Vista del Puente de Hierro de Córdoba a vista de dron. Grabación efectuada la tarde de Año Nuevo con un dron DJI Mini 3 Pro.
Música:
Emotional Piano Improvisation by Alexander Nakarada | https://www.serpentsoundstudios.com
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Etiquetas: córdoba, dji mini 3 pro, dron, puente de hierro
El domingo 16 de octubre salí por Córdoba con mi amigo Ángel en una etapa vespertina. No es habitual que salga por la tarde, y menos aún en Córdoba, pero en esta ocasión tenía una estupenda razón para ello: el día anterior se había celebrado la boda de mi prima Carmen con el que ya es su marido, Adriá, en Villaharta, y la fiesta se había extendido hasta tarde. Y como no era menos, lo había dado todo. Así que a la mañana del domingo no estaba en condiciones de hacer nada a derechas, las cosas como son. Además, Ángel me había comentado que le vendría mejor salir por la tarde, por lo que las piezas encajaron perfectamente.
Aproveché la última hora de la mañana para hacer algunos ajustes en la RockRider 6.4 de mi padre, que es la bici que estoy cogiendo en Córdoba cuando ando por allí. Estaba bastante bien desde la última salida, pero era necesario inflar neumáticos, quitar polvo (literalmente) y engrasar un poco la cadena. Así, cuando Ángel llegó a las 17:00h, estaba listo para empezar a rodar. No disponíamos de mucho tiempo hasta la puesta de sol, y de todas maneras, seguía hecho un guiñapo, así que optamos por un recorrido bastante convencional, pero que no deja de ser una gran salida: subida por Los Morales, y bajada por El Reventón. Convencional, sí, pero que para mí presentaba la novedad de saber cómo había quedado el sendero del Lobo (también conocido como Los Chorizos) y la bajada del Reventón tras la reciente mejora de los mismos para permitir el uso y disfrute de los mismos por las personas que suben a la Sierra.
Traté de empezar suave en la subida por la Cuesta Negra y las calles aledañas de Sansueña, camino de Los Morales. Pero entre la paliza del día anterior y el tiempo sin rodar en la zona, no acababa de encontrar mi ritmo. “Vas muy rápido”, me advertía Ángel. Y era cierto. Además, se me iba bajando el sillín, y fue necesario hacer una pequeña pausa para ajustarlo. Al poco, entramos en Los Morales, y aquello se me hizo un mundo. Como siempre, empieza con un arranque brutal, con tierra muy suelta, y tramos de mucha piedra. Tuve que echar pie a tierra pronto. Estaba sudando como un cerdo, y pasando las de Caín. Ángel buscaba darme un buen ritmo, pero la cosa iba de desastres. Aún así, estaba valiendo la pena. Y fue entonces cuando se puso a llover.
No nos engañemos, fueron apenas unas gotas, pero no dejó de hacerme gracia. Seguimos trepando por Los Morales. El tramo peor fue el de la piedra, pasado el cual ya no necesité echar pie a tierra en ningún sitio más, salvo una breve parada de descanso al final de la cuesta en la que ya se ven las antenas. Desde allí seguimos ascendiendo a un ritmo razonable, y tras un rato de sufrimiento, acabamos llegando al Lagar. Sin parar, resolvimos seguir hacia las Ermitas, tomando el sendero del Lobo. La primera parte está prácticamente igual, pero pasado el tramo de bosquecillo cerrado, el sendero está perfectamente acondicionado. Una gran diferencia con respecto al sendero hundido en el terreno, que apenas permitía rodar a fila de uno, que tenía en mi memoria. Como le decía a Ángel, una ganancia para los visitantes de la Sierra en general, una pérdida para los que nos gustan los senderos técnicos para bici.
Tras un descenso vertiginoso, llegamos al cruce de las Ermitas. Allí le pedí a Ángel subir hasta las Ermitas, donde estuvimos haciendo algunas tomas de vídeo, y luego emprendimos el descenso por El Reventón. Ahí se podía ver de nuevo el trabajo de mejora del camino.
Zahorra y tierra compactada, que han dejado el camino perfectamente liso. Ha pasado a ser una autopista. Una ganancia para todos, una pérdida para nosotros. Aunque ahora los descensos son vertiginosos sin destrozar cámaras en la bajada. De nuevo en la bajada hicimos otra toma de vídeo, y seguimos el descenso. Al llegar al Patriarca, dejamos atrás el asfalto, y bajamos cruzando el parque. Ahora se encuentra bien señalizado, y es un gusto seguir las marcas.
Me separé de Ángel en la parte baja del Patriarca. Él debía volver a casa por el Canal, y yo atravesando el Tablero. Fue un gustazo compartir con él esta etapa. Vaya desde aquí mi homenaje. Y ya cada uno por su lado, me encaminé a casa. No pude menos que detenerme justo a una pintada que lleva años emocionándome, y es la pintada de Alita, Ángel de Combate, que se encuentra ya cerca de mi casa. Aparte de por la factura técnica, que es muy buena, es por el hecho de que haya sobrevivido durante al menos dos décadas sin daños desde que fue realizada. Mi homenaje al artista.
Llegué a casa a las 19:05h, tras 20 kilómetros de etapa, corta, dura, y enormemente divertida. No había podido dejar de salir ese día por que no sabía cuánto tiempo tardaría en volver a andar por Córdoba. Y algo me decía que habría de pasar un tiempo. En efecto, apenas 24 horas después, andaba cruzando España, ya que el lunes llamaron a Ana para incorporarse a un puesto de profesora interina en Pazos de Borbén, Pontevedra, hasta final de curso. That’s life!
Datos de la etapa:
Etiquetas: córdoba, lagar de la cruz, las ermitas, los morales, mtb, reventón
El pasado Viernes Santo de 2022 realicé con mi amigo Mané una etapa por la Sierra de Córdoba, después de casi un año -por mi parte- sin salir por Córdoba, y no sé ya ni cuánto tiempo sin salir a rodar con Mané. Fue una muy buena etapa, que disfruté como un enano. Empezamos a rodar casi al filo de las 10:00h. Y es que había llegado a Córdoba con Ana a eso de las 9:30h desde Sevilla, y tuve que preparar a todo correr la bici y los arreos ciclistas. En lo referente a la bici, utilicé la doble del Decathlon de mi padre, que ya tengo bastante adaptada a mis gustos.
Salimos de la Asomadilla, atravesando el parque y cruzando por la pasarela metálica hasta Mirabueno. Desde allí tomamos el viejo recorrido del ferrocarril de Almorchón hasta llegar a las cercanías del Castillo del Maimón. Llegado a ese punto, nos desviamos para bajar hasta el cauce del arroyo Pedroches, junto al puente de Hierro. Seguimos ascendiendo el arroyo por la trialera, pasando junto al cortijo y la fuente de la Trinidad. Desembocamos, tras un rato de pedaleo y palique, a la pista de la cantera de Santo Domingo, donde hicimos una breve parada.
Reanudada la marcha, subimos por la pista hasta llegar a la N-432, y nos metimos por la urbanización de Doña Manuela, buscando el trazado del Camino Mozárabe. Llegamos a él, y descendimos alegremente por el mismo hasta llegar a las cercanías de la Ermita de la Virgen de Linares. Desde allí, el plan era ascender por la vereda, para acabar saliendo al cruce con la vereda de la Alcaidía. Y así lo hicimos. Lo interesante es que, según me comentó Mané, siempre habíamos ido por la senda incorrecta. En efecto, siempre había creído que la vereda de Linares desembocaba frente a la ermita, pasando por una pequeña cancela de hierro. Error. Al parecer ese es un camino privado, casi paralelo a la vereda, tomándose ésta un poco más arriba, siguiendo durante unos 250 metros la cañada Soriana desde la curva de la carretera, para después desviarse a mano derecha.
Tomamos este recorrido, y no puedo menos que decir que fue un gran acierto. Este camino se encuentra más despejado que el anterior, siendo mucho mas sencillo recorrerlo, pese a que sigue siendo algo estrecho y rodeado de vegetación. Lo que, por otro lado, es una gran alegría. Ascendimos durante unos 600 metros, hasta salir de la zona boscosa y encontrarnos en lo alto del cerro de San Fernando, donde nos volvimos a encontrar con el camino que conocía. Allí, una vez llegado a una de las tomas de ventilación del gasoducto, hicimos una nueva parada, que aprovechamos para comer algo, y poner a grabar el dron, en una prueba de grabación del modo follow me. El resultado fue estupendo.
Paramos a la bajada del cerro para recoger el dron, y seguimos rondando por la vereda. Según lo previsto, llegamos hasta el cruce con la vereda de la Alcaidía. Desde allí decidimos el resto de la etapa: era ya algo tarde para subir la Alcaidía, pero pronto para volver a Córdoba. Así que decidimos continuar por la Vereda de la Casilla de los Locos, hasta llegar a la urbanización El Sol. Tenía granas de hacer el descenso por las pizarras, y sobre todo, cruzar el Arroyo Guadalbarbo. Una bajada muy divertida, y -efectivamente- pude cruzar el arroyo sin contratiempos. Mané optó por cruzarlo a pie por la derecha.
Ya en El Sol, bajamos por carretera hasta el puente romano sobre el Guadalbarbo, que cruzamos con idea de emprender el regreso a Córdoba. Lo hicimos por la pista de mantenimiento del Canal, siguiéndolo hasta la altura del cortijo de la Campiñuela Alta. Allí descartamos seguir por el Canal, que se encuentra vallado, y tomamos la vereda de Alcolea hasta llegar a la Campiñuela Baja. Seguimos por carretera hasta el Molino de los Ciegos, y desde allí seguimos por el sendero ciclista que han abierto junto a la circunvalación, hasta llegar a la Asomadilla, que ascendimos desde el campo de fútbol. El recorrido se nos hizo algo largo al final, llegando de vuelta a las 12:55h. Una estupenda etapa junto a un gran amigo con el que hacía tiempo que no rodaba.
Datos de la etapa:
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Fue el primer coche que compramos. Para ser exactos, que compró Ana, pero ya llevábamos un tiempo viviendo juntos. Y ya habíamos tenido mi añorado Alfa Romeo 33, pero éste último era heredado, lo cual supone una diferencia. Lo compramos con 33.000 kilómetros y 3 años. Durante este tiempo nos ha acompañado en nuestros periplos. Innumerables viajes a Galicia, Córdoba y Manilva, entre los más comunes. Incluyendo un inolvidable Camino de Santiago, en el que hicimos el trayecto de Sevilla a Santiago 4 personas y 3 bicicletas. Rodando Pablo, mi padre y yo desde Zamora, y Ana haciendo de coche escoba.
También a otros sitios menos comunes, como Tarifa. Pero sobre todo, nos acompañó en nuestro viaje más memorable, nuestro periplo irlandés. De Santiponce a Dublín, pasando por San Sebastián, Burdeos y Roscoff. Francia de punta a punta. Es cierto que sólo estuvo en Irlanda durante algunos meses, hasta que desde Aduanas nos indicaron que no podíamos tener el coche más tiempo allí con matrícula española, y nos resultaba más económico comprar otro coche allí que rematricularlo y registrarlo, pero incluso en ese corto espacio de tiempo, nos dio tiempo a realizar grandes travesías. Como el viaje a Sligo, al que corresponde la foto de este artículo, y nuestro punto más septentrional en la República: Mullaghmore, en el condado de Sligo.
Volvió el coche a España, y algún tiempo después volvimos nosotros. Y nos siguió acompañando. De nuevo Córdoba, Galicia, Málaga y media España a bordo de un Peugeot 206. Y así, pasó de los 33.000 kilómetros a los más de 212.000. Forcarey ha sido su hogar este último año. Pero poco a poco los achaques se han ido dejando notar. Primero falló el aire acondicionado, posteriormente problemas en bujías, inyectores, reajustes de válvulas, fallo de los pistones de la puerta del maletero. El motor era fuerte, pero poco a poco lo iba siendo menos. Hace un par de semanas, durante un trayecto al trabajo de Ana, llegó la puntilla. Una alarma de exceso de temperatura, al ir a comprobar el vaso de expansión del refrigerante, nos encontramos batido de vainilla: una mezcla de refrigerante y aceite de motor. Síntoma claro de fallo en la junta de la culata. Se puede reparar, pero no vale la pena, teniendo en cuenta el resto de achaques.
Toca despedirse de ti, y recordar los buenos tiempos vividos. Tanto viaje, tantos kilómetros y tantas historias. Como el viaje a Madrid a ver el concierto de Green Day, en el que hicimos paradas en Mérida, Cáceres y el Castillo del Buen Amor, en Salamanca. Toca decirte adiós, y dejarte descansar. Tu destino es el desguace, recuperar partes funcionales, y reciclar el resto. Desaparecerás de nuestras vidas, pero siempre estarás en nuestros recuerdos. Recuerdos que van desde Tarifa hasta Sligo. Un tremendo recorrido para un pequeño Peugeot 206.
Esta mañana te han venido a buscar. Cuando te han cargado en la grúa, no he podido evitar que se me encogiera un poco el corazón.
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El domingo 6 de junio volví a realizar -y ya ha pasado bastante tiempo desde la última vez- una etapa ciclista por la ciudad de Córdoba y sus cercanías. Una etapa especial porque, igualmente después de mucho tiempo, conseguimos salir un grupito considerable de gente, 6 personas: mi padre y dos de sus colegas de pedaleo (los dos llamados Rafael), Antonio y su hijo Gabriel, una fiera de 12 años que el día menos pensado nos dejará a todos tirados en la cuneta. Pero no adelantemos acontecimientos.
La tarde anterior había estado acondicionando la bici que iba a llevar: la doble Rockrider 6.4 que le regalamos mi hermana y yo a mi padre hace ya unos cuantos años. Para esta ocasión le reemplacé su vieja horquilla, que ya se encontraba en estado algo precario, por la Rock Shox Tora que tenía en la Giant que me compré hace unos meses, y a la que le puse una Recon a principios de año. La idea era también reemplazar el amortiguador trasero con el de la Giant, pero era algo más corto que el que monta (procedente a su vez de a Ghost que me robaron), así que opté por dejar este último. El resultado, sumamente bueno.
Como a priori el día prometía ser caluroso, habíamos quedado temprano, a las 8:15h en la antigua prisión de Fátima para empezar a dar pedales. Sin embargo, toda la tarde del sábado y la madrugada del domingo no había parado de llover en Córdoba, y el día se encontraba mucho más fresco de lo previsto. Aun así, mantuvimos el plan previsto, pese a que ya por la mañana se intuía que podíamos tener un tiempo algo diferente del previsto. Todo el mundo fue puntual, así que empezamos la etapa sin contratiempos, saliendo de Córdoba por la vereda de La Alcaidía, pasando junto a la antigua Cerca de Lagartijo y La Campiñuela Baja. Y no tardamos mucho rato antes de vernos metidos en la niebla. En efecto, el día era distinto a lo previsto. No tardamos en llegar al Canal, y allí aplicamos una variación sobre el plan previsto, que consistía en subir a La Alcaidía, desde allí tomar Las Pedrocheñas, y volver por La Tierna primero, y por la Casilla de Los Locos, después. El caso es que el tramo de La Alcaidía entre el Canal y su cruce con la Vereda de Alcolea está siendo adecentado, y los colegas de mi padre temían que con las lluvias precedentes estuviera completamente embarrado. Así que optamos por tomar el canal, y seguirlo hasta la urbanización El Sol.
Se notaba que la noche había sido lluviosa: el terreno estaba compactado, la niebla seguía marcando su ley, los cañaverales se encontraban caídos por el peso del agua, el canal lleno de barro arrastrado desde los campos, y había árboles partidos y ramas por doquier. Pero se rodaba bien, fresco y sin polvo. Una vez llegamos a El Sol, empezó la parte divertida. Subimos por carretera para entrar en la urbanización de Los Encinares, donde nos esperaban unas rampas del 15%. Una estupenda manera de entrar en calor. Y desde allí, la entrada a La Tierna, con una subida por piedra suelta que no dejaba lugar a dudas: iba a ser duro. Al menos habíamos salido de la niebla, y veíamos el sol.
En mi caso, era la primera vez que subía la Tierna. De hecho, no conocía ni el nombre, tan sólo había bajado una vez por ahí, proviniendo de Las Pedrocheñas. Y recordaba la bajada como rapidísima. Lo que quería decir que la subida tenía su miga. Y vaya si la tenía. Una subida más dura al principio, sostenida, por buena pista, pero con algo de piedra suelta. Y más con la que había caído la noche anterior. Pero una vez superada la primera pared, el resto se trataba de ir subiendo a ritmo. Y subimos, vaya que si subimos. Y a un ritmo bastante parejo el de todos, pese a la diferencia de perfiles. Me levanto no sólo el sombrero, sino el cráneo.
La pena fue que más arriba la vereda se encuentra bloqueada por una cerca. La gente ha hecho camino junto a la misma para poder enlazar con Las Pedrocheñas, pero en nuestro caso, al desconocer cómo estaría la bajada de La Alcaidía, optamos por volvernos. Hicimos una bajada rapidísima (al menaos Antonio, su hijo y yo) hasta el comienzo de La Tierna. Mi padre y los Rafaeles optaron por tomárselo con más calma, pero en mi caso no iba de desperdiciar un rato de diversión como ese. Y más estando la tierra compacta.
Una vez reagrupados, tomamos la carretera y bajamos a Alcolea, donde tomamos unos cafés y tostadas. Y decidimos el plan para volver, y en mi caso había algo que tenía bien claro: no iba a dejar pasar la oportunidad de tomar tantas veredas como pudiera. Pero mi padre y los Rafaeles no tenían ganas de ir por Los Locos, así que dividimos el grupo en dos. Ellos volverían por el Canal, y Antonio y Gabriel se apuntaron a la diversión. Contoninuamos juntos hasta llegar al puente romano sobre el arroyo Guadalbarbo. En nuestro caso, cruzamos el puente (tercera vez en el día) y subimos de nuevo a Los Encinares, para allí enlazar con la Vereda de la Casilla de Los Locos. Para ello, cómo no, vadeando el Guadalbarbo. Se encontraba bajito, así que no supuso mayor problema, pero sí proporcionó bastante diversión. Subimos por las pizarras hasta llegar a la incorporación desde el Psiquiátrico, y pasamos por el Cortijo de Román Pérez Bajo. No tardamos en llegar al cruce de Veredas (Alcaidía, Casilla y Linares), y tomamos la de la Alcaidía en dirección a Córdoba. Finalmente ese tramo no se encontraba tan mal. Apenas tenía algunos charcos grandes de barro, en los que había que tener algo de cuidado, pero no era nada comprometido. Pasada esta parte, cruzamos el puente romano del Arroyo de Rabanales, y el canal, para seguir hacia Córdoba, sin grandes percances.
Me separé de Antonio y Gabriel en Fátima, y volví a casa, donde esperaba que mi padre hubiera llegado ya. Sin embargo, llegó algo más tarde, ya que uno de los Rafaeles había tenido un pinchazo lento, que les obligó a detenerse un par de veces para inflar la rueda. En mi caso, había llegado a casa algo justito en lo que se refiere a calzado. De hecho, mis zapatillas lo dieron todo en esta etapa. Y no es una metáfora:
Una etapa estupenda, con mejor compañía, que espero repetir en breve.
Datos de la etapa
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