Grabación efectuada en el Mirador de Grobas, en plena Sierra de Candán, en las cercanías de la aldea minera abandonada de Grobas, perteneciente a Forcarey (Forcarei). Tomas realizadas con un DJI Mini 3 Pro.
Música:
Life In Silico by Scott Buckley | https://soundcloud.com/scottbuckley
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El sábado 6 de marzo realicé una etapa en Forcarey cuyo objetivo principal era visitar la aldea abandonada de Grobas, que se encuentra en uno de los cañones más recónditos de la Sierra de Candán. Una visita que vale muy mucho la pena realizar, pero que exige armarse de valor para realizarla. Cargué la bici en el coche a las 9 de la mañana, y me dirigí al Monasterio de Aciveiro, que sería mi punto de partida. Empecé a rodar un poco antes de las 9:30h, en dirección al parque eólico de Masgalán. Y es que parte de la gracia de ir a Grobas, encajonada en el fondo de un valle a unos 600 metros de altitud, es que tienes que hacer primero la subida al Alto de Candán, a 1014 metros. Y en mi caso, saliendo desde los 720 metros del Monasterio. Una etapa que iba a tener su miga.
Como decía, dejé atrás el Monasterio, siguiendo en un primer momento las marcas del PR-G100 (circular de la Sierra de Candán) hasta llegar a la cercana O Forno. Desde allí se abandona el asfanto un poco antes de llegar a la carretera de Lalín, por un camino que, a mano derecha, baja hasta el Puente Viejo do Forno. Tras esta bajada se emprende un ascenso por buena pista, casi constante, que no se detiene hasta llegar hasta A Rochela, a 2’5km de distancia. En todo momento se tienen unas estupendas vistas del valle donde se alza el monasterio, que no dejará de ser nuestra referencia visual durante casi toda la etapa.
Tras llegar a la aldea de A Rochela (atención, perros cruzados con oso sueltos) se gira a mano derecha por carretera para encaminarse hasta A Noveliza. Un poco antes de llegar a las casas, una amplia pista que sale a mano izquierda nos permitirá empezar la verdadera subida al parque eólico. Es posible hacerlo también desde la propia A Noveliza, pero en mi caso, ese sería el camino de vuelta. La subida por la pista es larga, sostenida y dura (con rampas del 11%), pero no es complicada. Toca armarse de paciencia, echar la vista abajo y pensar en cualquier cosa que no sea terminar cuanto antes. Casi al final de la subida volvemos a recuperar el recorrido del PR-G100, que en mi caso había abandonado casi desde la salida, pero es por poco tiempo, ya que éste se desvía a mano izquierda poco antes de llegar a la subestación eléctrica del parque eólico.
Una vez llegado a la subestación, se ha de tomar la pista de mantenimiento del parque eólico, con un buen firme de grava asfaltada, y que sigue el ascenso hasta llegar al Alto de Candán, subiendo por la cresta de la Sierra homónima. La vista es espectacular, y permite ver tanto los valles del Lérez como del Deza. La pena es que el día, pese a estar despejado, mostraba algo de brumas hacia el Deza, y la vista por esta parte no era clara.
Seguí con el ascenso, para llegar a las cercanas ruinas de la Ermita de San Benito, que formaba parte de los terrenos del monasterio de Aciveiro, y que a día de hoy se encuentra prácticamente desaparecida, pero en cuyas cercanías hay, de nuevo, unas imponentes vistas del valle del Lérez, con el monasterio en lontananza.
Poco después de dejar atrás los restos de la ermita se llega a la cota máxima de la etapa, el alto de Candán (1014 msnm), inconfundible con su vértice geodésico, junto al que se encuentran una antena de comunicaciones, una estación meteorológica… ¡y un geocaché a los pies del vértice!
De vuelta en el camino, dejé atrás el alto, y empecé la verdadera diversión de la etapa. El descenso a Grobas. Un descenso que tiene su miga: en menos de 3 kilómetros se bajan más de 400 metros de desnivel, hasta llegar a la aldea minera abandonada de Grobas. Un descenso que en el que se llegan a bajar por rampas de más del 30%. Primero por la pista del parque, hasta llegar al último aerogenerador -alternando la grava y el cemento en las partes donde la pendiente es más acusada-, y desde allí, por el viejo camino minero, que no es sino una sucesión de grava y piedras sueltas, pendientes criminales y curvas y contracurvas, hasta que bajas al fondo del cañón. Una bajada con bastante mala idea, en la que se me aflojó el cierre de la rueda delantera, y tuve que parar un par de veces ante el riesgo de salir por encima del manillar, y por no sentirme los dedos con los que frenaba. Una bajada bastante fastidiosa, pero que valía la pena cada instante de la misma. Tanto por la bajada en sí, con unas vistas espléndidas, como por la maravilla que esperaba en el fondo.
La aldea se encuentra junto al cauce de un regato que corre por el fondo del cañón, y que forma un verdadero vergel, que más parece un trozo del paraíso caído en lo más profundo de una sima como pocas.
La primera visión del cauce es espléndida, pero al poco cede a una nueva maravilla, que es la Poza Verde, que se encuentra apenas a una decena de metros de donde termina el camino. Y es algo que a nadie puede dejar indiferente.
Como en días anteriores, no pude menos que lamentar mi suerte por llegar a este lugar en pleno invierno, y no en verano. Lástima de que no hiciera tiempo de pegarse un chapuzón.
Aguas abajo el aspecto sigue siendo genial, pero poco a poco el día se iba alargando, y aún me quedaba mucho por explorar. Recorrí los restos de la aldea, de la que apenas queda un grupo de casas con los techos hundidos, diseminadas a lo largo del río. La aldea fue abandonada a finales de los años 60, y el tiempo ha hecho estragos en ella…
…si bien hay una construcción que resiste el paso del tiempo. Es una casa, más bien un galpón, que se alza justo encima de la Poza, y que ha sido reconvertida en un refugio de montaña. Una estupenda idea, ya que se encuentra habilitada para poder refugiarse en ella, con mesas, bancos, utensilios de cocina y hasta un colchón y una radio. Pero por desgracia, los últimos visitantes de la misma no respetaron la petición de los que habilitaron el refugio: por favor, no deje basura. En fin, una lástima.
Tocaba volver, y volver deshaciendo mis pasos. Lo que había sido duro para bajar, para subir iba a ser una verdadera tortura.
Al poco de empezar la subida estaba claro que me iba a tocar echar el pie a tierra, y tirar de la bici durante un buen rato. Al final fue casi más tiempo andando que montado en la bici, pero es que la salida de la garganta se las traía. Iba a ser, en total, 1100 metros de distancia, con una pendiente media del 18%.
Al llegar al aerogenerador pude dejar de arrastrar la bici, pero aunque la tortura ya no era tan intensa, la subida se las seguía trayendo. Quedaban 900 metros de subida con rampas del 19% hasta llegar a un sendero que se abría a la izquierda, y que permitía volver a A Noveliza esquivando el Alto de Candán. Un sendero que, pese a que empezaba con una pendiente del 15%, constituía un alivio con respecto a la barbaridad por la que estaba subiendo por carretera. Y fue ahí donde pasó la cosa más extraña de la etapa: a medida que subía dos moteros en sendas motos de trail, con sus alforjas y todo, bajaron hacia Grobas. Se me quedaron mirando con cara extraña, la misma que se me debió de quedar a mí al verlos de esa guisa camino de la aldea. Si hubieran sido motos de campo no habría tenido nada de extraño, pero con esa clase de motocicletas lo iban a pasar mal bajando… y peor aún subiendo. Algunos minutos después tuve la confirmación de que algo no parecía ir del todo bien. Por toda la garganta resonaban acelerones de moto que, teniendo en cuenta el tipo de firme, no presagiaban nada bueno. Espero, en fin, que no tuvieran problemas graves.
Seguí mi camino, aún en ascenso, pero cada vez más relajado que con respecto a lo que venía realizando antes, y tras recorrer 1 kilómetro de sendero, salí a una nueva pista de mantenimiento del parque. Desde ahí empecé un descenso hasta A Noveliza (dejando la pista principal por una salida a mano derecha) que me hizo volver a pisar el asfalto, y que ya no abandonaría en el resto de la jornada. Tras dejar atras A Noveliza, seguí en descenso hasta A Rochela, para girar en ella a mano derecha, y por carretera seguir hasta enlazar con la carretera de Lalín, justo tras pasar una granja de cerdos. Es posible evitar este ascenso tomando el PR-G100, que nos volvemos a encontrar, al poco de salir de A Rochela, pero a esas altura estaba tan reventado de la tortura de Grobas que no quise ir por la senda, pese a que tenía una pinta estupenda.
Una vez en la carretera de Lalín se emprende un descenso que no tarda en llevar de nuevo a O Forno. En esa bajada se tienen, otra vez, unas vistas estupendas del Monasterio.
Tras dejar la carretera principal, se entra en O Forno, para volver al monasterio, que no deja de estar siempre a nuestra vista, y que no permite equivocarnos. Finalicé la etapa al filo de las 12:30h, tras 20 kilómetros tremendamente duros, pero que valieron la pena en cada una de las pedaladas que di a lo largo del día.
Datos de la etapa
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