El Lunes Santo, 30 de abril, empezamos a rodar en nuestra tercera etapa a las 9 de la mañana. Era otro día claro y despejado, tónica a lo largo de todo nuestro viaje, de los que invitaban a rodar. Y buena falta hacía. Teníamos por delante una buena etapa rodadora, en principio hasta Aldeanueva del Camino, a 60 kilómetros de distancia de Riolobos, con un perfil bastante llano, pero en suave y permanente ascenso, hasta el atracón final: empezar a subir las primeras estribaciones de la Sierra de Béjar, que separan Extremadura de Castilla. Un bonito desafío para esa jornada. Y ya veríamos si además prolongábamos la etapa hasta Baños de Montemayor, una hermosa población, la última de Cáceres antes de entrar en Salamanca, famosa por sus aguas termales, de tiempos de los romanos, y de enorme predicamento en los siglos XIX y XX. Pero eso estaba por ver, en función de cómo se diera la etapa.
Salimos de Riolobos por carretera, en dirección a Galisteo. Variación obligada, recordemos, por los problemas de paso que presenta el dueño de la cercana finca Larios, y que en 2015 impedían el paso por el trazado original de la Vía de la Plata. Aunque dicha variación nos iba a plantear una ventaja: íbamos a poder rodar un buen rato por el Valle del Jerte. El rodar por las carreteras del valle fue rápido, y pronto llegamos a la cercana Ermita de Nuestra Señor de La Argamasa, donde hicimos la primera foto del día:
Seguimos en dirección noreste por una carretera comarcal, que en unos pocos kilómetros, y con alguna subida y bajada, pronto nos llevó a la cercana población de Galisteo, de origen bereber, y con una impresionante muralla almohade:
…y un no menos espectacular puente renacentista sobre el río Jerte:
No nos detuvimos mucho tiempo en Galisteo. La mañana estaba fresca y era cuestión de aprovecharlo. Cruzamos sobre el Jerte, y seguimos nuestro rodar, siempre por carretera en este tramo, en dirección a la siguiente población: Aldeanueva del Jerte, distante 5 kilómetros de Galisteo. Valga la anotación de que, en puridad, estábamos yendo por el lado equivocado del río. La calzada romana se encuentra bajo una carretera rural que, por el otro lado del río, comunica la población de San Blas, aneja a Galisteo, con Carcaboso. El paseo hasta Aldeanueva fue un paseo tranquilo, por carretera, sin mayor complicación ni sobresalto. Dejamos atrás Aldeanueva sin hacer ninguna parada, con el objetivo puesto ya en la mencionada población de Carcaboso, donde íbamos a recuperar, al menos en parte, el trazado de la vía romana.
Entramos en Carcaboso al filo de las 10:30h, por la calle de la Iglesia, y desembocamos en la parroquia de Santiago Apóstol, donde hicimos la primera parada de importancia de la jornada. Una iglesia, la de Santiago, que no tendría nada en especial (es relativamente moderna y está encalada), si no fuera por el peculiar hecho de que los pilares de su entrada están hechos nada más y nada menos que con miliarios romanos:
…siendo esto algo de lo que no sabes si admirar o lamentar. Junto a la iglesia se encuentra un pequeño parque arqueológico con más restos de yacimientos romanos.
Tras esta breve parada, salimos de Carcaboso, siempre en dirección noroeste. A la salida del pueblo una señora nos recomendó ignorar durante un tramo las señales del Camino, que se desvían hacia el este, y nos recomendó seguir la pista de mantenimiento del canal de riego, que nos llevaba mucho más directa hasta la cercana Laguna de Valverde, donde volvíamos a encontrarnos con el trazado más fiel del camino. Optamos por hacerle caso, y avanzamos por la pista, en ligero ascenso, y sin mayor novedad. Tras 3’7 kilómetros salimos a una pequeña carretera, que no tardamos en abandonar, a mano derecha, tomando una pista que se adentraba en una finca. Aquí nos pasó una cosa curiosa: al poco de entrar en la finca nos en contramos con un trabajador de la misma, en todoterreno, al que preguntamos si íbamos bien, para mayor seguridad. Éste se hizo el asombrado y negó conocer que en la misma hubiera algún camino público. Cuando le respondimos que las flechas, en la misma cancela, así como los cubos de granito que podíamos ver en el mismo camino indicaban lo contrario, siguió haciéndose el despistado, y se negó a darnos una respuesta concreta. Se ve que al dueño de la finca no le hace gracia que la gente transite por la misma. En fin.
El perfil de la etapa empezaba a hacerse un poco más abrupto. No mucho más, pero la entrada a la finca era el primer desnivel medianamente serio de la jornada. Y para nuestra suerte, el paisaje había cambiado de nuevo. De un valle agrícola pasábamos de nuevo a dehesa extremeña. Un placer para los sentidos.
En este tramo el Camino no presentaba pérdida alguna, y era tan sólo cuestión de rodar recto, dirección noreste, por la pista. Pronto empezamos a notar un fenómeno llamativo. La pista que llevábamos se empezaba a encontrar delimitada por sendos muros de piedra, , que se abrían en ocasiones su buena cincuentena de metros, e incluso más. Y es que nos encontrábamos en una vereda pecuaria, con su anchura bien definida desde hace siglos, que sigue el trazado de una vía romana, y cuya anchura ha sido respetada por los dueños de fincas colindantes. Era algo que empezaba a verse, y que en tramos posteriores veríamos en todo su esplendor.
Hicimos una nueva parada al llegar a una cerca de piedra, donde hallamos unos nuevos miliarios, así como cipos funerarios. Llevábamos ya 26 kilómetros de etapa, y 2 horas largas de pedaleo. Allí pegamos la hebra un rato con un peregrino a pie, salmantino, pero que venía peregrinando desde las Canarias, vía Cádiz, donde tenía su residencia.
Reanudamos la etapa a eso de las 11:45h, al otro lado de la cerca, pero siempre en línea recta. En este caso la pista dio paso a un estrecho sendero, pero siempre en el amplio trazado de la vereda. A ratos salíamos a pistas mejor definidas, que luego se volvían a perder, según nos acercábamos a tramos con mayor explotación ganadera.
Y así, 8 kilómetros después de haber entrado en la finca, salimos de ella, a una pequeña carretera, justo a la altura de la Hacienda Ventaquemada, que da nombre a la nueva dehesa que tendríamos que atravesar. Allí fue donde tuvimos la primera visión de la Sierra de Béjar, que aún se encontraba nevada a esas alturas del año.
Nuestro paso por la dehesa fue una continuación de lo observado en la anterior, pero en todo su esplendor: la pista serpenteando entre la zona delimitada de la Cañada Real de la Plata, de enorme anchura, y con cercas de piedra a ambos lados. Y la calzada romana subsistiendo en algunos tramos. Una delicia para rodar, si no fuera porque en algunos tramos encontrábamos algo de arena, que con las alforjas no era precisamente plato de buen gusto. Aun así, espectacular. Pero todo esto no era sino un mero aperitivo de lo que estaba por llegar: el símbolo mismo de la Vía en Extremadura. Poco a poco nos fuimos acercando al Arco de Cáparra.
Y es que la vía de la plata pasa por medio de la antigua ciudad romana de Cáparra, por cuyas ruinas se puede transitar, en mitad de la soledad de una dehesa en el valle del Ambruz. Se entra directamente en la misma, tras pasar un grupo de casas, en el que el camino se convierte directamente en vía romana, y se pasa a rodar, mal que bien, por la misma. Pero vale la pena. Todo este viaje, en realidad, estaba justificado tan sólo por poder disfrutar de ese momento.
Tras un rato de descanso y de contemplación de los restos de la antigua urbe, seguimos nuestra marcha, no sin despedirnos de un miliario de época de Nerón, que marca la salida del yacimiento.
Cruzamos otra pequeña carretera rural, y nos internamos en una nueva dehesa. Menos arbolada, esta vez, con más subidas y bajadas, y con unos pocos arroyos que vadear. Algo asaz complicado, ya que los arroyos se encontraban crecidos, y no nos quedó más remedio que ingeniárnoslas para cruzar, haciendo equilibrios, sobre bloques de granito en el lecho de los mismos. Algo relativamente sencillo cuando vas a pie, pero algo más complicado cuando arrastras una bici con alforjas.
Tras 5 kilómetros de subidas y bajadas por la dehesa, salimos a una carretera de servicio del valle del Ambroz. Algo de respiro tras unos ratos complicados en la dehesa, pero que es posible evitar, si así se desea, siguiendo una pequeña pista que transcurre al lado de la carretera. En nuestro caso, optamos por seguir por la carretera. Eran la las 13:45h, llevábamos casi 45 kilómetros entre pecho y espalda, y no se avistaba ningún lugar donde poder almorzar. La etapa se nos estaba haciendo algo larga, y eso que aún no habíamos empezado a subir de verdad.
Seguimos por la carretera hasta llegar, casi 7 kilómetros después, hasta la autovía y la antigua N-630. Allí nos incorporamos a la nacional, con la idea de parar a comer en el primer bar de carretera que encontráramos. Algo que no habría de tardar demasiado. 1700 metros después habríamos de llegar hasta el cruce de La Granja donde se encuentra, como caído del cielo, el Restaurante El Trébol. Un viejo bar de carretera, que se notaba había vivido tiempos mejores, pero cuya comida era buena, el servicio muy correcto, y de precio comedido.
Allí, además, recibimos consejo del hostelero sobre una duda que nos llevábamos planteando casi desde el inicio del recorrido: cómo salvar el Puerto de Béjar, si hacerlo por el Camino -como era mi intención- o subir hasta Béjar por la vieja Nacional -como quería mi padre-. El dueño del local nos recomendó evitar la subida a Béjar, ya que nos haría subir mucho más, para después de tener que bajar de nuevo. El trazado del Camino era mejor y menos complicado. Punto a favor de mi tesis.
Volvimos a rodar a las 15:30h. Habíamos hecho ya 51 kilómetros de etapa, y apenas nos separaban 5 kilómetros de nuesto final de etapa previsto, Aldeanueva del Camino. Sin embargo, Baños estaba a tan sólo 15 kilómetros. Tras una subida respetable, desde los 423 metros de donde nos encontrábamos hasta los 726. Pero cualquier kilómetro que nos quitáramos sería un kilómetro menos al día siguiente, una etapa mucho más dura que la que estábamos haciendo ese día. Así que decidimos prolongar nuestra marcha hasta Baños de Montemayor.
Empezamos la subida a Aldenueva del Camino, en la que ya no abandonaríamos la N-630 en ningún momento. La subida era intensa en algunos tramos, en los que se pasaba por encima de la autovía, pero en ningún momento era excepcionalmente dura. A cambio, era sostenida, larga y tendida, así que era necesario armarse de tesón para seguir nuestro avance. Pasamos Aldeanueva sin hacer ninguna parada, y así, poco a poco, nos fuimos aproximando a Baños de Montemayor. Dejamos atrás para siempre las dehesas extremeñas, y nos fuimos adentrando, de manera clara, en un paisaje serrano.
A medida que nos aproximábamos a Baños empezamos a encontrar recreaciones de los miliarios que jalonaban la vía de la Plata. En Baños, conscientes de la importancia de cara al turismo de poner en valor esta herencia, han hecho un ímprobo esfuerzo por recuperar su herencia romana, tanto con la recreación de estos miliarios, como en el cuidado y rehabilitación de la calzada a su paso por la población, aunque hay quien estima que en algunas ocasiones este esfuerzo no ha sido todo lo respetuoso que podía haber sido con los elemenos originales en sí. En nuestro caso, el primer hito que encontramos fue el miliario CXXV, tanto el original (o al menos el rehabilitado por Trajano) como su reconstrucción. También fuimos encontrando el CXXVI, de Adriano…
…y así sucesivamente, hasta entrar en Baños por una reconstrucción de la calzada:
…y llegar a la bonita población de Baños de Montemayor, distante 569 kilómetros de Santiago de Compostela, pasadas las 17:00h, más de 8 horas después de haber salido de Riolobos, y con más de 70 kilómetros de rodar, según marcaba el cuentakilómetros.
Dimos por finalizada la etapa al llegar al Centro de Interpretación de la Vía de la Plata, que hace las veces de albergue de peregrinos, y que se encuentra excepcionalmente cuidado. Cuando llegamos sólo había un peregrino a pie, alemán, pero esa tarde llegaron otro par de peregrinos en bici.
Empleamos la tarde en visitar la pequeña villa, que bien merecía una estancia más prolongada.
Esa noche cenamos en un bar del pueblo, a base de tapas, que nos sentaron divinamente, y ya caída la noche, paseamos un rato por el pueblo. Por desgracia, no tuvimos ocasión de visitar el balneario ni los baños romanos. Eso habría de quedar para otra ocasión.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: aldehuela del jerte, arco de cáparra, baños de montemayor, carcaboso, cáparra, grimaldo, la granja. aldeanueva del camino, mtb, riolobos
El Domingo de Ramos, 29 de marzo de 2015, empezamos la segunda etapa de nuestro peregrinar. Nuestro compañero de habitación, el peregrino a caballo, aún dormía cuando nos levantamos, en torno a las 8 de la mañana. Desayunamos en el albergue Las Veletas y empezamos a rodar a las 9:15h. La mañana no estaba especialmente fría, pero sí ventosa, algo que a lo largo del día nos iba a dar bastante guerra. El cielo, eso sí, estaba completamente despejado. En esta ocasión, y para evitar desastres como los de la etapa anterior, nos embadurnamos bien en protector solar, y optamos por llevar manga larga, algo que en mi caso sería ya una tónica a lo largo de todo el viaje. La piel enrojecida del sol me picaba con la manga larga, pero mejor eso que seguir churruscándome por media Extremadura y Castilla.
Salimos de Cáceres pasando junto a su plaza de toros, para dirigirnos por carretera hacia el cercano pueblo (11 kms) de Casar de Cáceres, archiconocido por su queso. La vía coincide con el trazado de la carretera, CC-38, hasta prácticamente el pueblo. Circulamos también durante un rato en paralelo a una vieja vía de tren desmantelada. El perfil era descendente, si bien con pequeños cambios de rasante, y el entorno estaba completamente deforestado. Una llanura abierta a todos los vientos del mundo, que ese día -como suele ser de rigor- soplaban en contra. Atravesamos Casar de Cáceres, aún sumidos sus habitantes en el sueño, y tras hacer una pequeña parada en su iglesia parroquial, continuamos nuestro camino, para salir del pueblo junto a la ermita de Santiago.
Nada más salir del pueblo acabamos con el asfalto. La salida era una subida por pista de tierra, bastante bien mantenida, que nos habría de dirigir, en un trazado prácticamente rectilíneo, por una serie de fincas, siempre en dirección norte, hasta el cercano embalse de Alcántara.
Un trazado que no sería nada del otro mundo, si no fuera por la increíble sucesión de miliarios romanos que a ambas márgenes del mismo se encontraban. Pero no dispuestos, como uno pudiera pensar, con una distancia de mil pasos entre ellos. Lo habitual era encontrarlos juntos y en pie…
…en la mayoría de los casos…
…y en sorprendentes aglomeraciones, en ocasiones.
Semejante colección de miliarios haría las delicias de cualquier museo de historia que se preciara. Y allí se encontraban, en una suerte de almacén al aire libre (y utilizo este término por ser piadoso), para el disfrute de los ojos del viajero avisado.
Seguimos cruzando fincas, cotos de caza y cercados ganaderos, para aproximanos poco a poco al inmenso embalse de Alcántara. En sus cercanías nos encontramos con las malhadadas obras del AVE a Extremadura y Lisboa, aún en marcha en España, pero interrumpidas en Portugal por la crisis.
Dichas obras, que interrumpen el camino, obligan a realizar un rodeo por una pista de obra hasta salir, en fuerte descenso, a la N-630. Algo que para los ciclistas no es mayor problema, pero que sí es una importante molestia para el peregrino a pie. En paralelo a la Nacional el camino sigue por unos abruptos senderos con la marca de GR, que preferimos evitar, afrontando un descenso rapidísimo por la carretera hasta el río Almonte, donde nos encontramos con el primero de los puentes del AVE que en 2015 aún estaban en construcción.
Lo malo de bajar es que -por lo general- suele tocar subir. Y en este caso no iba a ser distinto. Con el fastidio añadido de que había que subir para, acto seguido, volver a bajar, esta vez para cruzar el río Tajo. Ascendimos y pasamos junto a la solitaria estación de tren de Río Tajo, prácticamente abandonada.
A esas alturas yo iba buscando de manera obsesiva la torre Floripes, que emerge de las aguas del pantano cuando éste se encuentra bajo, y prácticamente nunca se oculta bajo sus aguas. Y pese a que el pantano se encontraba bastante lleno, no lo estaba lo suficiente como para poder ocultarla en esa ocasión. Sin embargo, no fuimos capaces de encontrarla. Tan sólo vimos un abandonado caserío que emerge en la cúspide de una loma casi oculta por las aguas.
De nuevo al nivel de las aguas del pantano, cruzamos el Tajo, para contemplar el segundo puente del AVE, gemelo del anterior, alzarse a nuestra derecha. Cuesta trabajo imaginar si alguna vez estas obras llegarán a rentabilizarse. Al poco de pasar el puente y -de nuevo en subida- hicimos la primera parada larga del día en el bar del club de pesca del embalse de Alcántara. Eran las 12:15h, y llevábamos ya 33 kilómetros de etapa. No estaba mal, pero eran los 33 kilómetros fáciles. Desde allí todo lo que nos esperaba era en subida. Nuestra siguiente parada era el pueblo de Cañaveral, a unos 11 kilómetros de distancia. Y de nuevo, teníamos dos alternativas: tomar la pista que, junto al club, surgía a la derecha de la carretera, y que sube por cerro Garrote, o bien seguir por la carretera y entrar en el pueblo por la misma. Y pese a que suelo ser un defensor de hacer uso de la pista, en este caso tenía dos poderosas razones para optar por la carretera. La primera es que, en realidad, el trazado más fiel es el de la carretera (sobre todo si tenemos en cuenta que el trazado de la vía de la Plata yace bajo las aguas del embalse). La segunda no era otra que el puente de Alconétar.
El puente de Alconétar es un puente romano del siglo II d.C., atribuido al emperador Trajano y a su genial arquitecto Apolodoro de Damasco, y que uno de los más antiguos puentes en arco segmentales del mundo. Tal es su importancia que sus restos fueron desmontados y trasladados a su actual ubicación cuando se construyó la presa de Alcántara, cuyo embalse acabaría inundando su ubicación original. Valía la pena recorrer algo más de tiempo por asfalto si con ello podíamos contemplarlo. Sobre todo si, para mi frustración, nos habíamos perdido la Torre Floripes.
Pasado el puente de Alconétar seguimos por la Nacional camino de Cañaveral. Al principio, sobre todo cuando seguíamos cerca de las colas del embalse, de manera suave, pero poco a poco en un ascenso más acusado, para acabar llegando al pueblo en franca subida. Poco antes de llegar al mismo nos encontramos, a nuestra derecha, el trazado de la vía de romana, que nos ofrecía una bonita vista de un puente, posiblemente medieval.
Hicimos una pequeña parada en el pueblo para abasternos de agua, y continuamos nuestro rodar. Salimos del pueblo con el siguiente objetivo en mente: el puerto de Los Castaños. Como el lector podrá imaginar, no iba a ser precisamente en bajada. Hicimos un pequeño alto en la ermita de San Cristóbal, justo al pie del puerto. Allí teníamos de nuevo dos alternativas de subida: lo indicado por el Camino, en pista por detrás de la ermita, o por carretera, a su derecha. Y de nuevo, en esta ocasión, lo hicimos por carretera, si bien a regañadientes por mi parte. Aunque esta decisión tuvo un buen final: en la cima del puerto encontramos un trozo rehabilitado de la calzada romana, junto con una reproducción de un miliario. Una bonita foto para culminar el puerto. Llevábamos ya 50 kilómetros de etapa.
Recorrimos los 3 kilómetros de asfalto que nos separaban de Grimaldo, para llegar al que habíamos planificado que fuera nuestro final de etapa a las 14:30h. Tras tanto asfalto, habíamos finalizado la etapa antes de lo previsto. Y dado que Grimalno no ofrecía nada de especial interés, y que la etapa siguiente iba a ser larga y dura, decidimos continuar hasta el siguiente pueblo, Riolobos. No sin antes, disfrutar de una más que razonable comida en el restaurante del pueblo.
Volvimos a ponernos en marcha AL filo de las 16:00h. Y esta vez, de nuevo, por senda. Al principio pista, pero que poco a poce se iba estrechando, a medida que nos internábamos, una vez más, en la dehesa extremeña.
A la salida de Grimaldo llegamos a las cercanías de la finca Larios. Este tramo presenta su polémica, ya que el propietario de la finca impide el paso de los peregrinos, de manera ilegal. Pero mientras la Junta resuelve sus contenciosos con el mismo, es necesario tomar un desvío que, a mano izquierda, lleva hacia Riolobos, mientras que la Vía, en realidad, esquiva esta población para digirse directamente a Galisteo. Para nosotros, sin embargo, tuvo la ventaja de poder hacer unos cuantos kilómetros más sin demasiado esfuerzo. El camino desde Grimaldo, es en descenso, a veces vertiginoso, a tramos técnico, y en todo momento muy divertido, aunque con alforjas es necesario tomárselo con calma.
El tramo final hasta Riolobos es por una buena pista, en fuerte descenso, hasta llegar al pueblo. Dimos por finalizada poco antes de las 17:30h, después de 65 kilómetros de etapa, cuando llegamos a la casa rural La Troje, donde hicimos noche, y que no puedo menos que recomendar encarecidamente, tanto por sus excelentes instalaciones como por el trato amable de sus propietarios.
Una vez llegados a Riolobos, y después de ducharnos y descansar un poco, invertimos la tarde en visitar el pueblo, pequeño pero agradable, y cenar a base de hamburguesas en un bar cercano a la casa rural. El día había sido largo, pero lo habíamos disfrutado con ganas. Y en nuestra siguiente etapa nos esperaba algo que, por sí solo, hacía que valiera la pena el viaje: el Arco de Cáparra.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: cañaveral, casar de cáceres, cáceres, embalse de alcántara, grimaldo, mtb, puente de alconétar, puente de los castaños, riolobos, torre floripes