El domingo 10 de junio volví a salir a rodar por Córdoba con Javi Aljama. Hacía al menos un par de meses que no salía a dar pedales con él -es más, que el propio Javi no salía a rodar-, por lo que agradecí bastante dar de nuevo pedales en tan buena compañía. Lamentablemente -como en las últimas jornadas- fue tan sólo una etapa de dos participantes, pero aun así, fue una gran jornada.
Empezamos a dar pedales a las 8:45h desde mi casa, y nos dirigimos hacia Los Morales para realizar de esta manera el primer ascenso del día. Pronto me di cuenta de que estaba volviendo a rodar -como suele pasarme- demasiado fuerte al inicio, por lo que tuve que bajar el ritmo, so pena de que Los Morales -como también acostumbra- me pase factura a las primeras de cambio. Además, esa jornada el calor se dejaba notar desde primera hora de la mañana, a diferencia del sábado anterior, que el día estuvo bastante fresco hasta bien entrada la tarde. Estaba claro que cuando algo puede salir mal, saldrá mal.
Realizamos la subida de Los Morales en unos aceptables 66 minutos. Íbamos con idea de parar a tomar algo en el Lagar, pero nos encontramos con el establecimiento cerrado. Y es que no en balde apenas eran las 9:55h, y aún no habían abierto. Por ello, no nos quedó más remedio que dirigirnos directamente hacia la siguiente escala de nuestra etapa: Los Villares. Bordeamos el cerro donde se yerguen las torres de telecomunicaciones, y no tardamos excesivo tiempo en llegar hasta el área de recepción de visitantes. Esto fue una pequeña variación con respecto a lo acostumbrado, ya que por lo general solemos tomar un desvío que lleva hasta el cruce del 14%. En esta ocasión, llegamos directamente al centro de visitantes. Ya que estábamos allí, entramos con la esperanza de poder encontrar algún bar o máquina donde comprar bebida isotónica, pero nos quedamos con las ganas.
Así pues, continuamos avanzando hacia el Club de Golf, ya que para ese día íbamos a realizar el descenso de la Vereda de la Pasada del Pino. Entramos en el club de golf por carretera, y pensamos en probar suerte en el edificio de recepción. Pero una vez allí, vimos que no había máquina o cafetería a la vista, y que nuestro atuendo no era demasiado adecuado como para que no nos echaran de allí a patadas. Así que nos dejamos de bebidas isotónicas, y atacamos directamente la Vereda. Bordeamos el club de golf por el norte, y realizamos el trepidante descenso por pista que antecede al enlace con la vereda. Desde allí observamos algo bastante llamativo: la torre de Gemasolar de Fuentes de Andalucía era perfectamente visible. No pudimos menos que detenernos a echar unas fotos:
…como bien señala Javi:
Sin embargo, nos vimos forzados a detenernos una segunda vez: otro grupo de ciclistas había sufrido un pinchazo, y al pararnos a ofrecer ayuda, nos hicieron ver que yo llevaba mi rueda delantera floja. En efecto, había sufrido un pinchazo. Así que nos encontramos ambos grupos solucionando idéntico problema. Acabamos simultáneamente, y reanudamos nuestra marcha en conjunto. Sin embargo, no tardamos mucho en separarnos, ya que Javi y yo seguimos fielmente la trazada de la Vereda, mientras el otro grupo tomó el desvío de la casa en ruinas.
De nuevo en solitario, Javi y yo realizamos rápidamente el descenso de la vereda. Una bajada ciertamente interesante, pero que se torna algo arriesgada al llegar al tramo del granito vivo, ya que hay arena de granito sobre la piedra, lo que lo hace tremendamente resbaladizo. Aun así, es una gran bajada, que hay que incorporar al catálogo.
Llegamos a Las Jaras a las 11:00h. Nos paramos a tomar un refrigerio en el bar, y aprovechamos para avisar a Carlos de que íbamos a pasar por su casa, ya que ninguno de los dos la había visto. Media hora después reemprendimos la marcha, camino por segunda vez en el día del Lagar de la Cruz. Esta vez subimos por el GR-48, bordeando la carretera, y cruzándola en un par de ocasiones. Una vez en el Lagar, cruzamos las Siete Fincas hasta casa de Carlos, quien nos recibió amablemente con unas cervezas bien frescas. Posteriormente Mané haría acto de presencia, así como los padres de Carlos.
Javi y yo, por nuestra parte, nos pusimos de nuevo en marcha a las 13:00h. El calor apretaba y tocaba volver a casa rápidamente, a fin de no morir achicharrados en la Sierra. Desandamos nuestros pasos hasta el Lagar de la Cruz, y tomamos la vereda de las Ermitas, que tiene por mal nombre Los Salchichones, donde hicimos un rápido descenso hasta Las Ermitas. Y desde allí, como no podía ser menos, bajamos el Reventón, donde advertí de nuevo los problemas en el freno delantero que ya había sufrido en la etapa del Tubo. Así que, para mi desgracia, no pudimos hacer la bajada de La Milla.
El resto de la etapa fue bastante convencional. Bajamos por la carretera de las Ermitas hasta el Parador, y allí nos desviamos en dirección a la rotonda del Tablero, punto en donde Javi y yo nos separamos. Desde allí volví a casa por El Tablero, dando por finalizada la etapa a las 13:50h.
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Los Morales – Pasada del Pino – Reventón
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El sol caía a plomo sobre el asfalto. No quedaba más remedio que aferrarse a la cadencia que había marcado desde el inicio de la subida. Ritmo, ritmo, y ajustar el desarrollo a las diferentes pendientes de la subida, para que, fuera cual fuera la velocidad, la cadencia se mantuviera constante. Aún quedaban al menos tres kilómetros de dura subida, que se percibían a las claras al levantar la vista del manillar, y contemplar que la serpiente de asfalto seguía ascendiendo por la ladera de la montaña. Estaba siendo duro. Muy duro. “¿Y qué puñetas es lo que estoy haciendo aquí”. No dejaba de repetirme una y otra vez la misma cuestión, a la vez que procuraba apartarla de mi cabeza, a fin de no distraerme de lo verdaderamente importante a esas alturas: mantener la cadencia. Eso era lo único importante en ese momento, dado que era lo único que podía sacarme de allí. Pero empecemos por el principio.
Desde que hiciéramos, en el ya lejano abril, la etapa Brutal 3, Ángel y yo llevábamos tiempo con ganas de repetir una etapa de gran kilometraje. Entre unas cosas y otras, lo habíamos ido dejando correr, pero esa semana, la idea volvió a cruzarse en nuestras intenciones. Lo malo es que se cogió de la mano con otra idea que a mí llevaba tiempo rondándome por la cabeza: realizar una etapa en bici entre Córdoba y Villaviciosa, y recuperar las viejas sensaciones de rodar íntegramente por asfalto. No hizo falta más que plantearlo, para que rápidamente decidiéramos afrontar el reto. En concreto, el sábado 2 de julio. La primera etapa del final de primavera iba a ser de infarto. Y para ello, decidí preparame de una manera especial. Aunque lo más recomendable hubiera sido disponer de una bicicleta de carreras, o al menos haber preparado la Fuji para rodar por asfalto, no andaba con excesivas ganas de volver a transportar bicis entre Sevilla y Córdoba, así que opté por equipar la Ghost con cubiertas lisas de carretera. Cogí las dos cubiertas Kenda Kwest de 1.5” que tenía guardadas, y ni corto ni perezoso se las coloqué a la Ghost. El efecto era, cuando menos, bastante raro. Pero en cuanto las probé pude ver que no me había equivocado con mi elección:
Empezamos la etapa a las 7:30h junto a la casa de Ángel. En esta ocasión Ángel había optado por realizar la etapa con su Ghost AFX 4900, muy similar a la mía, pero en su caso, equipada con cubiertas convencionales de montaña. No cabía duda de que la etapa del día iba a ser sumamente interesante. E incluso estábamos teniendo suerte con la climatología. La mañana se presentaba cubierta y algo fría. Tan sólo nos quedaba esperar que se mantuviera así el resto de la jornada. Porque falta nos iba a hacer algo de ayuda con la que teníamos por delante: unos noventa kilómetros de etapa, dos puertos de montañas y tres altos. Unos 1900 metros de desnivel de subida acumulado. Dura, muy dura.
Abrimos boca subiendo por el Brillante, camino del Lagar de la Cruz. Teníamos por delante mucha tela que cortar, por lo que atacamos las primeras rampas de la carretera con comedimiento. Aun así, mantuvimos una excelente media de 10 km/h, que nos hizo alcanzar el Lagar en menos de 50 minutos de subida, en los que salvamos los 9 kms. de distancia desde la salida en el Camping. Sin ni siquiera deternos, seguimos avanzando por carretera, realizando a toda velocidad el descenso hasta Las Jaras, primero, y hasta los Arenales, a continuación. La mañana se mantenía fresca y cubierta, por lo que no era plan detenerse a realizar vida contemplativa: teníamos que aprovechar esa suerte todo el tiempo que fuera posible.
Cruzamos el puente de los arenales y empezamos la segunda gran subida del día: el puerto del Aire. La subida del puerto del Aire desde los Arenales tiene una longitud de 14 kilómetros, divididos en tres grandes fases: una primera subida inicial de 6 kms. de pendiente constante, con rampas del 10%, y que por sus características se asemejaba bastante a la subida del Brillante con la que habíamos abierto boca para empezar el día. La segunda, cercana a los 6 kms., constituía un tramo pestoso, con pequeñas subidas y bajadas enlazadas, que permitían recuperar algo de resuello, pero en la que corrías el riesgo de desfondarte si forzabas el ritmo demasiado. Y la tercera, la última subida al puerto, de algo más de 2 kms. de subida sostenida, también con unas rampas del 10%. Y todo eso tan sólo para quedarnos en mitad de la nada, aún a 9 kilómetros de llegar a Villaviciosa.
Afrontamos la primera fase de la subida al puerto de la misma manera que habíamos subido hasta el Lagar: marcando un ritmo conservador, sabiendo lo que teníamos aún que salvar a lo largo del día. Mi elección de cubiertas había sído todo un acierto, y aunque notaba la Ghost más nerviosa que de costumbre con esas cubiertas mas estrechas de lo que suelo montar, también la notaba sumamente ágil para ser una doble de casi 14 kilos de peso en esa configuración. Ángel, por su parte, rodaba como un campeón con cubiertas de montaña sobre el asfalto. Casi podía notar cómo sus cubiertas abrían surcos en el asfalto al rodar en subida. Lo que estaba haciendo era algo increíble. Y el recorrido estaba siendo genial: un paisaje espectacular, en una carretera de montaña sin ningún tráfico a esa hora de la mañana. Y casi puedo apostar que en todo el día: apenas nos cruzamos con 5 vehículos en los 40 kilómetros entre Córdoba y Villaviciosa.
Tardamos 35 minutos en recorrer esos 6 kilómetros de subida. Había sido duro, pero ya llevábamos dos subidas duras de las tres que teníamos por delante antes de llegar a Villaviciosa. Nos permitimos rodar con más alegría el segundo tramo de la subida al puerto. Entre otras cosas, porque había olvidado la existencia del tercero, al revisar el perfil de la etapa la tarde anterior. Así que cuando nos encontramos con una tercera pared en la subida, no nos quedó más remedio que apretar los dientes y seguir subiendo. Coronamos el puerto del Aire a las 9:50h, tras haber recorrido 30 kilómetros de la etapa. Sin pausa alguna.
Dejamos atrás el techo de la etapa (775 m. de altitud), e iniciamos un rápido descenso hacia Villaviciosa. Descenso que no fue un descenso puro, sino que en los tramos finales se iba alternando con falsos llanos que nos iban sumiendo en la desesperación, porque nos hacían tener la sensación de que nunca acabábamos de llegar al pueblo objeto de nuestro viaje. Pero finalmente, llegamos a las 10:15h, tras 2h 45m de incesante pedaleo.
Paramos a tomar unas excelentes tostadas en un bar a la entrada de Villaviciosa. La pausa nos vino de perilla, ya que yo, por mi parte, notaba las piernas como si fueran de gelatina, y Ángel empezaba a acusar la dureza de la etapa. Y aún teníamos que volver. Fue durante la pausa cuando noté que el velocímetro de mi bici estaba midiendo la distancia de manera errónea: a esas alturas de la etapa indicaba 45 kms. de recorrido, cuando yo recordaba que la distancia era algo menor. ¿Qué estaba pasando? Fue entonces cuando lo vi claro: tenía calibrado el velocímetro para una cubierta de 2.35”, y estaba montando una de 1.5”. No sólo había variado el ancho de la cubierta, sino también su grosor, por lo que el conjunto de la rueda tenía un diámetro más pequeño. Y esa diferencia estaba bastando para alterar de manera significativa la medición de la distancia. En fin, habría que tenerlo en cuenta para ajustar los esfuerzos en la subida.
Tras 25 minutos de distancia, reemprendimos la etapa. Ya habíamos hecho lo más duro, pero aún nos quedaba el mayor espanto del día: la subida a Puerto Artafi desde el valle del Guadiato. Y encima, el cielo había empezado a abrirse. Iba a tocar despedirse del frescor que nos había acompañado durante la subida a Villaviciosa. Qué lástima que no hubiera sido al revés. Pero supongo que no se puede pedir todo. Salimos de Villaviciosa por la carretera que conduce a Posadas, y que en ese primer tramo convive con una vereda pecuaria. La verdad, daban ganas de salir del asfalto y ponerse a rodar por tierra. Pero no convenía realizar más frivolidades de la cuenta, y tampoco mis cubiertas iban a permitirme demasiadas excentricidades a ese respecto. Tan sólo tomar nota mental para futuras etapas por la zona -que todo hay que decirlo, lo vale muy mucho-.
La salida de Villaviciosa fue una delicia, con un rápido descenso por asfalto. No en balde habíamos ya realizadp 1200 metros de subida acumulada de los 1900 que tenía la etapa, con lo que en el resto del día la tendencia iba a ser que el descenso predominara. Tan sólo teníamos que tener una precaución: no saltarnos el desvío de la carretera que teníamos que tomar para Trassierra, y meter el remo hasta el corvejón y acabar en Posadas. Encontramos el desvío 10 kms. después de abandonar Villaviciosa, y giramos a la izquierda, pasando el puente sobre el arroyo Orejón, y afrontamos un rápido y pronunciado descenso, que pronto se vio recompensado -como no podía ser menos- con una subida equivalente al salvar el puente sobre el Arroyo del Pueblo. Esa subida nos condujo a una zona de subidas bajadas, de unos 5 kms., antes de afrontar un nuevo y rápido descenso hasta lo que creímos que era el río Guadiato, y que no era el otro que el Guadiatillo. Un diminutivo que, de haber sido conscientes de él, nos habría ahorrado algún que otro disgusto.
Hicimos la segunda para del día junto al puente, y antes de iniciar la que creíamos que era la subida a Puerto Artafi. Subida de 5’5 kms. que me hacía temblar de tan sólo pensar en ella. Habíamos decidido parar en ese punto con la idea de comer algo, descansar, y afrontar más frescos la tremenda subida que -creíamos- teníamos por delante. Pero es verdad que algo no me cuadraba: el río estaba demasiado seco, el puente era demasiado pequeño para lo que había oído contar, y no se veía por ningún lado la cola del pantano de la Breña II, que suponía que llegaba hasta la zona. No acababa de cuadrarme, pero es cierto que teníamos una subida por delante que se adivinaba dura. Muy dura. El caso es que aparté las dudas de mi mente, y una vez finalizada la pausa, Ángel y yo afrontamos el ascenso. Y en efecto, fue duro. Rampas casi constantes del 10% que nos hicieron un gran destrozo, pues el calor a esa hora -estábamos al filo del mediodía- se dejaba ya notar en toda su crudeza. Pero el ascenso fue corto, de tan sólo 2 kilómetros, cuando esperábamos más de 5. Estaba claro que algo estaba pasando. Sobre todo cuando empezamos a descender por una espectacular carretera de montaña, camino de un nuevo valle, y no de Trassierra, y que, además, presentaba ante nosotros una cresta de sierra como no había visto en esa zona de Sierra Morena en mi vida. Ya no cabía dudas: lo que teníamos delante era de verdad el valle del Guadiato. Y la subida a Puerto Artafi.
Cruzamos el puente sobre el Guadiato justo al mediodía. Si la anterior subida me había parecido dura, esta no tenía ni punto de comparación. Tanto Ángel como yo lo vimos claro: se trataba de encontrar un ritmo que nos permitiera afrontar ese espanto, y llegar arriba en las mejores condiciones posibles. Y es aquí como volvemos al principio de esta historia.
Yo, por mi parte, tuve suerte y pude encontrar esa cadencia. Pude hacer la subida a un ritmo de pedaleo constante, que me hacía oscilar entre los 6 y los 8 km/h de velocidad de subida. Ángel no tuvo tanta suerte. Venía sufriendo un mayor desgaste que yo por razón de sus cubiertas, y estaba al límite de su resistencia, lo que le hacía estar tremendamente incómodo, y mantener un ritmo muy irregular, que le llevaba a descolgarse en ocasiones, a alcanzarme, y a volverse a hundir. Estaba sufriendo de una manera desmesurada. Y el calor no ayudaba, precisamente. Todo el frescor que habíamos tenido en la primera parte de la etapa parecía querer tener su contrapartida en el espanto de subida que estábamos acometiendo. Y para colmo, el trazado de la subida no hacía sino machacarnos psicológicamente: curvas enlazadas, a izquierda y derecha, que bordeaban la montaña, y que, cuando creías haber terminado de subir al superar una curva muy pronunciada, lo que hacían era enseñarte un nuevo tramo de cinta de asfalto que trepaba, desafiante, por la ladera de la montaña. Parecía no tener fin, por lo que no te quedaba más remedio que agachar la cabeza, y mirar apenas un metro por delante del manillar. Y desear que esa tortura finalizara pronto. “¿Y qué puñetas es lo que estoy haciendo aquí”. Pues lo que me gusta, maldita sea.
Coronamos Puerto Artafi a las 12:45h. Tres cuartos de hora para 5’5 kms. de subida. Tras 70 kilómetros de etapa. Nos sentíamos como héroes. Héroes pasados por una picadora de carne, pero héroes. Nos dejamos caer hasta Trassierra, y realizamos la tercera parada del día. Acuarius y un rato de descanso a la salida de Trassierra. Nos vino como anillo al dedo.
Esta vez la parada fue de apenas 15 minutos. La una de la tarde había pasado ya, y seguía cayendo plomo derretido del cielo. A casita, que llovía. Fuego, pero llovía. Encaramos los escasos 5 kilómetros que separan Trassierra del Cruce de Trassierra, a un ritmo relajado, ya que a esas alturas de la jornada no estábamos para muchas alegrías, y sin solución de continuidad, encaramos el descenso de la Albaida. Sin pedalear apenas, la Ghost con cubiertas finas se comía el asfalto. Alcancé sin dificultades los 60 km/h en descenso, y aún tuve que contener a la bici para no comerme a Ángel, que bajaba por delante. Si no hubiera frenado y le hubiera dado fuerte, creo que habría pasado de los 80 km/h fácilmente.
Sin más ceremonias, entramos en Córdoba por el Tablero Bajo, y llegamos de nuevo al Cámping al filo de las 14:00h. Paramos en casa de Ángel a celebrar el final de la etapa y de la tortura. Mi velocímetro marcaba la increíble distancia de 98 kms. de recorrido. En realidad no era tanta distancia, pero no cabía menos que registrar tal acontecimiento:
…y regarlo con unas magníficas Franziskaner y Mahou junto a la casa de Ángel. Lo habíamos hecho. Y pese a las paradas, y la paliza del final de etapa, en menos tiempo de lo que había calculado. Ida y vuelta a Villaviciosa. Aunque -como habría de descubrir al llegar a casa- algo churruscado por el sol. Pero había valido la pena: como vería posteriormente, había sido -de largo- la etapa más dura que había realizado hasta el momento con la bici.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Puerto del Aire – Villaviciosa – Santa María de Trassierra
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El pasado 13 de mayo realicé una nueva etapa ciclista en Córdoba, con Javi Balaguer y su amigo Pedro, del club A las 9 en Aqua. Aunque habíamos quedado a las 8:30h en la Cruz de Juárez para empezar a rodar, salimos con algo de retraso. La razón de una salida tan tempranera -para lo que son nuestras costumbres- es que el día estaba anunciado como uno de los más calurosos en lo que llevábamos de año. Y, pardiez, las predicciones acertaron de pleno.
Salimos de Cruz de Juárez camino de la vereda de la Alcaidía. Ganamos el Vial Norte, y desde allí cruzamos Fátima para dar al puente romano del arroyo Pedroche. Avanzamos hasta la Campiñuela Baja, y tomamos la vereda de Alcolea, camino de la dura subida que teníamos por delante. Rodamos a buen ritmo hasta llegar al cruce de veredas, al filo de las 9:25h. A pesar de lo temprano de la mañana, el calor ya se iba dejando notar. Atacamos la subida de la Alcaidía, y sus rampas del 18% con buen empeño y osadía, pero como tampoco era plan de echar los pulmones por la boca, marcamos un ritmo, sobre todo en la parte de anterior a la cancela, lo suficientemente relajado como para no morir de deshidratación en la subida. Realizamos los casi 3 kms. de subida en unos 40 minutos.
Tras el pequeño descanso de rigor, reanudamos la etapa, camino de una zona de la Sierra que aún no conocía: el descenso hacia El Tubo. El Tubo es una sección del suministro de aguas a Córdoba desde el pantano del Guadalmellato. Yendo hacia el este desde la Alcaidía se puede alcanzar El Tubo, en las cercanías de la urbanización El Sol. Hay que cruzarlo para poder seguir descendiendo y poder enlazar con la Vereda de Alcolea, a la altura de las pizarras. Así pues, giramos al este, y emprendimos una interesante bajada, hasta llegar a una verja que impide el paso de vehículos motorizados, pero que tiene un pequeño (muy pequeño) paso para peatones y ciclistas. En este punto nos confundimos de camino, y avanzamos un centenar de metros por la pista principal, y que nos alejaba del tubo. Visto el error, desandamos el camino, y afrontamos el primer tramo de bajada; un primer tramo de descenso bastante interesante:
En este punto nos unimos a un trío de ciclistas que ya nos habíamos cruzado por la Alcaidía, ya que ellos conocían bien el camino. Así pues, iniciamos el segundo tramo de descenso, con mucha más piedra y más complicado que el tramo anterior, pero sumamente divertido (dejo a continuación un vídeo del resto de la bajada):
Durante la bajada Pedro sufrió un reventón en la rueda trasera, lo que le obligó a detenerse con Javi para repararlo. Yo, enfrascado en el descenso, me había unido al otro grupo, y no me había percatado de ello. Una vez llegamos a la zanja, al ver que Javi y Pedro no aparecían, me volví para buscarlos, separándome del otro grupo. Una vez reunido con mis compañeros, seguimos el descenso hasta el valle que antecede al tubo. Alcanzamos al otro grupo en la pequeña subida que hay antes del propio tubo, donde nos estaban dejando unas marcas para que no nos desorientáramos.
Así pues, llegamos al tubo sin más incidentes. Cruzamos sobre el arroyo Guadalbarbo, y continuamos la bajada hasta llegar a la vereda de Alcolea. Eran las 11:00h, y llevábamos ya casi 20 kilómetros de etapa. Además de tener 30ºC. Era hora de emprender la vuelta. Nos encaminamos hacia el cruce de veredas, donde teníamos previsto volver a Córdoba sin más. Pero la verdad, era bastante temprano, y había ganas de más. No tardamos en decidirnos tomar la vereda de Linares, a pesar de que íbamos a tener que subir su espantosa pared de 300 metros al 18% con más de 30ºC. Una vez en el sitio, sin vegetación y sin terreno de pizarra, los grados exactos fueron 33ºC. Con el suelo reverberando calor, y sin una sola sombra donde guarecerse… hasta el final de la subida. Y aun así, lo hicimos. Una vez arriba, nos quedaba el divertido descenso hasta la ermita. Descenso que por lo menos iba a ser a la sombra.
Desde Linares nos dirigimos hacia Torreblanca por el trazado del Camino Mozárabe. De nuevo sin ninguna complicación digna de mención. Una vez en Torreblanca, paramos un momento en un supermercado para reabastecernos de líquido. A esas alturas de etapa ya había acabado con los dos litros de agua que llevaba encima, por lo que la parada me vino de perlas. Una vez salimos de Torreblanca, bajamos hasta el arroyo Pedroche por el camino de la cantera de Santo Domingo. Allí nos separamos de Pedro, que se había quedado con ganas de más, y decidió subir hasta el Cortijo de Los Velascos. Javi y yo, por nuestra parte, bajamos por la trialera hasta el Puente de Hierro, y desde allí volvimos a la Asomadilla atravesando el barrio Naranjo y el parque, donde nos encontramos a Ángel. Dimos por finalizada la etapa al filo de las 13:00h.
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Alcaidía – Tubo – Vereda de Linares – Arroyo Pedroche
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El primero de mayo de este año realicé una etapa sumamente especial con un buen grupo de amigos. Y aunque el recorrido de la etapa fue bastante convencional, la compañía sí fue, por el tiempo transcurrido, bastante inusual: Manolo y Pablo, además de Ángel, Carlos e Inma. Y es que hacía casi nueve años que no salíamos Manolo, Pablo y yo a dar pedales. Y casi dos años que no salía a rodar con Pablo. En resumen, se trataba de una ocasión especial.
En lo climatológico, ese martes primero de mayo se presentaba complicado. Abril se había despedido con una importante cantidad de agua, y en esos últimos días del mes había llovido más que en el resto del año. Esa mañana amaneció bastante fría, lo que hizo que siguiéramos usando, el que más y el que menos, la ropa de invierno, pese a lo avanzado del año. La organización tampoco había sido muy sencilla: íbamos a salir, en principio, Manolo, Pablo, Mané, Ángel, Carlos, Inma y yo. Pero Ángel lo haría desde el cruce de Trassierra, y Carlos e Inma engancharían en Trassierra. Mané, por su parte, se suponía que iba a salir con nosotros, pero esa mañana nos enteramos que se iba a caer de la convocatoria. Casi igual que Inma, que había tenido problemas con la cerradura de su casa, y temía quedarse en la calle.
Pablo apareció por casa a las 8:45h. Venía calado de frío, y tuve que prestarle unos guantes y un bidón de agua. Pero no fue el único problema: cuando nos preparábamos para salir, observamos que su cubierta trasera presentaba un corte que hacía peligrar claramente su integridad. No nos quedó más remedio que cambiarla, reemplazándola por mi Small Block Eight. Pero cuando ya teníamos cambiada la cubierta, nos llevamos una nueva sorpresa: la rueda se deshinchaba rápidamente: la cubierta antigua tenía un pincho clavado que había atravesado la cámara, pero que al no moverse, taponaba la salida de aire. Al cambiar la cubierta, saltó a la luz el problema. A todo esto, Manolo había llegado ya, e íbamos tarde para llegar al punto de encuentro con Ángel, en la gasolinera del cruce de Trassierra, a las 10:00h. Desmontamos y parcheamos la cámara, y finalmente pudimos ponernos en marcha al filo de las 9:45h. Estaba claro que no íbamos a llegar. Por ello, opté por desechar el primer tramo de la subida de Montecobre por la Vereda de Trassierra, y realizar la subida por la carretera de la Albaida, pese al intenso tráfico.
Llegamos a la entrada de la Casa de la Ventana a las 10:20h. Allí nos encontramos con Ángel quien, harto de esperar en solitario, decidió acompañarnos en la subida. Subimos, ya los cuatro, el segundo tramo de Montecobre hasta la Torre de las Siete Esquinas, a un ritmo bastante tranquilo, pero consistente. Allí empezamos a observar que el barro iba a ser un compañero más de etapa a lo largo del día, si bien era algo que no iba a amedrentarnos. Así pues, afrontamos el último tramo de subida hacia el Mirador de las Niñas. Pablo iba en cabeza cuando tuvimos el primer percance del día: en uno de los tramos más estrechos de la subida, cerrado completamente por la vegetación, otro ciclista que bajaba hacia la Torre a tumba abierta, colisionó con Pablo. Por suerte Pablo no sufrió problema alguno, pero el otro ciclista, que chocó con la rueda delantera de la bici de Pablo, salió despedido contra la vegetación. Un choque peligroso, que por suerte no tuvo más consecuencias que un radio roto en la bici del otro ciclista.
Pasado el susto, seguimos subiendo, hasta llegar a la carretera del mirador. Una vez reagrupados, bajamos hasta la gasolinera del Cruce, y entramos en el segundo reto de la jornada: el bosque de Fangorn. El bosque, como era de esperar, se encontraba de barro hasta el corvejón. La nueva Larsen no se portaba mal, pero se notaba que no era el tipo de firme más adecuado para ella. Pablo, por su parte, lo iba pasando algo peor con la Small Block Eigth, más desgastada. Además, como complicación añadida, se quejaba de las inercias de la bici de montaña ya que, más acostumbrado a montar últimamente en su bici urbana, había perdido la costumbre.
La bajada hasta el puentecillo del bosque fue pródiga en incidentes: Manolo y yo sufrimos sendas caídas. La mía provocada por frenar más de la cuenta, que me llevó a deslizar más de la cuenta, tener que echar pierna a tierra, con tan mala suerte que la pasé por la izquierda de un pequeño tronco, mientras que la bici y el resto de mi persona pasaban por la derecha. El latigazo del tronquillo en la pierna casi me arranca la rótula. Manolo, por su parte, se cayó al verme a mí despatarrado en mitad de la bajada. Supongo que tuvo que impresionar un poco.
Culminamos la subida del bosque, y afrontamos la última bajada. Húmeda y peligrosa, pero que Ángel realizó magníficamente, como de costumbre. Yo me lo tomé con algo más de tranquilidad; Pablo no tuvo muchos problemas, aparte de sus inercias, y Manolo volvió a dar con sus huesos en la tierra.
Realizamos la bajada hasta Trassierra por carretera, donde nos esperaban Carlos e Inma. Hicimos allí una parada, donde, aparte de las presentaciones oportunas, aproveché para hincharme a jeringos. Llevaba meses con ganas de comerlos en mitad de una etapa. ^_^
Reanudamos la etapa, camino del Bejarano, recién pasado el mediodía. Ángel nos abandonó, ya que le esperaban en casa de Enrique en El Salado. Decidimos, dado lo avanzado del día, descartar el tramo de los Baños de Popea que habíamos tenido en mente realizar. Inma, que hacía tiempo que no salía en serio con nosotros, sufrió los primeros tramos de la subida hacia el Bejarano, pero se rehízo bastante bien. Alcanzamos el primer venero del Bejarano pasadas las 12:30h, donde aprovechamos para hacernos las únicas fotos del día:
La siguiente parada de la jornada era el Lagar de la Cruz. Aunque teníamos la posibilidad de ir directamente remontando el Bejarano hasta allí, fuimos por el GR-48, algo más cómodo, y que contaba con la ventaja de que pasa justo por la puerta de la nueva casa de Carlos e Inma. Dicho y hecho. A esas alturas de la jornada el cielo había abierto bastante, y la temperatura era considerablemente más alta, aunque no llegaba a incomodar. A las 13:10h nos despedimos de Inma y Carlos, por lo que el grupo, reducido a tres, continuó su avance por las Siete Fincas.
Iniciamos la bajada por Los Morales al filo de las 13:30h. Una bajada en la que el barro ya había desaparecido, por lo que se encontraba perfecta para realizar el descenso con alegría. Sin más incidentes, salvo el deseo expresado por Pablo de haber contado con una doble en determinados tramos de la bajada, llegamos hasta Los Morales. Enlazamos posteriomente con la Huerta de Hierro, y bajamos por Sansueña. Llegamos a mi casa a las 14:00h, donde dimos por finalizada la etapa. Etapa realizada en una buena compañía (viejos camaradas, Bartocalvos…), que espero volver a repetir.
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Montecobre – Fangorn – Trassierra – Bejarano – Los Morales
Etiquetas: bejarano, córdoba, fangorn, los morales, mtb, trassierra
El sábado 17 de marzo Ángel y yo realizamos la que, hasta la fecha, es la etapa más larga que he hecho en Córdoba. Una etapa que, si se cumplía el plan que teníamos previsto, tenía que llevarnos hasta los 80 kilómetros de distancia. Una etapa de la que llevábamos hablando semanas, y a la que nadie más había querido -o en algunos casos podido- apuntarse. Así que allí estábamos. Solos ante el peligro. Peligro que, en realidad, éramos nosotros mismos.
Habíamos quedado a las 8:00h para empezar a rodar. Era una etapa larga y, aunque en invierno es inusual quedar antes de las 9:00h, la etapa lo merecía. De todas maneras, en mi caso no es que fuera a dormir mucho más, de todas maneras, ya que ese fin se semana se disputaba el G.P. de Fórmula 1 de Australia. El caso es que Ángel se presentó en casa a las 7:45h, por lo que pudimos salir incluso 5 minutos antes de lo previsto. La cosa empezaba a dar miedo. La mañana, además, se presentaba fría y gris. La Sierra estaba cubierta de nubes bajas que no dejaban ver su esplendor, lo que para nosotros significaba que íbamos a meternos en una bruma húmeda y sofocante. Sobre todo teniendo en cuenta que el primer plato del día iba a ser Los Morales.
Empecé la etapa fuerte. Demasiado fuerte. Tenía unas sensaciones raras que estaba deseando quitarme de encima de la manera más rápida posible. Un malestar que no presagiaba nada bueno. Ángel, equipado con su flamante Ghost, no tardó en advertírmelo: ten cuidado que vas muy acelerado. Era algo de lo que me daba cuenta, pero que me costaba controlar. Y es que la Fuji con la Larsen TT desgastada atrás seguía rodando muy bien. Pero aun así, esas sensaciones extrañas no desaparecían. Iba a ser un día complicado.
Realizamos la subida hasta el Lagar de la Cruz en 54 minutos. No fue una buena subida, al menos para mí. El primer tramo de la Huerta de Hierro lo realicé sin problemas, pero a un ritmo más elevado de la cuenta. Las primeras rampas de Los Morales no fueron malas, y el frescor de la mañana no agobiaba, pero estaba empezando a marearme. Malas sensaciones. Y encima, la Larsen, que en esos primeros compases se mostraba firme, empezó a dar lo peor de sí misma en los tramos de piedra suelta -y húmeda-, ya iniciada la subida. Y es que si hay algo que lleve mal una Larsen (sobre todo si está fundida) es eso. Bueno, y los bancos de arena. Pero aun así, subimos como unos campeones. En la parte final de la subida aprovechamos un pequeño sendero que abrieron durante la Andalucía Bike Race para evitar bajarse al llegar a la barrera del cable de acero. El terreno estaba aún algo suelto por lo nuevo de esa variante, pero valió la pena. Lo que habrá que ver es cuánto tiempo dura sin ser bloqueado.
Eran las 8:50h cuando llegamos al Lagar, y no estaba en nuestras intenciones el detenernos tan pronto. Teníamos previsto hacer la primera parada del día en la gasolinera del Cruce de Trassierra, y aún quedaba un poco de fiesta antes de llegar allí. Así pues, sin pausa ninguna enlazamos con la bajada hacia las Ermitas, por la vereda del mismo nombre (aunque es conocida como la bajada del Salchichón). De nuevo aquí aprovechamos un camino abierto por la Andalucía Bike Race para evitar el tener que tocar asfalto hasta el final de la bajada. Ángel, como no podía ser menos, dio lo mejor de sí mismo en la bajada. La humedad, que tanto había fastidiado en la subida, nos ayudó en la bajada, ya que el terreno se encontraba con la humedad justa para que la arena fina que tan común es en ese tramo estuviera perfectamente compactada. Una delicia para rodar, vaya. Aunque también la misma humedad hacía que estuviéramos empapados por la condensación. Como le dije a Ángel, el día estaba gallego a más no poder. A Marcos le hubiera encantado.
Tras 14 minutos escasos, llegamos a la entrada de las Ermitas, y enfilamos rápidamente la carretera hacia el cruce de Trassierra. La llanta trasera que amablemente Ángel me había cedido la jornada precedente demostró que se encontraba en un estado perfecto. Qué diferencia con respecto a los problemas que había tenido en mi etapa anterior en esta zona. Y es que así daba gusto. Pero mis sensaciones seguían sin ser buenas. Es más, empeoraban: los riñones empezaban a dolerme cosa mala. Las lumbares, como de costumbre. No iba a quedar más remedio que apretarse los machos. Al menos lo que teníamos por delante era de lo más relajado del día: 6 kilómetros de asfalto hasta el cruce. Algo de sube y baja, pero con un razonable descanso al final. O eso creía yo.
Y es que hicimos un ritmo bueno. Muy bueno. En 20 minutos mal contados nos plantamos en el cruce. Eran las 9:26h y ya estábamos en la que se suponía que iba a ser la primera parada del día. Y en un excelente estado, salvo por lo de los riñones. Ángel, por su parte, se encontraba pletórico. No era plan partirle el ritmo. Así que, valientes al frente, continuamos en un non-stop camino de Almodóvar. Sin pausa alguna rodeamos el Rosal de las Escuelas y bajamos rápidamente hasta el embalse de la Jarosa. Embalse que se encontraba en el nivel más bajo que jamás le había visto, y que estrenaba una nueva cerca que lo aislaba del camino. Cerca que me hizo temer problemas de paso, que afortunadamente no se cumplieron. Pasamos el embalse, y continuamos camino de la última cota digna de tal nombre en lo que quedaba de día: la entrada del Castañar de Valdejetas. El día seguía frío y gris, pero las nubes bajas ya habían levantado, y esa sensación de humedad sofocante había desaparecido. Perfecto para rodar.
20 minutos -de nuevo- fue lo que tardamos en recorrer la distancia entre La Jarosa y el Castañar. Un ritmo bastante bueno, para los 4,5 kilómetros de camino. 13’7 km/h de media. No estaba nada mal, si lo comparamos con los 17 km/h de media del anterior tramo de asfalto. Teníamos por delante el Camino de los Toros, que nos habría de llevar hasta Almodóvar. Casi todo bajada, salvo un último repecho, antes de llegar a la casa de la Porrada. Nada complicado, si no fuera porque los riñones me estaban haciendo trizas. Tanto fue así, que justo antes de llegar a la Porrada, tuve que detenerme a dejar descansar la espalda, y recolocarme la faja lumbar. Algo que me vino de fábula. Una vez de nuevo en marcha, y pasada la Porrada, empezamos la larga bajada. El primer tramo por dehesa fue sencillamente genial. No tardamos mucho tiempo en salir al calvero que forma el cortijo de Villalobillos, y que supuso un pequeño descanso en la bajada. Fue en este punto en el que nos encontramos a los primeros ciclistas del día, si bien es verdad que en el tramo entre la Jarosa y Valdejetas habíamos visto marcas de otros dos ciclistas que llevaban nuestro mismo itinerario.
Una vez pasamos Villalobillos, reanudamos el largo descenso hasta Almodóvar, si bien esta vez por asfalto. Un asfalto viejo, quebrado, muy agresivo y adherente. Un asfalto lleno de baches que me hizo echar mucho de menos mi Ghost de doble suspensión. Una bajada asfalto que me hizo trizas los riñones, y que jamás me hizo alegrarme tanto en mi vida de llegar a un sitio donde hacer una parada. Para mi sorpresa, eran las 10:40h de la mañana cuando llegamos a Almodóvar. En mi mejor previsión no esperaba estar allí antes de las 12:30h. Ángel, que sí era más optimista, contaba con estar a las 10:30h-11:00h. Y la verdad, no había estado demasiado desencaminado. Es más: lo había clavado. Aunque también hay que decir que nos habíamos saltado una de las escalas previstas.
Hicimos una escala de unos 30 minutos, en la que dimos buena cuenta de unas excelentes tostadas, antes de seguir nuestra marcha. Llevábamos 39 kilómetros de etapa, y habíamos ya superado lo más difícil del día. Lo que teníamos por delante era ya más una lucha contra nosotros y nuestro cansancio que contra el terreno en sí. Estábamos en el valle del Guadalquivir, y la vuelta a Córdoba la íbamos a hacer por vía verde. Cierto es que teníamos por delante otros tantos kilómetros, pero el principal esfuerzo era ya dosificarse de manera adecuada.
Reemprendimos la etapa a las 11:05h. Cruzamos la carretera de Posadas, y tomamos la carretera que une Almodóvar con Guadalcázar. Esta carretera transcurrre en parte sobre el viejo camino de Almodóvar a Guadalcázar, que era en realidad nuestro recorrido. Este camino no tiene ninguna complicación: une casi en línea recta ambos pueblos. Lo único complicado es saber dónde tienes que abandonar la carretera. Algo que el trazado de ésta pone sumamente fácil, ya que es precisamente la carretera la que abandona el trazado del camino en un fuerte giro a izquierdas, que deja surgir el camino justo ante tus ojos. Un camino rodeado de olivos, sin pérdida posible.
Entramos en Guadalcázar a las 11:35h., tras apenas media hora de recorrido desde Almodóvar, para los algo más de 10 kilómetros de distancia. Descartamos afrontar la dura subida que se nos ofrecía hasta el castillo del pueblo, y optamos por entrar al pueblo desde la entrada de la carretera de Córdoba. Como había dicho, se trataba de regular las fuerzas y de no reventar inútilmente. Así pues, cruzamos el pueblo y tomamos la carrerera que lleva a la barriada de San Vicente, surgida en el lugar que ocupaba la desaparecida estación de Guadalcázar. Camino de la barriada, Ángel notó cómo una de sus calas no enganchaba correctamente en el pedal correspondiente. Nos detuvimos a ver lo que pasaba, y descubrimos el origen del problema: uno de los tornillos del anclaje de la bota se había partido, por lo que el anclaje se encontraba desplazado de su posición original. Continuamos hasta la entrada de la vía verde, y allí aprovechamos para hacer una pequeña parada, e intentar arreglar el problema.
Una vez realizado el breve descanso, y recolocado de manera precaria el anclaje, reemprendimos la marcha. Estábamos al filo del mediodía, e iniciábamos la vuelta a Córdoba. A esas alturas llevábamos ya entre pecho y espalda más de 50 kilómetros de etapa, y casi cuatro horas de marcha. Nos separaban 15 kilómetros de Valchillón, y 19 de Córdoba. Volamos por esos 15 kilómetros, a una media de 23 km/h. Llegamos a Valchillón a las 12:35h, y seguimos sin pausa hasta entrar en la ciudad. El tramo más pesado, como no podía ser menos, fue el que una la Torrecilla con el puente de San Rafael. Un tramo paralelo al río de grava con bastante mala idea. Sobre todo si a esas alturas llevas ya en el cuerpo la paliza que nosotros llevábamos.
Entramos en Vallellano a las 13:00h. Cruzamos el parque de Ciudad Jardín y bordeamos la estación, camino de Arroyo del Moro. ¿Por qué un itinerario tan poco habitual? Porque el fin de etapa estaba marcado en cierto bar de la zona, que los sábados ofrece caña y tapa a un euro. Y es que ese premio de fin de etapa era algo que nos habíamos ganado sobradamente. Llegamos a la meta a las 13:13h, tras 5 horas y 17 minutos de recorrido. Y estos fueron los trofeos que se nos ofrecieron:
En cuanto a la distancia en sí, mi velocímetro tuvo algunos problemas con el soporte para el móvil que había improvisado, y esa jornada no dio mediciones fiables. Así que nos restaban el GPS y el velocímetro de Ángel. Mi GPS indicaba una distancia de 79’289 km., y el velocímetro de Ángel 84’77:
¿Cuál era la medida exacta? ¿Habíamos llegado al objetivo de los 80 kilómetros? En cualquier caso, luego nos quedaba volver a casa desde Arroyo del Moro, así que el objetivo de los 80 kilómetros había quedado ampliamente superado, en cualquiera de los dos casos. Y habíamos hecho el recorrido de la etapa en un tiempo excelente, mucho mejor del que yo había calculado. Así que no cabía ninguna duda: la de ese día era una etapa para recordar.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Brutal 3. Los Morales – Ermitas – Cruce de Trassierra – Almodóvar – Guadalcázar – Vía Verde de la Campiña
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