Acabo de terminar de abrir una puerta en la buhardilla de la casa. Ha sido una ardua tarea que empezó a principios de semana. Radial y martillo en mano, monté un pifostio infernal al marcar la zona de derribo. Las tareas pronto se vieron interrumpidas porque partí el mango del martillo con los golpes, y no se reanudaron hasta que me hice con un cortafríos y una machota (no, no es esa clase de machota, sino esta).
Tenía desde hace tiempo ganas de abrir la buhardilla, pero hasta esta semana no se ha convertido en una necesidad perentoria: tienen que venir a arreglarnos a los vecinos algunas humedades que han salido con las últimas lluvias, y quería comprobar el estado de la cubierta para ver cuánto nos tienen que arreglar. Lo bueno es que puedo utilizarla de trastero, mientras pensamos qué hacemos con ella. Y ya de paso, ha constituido una solución antiestrés altamente gratificante.
¿Que qué tamaño tiene? Unos 22 m^2 de superficie, con una altura bastante buena en la mayoría de ellos: la altura mínima que tiene es de 1’40 m. Un espacio bastante aprovechable, sin duda.
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