Durante mis breves vacaciones en Galicia de este verano no podía dejar pasar la oportunidad de volver a rodar por las maravillosas tierras pontevedresas. Y es que pocos sitios conozco que ofrezcan tanta variedad de recorridos: subidas durísimas, bajadas escalofriantes, amplias pistas, roquedales horrorosas y sendas estrechas entre feraz vegetación, además de verdes praderas donde hacer kilómetros como si no costara, y excelentes vistas allá donde mires. Y todo ello concentrado en apenas unos pocos kilómetros a la redonda. Y cuando descubrí un cerro conocido por el sugestivo nombre del Coto de los Infiernos, no pude menos que planificar una etapa para subir hasta allí. La pena es que en esta ocasión no habíamos subido las bicis a Pontevedra con nosotros, por lo que no me quedó más remedio que salir a rodar con esto:
Una bici regalada por mi cuñado Fernando a su sobrina por el día de su primera comunión. Que, aparte de ser un hierro, me quedaba ridículamente pequeña. Pero no era suficiente motivo para echarme atrás. Así pues, salí de Vilarchán a las 10:00h. Atravesé la pequeña aldea y salí de ella en dirección al campo de fútbol. Desde allí tomé la pista que bordea las colinas que se extienden junto a Buchabad, Tourón y Gradín. Pasé por la zona de petroglifos de Tourón, y posteriormente, a la altura del valle que forma el regueiro de San Vincenzo, tomé una pista que subía hasta el alto de Campo Longo. Desde allí tenía varias posibilidades de realizar el recorrido, pero opté por realizar la subida directa hacia el Coto de los Infiernos.
La pista, que se suponía en buen estado, con firme de piedra y bien mantenida, en realidad se encontraba completamente comida por la vegetación. En los últimos meses en la zona se habían sucedido constantes lluvias con períodos de fuerte sol y calor, lo que había hecho crecer la vegetación de una manera inusitada. Tanto era así que lo que se suponía un camino amplio la mayor parte del tiempo se veía convertido en algo como esto:
Apenas un pequeño paso entre matorral que alcanzaba los dos metros y medio de altura, y que entre otras sorpresas, albergaba en su interior zarzales y tojos espinosos. Algo tremendamente divertido. Empezaba a sospechar que el nombre del Coto de los Infiernos no le venía tanto por la dureza de la subida -que lo era-, sino por el infierno verde que había que atravesar para llegar a la cima. El firme de piedra, por otro lado, se encontraba en un estado bastante deplorable, a resultas de la falta de mantenimiento: era en la mayoría de las veces una sucesión de bloques de piedra irregulares, sueltos del terreno, complementados por grava gruesa al estilo del balasto de las líneas férreas, que hacía tremenedamente complicado mantener el equilibrio sobre la bici. Pero aun así, conseguí subir a los 582 m. de altitud del Coto. Y las vistas, como no podía ser menos, eran maravillosas. Bueno, al menos lo que dejaba entrever la vegetación:
Y si la subida había sido ardua, la bajada no lo iba a ser menos. A punto estuve de dar con mis huesos en los afilados peñascos más de una vez en la bajada, que era más acusada en su desnivel que por la otra vertiente. Por suerte no tardé demasiado tiempo en salir a un cortafuegos que, irónicamente, presentaba un mejor firme que el camino que venía siguiendo. Y tras el cortafuegos, volví a enlazar con la pista del campo de fútbol de Vilarchán, con lo que la vuelta a casa fue coser y cantar. Di por finalizada la etapa a las 11:30h.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Vilarchán – Coto de los Infiernos
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El día 16 de julio realizamos la primera etapa del Camino Marítimo, que nos habría de llevar desde Pontevedra hasta Santiago de Compostela. Se trataba de un Camino bastante particular, ya que ha de realizarse -al menos hasta Padrón- en barca. Por ello, decidimos realizar este Camino en barca desde uno de los mejores puertos de la Ría de Pontevedra: Portonovo. Pero para darle algo de vidilla al asunto, por un lado, y para facilitar la logística del desplazamiento, por otra, decidimos aderezar la etapa en barco con una etapa a pie, con inicio en la bella ciudad de Pontevedra.
Para ello, la tarde del viernes 15 salimos de Sevilla, al finalizar mi jornada laboral y empezar mis vacaciones, mi padre, Ana y yo camino de Galicia. Pablo, por su parte, partió de Madrid en tren camino de la capital pontevedresa. Nos encontraríamos a las 7:30h del sábado en la estación de tren. Nosotros llegamos a Pontevedra de madrugada, y nos quedamos a dormir en casa de Mari -hermana de Ana- y Fernando -su marido-, familia política y grandes amigos. A la mañana siguiente, rayando el alba, muy amablemente nos acercaron a los tres a la estación, donde recogimos a Pablo. Nos encaminamos al centro de Pontevedra, donde degustamos un buen desayuno como requisito imprescindible para empezar la marcha.
Empezamos el Camino al filo de las 9:30h. Y como no podía ser menos, nada más empezar a andar un fino orballo hizo acto de presencia. Estaba claro que íbamos a tener un viaje bastante movido. Al menos la suave llovizna nos protegía del sol y refrescaba el ambiente, lo que, dada la altura del año en la que nos encontrábamos, era muy de agradecer. Salimos de Pontevedra por la calle Michelena, cruzamos la Alameda, y tomamos la calle Echegaray para salir de la ciudad por el Puente de la Barca. En todo este trayecto por el centro de la ciudad la gente no cesaba de indicarnos que nos habíamos equivocado, y que el Camino iba por otro lado, por lo que no nos quedó otro remedio que responder que, en realidad, era otro Camino el que estábamos siguiendo.
Cruzado el Puente de la Barca, entramos en Poio, el pueblo de Ana. Y como no podía ser menos, nos detuvimos en casa de su madre para hacer una visita de cortesía. Reanudamos la marcha a las 10:30h. A lo tonto, a lo tonto, llevábamos ya una hora de marcha y apenas habíamos andado dos kilómetros. Nos iba a tocar apretar, ya que a las 16:00h teníamos que tomar la lancha motora, y nos quedaban 19 kilómetros de etapa hasta Portonovo.
Por ello, tomamos la carretera general y nos dirigimos sin más dilación hacia la siguiente escala de nuestro viaje: el Monasterio de Poio. Abandonamos la carretera para entrar en el monasterio por el viejo camino romano, que nos llevó justo hasta la entrada de la iglesia. Por desgracia, dado lo apurado de la hora, apenas nos pudimos detener más que para sellar las credenciales de peregrino, y tuvimos que dejar la planeada visita para mejor ocasión.
Bajamos de nuevo a la carretera general, que no tardamos en abandonar para tomar el camino de la Seara, más cercano al mar, aunque a la altura de Casalvito no nos quedó más remedio que volver a tomar la carretera, que ya no abandonaríamos hasta la siguiente escala: el bello pueblo marinero de Combarro.
Salimos de Combarro, tras un pequeño descanso que aprovechamos para comer un tentempié, al poco de pasar el mediodía, no sin preguntarnos por qué no habríamos establecido como punto de partida de la motora del puerto de Combarro. Sería una pregunta que se volvería a repetir a lo largo de la jornada, aunque con otros puertos de la zona. ^_^ Ya sin abandonar la carretera fuimos pasando por las diferentes parroquias de Poio, así como playas bien conocidas por Ana: Chancelas, Raxó… Fue en Raxó, poco antes de las 13:00h, en cuya entrada hicimos una nueva escala para descansar y aprovisionarnos de agua. La fina lluvia nos había abandonado hacía rato, y aunque no hacía excesivo calor, la humedad se dejaba notar, lo que hacía más trabajosa la marcha.
Reanudamos la marcha, dispuestos a atravesar la parroquia de Raxó y salir del término municipal de Poio, habiendo recorrido ya trece kilómetros de los veinte que conformaban este primer estadio de la jornada. No íbamos mal de tiempo, pero tampoco excesivamente sobrados. Nos iba a tocar apretar la marcha, para no tener problemas con la llegada a Portonovo.
Atravesamos el casco urbano pegados a la playa de Sagunto, cuyas aguas nos llamaban insistentemente, y cuyo influjo no nos quedó más remedio que resistir. Tras pasar la playa no nos quedó más remedio que escalar unas calles hasta reincorporarnos de nuevo a la carretera general. Y digo escalar porque las calles llegaban a tener un 20% de desnivel. No el balde ascendimos 60 metros en apenas 475 de marcha. Un auténtico espanto… para apenas un par de kilómetros después volver a descender al nivel del mar. Pero en fin, esto también es Galicia.
Sentíamos cómo nos estábamos acercando al final de esta marcha. Entramos en el término municipal de Sanxenxo, siempre siguiendo la carretera, lo que nos estaba haciendo trizas los pies, ya que apenas habíamos pisado otra cosa que asfalto y acera en toda la jornada.
Eran las dos de la tarde cuando entramos en el centro urbano de Sanxenxo… y como no podía ser menos -ya se sabe cómo son estas cosas- tuvimos otro encuentro familiar, si bien esta vez completamente inesperado: ¡Nos encontramos con el padrino de Ana! Paramos un rato de palique, que nos sirvió de descanso improvisado para afrontar los últimos compases de la etapa.
Una vez reanudada la marcha, quedó meridianamente claro que Sanxenxo es un importante polo turístico de la zona, ya que estaba colmado de veraneantes, que a esa hora empezaban a desalojar la playa, camino de restaurantes en los que almorzar. Y para colmo, el calor empezaba a apretar. ¿Por qué no habríamos establecido el puerto de Sanxenxo como punto de partida? Ah, preguntas, preguntas…
Al menos, estábamos ya a tiro de piedra de Portonovo. Pasamos junto a la playa de Silgar, y finalmente, llegamos a Portonovo, a las 14:45h. El tiempo había vuelto a complicarse, y apenas teníamos visibilidad a 300 metros. ¿Podríamos, finalmente, realizar la jornada en barco, o tendríamos que pedir a la familia que nos acercaran en coche al final de esta primera jornada en Padrón? Decidimos almorzar, y dejar que el tiempo ofreciera respuesta a estas cuestiones.
Almorzamos unos excelentes bocatas en la cervecería El Puerto, de Portonovo, que hicieron nuestras delicias. Entre tanto, contactamos con el patrón de la motora que nos tenía que llevar hasta Pontecesures, para ver si el viaje finalmente podría llevarse a cabo. Y por suerte para nosotros, nos aseguró que aunque el día estaba algo feo, era perfectamente posible hacer el viaje, si bien iba a ser algo movido, y las vistas algo reducidas.
La fueraborda en la que íbamos a realizar el tramo marítimo hasta Pontecesures nos recogió a las 16:00h en el puerto de Portonovo. Pronto quedó claro que el patrón había acertado de lleno en su predicción, pues la mar se encontraba algo rizada, lo que hacía que la fueraborda no dejara de dar pantocazos desde que salió del puerto. Más diversión: viaje en barco y montaña rusa dos en uno.
Pero por desgracia, la otra parte de la predicción también fue completamente acertada. Salimos con poca visibilidad, que se mantuvo prácticamente durante todo el trayecto por la ría de Arosa. Por ello, apenas pudimos ver nada en nuestro trayecto en torno a la península de El Grove, y el tránsito entre las bateas mejilloneras, pero hay que admitir que todo ello tenía un aspecto fantasmagórico que le daba un aire bastante siniestro al viaje. Y eso también era algo digno de admiración.
Continuamos nuestro trayecto, pasando entre la isla de Arosa y el continente, pasando junto a Cambados, Villanueva y Villagarcía. Cruzamos bajo el puente que une la isla con la Península, y pasamos entre otra zona de bateas.
Por suerte para nosotros, la climatología mejoró al entrar en el río Ulla. Al menos esa parte del viaje íbamos a poderla ver bien. No tardamos mucho en llegar a la zona de Catoira, donde pudimos contemplar las famosas torres de Oeste, barrera de protección contra las invasiones vikingas.
Fue en esta zona donde me atreví a rodar un par de vídeos, ya que habíamos dejado de pegar pantocazos como en mar abierto, y la mejora del tiempo hacía que no nos encontráramos bañados en agua de mar. Este fue el resultado:
Nuestro viaje tocaba a su fin. Entramos en el puerto de Pontecesures a las 17:15, tras apenas hora y cuarto de viaje, en el que habíamos salvado una distancia de casi 33 millas náuticas. Es decir, unos 60 kilómetros.
Pero el viaje no había concluido para nosotros. El final de nuestra jornada estaba en Padrón, no en Pontecesures. Desde aquí el Camino Marítimo concluía en su discurrir con el Camino Portugués, nuestro viejo conocido de 2006. Por lo tanto, nos tocaba andar un par de kilómetros más.
Llegamos al albergue de peregrinos de Padrón, final de nuestra etapa, a las 17:55h. Pero para nuestra desgracia, a esas alturas ya se encontraba completo. Por ello no nos quedó más remedio que hospedarnos en la cercana Pensión Jardín, un excelente establecimiento que se encuentra junto al jardín botánico de Padrón.
Empleamos el resto de la tarde en realizar las visitas turísticas de rigor, entre las que no pudo faltar la Iglesia Parroquial de Santiago de Padrón, donde se encuentra la piedra que da nombre al pueblo.
Pero como el día no había terminado, nos tocó sufrir un nuevo cambio en la climatología, en forma esta vez de intensa lluvia, que nos llevó a guarecernos en una cervecería cercana, que para gran sorpresa de Pablo servía cerveza Löwenbräu, a la que se había aficionado en sus recientes estancias en Munich. Y para colmo, no de botella, sino de barril. Creo que pocas cosas podían emocionar más a Pablo en ese día, salvo el que hubieran servido a la temperatura adecuada la cerveza. Pero tampoco era plan pedirle peras al olmo.
De nuevo en la pensión, lavamos la ropa del día. Este hecho tan intrascendente en apariencia iba a deparar grandes trastornos en jornadas posteriores. Lavamos la ropa a mano, y como me molesté en recordar, era conveniente enjuagar extremadamente bien la ropa y eliminar cualquier resto de jabón, ya que éste, en conjunción con el sudor, podía causar serias quemaduras químicas por la formación de un compuesto sumamente irritante. Éramos veteranos en estas lides -ya habíamos pagado la novatada en 2005-, por lo que en principio estábamos ya más que advertidos de ello. O al menos, eso se suponía. Pues bien: no fue así, y alguien sufriría en días posteriores las consecuencias de no enjuagar bien la ropa. Pero dejemos esto para entradas posteriores.
Esa noche cenamos en una taberna cercana, a base de caldo, empanada, pulpo y vino de la tierra. El día había sido largo y merecía la pena reponer fuerzas para una segunda jornada no menos exigente. Llovía de nuevo cuando volvimos a la pensión, y nos abandonamos a un reparador sueño.
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El domingo 21 de abril hice la tercera y última etapa de mi periplo gallego en primavera. Una etapa que tuvo un final algo abrupto:
Pero empecemos por el principio: la tarde del 21, a la vuelta de una comida familiar en la que celebramos mi cumpleaños y el de Lina, la madre de Ana, Fernando y yo nos decidimos a no dejar pasar el día sin una buena etapa ciclista. Y es que iba a ser la última oportunidad de salir a dar pedales juntos hasta la llegada del verano. Habíamos querido salir esa mañana, pero el día se había presentado frío, lluvioso y desapacible, lo que, pese a lo bucólico, no invitaba precisamente a salir a rodar:
Pero a medida que avanzaba el día, las condiciones meteorológicas iban mejorando. Así que, llegadas las seis de la tarde, y viendo que el día estaba bueno, aprovechamos la ocasión. Ocasión perfecta para estrenar mi regalo de cumpleaños, dicho sea de paso:
Empezamos a rodar a las 18:50h. Salimos de Vilarchán por el GR-94 (Camino Rural de Galicia), en dirección Vigo. Cruzamos la carretera e iniciamos el ascenso por pista hasta el Campo das Cagallas Coto Sobreiro. Una vez llegamos a la carretera de Taboadelo abandonamos el GR-94 y cruzamos el polígono industrial de la Reigosa, para iniciar el ascenso a La Fracha. Un ascenso corto, de apenas kilómetro y medio, pero exigente, con rampas del 21% en su tramo inicial, que constituyen una auténtica patáenelpecho. La ventaja es que es por asfalto, por lo que se hace un tanto llevadero. Aparte de la subida por asfalto, La Fracha es un monte con muchas posibilidades. Está cuajado de pistas, camino, senderos y despeñaderos que pueden hacer las delicias de cualquier tipo de ciclista de montaña. Como me comentaba Fernando, a mitad de la subida, hace algunos años la vertiente del polígono había sido utilizada como pista de descenso del campeonato de España de ciclismo de montaña. Y la verdad, viendo la zona, no me parecía extraño.
Continuamos el ascenso, aún un rato por asfalto, hasta dar con un mirador con unas excelentes vistas sobre la ría de Pontevedra:
Posteriormente seguimos avanzando, ya por pista, camino de unas canteras cercanas a Taboadelo. Por el camino vimos cantidad de marcas que indicaban que las sendas de la zona habían sido utilizadas recientemente por algún tipo de competición. Y es que la zona lo merece.
Seguimos avanzando hasta llegar a un nuevo mirador, esta vez sobre la ría de Vigo:
Reanudamos la etapa, camino de las canteras. Iniciamos una suave bajada, en la que nos fuimos encontrando gran cantidad de fuentes y abrevaderos, pues la zona tiene ganado, tanto salvaje como domesticado. Incluso encontramos un área de descanso, con una magnífica alberca que habría hecho las delicias de cualquiera a poco que el clima permitiera pegarse un chapuzón en ella.
Y así pues, llegamos hasta la primera de las canteras; bajamos por la pista que la bordea a toda velocidad… hasta que empecé a notar un extraño en la rueda trasera. Paré a ver que pasaba, y se había desinflado completamente. Al fue al buscar el pinchazo cuando encontré un enorme clavo que había llegado hasta la llanta:
A partir de ahí, el desastre. No llevaba cámara de repuesto en la mochila nueva, y al echar mano de los parches, el bote de pegamento se había abierto, quedando completamente seco. Una ruina. Intentamos realizar un apaño de emergencia con los parches y cinta aislante, pero no había nada que hacer. No nos quedó más remedio que llamar a casa, y pedir que nos fueran a buscar. A nosotros, mientras tanto, no nos quedó mas remedio que seguir andando hasta la carretera más cercana. Allí nos vino a buscar Gonzalo, un pariente de Fernando. Al menos nos vino con buenas noticias: el Madrid ganaba en ese momento su partido contra el Barcelona. Partido que, a la postre, acabaría ganando. Un final bastante mejor que el de nuestra infausta etapa en La Fracha. Como curiosidad: en ninguna de mis etapas en Pontevedra he hecho más de 15 kilómetros.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Vilarchán – La Fracha
Editado: Como bien me indica Fernando, el lugar que había identificado como Campo das Cagallas no es exactamente por donde pasamos, sino Coto Sobreiro. El Campo das Cagallas (Cajallas, si hablas con gheada ) corresponde a la zona donde se ubica la fábrica de Tafisa, en el cercano polígono industrial. Esto es para aprender que no me puedo fiar de la información de una fotografía.
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El viernes 6 de abril Fernando y yo volvimos a salir a rodar por la zona de Puente Caldelas. La etapa del día anterior, pese a todo, había sido un pequeño fracaso, por lo que decidimos no quedarnos con un mal sabor de boca. Fue una etapa un tanto improvisada: mientras desayunábamos, viendo que Ana había recaído en el resfriado que arrastraba toda la semana (que yo le había pegado), y que ya no íbamos a poder hacer la excursión a Santa Tecla que teníamos prevista, decidimos salir a rodar.
Empezamos la etapa a las 10:00h. en dirección a la carretera de Mirón. La mañana, aunque fría (7.5ºC) no lo era tanto como el día anterior, aunque el cielo estaba completamente encapotado y amenazaba lluvia. Pasamos junto al campo de fútbol de Vilarchán, y poco después, tomamos a mano derecha una pista forestal, que ya no habríamos de abandonar casi hasta llegar a Puente Caldelas. Esta etapa hubiera sido mucho más del agrado de Ana: todo el timpo rodamos por una pista forestal. Los 2’7 primeros kilómetros en ascenso continuo, aunque bastante suave, en los que pasamos por la zona de petroglifos de Tourón. A partir de ahí, realizamos una pequeña bajada, acompañada de una posterior subida junto a un robledal.
Seguimos avanzando por la pista, entrando en la zona de los montes vecinales de Paradela y Gradín. Allí la pista conectaba con el sendero de la Valgada de San Vicente, que cuenta con señalización de sendero de local. Señalización, dicho sea de paso, que me hizo sonreir al recordarme a los senderos locales de Córdoba:
…pero con las inevitables diferencias de colorido.
Seguimos avanzando hasta llegar a la carretera PO-0204. Nos detuvimos un momento, a contemplar una panorámica de la zona, en la que se podía ver el recorrido que habíamos realizado hasta el momento.
La mañana seguía fría, rondando los 7.5ºC, y hasta ese momento no nos habíamos encontrado con ciclista alguno. Realizamos la bajada por carretera hasta Caldelas, bordeando el cerro donde se alza la Ermita del Sagrado Corazón y su espantosa subida. Llegamos hasta la iglesia, y nos detuvimos un momento a inmortalizar el recorrido:
Era ya hora de emprender la vuelta. Bajamos hasta Cuñas bordeando el cementerio de Caldelas, y salimos a la carretera. La vuelta hasta Vilarchán no tuvo mayor complicación. Alternamos tramos antiguos y nuevos de la carretera, pasando por Tourón y Santana. Y como no podía ser menos, dimos por finalizada la etapa con sendas Estrella Galicia, a las 11:50h. Un buen final de etapa, pues al salir de tomar las cervezas, una fina llovizna empezó a caer sobre nosotros. Menos mal que la casa de Fernando se encontraba a escasos 50 metros.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Vilarchán – Puente Caldelas
Etiquetas: mtb, pontevedra, puente caldelas, vilarchán
Esta Semana Santa he estado de vacaciones en Galicia, y como no podía ser menos, he aprovechado para salir a rodar un poco por allí. Aunque mi intención era haber salido a rodar el mismo domingo 1 de abril, el primer día completo que pasamos en Galicia, un inoportuno constipado hizo que lo tuviéramos que postponer hasta el día 5. Así pues, el 5 salimos a rodar por la zona de Puente Caldelas Ana, nuestro cuñado Fernando y yo. Habíamos visto algunos posibles recorridos a realizar, pero al final nos decidimos por uno: desde Vilarchán hasta el arroyo de San Vicente y vuelta.
Empezamos la etapa a las 9:11h. Salimos de casa de Fernando, y tomamos caminos rurales para dirigirnos hacia la zona de La Reigosa. La mañana estaba fría, muy fría, con apenas 6ºC de temperatura. Realizamos alguna que otra pequeña bajada por piedra y pista hasta llegar a La Reigosa, aunque también fue preciso en algún tramo cruzar fincas por senderos. Ya en la Reigosa subimos bordeando el polígono industrial hasta el Campo das Cagallas Coto Sobreiro. Allí giramos en dirección este, abandonando la carretera, camino del cruceiro del Campo, siguiendo durante unos metros el trazado del GR94 (Camino Rural de Galicia):
(Imagen cortesía de TEIXANO)
A partir del cruceiro, tomamos el camino que, en descenso, surge a mano derecha, camino de Chan do Casal. Se trata de una pista rural, amplia, ancha, y de buen firme de grava, aunque con alguna que otra pequeña trampa. Entramos en la aldea de Aluncia pasadas las 10:00h. Llegamos a un nuevo cruceiro, donde tuvimos que optar por qué camino seguir en dirección al arroyo de San Vicente.
Teníamos tres opciones: la carretera a la derecha, una calle en el centro, y un camino a la izquierda. Optamos por el camino, con la idea de evitar la carretera en lo posible, y ante la duda de cuánto duraría la calle. La verdad sea dicha, no fue una idea muy acertada. Pronto el camino se transformó en una brutal bajada por camino empedrado, rodeado de cercas, con pendientes de casi el 28’7%. Tremendamente divertida, pero que hizo que a Ana se la llevaran los demonios, ya que no se siente muy segura con ese tipo de bajadas, con firme irregular. Pero la bajó del tirón.
Una vez abajo, seguimos descendiendo hasta el valle. Llegamos a un pequeño tramo con lugareños. Fernando se adelantó para averiguar si había alguna salida que nos permitiera salir de una manera razonable de allí. Y fue precisamente entonces cuando ocurrió el drama. Ana, al detenerse, no se dio cuenta de que estábamos circulando por un camino empedrado que describía una pequeña terraza sobre el valle, de casi dos metros de altura, tapado por un zarzal. Al echar pie a tierra, se apoyó justo al filo del camino, con tan mala suerte de que se le escurrió el pie, y cayó sobre el zarzal. Y tuvo suerte de que, al arrastrar la bici, ésta hizo que no se colara por el zarzal, cayendo esos casi dos metros de altura. Tuve que ayudarla a salir de allí, magullada, arañada, y con un importante susto en el cuerpo.
Fernando, por su parte, no nos traía buenas noticias. Había un sendero que salía del valle hacia Santana, pero el puente que permitía cruzar un arroyo se había derrumbado, por lo que no nos quedaba más remedio que volver… hasta el anterior cruce. Desandamos nuestros pasos, a ratos dando pedales, y a ratos tirando de la burra. Llegamos de nuevo al cruceiro a las 11:00h. Y visto lo visto, decidimos dejarnos de experimentos y bajar hacia el arroyo por la carretera de Taboadela. Llegamos al arroyo de San Vicente, tras una bonita bajada. Pero una vez allí, como las heridas molestaban bastante a Ana, decidimos ir echando el cierre a la etapa. Tomamos una carretera que llevaba directamente a Santana, a donde llegamos al filo del mediodía. Y para finalizar la etapa, volvimos a Vilarchán alternando los tramos nuevos y antiguos de la PO-532. Como colofón, disfrutamos de unas excelentes Estrella Galicia en las cercanías de casa de Fernando.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Vilarchán – Chan do Casal
Editado: Como bien me indica Fernando, el lugar que había identificado como Campo das Cagallas no es exactamente por donde pasamos, sino Coto Sobreiro. El Campo das Cagallas (Cajallas, si hablas con gheada ) corresponde a la zona donde se ubica la fábrica de Tafisa, en el cercano polígono industrial. Esto es para aprender que no me puedo fiar de la información de una fotografía.
Etiquetas: mtb, pontevedra, puente caldelas, vilarchán