo desde Zuheros, nos permitió rodar de una manera bastante alegre, en la que disfrutamos del paisaje.

Tras unos 700 metros de sendero, desembocamos en el camino de la cuesta del Gallo, que tuvimos que remontar un poco para seguir por la vereda, en un corto aunque duro repecho, que nos llevó a una divertida bajada de casi 3 kms. trufada de pequeñas subidas, en la que acabamos encontrándonos con la intersección con el camino de Decalamano, que comunica con la vereda de la Alcaidía, pasando junto a la conflictiva casa de la Armenta Baja.

Siempre en dirección sureste, seguimos por la vereda, convertida en una amplia pista. Empezamos una subida sostenida de 4 kms., en los que nos encontramos de nuevo con una verja. La diferencia en este caso es que el letrero indicando -falsamente- que no circulábamos por una vereda se encontraba por fuera. Escamados, seguimos un camino en bastante mal estado bordeando por la derecha una verja, que nos condujo en ascenso, hasta que nos apartamos bastante de la verja, y del camino que transcurría por fuera de ella. Verificamos nuestra posición en el GPS, y vimos que el trazado de la vereda correspondía con el camino que transcurría por fuera de la verja. No nos quedó más remedio que saltar la cerca de alambre de espinos.

Corregido el rumbo, seguimos de manera invariable en dirección sureste. Poco a poco nos íbamos acercando al punto en que la vereda gira en dirección sur, cerca de la casa de la Clavellina, aunque por el camino tuvimos que ver varios letreros más que advertían de que no circulábamos por una vereda pública. Y por fin alcanzamos a contemplar una excelente vista del pantano de San Rafael de Navallana:

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No mucho después de detenernos a contemplar el pantano, llegamos a la altura de la casa de la Clavellina. Vimos que la pista giraba en dirección sur. Teníamos intención de realizar el descenso del pico Clavellina por un sendero que transcurre algo más al este de la vereda de las Pedrocheñas, pero viendo la situación, decidimos abandonar la finca por el trazado estricto de la vereda. No fue algo precisamente fácil, pues una enorme puerta -con su correspondiente cartel de aviso- nos bloqueaba la salida. Por suerte, alguien había realizado algunos agujeros en la puerta, por donde fuimos capaces de introducirnos. No se trataba de una situación agradable: una vereda pública, reconocida y que había sido deslindada, se encontraba de nuevo invadida por terratenientes sin escrúpulos. Y para colmo, se trataba de un precioso recorrido por una de las zonas menos conocidas de la sierra. Estábamos indignados.

Salimos de la finca para iniciar el descenso, que prometía ser trepidante. No nos equivocábamos. Aunque tuvimos que pasar un par de cercas más -en una de ellas, curiosamente, solicita por favor que fuera cerrada tras pasar, que suele ser el reconocimiento implícito de que se trata de un camino público-, llegamos rápidamente hasta la parte superior de la urbanización El Sol. Y de nuevo, nos vimos interrumpido el paso por una enorme puerta metálica, que no nos quedó más remedio que saltar, con el considerable enfado. De nuevo en descenso, rodeamos un cerro con un curioso camino ascendente en espiral, y continuamos nuestra bajada hasta llegar a la vereda de Alcolea, por una cuesta final pedregosa y traicionera. Aunque bastante divertida. :mrgreen: Y así, llegamos hasta el vado del arroyo Guadalbarbo, que no podíamos menos que cruzar:

Superado el arroyo, nos tocaba de nuevo subir. Pasaba de la una de la tarde, llevábamos 31 kms. de etapa en las piernas, y el sol estaba empezando a hacer estragos. Y apenas faltaba una hora para el inicio del G.P. de Fórmula 1 de Turquía. Visto lo visto, y que Ángel no podía retrasarse mucho en volver a casa, decidimos acortar el recorrido, dejando para mejor ocasión la vereda de Linares. Optamos por volver directamente a Córdoba por la vereda de Alcolea. Afrontamos la breve pero dura subida de pizarra que sigue al arroyo, y seguimos hasta el cruce de veredas (Alcaidía, Linares y Alcolea). Tomada la decisión, volvimos por la vía rápida. Y no es metafórico: realizamos una bajada trepidante hasta el arroyo Rabanales, con saltos incluidos en la pedregosa bajada que precede al cruce por el puente romano. En la Campiñuela giramos a la derecha para volver por la carretera de mantenimiento del canal, y ganar algo de tiempo. Volvimos a pasar por el puente romano del arroyo Pedroche, y giramos a la izquierda para pasar por debajo de las vías, y entrar en Fátima cerca de la antigua prisión. Luego cruzamos por debajo de la joroba de Asland, y atravesamos por el parque que comunica con el Vial Norte. Haciendo una broma sobre mi sentido de la orientación y esos pequeños atajos, Javi me preguntó si había algún camino de Córdoba que no conociera. Y mi respuesta no pudo menos que ser la siguiente: “Seguro que sí, pero no lo conozco”. :mrgreen: Entre risas, enfilamos el Vial Norte y nos dirigimos a Santa Rosa. Al llegar a Cruz de Juárez, nos despedimos de Ángel, y subimos la Cuesta Negra, donde Javi también se despidió. Mané y yo llegamos a nuestra calle a las dos menos cinco de la tarde, con el tiempo justo para ver la salida del Gran Premio. Habíamos recorrido 43’1 kms. de una magnífica etapa, que por desgracia me temo que no repetiremos mientras el estado de la vereda de las Pedrocheñas no se aclare

El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:


Ver 2011/05/08: Cerro Muriano – Pedrocheñas en un mapa más grande

Los datos de la etapa, por su parte, son los siguientes:

  • Distancia (según el velocímetro): 42,9 km.
  • Distancia (según el GPS): 43’1 km.
  • Tiempo de etapa: 3h 22m 9s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 4h 49m 54s
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16 feb 11 Etapa ciclista: Vereda de la Canchuela – Santa María de Trassierra – Cuesta de la Media Ladera (13/II/2011)

El pasado domingo 13 de febrero Mané y yo volvimos a salir a dar pedales por la Sierra de Córdoba. En esta ocasión variamos un poco el guión: dado que Mané tenía ganas de explorar nuevos caminos por la vertiente más occidental de la sierra, y yo tenía ganas de volver a rodar por aquella zona, decidimos subir por la Vereda de la Canchuela hasta Trassierra y, en la medida de lo posible, enlazar con la zona de El Salado. Dicho y hecho: el plan que tenía en mente era subir por la Canchuela hasta el cortijo de Pedrajas, seguir hasta el embalse de la Jarosa, entrar en la pista de El Salado, para bajar a Trassierra. Desde allí, bajar hasta los baños de Popea, remontar el Bejarano, y enlazar con el Lagar de la Cruz por las Dos Columnas. Y finalmente, bajar a Córdoba por Los Morales. Una auténtica kilometrada, de la que al final solamente haríamos la mitad del plan. Pero no adelantemos acontecimientos.

Salimos a las 9:00h, y bajamos hasta el Camping, para tomar la pista paralela al canal del Guadalmellato. Tuvimos que abandonarla a la altura de los cines de El Tablero, al hallarse la zona en obras. Fuimos por la circunvalación hasta San Rafael de la Albaida, donde tomamos la pista de mantenimiento del canal durante un buen rato. Rato que aprovechamos para hablar de todo un poco, e ir haciendo algo de rodaje para afrontar en las mejores condiciones posibles el reto que teníamos por delante.

Dejamos el canal poco después de pasar junto a Córdoba la Vieja, y justo antes de llegar a la urbanización de la Gorgojuela. Allí arranca la vereda de la Canchuela. Y lo hace bien fuerte, internándose directamente en la sierra, como para marcar un violento contraste con el llano camino que veníamos siguiendo hasta entonces. Las primeras rampas de la Canchuela son sencillamente brutales, y el rato que transcurre desde que sales del valle y entras poco a poco en la dehesa se hace sumamente duro. Al llegar a la primera zona arbolada hicimos una pausa para recuperar algo de fuelle. Una vez se llega a los árboles el camino, si bien en ascenso, se hace algo más relajado. Y así, poco a poco, fuimos subiendo por la vereda hasta alcanzar un poste con una calavera de vaca. No pudimos evitar detenernos para dejar constancia de tan inusual decoración:

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Tras pasar la calavera de vaca, seguimos por la vereda. Al principio, de nuevo en subida, interrumpida poco después por una breve bajada hasta un arroyo… que marca el inicio de los 700 metros más duros de toda la subida, hasta el cortijo de Pedrajas. Una auténtica pared interrumpida por una cerca, que hace que, quieras o no, tengas que echar pie a tierra en al menos una ocasión. Alguna más, en mi caso…

Superado el ascenso, y dejado atrás el cortijo, hicimos una pausa para orientarnos. Había llevado mi libro de “Andar por la Sierra de Córdoba“, una excelente guía de los caminos y senderos existentes en la Sierra Morena cordobesa, y que durante años ha sido mi libro de cabecera para estas expediciones. De acuerdo a esta guía, podíamos tomar el camino de la Jarosa para cruzar el arroyo Guadarromán aguas abajo del embalse de la Jarosa, y encontrarnos con el sendero GR48 en las cercanías del cortijo de La Porrada. Sin embargo, habíamos decidido seguir por La Canchuela durante algo más de tiempo, para girar a la izquierda en el enlace con la vereda del Llano de Mesoneros, y llegar al embalse aguas arriba. Algo más corto, pero más fiel al recorrido de la vereda.

Seguimos adelante, siguiendo una amplia curva a la derecha que realiza el camino. Pronto vimos a nuestra izquierda un sendero que dejaba el camino, para internarse poco después en la arboleda, valle abajo. Supusimos que se trataba del comienzo del camino de la Jarosa, y nos lo apuntamos para mejor ocasión. En realidad, como pude ver después en los mapas, es un camino que lleva más directamente al vado del Guadarromán, un poco más abajo del embalse de la Jarosa. Nosotros seguimos, en un suave ascenso, por el camino, para iniciar poco después un rápido descenso hasta que alcanzamos dos grandes portelas. Empezaba a estar algo preocupado, ya que a esas alturas teníamos que haber visto a nuestra izquierda la bifurcación que realiza la vereda de la Canchuela. Sin embargo, ahí no había nada, salvo pequeños senderos y vegetación.

Al pasar la portela nos encontramos con un grupo de ciclistas, y les preguntamos cómo llegar al embalse. Nos dijeron que continuáramos recto, hasta ver al cabo de un rato una puerta a la izquierda con un cartel anunciando una montería. Por allí, subiendo un poco, podríamos encontrar un camino que nos llevaría hasta el embalse. Seguimos, pues, sus indicaciones, y continuamos avanzando en un suace ascenso. Sospechaba que nos estábamos adentrando en la vereda del Llano de Mesoneros. Un rato después llegamos a una zona más llana, y paramos junto a una portela que se abría a la izquierda. Sospechaba que por ahí podríamos llegar hasta el embalse de la Jarosa. Preguntamos a unos caminantes, y si bien nos dijeron que en efecto por ahí saldríamos al embalse, nos recomendaron seguir un poco más adelante, para llegar al sitio que el grupo de ciclistas nos habían indicado. Tras comernos unas barritas de cereales, decidimos hacer caso de las indicaciones, aunque daba la impresión de que estábamos dando un enorme rodeo… como así era en realidad.

Continuamos el camino, en suave ascenso, hasta que llegamos a la cancela indicada que, además, no tenía pérdida, ya que se encontraba indicada de manera múltiple: por un lado, con las indicaciones de la Ruta Azul, de Paseos por la Sierra de Córdoba, hasta Puerto Artafi, y por otro, con indicaciones de Trassierra de la red de caminos de la Junta de Andalucía. Estaba bastante claro. Pasamos la cancela, y afrontamos una dura, aunque breve, subida, para llegar a una bifurcación. Seguimos el camino en descenso a mano derecha, desechando para otra ocasión la subida a mano izquierda. Emprendimos un rápido descenso hasta desembocar en un camino, justo al lado de la fuente de la Marquesa.

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La fuente de la Marquesa se trata, en realidad, de una de las tomas del acueducto Aqua Augusta, que abastecía de agua a la Corduba romana, primero, a la Qurtuba musulmana, después, y por último a la Córdoba cristiana. Una larga historia, vaya que sí. No estábamos seguros, pero por el ruido del tráfico calculábamos que debíamos de andar cerca del cruce de Trassierra, como así era.

Desde la fuente emprendimos un rápido y movido descenso entre vegetación muy cerrada hasta alcanzar el embalse de la Jarosa, en un pequeño valle que haría las delicias de los campistas. Nosotros, desde luego, estábamos disfrutando sobremanera de la etapa. Una auténtica delicia, con grandes contrastes entre subidas, bajadas, trayectos por valles, duras subidas y emocionantes descensos, con todo el rango de vegetación con el que obsequia la Sierra. Sencillamente precioso.

Bordeamos el embalse de la Jarosa y, poco después, desechamos un camino que surgía a nuestra derecha, por seguir los postes azules de la ruta de Puerto Artafi y las marcas blancas y amarillas de sendero de pequeño recorrido. Aún no lo sabíamos, pero estábamos descartando un camino directo hasta Trassierra. En su lugar estábamos retomando la vereda de la Canchuela, lo que nos llevaría a dar un rodeo de varios kilómetros. En ese momento nos volvimos a encontrar con el grupo ciclista con el que habíamos conversado en la portela. Sospechoso. O ellos o nosotros estaban andando en círculos. Creo que no necesito aclarar quién.

Así pues, seguimos avanzando por la vereda, primero en subida, y luego en llano, hasta llegar a un cruce. Se trataba del cruce del GR-48 con la vereda de la Canchuela. Podíamos seguir a la derecha hacia Trassierra, por el GR-48, o seguir avanzando hasta Puerto Artafi, por un lado, y por el Camino Viejo de Almodóvar, por otro. Huelgo decir que giramos a la derecha. Llevábamos unos 23 kilómetros, y según la indicación, aún nos faltaban 4’5 kms. hasta Trassierra.

Cruce de caminos en la vereda de La Canchuela (Imagen cortesía de Ricardo SM)

Cruce de caminos en la vereda de La Canchuela (Imagen cortesía de Ricardo SM)

De nuevo en ascenso, nos adentramos en un frondoso bosque mediterráneo, para llegar poco después hasta una de las entradas del cortijo de Lo Vaca, marcada por una vistosa puerta. Seguimos sin problemas las marcas rojas y blancas del sendero GR-48, y con alternancia de subidas y bajadas, fuimos adentrándonos en lo que parecía ser El Salado. Poco después tuvimos confirmación de este extremo, cuando llegamos a la pista asfaltada de El Salado, justo en la zona en la que describe un giro de 90º. Ya no tuvimos más que seguir la pista hasta llegar a Santa María de Trassierra. Llevábamos 27 kilómetros largos de etapa. Más que si hubiéramos seguido el camino propuesto por la guía.

En Trassierra paramos a tomar algo de comer en un pequeño supermercado que se encuentra a la entrada del pueblo. Allí nos encontramos con unos amigos de Mané, que también se encontraban dando pedales por la Sierra. Nos ofrecieron unirnos a ellos, como así hicimos. No tenían muy claro por dónde bajar a Córdoba, pero a esas alturas poco importaba: iba a ser divertido. Al final, en plena marcha, decidieron volver por la Fuente del Elefante y el cortijo del Caño del Escarabita. Estaba encantado: hacía años que no pasaba por allí. Aunque, de esta manera, abandonábamos el plan de etapa que teníamos previsto. No es que importara demasiado, ya que llevábamos una interesante paliza en lo alto.

Pasamos por la fuente del Elefante en un rodar bastante agradable, y sin mayor novedad llegamos hasta el cortijo del Caño, donde giramos a mano derecha para enfilar, por el Camino del Caño, hasta las casas del Rosal de las Escuelas. Y desde allí, una nueva sorpresa: íbamos a atravesar el bosque de Fangorn hasta el cruce de Trassierra. Eso sí que era nuevo para mí. Había oído hablar a Mané de ese trayecto, pero no lo conocía. Y tengo que reconocer que tiene el nombre bien puesto: una subida (desde ese lado) por bosque tupido, por un sendero muy cerrado, con abundantes curvas y contracurvas, con breves pero duras subidas, algunas de ellas apuntaladas por postes de madera, para evitar su derrumbe. Y a todo esto le seguían vertiginosos descensos por bosque cerrado en tramos trialeros a más no poder. Magnífico.

Así, llegamos a la gasolinera del cruce de Trassierra pasada la una de la tarde. Y amenazando lluvia. El grupo al que acompañábamos había decidido bajar por la cuesta de Media Ladera, que desemboca en el cortijo La Gitana. Unas semanas antes le había propuesto a Mané subir por ahí, pero lo habíamos descartado ya que tenía noticias de que las lluvias de los dos últimos años habían arrasado el camino. Esto no disuadió a los amigos de Mané, que se equiparon con sus grebas de descenso. Viendo lo que se veía encima, me preparé para lo peor.

Me quedé corto. La cuesta de la Media Ladera es un camino árabe que se abre paso por el estrecho valle que se encuentra encajonado entre la carretera de la Albaida y la de San Jerónimo. El comienzo de la bajada era una sucesión de piedra triturada y arrastrada por el agua. Enormemente divertido con una bicicleta de doble suspensión, pero un poco más complicado para una simple. Aun así, le eché valor y realicé el descenso. Hasta el punto en el que el arroyo ha arrasado el camino. Era sencillamente impracticable, con tramos en los que el agua había arrastrado toda la cubierta de tierra, hasta horadar un par de metros de profundidad. No nos quedó más remedio que echar pie a tierra, y bajar por una cárcava encerrada entre matorrales y árboles medio arrancados del terreno. Una vez pasado una enorme roca, el arroyo se desvía a la derecha, por lo que pudimos seguir por el camino. Un camino que aflojaba los empastes, y no hablo de manera metafórica. Uno de nuestros compañeros observó, al llegar al final del descenso, que los anclajes de la suspensión delantera de su bici se habían desprendido de su sitio. Yo, por mi parte, conseguí llegar sin novedad hasta el final del camino. Fue ahí donde mis compañeros se sorprendieron al darse cuenta de que había hecho la bajada con rastrales, en lugar de con pedales automáticos. “¿Y cómo haces para sacar los pies si te vas al suelo?”, me preguntaron. “Sacarlos rápidamente”, fue mi respuestas. Creo que no mejoró la impresión que tenían de mí. :mrgreen:

Desde ahí, la etapa estaba prácticamente terminada. Seguimos camino abajo hasta el canal, pasando junto al puente árabe de los Nogales y el matadero. Desde el canal llegamos hasta la carretera de la Albaida, y volvimos a Santa Rosa por la circunvalación. Y desde ahí, a casa. Llegamos a las 14:10h. Una bonita etapa, sin lugar a dudas. Esa tarde, cuando comprobé el recorrido en la cartografía y en Google Earth, ví que, como sospechaba, habíamos estado dando más vueltas que un trompo:


Ver Vereda de la Canchuela – Trassierra – Vereda de la Media Ladera (13/02/2011) en un mapa más grande

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia (según mi velocímetro): 42,351 km.
  • Tiempo de etapa: 3h 19m 55s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 5h 10m 54s
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30 jun 10 Subida a la Torre del Beato (21-09-2002)

Crónica de la etapa

(Esta crónica es algo especial. Hay que tener en cuenta que había efectuado una convocatoria vía correo electrónico para realizar una subida en grupo a la Torre del Beato, proponiendo dos puntos de encuentro: a las 9:00h en la Boutipan, y a las 10:00h en el cruce de Trassierra, si bien nadie respondió a mi propuesta)

Sábado, 21 de septiembre de 2.002.

7:30h de la mañana. Algo esta a punto de acontecer. De nuevo, un chalet adosado, en Córdoba. Y, de nuevo, la misma habitación con la cortina de láminas rojas. Y, obviamente, el mismo joven durmiendo en el mismo sofá. 7:31h. El radio-despertador empieza a sonar. Pero breves instantes después, calla. Ha sido arrancado de la pared y yace en el suelo.

Lo habéis adivinado. Eso (diox mío) también soy yo.

8:46h. De nuevo, despierto. Ruego para que el parte meteorológico, consultado anoche mismo en la página web del Instituto Nacional de Meteorología haya acertado, y esté lloviendo. Miro por la ventana. Pues no, hay unas esponjosas nubes blancas en el cielo. Qué encanto.

En fin. Preparo el desayuno para la familia, desayuno un vaso de leche y unas tostadas con miel, subo a mi cuarto, recojo la cama, y busco mis pertrechos ciclistas. Triángulo de herramientas, bolsa con cámaras de repuesto, casco, guantes, gafas. Añado la documentación, llaves de casa, el teléfono móvil, una cámara de fotos y una radio a pilas. Busco el culotte y el maillot, pero no están. El culotte lo encuentro en la cesta de la ropa sucia, y el maillot esta secándose en el tendedero. Cojo ambos, y me visto con ellos y con una camiseta interior, para sudar. Coloco las cosas en la bici, y cojo dos bidones de agua. Salgo de casa. Son las 9:05h.

Llego a la Boutipan. Efectivamente, nadie ha secundado mi propuesta, cosa lógica. Aun así, espero hasta las 9:15h y, al ver que no llega nadie, emprendo la marcha. A medida que avanzo hacia la carretera de la Albaida, observo como el clima empeora. Empieza a entrar viento de frente, y lo que antes eran nubes esponjosas, se han transformado en grises y amenazadoras formas que trepan por encima de la Sierra. Pero ya estamos en marcha, y es tarde para volverse atrás.

Al poco de empezar a subir por la carretera de la Albaida, alcanzo a un ciclista que va en una bicicleta de carreras. Una buena bici. Le paso, pero decido no cebarme en el suave ascenso. Ya tendré tiempo para pasarlo mal más arriba. El de la bicicleta de carreras se me ha puesto a rueda.

En la curva a mano derecha que hay justo al llegar al castillo de la Albaida, la carretera empieza a picar hacia arriba. Por otro lado, hay mucha humedad en el aire. La cosa promete ponerse mal. Al poco de pasar el castillo de la Albaida, el de la bicicleta de carreras se ha descolgado. Ya no volverá a coger mi rueda. Y empieza lo más duro. Al poco de pasar el castillo, encuentras las rampas más duras de todo el ascenso. No es demasiado largo, en torno al kilómetro y medio, pero se hace eterno. Pasado ese tramo, y hasta un poco antes de llegar al cruce de Trassierra, la subida no tiene historia. Es simplemente encontrar un ritmo cómodo, y dar pedales. Tras haber pasado lo peor, casi te parece que vayas llaneando. Sin embargo, las vistas son espectaculares. Lástima que tuviera el sol de frente con respecto a la ciudad, si no hubiese parado a echar alguna que otra foto. En este tramo intermedio, vi a tres chavales en bici de montaña, ascendiendo bastante por delante de mí. Me propuse alcanzarlos. Cuando creía que no lo iba a conseguir, los encontré parados descansando junto a un contenedor de basuras. Les pasé y seguí.

Justo antes de llegar al cruce de Trassierra, vuelve a haber un tramo más duro, aunque la verdad es que lo pasas ya casi sin darte cuenta, pues el ansia de coronar el cruce parece que te dé alas. Y llegué. 9:52h. Según el cuentakilómetros, 40 minutos cabales. No estaba nada mal. Me senté en un parterre de la gasolinera del cruce, y puse el cronómetro en marcha. 1 minuto y 35 segundos después llegaba el de la bicicleta de carreras. Y empezó a lloviznar. Hice una foto, saqué el móvil y la radio y me dispuse a esperar. Sabía que no iba a subir nadie, pero aun así, me había comprometido a ello. Llegan muchos ciclistas, por la carretera de las Ermitas, por la misma por la que he subido yo, por la del Monasterio de San Jerónimo, por la de Santa María de Trassierra… Es agradable ver tanta bici junta. Y empieza a llover más fuerte, al filo de las 10:00h. Mientras me estoy guareciendo en la gasolinera, llegan los tres de las bicis de montaña. También se guarecen.

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En torno a las 10:05h, afloja un poco la lluvia. En vista de que se confirma que nadie va a subir, y temiéndome que más tarde pueda llover más fuerte, decido emprender la búsqueda de la Torre del Beato. Sé que está por la carrera de las Ermitas, por un camino que sale a la altura del repetidor de radio, a la izquierda. Al llegar a la altura del desvío para el Mirador de las Niñas, alcanzo a tres ciclistas en bicicleta de carreras. Les pregunto si saben llegar a la Torre, pero no pueden ayudarme. Estamos unos momentos de charla, mientras sacan sus chubasqueros, pues ha vuelto a apretar la lluvia, y después me despido de ellos.

Al poco llego al repetidor, y la lluvia se ha convertido en una fina llovizna. He tenido que quitarme las gafas, porque entre las gotas y el vaho que desprende mi cuerpo, hacen que no pueda ver nada. Veo el camino, justo antes del repetidor, y lo tomo. Suave descenso, entre olivares, por un lado, y bosque mediterráneo, por otro. Recuerdo por el mapa topográfico, que hay varios cruces. Primero tengo que tomar el camino de la izquierda, y luego el de la derecha. Así lo hago. Al poco me rodea el bosque. Está precioso. A Pablo le hubiera encantado. Sin embargo, a los 50 metros después del segundo cruce, me encuentro en medio de una montón de bloques de hormigón. Y caigo en la cuenta. Me he metido en medio de una granja apícola. Diox santo. Procurando hacer el menor ruido posible, salgo de allí, y vuelvo al cruce. Y me doy cuenta de lo que ha pasado. Me he metido por el central, en vez del de la derecha. Corregido el rumbo, sigo avanzando. Sin embargo, estoy algo desconcertado. Se supone que la Torre del Beato domina la zona circundante desde una buena altura, y allí no hay nada que se le parezca. Pronto iba a encontrar la respuesta. Sabía que, según lo señalado en el mapa, tenía que llegar a la Torre tras recorrer
en torno a un kilómetro de camino. Y, cuando recorrí esa distancia, me encontré con una edificación pero, al verlo saltaba a la vista, eso no era la Torre del Beato. Más bien parecía un pequeño cortijo abandonado. Y entonces caí en la cuenta del error. Había llegado exactamente a donde quería llegar, pero me había equivocado al situar el sitio sobre el mapa. Lo que yo creía que era la Torre del Beato, obviamente no lo era. ¿Dónde estaba, pues, la torre?

El camino, ya prácticamente un sendero, giraba a la derecha tras pasar la casa, y decidí seguirlo, pues era bastante agradable a la vista, y no muy complicado de seguir. Y, cual no sería mi sorpresa cuando, al recorrer aproximadamente otro kilómetro, la vi alzarse a mi derecha, sobre un pequeño risco cubierto de árboles y monte bajo. Y, de sorpresa en sorpresa, cuando buscaba un sendero para acceder a ella, me tropecé con una carretera. ¿Qué carretera? Debo admitir que estaba completamente desorientado. Y a mi estupor contribuyó sobremanera el darme cuenta que desde allí podía ver un repetidor de radio. En ese momento, pasaron por la carretera los tres chavales de la bicicleta de montaña anteriores, en dirección contraria a mi dirección de avance desde el camino. Empecé a comprender lo que estaba pasando. Esa era la carretera de las Ermitas. Pero, ¿cómo había llegado hasta ella? ¿Es más, a qué altura estaba?

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Aplacé la búsqueda de respuestas para otro momento, y emprendí el ascenso a la Torre. Al no encontrar ningún camino practicable en bici, me la cargué al hombro, y trepé entre el monte bajo. Al poco llegué a un pequeño muro de piedra que formaba un pequeño llano ante la torre, pero que estaba rodeado de densa vegetación. Y la atravesé como un salvaje, arrancando ramas a mi paso. Entonces vi el camino. Recordaba un pequeño desvío, más atrás, antes de ver por primera vez la torre. Obviamente era ese. Tengo la rara habilidad de escoger los caminos más tortuosos.

Terminé de subir al llano. Había sudado más en esa pequeña subida con la bici al hombro que casi el resto de la etapa. Allí estaba. Esbelta, con aún algunas almenas. Con una esquina cubierta de hiedra, y con un pino a medio caer, apoyado en otra de ellas. Tal y como me la habían descrito. Excepto por un detalle. Una puerta de hierro con una cerradura. Magnífico. Adiós a mis intenciones de subir hasta ella. No era el único al que le había pasado lo mismo. Al estar constituida la puerta por una plancha metálica, había gran cantidad de insultos hacia los promotores de aquella lamentable idea. Eché alguna que otra foto, y, tras descansar un rato, decidí abandonar aquel lugar.

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Tomé el camino que pasaba junto a la torre, pero en vez de volver sobre mis pasos, me dirigí en dirección contraria, es decir, hacia el repetidor. Y vi una nueva señal de la que me habían hablado, pero que no había visto en el camino quo yo tomé: el camino estaba bordeado por cipreses. Al poco, llegué a la carretera de las ermitas. Justo pasado el repetidor. A 50 metros del camino que yo había tomado. No pude menos que echarme a reír.

Cuando volvía al cruce de Trassierra, me entraron ganas del ver el Mirador de las Niñas. Me dirigí hacia él. Había una gran vista de la ciudad. Eché tres fotos, y reemprendí mi camino.

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Una vez en el cruce, decidí cronometrarme en la bajada. Desde el cruce, hasta la rotonda que hay a la entrada de Parque Figueroa. Puse el cronómetro a cero, y empecé el descenso. Raro era el momento en que bajaba de 35 km/h, y la punta la alcancé, obviamente, en el tramo que hay antes (teniendo en cuenta que el sentido de la marcha es descendente) del castillo de la Albaida. Ahí me puse acoplado, al estilo Perico en los Pirineos en el año 84 (es decir, con el sillín apoyado en el pecho). Según mi velocímetro, alcancé una punta de 92’6 km/h, cosa que creo que está equivocada. Si acaso, 75 u 80 km/h. Luego, en la recta que lleva hasta la susodicha rotonda, la velocidad fue algo inferior, en torno a los 30-35 km/h. Tiempo de descenso: 12 minutos 33 segundos. Distancia: 9 kilómetros. Velocidad media: 43’02 km/h. No está mal.

El llegar a casa fue un puro trámite. Sin embargo, el tiempo final de descenso acumulado (es decir, desde el cruce hasta mi casa) fue de 21 minutos 5 segundos.

A los 15 minutos de llegar a casa empezó a llover en Córdoba.

Datos de la etapa

  • Tiempo total de la etapa: 1 hora, 35 minutos, 8 segundos.
  • Distancia total: 32’3 kilómetros.

Mapa topográfico con el recorrido marcado

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