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06 sep 09 Camino Primitivo: Prólogo

Esta entrada es la parte 1 de 6 de la serie Camino de Santiago 2009

Este año -y ya van cinco- he vuelto a realizar uno de los Caminos de Santiago, o, como mis compañeros de trabajo lo llaman jocosamente, “el Camino de Javi Hidalgo”. Este año la variante escogida fue el Camino Primitivo, o del Interior. Este camino enlaza Oviendo con la tumba de Santiago, y fue el escogido por el rey Alfonso II el Casto para rendir culto a los restos del Apóstol. Alfonso II fue el fundador de la primera basílica que acogió los restos de Santiago, y el organizador del culto apostólico.

Este camino, sin embargo, hunde sus raíces en la más remota antigüedad. Gran parte de su recorrido -en especial el tramo que nos ocupa- coincide con el trazado de la vía romana que comunicaba Lucus Augusta con Iria Flavia, y que formaba parte de la red viaria trazada por los romanos en la provincia de la Gallaecia (para más información, recomiendo acudir a Celtiberia.net), si bien es más que probable que estas vías se asienten sobre caminos mucho más antiguos aún:

Vías Romana de Gallaecia (Cortesía de Celtiberia.net)

Vías Romana de Gallaecia (Cortesía de Celtiberia.net)

Abundantes a lo largo de nuestro caminar fueron los vestigios de esta vía romana, aunque sin duda el más destacado (excepción hecha de los diversos puentes y de la muralla romana de Lugo) fue la reproducción del miliario erigido en época de Calígula existente en San Román de Retorta:

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En cuanto al camino en sí, es un acertado compendio del agro gallego: preciosos bosques, gran cantidad de agua en sus más diversas presentaciones (arroyos, riachuelos, ríos, fuentes, charcas, llovizna…), bonitos prados, subidas, bajadas y muchas, muchas vacas. También presenta una interesante dualidad, causada por el conjunción del Camino Primitivo con el Camino Francés: las dos primeras etapas fueron tranquilas, relajadas y agrestes, mientras que las siguientes estuvieron marcadas por la masificación del Camino Francés. Pero eso quedará para posteriores entradas.

En cuanto a nuestro viaje, apenas con dos semanas de antelación no creí que pudiéramos realizarlo. Exigencias laborales no me habían permitido disponer de las dos semanas de vacaciones que deseaba para el mes de julio, y nos encontrábamos ya a punto de entrar en agosto, fecha en la que no deseaba realizar el viaje. Finalmente pude disponer de tres días de vacaciones, 10, 11 y 12 de agosto, con lo que sumados al fin de semana anterior (8 y 9), sumaban cinco días, más la tarde de un viernes para realizar el viaje. Dicho y hecho. Mi padre y yo averiguamos billetes para viajar en autobús desde Madrid a Lugo. Yo, por mi parte, la semana del 3 al 7 de agosto tenía que estar en Madrid por razones laborales, así que mi desplazamiento hasta Madrid lo cubría mi empresa. Mi padre subiría en tren desde Córdoba por su cuenta. Ana, por otro lado, ya se encontraba en Galicia, pasando las vacaciones con su familia. Averiguamos un hostal en Lugo para que pudiera pasar la noche anterior.

Sin embargo, estos planes vinieron a quebrarse por mi parte, debido a cierto cursus interruptus. Así que tuve que averiguarme un billete de tren desde Sevilla hasta Madrid para el mismo viernes 7. Llegué a Atocha con algo de antelación, dispuesto a esperar a mi padre y dirigirnos posteriormente a Méndez Álvaro, donde tendríamos que tomar el autobús nocturno a Lugo, con hora prevista de llegada a las 00:30h y llegada a las 6:45h del sábado 8. Así, me dispuse a matar el tiempo en Atocha, cuando, sorpresivamente, me encontré con mis amigos Carmen y Manolo, que se encontraban esperando a la hermana de éste, que llegaba esa misma tarde a Madrid, justo en el tren entre el mío y el de mi padre. Es curioso cómo son a veces las cosas: si organizas un viaje y tratas de quedar con la gente, puedes llegar a no conseguirlo por diversos compromisos de cualquiera. Y en un viaje organizado de prisa y corriendo, sin quedar siquiera con la gente, puedes encontrarte por pura casualidad con dos grandes amigos en Madrid (¡en Madrid!), sin proponértelo siquiera. Total, que bien acompañado, esperé la llegada de mi padre, en el AVE de las 22:15h, tras lo que nos dirigimos a Méndez Álvaro, la estación sur de autobuses de Madrid, para coger el autobús destino Lugo.

La estación de autobuses de Méndez Álvaro sorprende por su tamaño, y sobre todo por la increíble cantidad de gente que parece utilizarla a todas horas. Al filo de la salida del autobús, pasada la medianoche, la estación era un hervidero de gente en todas sus dársenas de salida de autobuses. La nuestra se encontraba atestada de personas dispuestas a emprender su viaje al norte. Y no eran pocas, aparte de nosotros, las personas que se veía a las claras que iban a realizar el Camino. Y era lógico, ya que este autobús pasa en su recorrido por Ponferrada, Cebreiro y la zona de Sarria/Becerreá, sityios bastante empleados por peregrinos para iniciar su marcha hasta Santiago. Así pudimos comprobarlo, tras hilar conversación con otras personas que allí aguardaban el autobús.

El viaje en autobús fue como todos los viajes nocturnos en este medio: pesado, incómodo, y en los que si puedes descabezar un par de sueños sin descabezarte tú puedes considerarte afortunado. En especial si, como es mi caso, me había vuelto a olvidar la almohada hinchable cervical. Hicimos parada en La Bañeza, conocida por sus garbanzos (inmortalizados por el gran Paco Gandía en su célebre chiste de la tragedia del niño harto de garbanzos), y conocida por mí por haber parado en el mismo sitio en 2007, cuando hice el Camino con Fran desde Ponferrada.

Llegamos a Lugo a las 6:45h de la mañana, sin novedad. La madrugada, tal y como nos habíamos temido, era sumamente fría: 14ºC, y con viento. Llegamos al hostal donde estaba Ana, cercana a la puerta de San Pedro de la muralla:

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Lienzo de la Muralla de Lugo, cercana a la Puerta de San Pedro

Poco después, Ana bajaba, y, tras disfrutar de un razonable desayuno enfrente del hostal, nos dispusimos a afrontar la primera jornada del Camino.

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27 oct 09 Camino Primitivo. Día 1: Lugo – San Román de Retorta

Esta entrada es la parte 2 de 6 de la serie Camino de Santiago 2009

El Camino Primitivo entra en la parte vieja de Lugo por la Puerta de San Pedro, para atravesar la ciudad prácticamente de sur a norte. Para que el peregrino no se despiste, junto a la puerta un miliario indica que aún restan 103’623 kms. hasta Santiago:

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Atravesamos la puerta apenas pasadas las ocho de la mañana. Era una mañana fría y gris que me hizo tener que echar mano de la chaquetilla de la bici que había echado en la mochila para resguardarme del frío. Aún no podía sospechar que durante dos días la iba a agradecer sobremanera. El sombrero, claro, estaba un poco fuera de lugar, aunque sospechaba, acertadamente, que más tarde o más temprano no iba a echarlo en falta.

Apenas pasada la muralla, a mano derecha, se encontraba el albergue de peregrinos. Albergue que, por esta vez, no íbamos a necesitar. Continuamos en dirección a la plaza de la catedral, donde nos encontramos por primera vez, junto a la oficina de correos, con una pareja de peregrinos belgas que nos acompañarían durante casi todo nuestro trayecto.

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Cerca de la catedral se abre en la muralla la puerta de Santiago, lugar de salida de Lugo para los peregrinos. Llegamos a ella en apenas doce minutos, con tiempo sobrado para hacer fotografías y perder un poco el tiempo cerca del albergue de peregrinos. El casco histórico de Lugo es, ciertamente, muy pequeño.

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La salida del casco histórico marca el inicio del descenso del camino hasta alcanzar el río Miño, que se atraviesa por el puente romano. Una vez atravesado el río puede contemplarse una bonita vista de la ciudad, en la que destaca la Catedral:

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Sin embargo, como tras cada descenso suele haber una subida, el rato de relax no fue, por desgracia, demasiado grande. Afrontamos poco después un fuerte repecho pasado el río que no fue sino el preludio de un recorrido ascendente que se prolongaría durante 5 kilómetros. Todo el rato estuvimos recorriendo carreteras rurales y barrios periféricos de Lugo, lleno de casitas adosadas y chalets, algunos de ellos ciertamente curiosos:

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La mañana seguía bastante fría, y lo que era peor, ventosa. Además amenazaba lluvia que, si bien no nos llegó a caer, sí que hizo un aviso de sus intenciones en forma de lloviznas ocasionales.

Hicimos la primera parada del día sobre las diez y media de la mañana, en la Fuente de Ribicás, donde hay habilitada una pequeña área de descanso. Allí repusimos fuerzas y bebimos el agua de la fuente, que salia… ¡helada!

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El camino, todo el rato por carretera, no ofrecía nada de particular, salvo la bellaza propia del agro gallego. No mucho tiempo después de dejar la fuente dimos alcance a otro peregrino, guipuzcoano, pero de familia andaluza. Pegamos la hebra, y de esa manera recorrimos la falsa meseta que nos habría de llevar hasta el final de nuestra etapa, San Román de Retorta.

San Román es apenas una pequeña aldea, que cuenta con tan sólo un bar, y un pequeño albergue para peregrinos unos cuantos kilómetros camino adelante. Sin embargo, posee dos elementos claramente distintivos: el primero de ellos es una iglesia románica, del siglo XII, pequeña pero de una sobria belleza que no deja indiferente.

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El segundo elemento es un miliario romano. En realidad, lo que hoy en día se puede contemplar a la salida de la aldea es una réplica del original, erigido en época de Calígula, y que servía para indicar que se había recorrido una nueva milla de la vía romana. El original, según nos comentaron en San Román, se encuentra expuesto en un museo dedicado a las calzadas romanas del norte de españa, en Astorga.

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Así pues, apenas habían pasado las doce y media de la mañana cuando habíamos terminado la etapa. Teníamos habitación reservada en el hostal de la gasolinera de la Cruz da Veiga, localizada en la provincia de La Coruña a unos 8 kilómetros, en el cruce de la N-540 con la LU-1611, en el concello de Guntín. Dado que en el propio San Román no hay albergue, los dueños del hostal se ofrecen a recoger a los peregrinos, llevarlos a éste, y a la mañana siguiente devolverlos a San Román, para continuar el Camino. Así hicimos.

El hostal era lo que se podía esperar de un hostal de gasolinera: sencillo y barato. Bien es verdad que no necesitábamos nada más. Además contaba con la ventaja de que la gasolinera disponía de un pequeño colmado donde pudimos comprar fruta y algo para picar, y un buen restaurante donde, por vez primera en el viaje, pudimos disfrutar del magnífico pan que se sirve a la hora de comer, en grandes chuscos, a lo largo y ancho de la tierra gallega.

Por la tarde, como manda la tradición, lavamos ropa y preparamos la etapa del día siguiente. Tampoco es que hubiera mucho más que hacer, ya que la gasolinera se encontraba en un cruce de carreteras, sin ninguna población cercana.

En el primer día habíamos recorrido 19’8 kms., y habíamos empleado unas cuatro horas y media. Había sido apenas una toma de contacto con el Camino, en la que lo mejor que se puede decir es que estábamos recorriendo una senda de dos mil años de antigüedad, si nos retrotraemos a su origen romano, y probablemente muy anterior. Aunque nos teníamos que limitar a saber que estábamos recorriendo esa senda, ya que hasta el momento no habíamos tenido, salvo el miliario de San Román, muestra alguna de ello. Los días posteriores se encargarían de darnos muestra sobrada de ello.

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29 nov 09 Camino Primitivo. Día 2: San Román de Retorta – Melide

Esta entrada es la parte 3 de 6 de la serie Camino de Santiago 2009

Nuestra segunda etapa del Camino Primitivo empezó, de nuevo, con una mañana fría y gris, más propia de un otoño que de pleno verano. Aún no eran las ocho de la mañana cuando esperábamos en la gasolinera a que nos llevaran de vuelta a San Román para retomar nuestro caminar. Mientras tanto, nos protegíamos del frío en el bar de la gasolinera, degustando nuestros desayunos a base de cáfe, café con leche y cola-cao.

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Una vez en San Román, se nos plantearon dos alternativas: existen dos posibles trazados del Camino. El primero de ellos es el oficial, señalado con los consabidos mojones del Camino. El segundo, señalizado con flechas amarillas, corresponde al itinerario de la antigua calzada romana, aún visible en algunos tramos. Fue este último, por su valor histórico y por el hecho de que tiene más recorrido fuera de carreteras, el que decidimos tomar.

Apenas un kilómetro después de San Román, tomamos una pista forestal que salía a nuesta izquierda. Por primera vez en nuestro caminar abandonábamos el asfalto y nos internábamos en las primeras frondas del bosque gallego que, como siempre, nos recompensaba con estambas de gran belleza:

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No mucho después pasamos por el albergue de San Román. Éste se encuentra en mitad de la floresta, y es de pequeña capacidad. Se encuentra alejado del propio San Román, y apenas cercano a un grupo de casitas, sin más servicios que el conversar de los vecinos.

Seguimos avanzando por un terreno de perfil quebrado, con abundantes subidas y bajadas, todas ellas cortas, y cruzando algún que otro riachuelo. Atravesamos las poblaciones de Burgo de Negral y Vilacarpide, en fuerte ascenso. Coronamos un pequeño alto, que nos permitió contemplar el paisaje lucense que se extendía ante nosotros.

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Al frente, al filo del horizonte, pudimos contemplar la zona de aerogeneradores existente junto al alto de Cascarriño. En algún momento, a lo largo de nuestra jornada, tendríamos que cruzar por allí. Pero aún se encontraba bastante lejos como para pensar demasiado en ello.

Bajamos el pequeño alto para seguir con ligeras subidas y bajadas, que nos llevaron a Pacio, y posteriormente, a las cercanías de A Riveira, para, unos 500 metros después, llegar a la que fue nuestra primera parada del día: el puente romano de Mosteiro. Habíamos completado el primer tercio de la etapa, y aún no habíamos alcanzado -por escasos minutos- las diez de la mañana.

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No era cuestión de enfriarse demasiado. Quince minutos después continuábamos con la etapa, que nos deparaba una sorpresa: el primer tramo restaurado de la vía romana se encontraba, en ascenso, ante nosotros. Hasta ese momento, salvedad hecha del puente romano, apenas nos habíamos encontrado con leves vestigios, más alla del propio trazado de la vía en sí. Se trataba, cierto es, de una restauración, pero no por ello dejaba de ser enternecedor.

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Los siguientes siete kilómetros fuimos alternando zonas de asfalto con zonas en las que pisábamos camino. Pasamos, con frecuentes subidas y bajadas, las poblaciones de Leboreira, Augas Santas, Merlán y As Seixas, pasando por varios arroyos, zonas más pobladas, y alguna que otra corredoira.

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De cuando en cuando llegábamos a alguna de las poblaciones anteriores, donde era posible encontrar un pequeño cementerio, y una bonita iglesia románica.

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Sin embargo, para mí el mejor momento fue cuando entramos en una corredoira donde pudimos ver la propia vía romana, encerrada en una trinchera del terreno, y en la que eran visibles las marcas de las ruedas de carro, labradas a lo largo de centurias. Nada más que por ello, todo el viaje había merecido la pena.

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Poco después de As Seixas comenzamos el verdadero reto de la jornada: el ascenso al alto de Cascarriño. Este añto. situado a 2/3 de la etapa, marcaba el punto más elevado de nuestro recorrido, con unos 700 m. de altitud sobre el nivel del mar. Hasta entonces habíamos estado rondando los 500-600 m. de elevación. La parte principal del ascenso, de unos dos kilómetros, nos iba a hacer subir unos 120 metros. Fue en esta parte donde pudimos tomar algunas de las estampas más preciosas de la jornada:

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Llegados a la aldea de Cascarriño, a media subida, hicimos la segunda parada del día. Aldea, por cierto, por la que pasamos dos veces, ya que perdimos una indicación que conduce al alto, y volvimos a bajar a una bifurcación a la entrada del pueblo. Una vez subsanado el error, tomamos, en fuerte ascenso, el camino que lleva al alto, y a la última población antes de empezar el descenso hacia Melide, o Hospital.

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Camino de O Hospital nos topamos con un curioso hórreo. Por tradición, los hórreos en Galicia se ven decorados en sus extremos por dos elementos: el primero de ellos es una cruz, para pedir bendiciones sobre la familia, y el segundo de ellos es una piedra aguzada en forma de pincho, para que las brujas malvadas se claven en ellos al intentar robar el contenido del hórreo. Éste en concreto, tenía ambos elementos en sólo uno de sus extremos, motivado (aparentemente) por un derrumbe en el otro:

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En O Hospital hicimos la parada principal el día. A la salida de la aldea, y justo antes de llegar a la cima del puerto, existe un parquecito habilitado con mesas y asientos de piedra, perfectos para un merendero. Allí paramos, al filo de la una de la tarde. Trabamos conversación con un peregrino jiennense, y al poco de partir, enlazamos con un grupo de peregrinos granadinos, estudiantes de un colegio religioso, a los que acompañaba una misionera australiana. Un grupo ciertamente peculiar.

La bajada desde el alto de Cascarriña hasta Vilamor es ciertamente abrupta, tanto por su recorrido por corredoiras como por asfalto. Huelga decir que la parte más bonita es la primera:

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Una vez en Vilamor hay que superar un nuevo repecho, para luego continuar, tras un breve descenso, prácticamente en llano hasta Melide. Esos días alguna de las poblaciones cercanas se hallaba en fiestas, ya que el ruido de cohetes y el espantoso estruendo de una charanga se extendía por todo el valle, torturándonos en mayor medida que los casi 25 kilómetros que llevábamos recorridos en la jornada.

Los últimos cinco kilómetros hasta Melide fueron, sin lugar a dudas, los más duros, y no por el recorrido, que como ya he comentado, era prácticamente plano. Se sumaba al cansancio acumulado las ganas de llegar, y el incómodo asfalto que machacaba nuestros pies. Pero al fin, aproximadamente a las cuatro de la tarde, llegamos a Melide, y a nuestro hotel, la Pousada Chiquitín.

Era un lugar que ya conocía, de haber cenado allí con Fran en 2007, durante nuestro recorrido en bici por el Camino Francés. En el hotel nos vimos abocado a una dura prueba: nuestra habitación se encontraba en la tercera planta, y no teníamos ascensor.

Tras una opípara comida en la misma posada, empleamos la tarde visitando Melide, población llena de vida, y a la que la masiva presencia de peregrinos en esos días veraniegos dotaba de un colorido especial.

Mención especial merece la visita a la iglesia románica de Santa María de Melide, así como sus maravillosos frescos:

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Esa noche cenamos a base de empanada en una plaza cercana al hotel, antes de dejar preparado el equipaje para emprender a la mañana siguiente la tercera etapa de nuestro caminar. Estábamos en el ecuador de nuestro Camino, si bien el recorrido por el Camino Primitivo había llegado a su fin. El resto del viaje hasta Santiago lo realizaríamos por el Camino Francés, mucho más transitado. ¿Qué nos depararían las dos jornadas postreras?

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09 ene 10 Camino Primitivo. Día 3: Melide – Arca

Esta entrada es la parte 4 de 6 de la serie Camino de Santiago 2009

Nuestra tercera etapa la iniciamos el lunes 10 de agosto. En cierto sentido, era (al menos para mi padre y para mí) un camino ya conocido. No en balde circulábamos ya por el Camino Francés, que ambos habíamos recorrido ya, en 2007. En mi caso, cierto es, lo había efectuado en bici de montaña, por lo cual las sensaciones iban a ser algo diferentes. Pero no podría, durante los dos días que nos quedaban, hurtarme a la sensación de que lo que nos quedaba era algo ya superado. Lo cual, a la postre, se demostró como un grave error de cálculo. Pero no adelantemos acontecimientos.

A diferencia de los dos días anteriores, la mañana de la tercera etapa se mostraba clara y despejada. Un impresionante sol nos saludó a la salida del hotel, y pudimos comenzar la mañana sin tener que preocuparnos, por vez primera, por el frío y la posibilidad de la lluvia. Era todo un avance. Sin embargo, el hecho de encontrarnos ya en el Camino Francés trajo aparejado, como era de prever, un enorme incremento de la cantidad de peregrinos que acompañaban nuestro caminar. Se había acabado el paseo solitario por las florestas, quebradas y selvas gallegas, y habíamos llegado a una especie de carrera popular. Dadas las fechas, era más que previsible.

A la salida de Melide volvimos a pasar junto a la iglesia de Santa María de Melide. Desde allí, primero por carretera, y luego por pista, alcanzamos un bosque de eucaliptos, en el que nos encontramos el primer accidente geográfico de la jornada, que ya estaba esperando: el cruce de un pequeño riachuelo que servía de aperitivo a la primera pared del día. El riachuelo se cruza sobre unos grandes bloques de piedra que están depositado en su cauce. Recuerdo que con la bici fue un poco arduo de cruzar. A pie, sin embargo, no presentaba mayor problema, si bien tuvimos que echar una mano a una peregrina que iba arrastrando una especie de carrito con ruedas sobre el que llevaba la mochila.

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La cuesta posterior, como era de esperar, supuso un desafío para las piernas aún frías del día, pero pudimos salvarla sin demasiado inconveniente, pero con mucha paciencia.

A unos 5 kilómetros de Melide se encuentra la aldea de Boente de Arriba. Esta localidad, aparte de contar con una bonita iglesia dedicada a Santiago, ofrece al peregrino la magnífica fuente de la Saleta, que permite refrescarse, y proporciona una maravillosa excusa para detenerse a reponer fuerzas.

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El camino continúa en las inmediaciones de la N-547, con la que se cruza en innumerables ocasiones. El perfil, que sobre el papel no debería ofrecer demasiadas complicaciones, pese a ser un contínuo sube-y-baja, en la realidad guarda más de una sorpresa, en forma de vertiginosas bajadas seguidas de duras subidas. Algo que, pese a que ya me era conocido de la etapa de 2007, no dejaba de sorprender, por el diferente enfoque que obligaba el hecho de ir a pie. No se podía obviar, tampoco, la gran cantidad de torrentes de agua junto a los que íbamos pasando. Cierto es que estaba siendo un verano particularmente húmedo en Galicia, pero no dejaba de llamarte la atención que un simple desaguadero de una carretera nacional se convirtiera en todo un arroyo de montaña:

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Hacia el kilómetro 10, y tras una fuerte bajada por carretera, se llega a la ribera del río Iso. Junto al río, como su propio nombre indica, se encuentra el pueblecido de Ribadiso de Abaixo, que cuenta con un buen, aunque pequeño, albergue.

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Aparte de ser enormemente un nombre enormemente descriptivo en lo relativo a la ubicación del pueblo junto al río, también resulta, por desgracia, totalmente ajustado en la realidad en lo de “abaixo”. Tras una nueva pausa para reponer fuerzas, nos dispusimos a afrontar la subida hasta Arzúa, que se extiende a lo largo de 4 kilómetros, que son especialmente duros justo a la salida de Ribadiso. Esa subida nos dejó grabadas algunas imágenes estremecedoras en la retina: desde la propia serpiente multicolor de peregrinos que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, hasta la asombrosa mochila andante. Hay quien dice que debajo de ella había una italiana tropo piccola. En mi caso, lo único que puedo asegurar es que lo único que alcancé a ver fue una enorme mochila de alpinista de la que salían sendas botas que parecían andar de manera autónoma, aunque terriblemente desacompasadas. La mochila, eso sí, rezongaba de cuando en cuando maldiciones en italiano.

Llegamos a Arzúa, nuestra primera gran parada del dia, sobre las 11 de la mañana. Llevábamos una media de unos 5 km/h, y ya habíamos dado cuenta de unos 14 km. de etapa. Tocaba, esta vez, dar cuenta de un buen tentempié a base de tostadas, descansar un rato, y ver la vida (o los peregrinos) pasar junto a nuestro otero en forma de mesa de bar. Un reposo del guerrero tan bueno como cualquier otro.

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Tras una media hora de descanso, reemprendimos nuestro camino. No abandonamos Arzúa sin visitar la bonita iglesia de San Pedro de Lema, junto a la que se encuentra el albergue de peregrinos.

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Nos quedaban 19 kilómetros de etapa hasta Arca. Si hasta entonces el trazado había sido molesto por la sucesión de subidas y bajadas, desde aquí iba a ser aún peor. Seguía habiendo esa misma sucesión, pero con pendientes más acusadas. Además, para complicar el día, estábamos empezando a sufrir un calor desacostumbrado para la zona. Parecía que todo el calor que había faltado en los dos días previos nos lo estuvieran devolviendo de una tacada, con intereses acumulados.

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Sin embargo la etapa aún nos dejaba momentos agradables, y rincones escondidos, en los que nos permitía disfrutar del frescor de una corredoira. Lamentablemente no íbamos a disfrutar de muchos momentos así.

Al filo de las dos de la tarde llegamos al pueblo de Ferreiras. Sospechosamente oculto en mitad de la nada, pero perfectamente a mano del Camino se encuentra el garito donde paramos a comer, el café-bar Lino. Agradable a la vista, no tengo que decir lo mismo de la calidad del servicio. Copas calientes, vino caliente, refrescos calientes y ausencia de hielo. Y para colmo, lo único que debería de haber estado caliente, que era la empanada, estaba… fría. Con espanto llegamos a los postres, a base de helado. Se habían derretido. Optamos por tomárnoslo a cachondeo, y con buen humor, abandonamos aquel tugurio para nunca volver.

Pasadas las dos y media atravesábamos la aldea de Calle. Recordaba esta bonita población por uno de sus elementos más distintivos: un hórreo que estaba emplazado sobre el propio Camino, y bajo el que había que cruzar para seguir caminando. En 2007 lucía así:

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Cuál fue mi sorpresa cuando nos lo encontramos así en 2009:

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No es que su aspecto fuera demasiado bueno en 2007. Estaba claro que se conservaba mucho mejor en mi recuerdo de cómo era en la realidad, pero lo que nunca hubiera sospechado es que los propietarios permitieran que se viniera abajo. A juzgar por los cascotes aún existentes en la calzada, se había venido abajo en fechas recientes. Una auténtica lástima.

Pasada Calle, llegamos a Salceda. A partir de esta población el Camino empezaba a alternar tramos de camino con largas caminatas por alfalto. Desde luego, era la peor hora del día para ello. No en balde el protector solar no tardó en hacer acto de presencia.

Poco hay que contar del Camino hasta prácticamente Santa Irene, la aldea anterior a Arca: mucha subida, mucha bajada, y demasiado asfalto. El final de la etapa se nos estaba atragantando de mala manera. Tanto es así, que a punto estuvimos de arrojar la toalla y finalizar la etapa en el albergue de peregrinos de Santa Irene. Sin embargo, decidimos continuar.

Llegamos a Arca al filo de las 16:30 h., no sin antes tener una enorme sorpresa. Justo a la entrada de Arca, cuando íbamos ya en busca y captura del bar BuleBic, a cuyo dueño habíamos alquilado un apartamento para hacer noche, nos encontramos de frente, volviendo del pueblo… ¡a mi tía Lourdes! Sabíamos que ella y mi tío Manolo estaban realizando también el camino en esas fechas, pero nunca me hubiera podido imaginar que coincidiríamos justo antes de llegar a Santiago. Estuvimos un rato de palique, antes de reemprender la marcha y la búsqueda de nuestra parada, que encontramos no mucho después.

El apartamento, como no podía ser menos, se encontraba en una primera planta, aunque por suerte contaba con ascensor. Nada más llegar, nos derrumbamos en las camas, aunque no dejamos pasar mucho tiempo antes de las consabidas duchas y las friegas con alcohol de romero. La etapa había sido durísima, y no debíamos descuidar esos aspectos de mantenimiento. Ana fue, probablemente, la que más lo sufrió, pues a los calambres de la caminata vio sumada una leve insolación, que la hizo permanecer todo el día en cama y tapada con varias mantas. En cuanto a mí, tengo que decir que me encontraba bastante acartonado. Esa tarde, cuando fuimos a hacer la compra para la cena en un supermercado cercano, tuve que tener abundante cuidad en andar procurando doblar lo menos posible las rodillas, y extender el paso el menor espacio posible. Un espectáculo ciertamente lamentable.

Huelgo decir que, tras esos 33 kilómetros, el resto del día nos lo tomamos con bastante calma. Y que esa noche dormimos como lirones. Lo bueno del asunto es que ya tan sólo nos restaba una jornada para llegar a Santiago. Y eso podía con todo el cansancio que llevábamos acumulado.

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23 ene 10 Camino Primitivo: Etapa 4. Arca – Santiago de Compostela

Esta entrada es la parte 5 de 6 de la serie Camino de Santiago 2009

El 11 de agosto empezamos nuestra última etapa del Camino Primitivo. Esta etapa iba a resultar la más corta del viaje, ya que tan sólo 16 kilómetros nos separaban del sepulcro del apóstol. Como motivo de celebración adicional, ese día Ana cumplía años.

A las siete de la mañana estábamos tomando nuestro último desayuno de ruta en el bar del dueño del apartamento, y a las ocho de la mañana ya estábamos en marcha. Después de un poco de lío para salir de Arca, nos volvimos a adentrar en el bosque gallego. La mañana era fría, pero estaba despejada. Eso no hacía sino prometer calor para más adelante en el día. Sin embargo, eso no era especial motivo de preocupación en nuestro caso, ya que teníamos por delante una jornada corta.

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Aunque a esa hora de la mañana aún no había demasiada gente en el camino, las grandes masas de gente no tardarían en aparecer. En concreto nos llamó mucho la atención un gran grupo de peregrinos italianos que iban rezando el rosario a medida que avanzaban hacia Santiago. Teniendo en cuenta que calculábamos unas tres horas largas de marcha, aquello se les podía hacer bastante monótono.

La mañana transcurrió rápida. Es un efecto al que ya estoy acostrumbrado: entre la cercanía a Santiago, las ganas de llegar, y una sana competencia con otros peregrinos, los kilómetros se te pasan volando. El perfil de la etapa lo tenía a esas alturas más que trillado: subidas, bajadas, más subidas, más bajadas y vuelta a empezar. Aunque había algo que marcaba la diferencia con respecto a 2007: cuando vas andando tienes más tiempo para fijarte en los pequeños detallas. Y los pequeños detallas, en este caso, estaban constituidos por monolitos y pequeños recordatorios a peregrinos que habían muerto en el Camino: infartos, desfallecimientos y edad avanzada. No menos de tres (dos dedicados a españoles, y uno a una irlandesa) nos encontramos en nuestro caminar.

La principal dificultad de la mañana era, como estaba previsto, la subida al Alto de Lavacolla, donde se encuentra el aeropuerto de Santiago de Compostela. Es una subida anómala: seca, polvorienta y dura. Algo que es explicable pos árboles que rodean el sendero: eucaliptos. Produce una sensación extraña, salir de un bosque de robles, castaños y algo de pinar, húmedo, fresco, con tierra fértil y negra, y encontrarte en una subida de tierra amarillenta, reseca y mordida por el sol. Era la segunda vez que me resultaba más fácil compararla con a algunos lugares de Sierra Morena que he recorrido en bici que con el resto del paisaje gallego.

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Tras superar la subida, es necesario rodear las pistas del aeropuerto. Este camino transcurre por una suave planicie que acaba saliendo al lateral de la autovía que baja hasta Santiago. Estábamos ya cerca, y se dejaba notar:

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Es en este punto donde la gente empieza a deshacerse del bagaje que ha cargado durante su caminar, y en lo primero que se nota es en que se empiezan a encontrar en la verja de la autovía cruces formadas con los palos con los que los peregrinos se ayudan en el caminar. Aunque siempre hay alguien que, con más sentido del humor, en vez de cruces compone otras figuras.

Una vez superada la subida… no queda otra que volver a bajar, hasta las primeras casas de Lavacolla. Fue donde aprovechamos para hacer, junto a una iglesa, la única para seria el día. Lo justo para acabar con los alimentos que llevábamos del día, y reponer fuerzas para afrontar la última subida del día, la del Monte del Gozo.

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La subida al Monte empieza con una verdadera pared de asfalto, que aún se aparece de cuando en cuando en mis pesadillas desde el año 2007, cuando Fran y yo nos encontramos con ella, lastrados con las alforjas, y con bastante cansancio en el cuerpo. Subirla a pie no es menos complicado, pues te destroza los gemelos y las espinillas.

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Una vez superada la pared, hay una sucesión de descansos, subidas, y vuelta a empezar, aderezado con algún que otro descenso que te hace maldecirlo, pensando en la subida que sabes que te espera. El caminar se hace desesperantemente largo. Al fondo se contemplan las antenas de RTVE y RTVG, junto a las que hay que pasar, y que parece que nunca lleguen. Camino de ellos tuvimos la primera anécdota de la jornada: en dirección contraria venía un donostiarra (o que, al menos, llevaba una camiseta de la Real Sociedad y tenía acento vasco) que decía haber terminado el Camino, y volver a su casa, y nos pedía algo de ayuda para pagarse la vuelta. Ni cortos ni perezosos, y dado el buen humor y el descaro con el que se lo tomaba el amigo, le dimos un par de euros y le deseamos un feliz camino de regreso.

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Y así, llegamos al Monte del Gozo, que se encontraba, como era de esperar, atestado de gente. Nos detuvimos apenas lo necesario para sellar las crendenciales, y retomamos la marcha. En esta ocasión bordeamos el área de descanso de peregrinos y el hotel, y bajamos por una calle adyacente hasta alcanzar la carretera que lleva a Santiago, por la que penetramos, siguiendo el trazado tradicional, en la ciudad.

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La segunda anécdota de la jornada aconteció cuando nos detuvimos a hacernos una foto, a la entrada de Santiago, junto a la estatua al Templario Peregrino. Una señora, peregrina vallisoletana, creo recordar, le gustó la foto y nos pidió que le echáramos una igual. Gustosos, accedimos. Lo malo del asunto es que la mujer se nos enganchó, y empezó a darnos palique en el caminar. Entiéndaseme, no es que me desagrade una buena conversación. Pero el parloteo incesante me parece insufrible. Tanto fue, que nos obligó a acelerar el paso, para procurar perderla, alg que afortunadamente conseguimos en un cruce de calles, justo a la entrada del casco histórico de Santiago.

El centro de Santiago se encontraba lleno hasta reventar. La muchedumbre era digna de mejores ocasiones, tales como el Día de Santiago o fin de año. Y así, abriéndonos paso entre la gente, llegamos hasta la plaza del Obradoiro, sobre las doce y media de la tarde. Una vez más, y ya iban cinco, había concluido con éxito la peregrinación. Aunque, estrictamente hablando, aún teníamos que visitar al Apóstol. Dicho y hecho, entramos en la catedral. Y como no podía ser menos, se encontraba hasta la bandera. Rápidamente vimos que iba a ser imposible cumplir con la tradición del abrazo, por la enorme cantidad de gente que hacía cola para ello. Así que, por este año, el abrazo a la estatua lo dejamos correr, y bajamos a ver los restos de Santiago, irónicamente mucho menos concurridos.

La última anécdota de la jornada nos ocurrió en la oficina del peregrino. Allí nos encontramos con el Peregrino del Betis, con el que mantuve algunas bromas futbolísticas. Este señor mantiene una asociación de integración de menores desfavorecidos en el Polígono Sur de Sevilla, una de las zonas más deprimidas de la ciudad. Todos los años realiza la peregrinación para proporcionar a los chavales una experiencia edificante, y también con el objeto de dar publicidad a su loable actividad.

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Estuvimos un rato conversando con él, dado que Ana y yo vivimos en Sevilla, y tras desearle lo mejor, nos despedimos, dirigiéndose él, según nos comentó, a una rueda de prensa.

Y así, colorín colorado, otro Camino fue terminado.

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