El sábado 26 de noviembre realicé una etapa ciclista por las cercanías de Forcarey. El día se presentaba estupendo, y era una razón tan buena como otra cualquiera para aprovechar la mañana. Sobre todo, porque iba a ser el único día bueno en prácticamente toda la semana. Lo cual era una razón excelente. Empecé la etapa clavadas las 9:00h, y la idea era realizar algo sencillo, pero entretenido. La principal motivación era hacer la bajada trialera de las Rabadeiras que la semana anterior no había llegado a hacer debido a la lluvia, y que me había dejado con las ganas. Así que salí de Forcarey por la carretera de la Chamosa, y subí por la misma hasta llegar a las Casetas. Allí seguí por carretera hasta las Rabadeiras. No tardé demasiado en llegar a la aldea, y casi lo primero que me encontré fue a una familia haciendo la matanza del cerdo. No sería la única a lo largo del día.
Salí de las Rabadeiras en dirección sur, por la inconfundible trialera que baja hasta el cruce con Córneas, y estaba estupenda para rodar. Algo de piedra al principio, pero genial en la parte media, y con algo de barro en la parte final. Sobre todo en el cruce con el viejo camino que va de Forcarey a Dos Iglesias. Allí había mucho barro, y de uno de los peores tipos: del que evacua de una vaquería. En fin, tremendo. Desde el cruce empecé a subir durante algo más de dos kilómetros. Por tierra primero, hasta llegar a Córneas, luego un rato por asfalto, según se atraviesa la aldea, y luego de vuelta a la tierra. Es una subida dura, sostenida, con rampas de hasta el 15%, pero tremendamente interesante. Se acaba saliendo a la carretera que va a Silleda, a la altura de un enorme y solitario aerogenerador.
Desde allí continué por carretera hasta el desvío del monasterio de Aciveiro. Seguí por carretera, pasando por las cercanías de San Bartolomé de Pereira, y Andón. En ambos sitios no dejaban de oírse siniestros chillidos de cerdos en el matadero, que perturbaban un día por lo demás estupendo. En Andón me detuve un rato junto al Puente Viejo, y estuve tomando algunas tomas con el dron.
De nuevo en el camino, resolví volver a Forcarey por el PR-G 113, el sendero de los Puentes del Lérez. Ya había bajado por allí hacía un par de años, y me había gustado bastante, aunque tenía tramos bastante complicados. No recordaba por qué no había vuelto a bajar, cuando me había dejado buen regusto. Pronto recordaría por qué. Desde el Puente Viejo seguí las marcas blancas y amarillas. Crucé la carretera y me encaminé hacia Andón por campo. No tardé en volver a la carretera, para desde allí volver a tomar un camino hacia Andón. Bueno, más que camino, era un puro arroyo, con hasta 10 centímetros de agua en algunos puntos. Imposible rodar cuando el camino se ponía cuesta arriba, y echar el pie a tierra significaba acabar con las botas llenas de agua. Empezaba a recordar por qué no había vuelto a tomarlo.
Superado el tramo de agua, giré a la derecha, siempre siguiendo las marcas. Ese tramo estaba mucho mejor, y dejaba rodar muy alegremente. Primero hasta acercarse a la carretera PO-534, y luego, por campo, en bajada hacia el Lérez. El primer tercio es estupendo, un descenso por un buen camino, pasando por tramos de bosque, recorrido técnico y agua, mucha agua. Divertido. Lo malo empieza en el segundo tercio. El camino pasa a convertirse en un cortafuegos. Cortafuegos que se notaba que había sido limpiado hacía poco. Abundante tierra suelta y piedra machacada. Seguí con la bajada, y fue entonces cuando oí el silbido. Eso sí que me refrescó la memoria. Pinchazo, y donde había pinchado ya dos años antes. En el cortafuegos. Reparé un primer pinchazo, pero al poco de emprender la marcha noté que seguía saliendo aire. Hice lo que pude hasta llegar al tercer tramo de la bajada. Final del cortafuegos, y el camino reaparece, convertido en un sensacional camino de piedra junto a una cerca, también de piedra.
Ya era peligroso bajar por ahí, con pendientes del 22%, pero la combinación de la pendiente, la piedra y la verdina lo convertían en tóxico para la bici. Aunque de una belleza sin igual. No tardé en llegar al paso sobre la cascada, en donde no me quedó más remedio que parar otra vez. La rueda no daba para más. Reparé el segundo pinchazo, pero no había manera de meter presión. Había más pinchazos, y me estaba quedando sin parches. Además, el lugar no era el mejor para repararlos, ya que con el ruido de la cascada costaba horrores oír el silbido del aire al salir.
Inflé la rueda lo que pude, y seguí bajando. A partir del paso de piedra sobre la cascada el camino modera el desnivel, y pasa a ser de tierra, sin base de piedra. Pude rodar casi todo el rato, hasta que la rueda no dio más de sí, y llegué a las cercanías del Lérez, donde había menos ruido de agua (irónicamente) que en la cascada. Tercera reparación, y tercera infructuosa. Estaba decidido a no desperdiciar más parches, ya que estaba a menos de 4 kilómetros de Forcarey. Inflé la rueda lo suficiente para no dañar la llanta, y seguí rodando hasta el puente da Carballa sobre el Lérez. Crucé el mismo, y tomé el camino que asciende hasta Quintelas. Entre el barro, el agua que bajaba por el camino y la rueda trasera, hice todo el camino andando, de nuevo con las botas llenas de agua.
Atravesé Quintelas andando, y al salir a la carretera que da a Dos Iglesias, volví a meter algo de aire, y como era casi todo bajada, volví a rodar un poco, volcándome sobre el manillar para meter el menos peso posible en la rueda trasera. Al final, aguantó más de lo que esperaba, ya que pude seguir hasta el desvío para Focarey. La subida ya no me quedó otra que hacerla andando. Y una vez arriba, volví a meter más aire, para acabar bajando a casa, a donde llegué a las 12:10h. Pese al mal sabor de boca del final de etapa, había valido la pena. Y eso que, hasta que no llegué a casa, no fui realmente consciente de cuánto barro había de verdad chupado en todo el día.
Datos de la etapa
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El domingo 30 de mayo realicé la segunda etapa de una sesión doble de bici que me marqué ese fin de semana. O al menos, eso era lo que pretendía con esta etapa, que acabó siendo en una parte considerable del recorrido una nueva demostración de cómo arrastrar la bici entre la maleza de los montes de Galicia. En este caso, en plena sierra de Candán.
Salí del Monasterio de Aciveiro al poco de pasar las 9 de la mañana, con abundante niebla y un frío más propio de otros meses del año que del penúltimo día de mayo, Seguí las indicaciones del PR-G-100, que es el sendero circular de la Sierra de Candán, pero realizando el recorrido en sentido contrario al previsto. Esto traería posteriormente algunos dolores de cabeza, pues en algunos tramos del recorrido la señalización está pensada para ser leída sólo en un sentido, lo que hace que te puedas llegar -como fue mi caso- a despistar.
Tras dejar atrás el monasterio se ha de seguir la carretera, con marcas blancas y amarillas a mano izquierda, hasta pasar por debajo del nuevo puente de la carrerera de Lalín. No se tarda en salir a un pequeño prado, en el que encontramos a nuestra derecha el río Lérez, apenas un regato a estas alturas.
La primera indicación de que éste no es un camino pensado para bici es que no tardamos en tener que descender por unas escaleras de piedra, y tomar una senda llena de vegetación, que conducía a algunos molinos harineros del monasterio, y que a día de hoy están abandonados y perdidos en la vegetación. Pese a todo, la senda es clara y se puede seguir sin dificultad, pese a los riesgos de acabar con tus huesos en el Lérez.
El primer punto de dificultad está precisamente en algo que parece obvio: un vado del Lérez. El instinto nos lleva a cruzarlo, lo que constituye un error: el camino acaba llevando a un prado donde desaparece, y llegamos a un meandro del río lleno de maleza que nos impide continuar. Me tocó dar la vuelta buscando las marcas blancas y amarillas, que volví a encontrar en el punto menos obvio: justo antes del vado, llevándonos por un estrecho sendero por la margen izquierda.
Pasado este punto, el río empieza a tener desnivel y ganar en velocidad, lo que proporciona unos interesantes rápidos, por un lado, y un lugar estupendo para emplazar un molino.
Pasado el molino, las aguas vuelven a calmarse un poco, y nos encontramos con un nuevo vado, y un antiquísimo puente medieval.
Hay una pista al otro lado del vado, que volveremos a encontrar más adelante. Pero de nuevo, en contra de lo obvio, tenemos que girar abruptamente a mano izquierda, y tomar esa misma pista, pero alejándonos del río, para entrar en la población de Andón.
Desde Andón se vuelve a bajar al río, para dar con su famoso Puente, y un área recreativa.
En este punto se bifurcan las señales de PR, separándose el PR-G-113 (Puentes del Lérez) y el PR-G-100 (Sierra de Candán), siguiendo en mi caso por este último. Se ha de cruzar el puente y seguir de frente por una pista empedrada. Y aquí pasó algo curioso: el camino se encontraba cortado por un cordel de color naranja, tendido de punta a punta del camino. Tengo visto estas cosas en Galicia para delimitar la entrada a fincas particulares, pero el camino se trataba claramente de dominio público, por lo que salté el cordel y seguí mi camino. Esto mismo volvió a acontecer un poco más arriba, lo que hizo que tuviera que zigazaguear un poco, hasta llevar a la pista que, en continuo ascenso, me tenía que llevar hacia Taboadelo, y que en uno de sus ramales comunicaba con el viejo puente medieval comentado más arriba.
Llegado a este punto el paisaje sufrió un acusado cambio: se acabó el bosque de ribera, y me topé con paisaje de montaña y arbustos. No es que fuera un mal cambio. Al menos podía rodar cómodamente, y el día se había despejado, pero no dejaba de llamar la atención cómo podía variar tanto la vegetación en tan poco espacio. Aquí volví a tener problemas con la señalización, lo que hizo que me equivocara un par de veces antes de dar con la senda buena, que por encontrarse poco transitada, estaba bastante más cerrada de arbustos que otros caminos que se internaban en fincas privadas.
Aun así, pude seguir el camino sin mayores inconvenientes, salvo un par de despistes por zonas cerradas de vegetación y carreteras secundarias, pero en los que no tardaba mucho tiempo en recobrar el camino correcto. Y así, acabé llegando a Lamasgalán de Abajo. Y allí empezó la locura.
El PR-G-100 discurre -en teoría- por un camino entre Lamasgalán de Abajo y de Arriba, pero el camino era más bien una vía fluvial, barrizal en la mayor parte de sus puntos. Barrizal que se abría a caminos privados por fincas que al poco había que abandonar. Finalmente pude localizar el camino correcto, para verme de nuevo metido en la tríada galaica (recordemos, zarzas, tojos y ortigas), a unos 300 metros de Lamasgalán. Como ya me conocía la película, y todo tenía visos de empeorar, opté por volver sobre mis pasos, y en Lamásgalán de Abajo tomar una carretera que al principio me había parecido enormemente tentadora. Tan tentadora, que en vez de ir a Lamásgalán de arriba, opté por salir a la carretera de Lalín, para coronar el Alto de Candán por carretera.
…y desde allí, esquivando Lamasgalán, subir a la cota máxima de la etapa, el puesto de observación de Penadoiro, a 902 msnm. Con unas vistas estupendas, todo hay que decirlo, del valle del Deza, del Lérez, y de las Sierras de Cando y Candán.
Tras un breve descanso, bajé del puesto de observación, y crucé la carretera para seguir por el PR-G-100, entrando en el parque eólico. Desde allí tenía previsto seguir las marcas del PR-G, pero pronto pude ver que abandonaban entre abundante maleza la pista del parque. En mi caso, ya había tenido bastante sufrimiento en lo que llevábamos de día, por lo que volví sobre mis pasos, con idea de descender al monasterio por carretera. Pero me topé con una pista a mano izquierda que permitía bajar a La Rochela, esquivando la subida al monte, y la verdad es que me entraron ganas de realizar el último tramo del PR-G, de nuevo junto al Lérez, hasta el monasterio. Grave error.
Como decía, tomé la pista hasta salir a una carreterita, que recorrí en descenso hasta dar de nuevo con las marcas del PR-G a la entrada de La Rochela. Allí giré a la derecha, para descender hacia el cauce del Lérez, en lo que parecía al inicio un estupendo camino. Y lo era, pero fue llegar al río y dejar de serlo. De nuevo una senda estrecha, llena de maleza, desniveles, y absolutamente imposible para la bici. Eso sí, con sus marcas blancas y amarillas, y su paisano sentado en una piedra haciendo sudokus. Ver para creer.
Con todo, no fue eso lo peor. Donde el paisano me despisté de las marcas, y me encontré pronto con avisos del GPS de que me había desviado de mi ruta, que se alejaba del río y subía por la ladera del monte. Atravesé maleza para dar con el camino, que era claro entre cercas de piedra. Pero que se encontraba comido de tojos. Siempre tojos. Pero -al menos esta vez- sólo tojos. La subida fue penosa, y me dejó de nuevo con las espinillas en carne viva.
Al menos, una vez coronado el cerro, el camino se volvía más claro, y permitía rodar, en vez de tener que tirar de la bici. Pude hacer un descenso entre tojos hasta llegar a un camino un poco más abierto, que no tardó en llevarme a la pista que une O Forno con La Rochela.
Contra todos mis instintos, crucé el camino, para seguir por pista en dirección a Vilaverde, mi última escala antes de volver al monasterio. Y por una vez, no me equivoqué. Era una pista bastante decente, que permitía cruzar un pequeño arroyo sin dificultades, antes de entrar en Vilaverde. Y desde allí, volver por carretera al Monasterio fue coser y cantar. Lo que no venía mal, después de tantos quebraderos de cabeza a lo largo de toda la etapa.
Datos de la etapa
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El sábado 12 de diciembre hice mi tercera salida por las cercanías de Forcarey. El objetivo de la etapa fue visitar otro de los puntos señalados que tengo en mi agenda sobre Forcarey, que no es otro que su observatorio astronómico. Y ya de paso, la idea era recorrer otro tramo del PR-G 113, de los Puentes del Lérez.
Empecé la etapa temprano, sobre las 8:45. Una mañana fría, que rondaba los 8ºC. Salí de Forcarey por el camino de la Chamosa, que lleva -además de esta aldea- a Las Casetas, y de ahí al observatorio. Un breve paseo por una carretera local con un excelente asfalto. Y la primera sorpresa de la jornada, a mano izquierda, es la cascada de Chamosa, que destaca en el paisaje como una herida abierta en la montaña.
(Fotografía cortesía del Ayto. de Forcarey)
En cuanto al camino en sí, no tiene complicación alguna. Todo el rato en suave ascenso hasta llegar a Las Casetas, y poco después de abandonarla, se llega al observatorio, en un promontorio que queda a la derecha de la carretera.
El observatorio es pequeño, funcional… y está cerrado. Durante unos años estuvo abierto para el público en general, pero los recortes por la crisis pasada motivaron su cierre salvo días concretos al año, lo que es una verdadera pena. De nuevo en el camino, volví hacia Las Casetas para desde allí tomar la carretera de O Cruceiro, que no tardaría en abandonar, a mano derecha, por una pista asfaltada que desemboca en la PO-2205, y que lleva hasta el Monasterio de Acibeiro. Por mi parte, dejé la carretera a la altura de San Bartolomé, para desde allí llegar a Andón, y recuperar el recorrido del PR-G 113. Y nada más tomar el camino, llegué al Puente Viejo de Andón.
De vuelta al camino, se vuelve a cruzar la carretera, y se sigue una pista que va serpenteando en torno a la carretera hasta llegar a Andón. En esta época del año hubiera sido mejor ir por la carretera, ya que el camino, más que un camino, era un arroyo. Y no lo digo por decir:
Una vez superado el arroyo, el PR-G 113 se convierte en una buena pista, con algo de sube y baja y que está excavada casi en roca viva, pero que permite seguirla muy bien. Agradable y ancha. Y tras un poco de llaneo, se llega a una bifurcación: hacia la izquierda se va al monasterio, y a la derecha se baja siguiendo el cauca del Lérez camino de Forcarey. Y ese era mi recorrido.
La bajada empieza por pista ancha, nada complicada, y con unas tremendas vistas del valle frente a ti, pero poco a poco se va estrechando, complicándose, y haciéndose interesante. Hasta que pasa a ser demasiado interesante.
Una bajada casi a pico, con rampas del 45% (aunque debe de ser un error del GPS), por un camino de lajas de piedra cubiertas de musgo, y resbaladizas como la madre que las parió. Habrá quien baje por ahí montado en la bici, pero no es mi caso. Superado semejante trance, se llega a un puente sobre un torrente, que bien vale una parada:
Y el caso es que, poco después, me tuve que volver a parar. Un pinchazo que venía arrastrando desde que pasé por una zona de tojos que no presagiaba nada bueno.
Tras una reparación rápida, y de nuevo por un sendero bastante empinado y estrecho, se acaba volviendo al cauce del Lérez, en las cercanías de Quintelas. Allí, tras cruzar el puente sobre el río, el PR-G 113 continúa pegado al cauce. Pero dado el día, la cantidad de agua y barro que no dejaba de encontrar, opté por abandonar el PR-G 113 y volver a Forcarey por carretera. Subí por una corredoira hasta Quintelas, y desde allí enlacé con la cercana Dúas Igrexas.
Y desde allí a Focarey apenas hay un corto paseo. Una etapa bien aprovechada.
Datos de la etapa
Distancia: 21’134km km
Distancia (según el GPS): 21’13 km
Altitud ascendida: 460 m
Tiempo de etapa: 1:43:20
Tiempo desde el inicio de la etapa: 2:18:10
Calorías consumidas: 861 kcal
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