El viernes 22 de julio realizamos la primera etapa nocturna de la temporada en Córdoba, que espero sea la primera de muchas. Quedamos a las 20:45h en casa de Ángel el propio Ángel, Mané, Javi Balaguer, Marcos, José Anta y yo. Javi Aljama, que también tenía intención de venir sufrió los días previos a la salida un esguince de tobillo, por lo que por desgracia se tuvo que caer del cartel. Teníamos un claro objetivo para esta etapa, que no era otro que pasar por dentro del tubo que pasa por debajo de la N-432 a la altura de la Carrera del Caballo. Dicho y hecho, iba a ser divertido.
Salimos a las 21:55h de casa de Ángel, y nos encaminamos hacia Puente de Hierro, a realizar una breve bajada que Mané había experimentado en salidas precedentes. Así pues, cruzamos el Parque de la Asomadilla y el Barrio Naranjo, y no tardamos en salir a la antigua vía del tren de Almorchón. Llegamos justo hasta el Puente de Hierro, y allí Mané nos mostró la bajada: una escalofriante torrentera que se abre justo a la izquierda del pretil del puente, y que se despeña -o más bien hace que te despeñes- hasta alcanzar el arroyo Pedroches. Era descenso de bajar el sillín al tope. Mané y Ángel lo bajaron perfectos. Marcos y yo lo hicimos, a continuación, como pudimos. En mi caso, con el culo completamente apoyado en la rueda trasera. Tanto, que tenía mis dudas si en realidad estaba frenando con los frenos de disco o con el trasero. Jose y Javi, por su parte, también bajaron con precaución y sin demasiados problemas. En resumen, una bajada que era una buena manera de llegar sin dientes a casa a poco que te descuidaras.
Y la cosa no iba a hacer sino mejorar. Cruzamos el arroyo Pedroche y trepamos por una horrenda subida para alcanzar de nuevo la vieja vía. No pongo en duda que hacia abajo esa cuesta tiene que ser la bomba, pero hacia arriba es peor que un dolor de muelas. Aunque tengo que admitir que como reto no está nada mal. A esas alturas de la feria ya llevábamos las luces encendidas. Mané había sufrido un percance con su Lupichin de estreno (el bloque de baterías se había descargado sin razón aparente para ello), por lo que no le había quedado más remedio que llevar una luz del Lidl que dejaba bastante que desear, pero por suerte en ese tramo de la etapa nos apañábamos bien con el resto de luces.
Una vez en la Carrera del Caballo cruzamos al otro lado de la Nacional por el grupo de rotondas, y a la altura de la gasolinera de Repsol abandonamos la carretera, y retomamos el trazado de la vía… si bien con algún que otro problema, porque no dábamos con el sendero. Avanzamos en paralelo a la N-432, hasta llegar a la bajada que lleva hasta el tubo. En este tramo, en una pequeña subida sufrí un tirón en el gemelo derecho. Malas sensaciones que llevaban acompañándome desde hace algunas semanas habían hecho acto de presencia. No me quedaba más remedio que contemporizar un poco… o eso pensaba yo. Realizamos la bajada hasta el tubo sin más percance que una caída de Javi, afortunadamente sin mayor consecuencia. Y allí estábamos: el tubo.
110 metros de longitud, 1’8 metros de diametro, y 50 metros de tierra por encima. ¡Era la bomba! Sólo lo había cruzado una vez con anterioridad, en el año 2009, de día, en solitario, y sin luces. Esta vez éramos seis, de noche y con luces. ¿Cuál fue el resultado? Pues el que se puede imaginar:
Una vez pasado el tubo, y a diferencia de lo que hice en el 2009, bordeamos el arroyo Pedroche por su margen izquierda, hasta alcanzar el camino de la cantera de Santo Domingo. Estábamos ya al filo de las 23:00h, y teníamos aún que llegar hasta Santo Domingo, donde nos esperaban Enrique, Juan, Carlos, Inma y algunos amigos más. Íbamos tarde, muy tarde. Por ello subimos la cuesta de la cantera hasta el cortijo de Los Velascos a toda velocidad, lo que hizo que el propio Jose, aún novato en estas lides las pasara canutas. Pasado el cortijo, bajamos hasta el arroyo Santo Domingo y seguimos avanzando hasta la cantera.
Decidimos sacrificar parte del recorrido (subida por la cantera, para luego ir a la ermita y bajar hasta el lago desde ella), y enfilar directamente hasta Santo Domingo, y desde allí al bar donde nos esperaban. Y así, sin detenernos apenas, afrontamos la escalofriante subida de grava que antecede al monasterio, con sus rampas del 19%. Y con un calor de 31ºC. Llegamos a las 23:25h. Había sido duro, muy duro. Pero mereció la pena.
Y es que nos pegamos un magnífico homenaje a base de morcilla, flamenquines, ensaladilla, japuta, croquetas, y por supuesto, jarras y jarras de cerveza. Valga decir que una parada que habíamos previsto de media hora, a lo sumo, se prolongó hasta la hora y media larga. Así que creo que no es necesario decir que cuando nos decidimos a volver a montar en las bicis nos encontrábamos algo perjudicados. Habíamos decidido subir el 14%, y desde allí enlazar con la bajada de Los Morales… y ya se vería desde allí. Jose a esas alturas se vio obligado a abandonarnos, merced a obligaciones familiares. Así que el quinteto restante afrontamos una nueva subida, desde el restaurante hasta la antena de comunicaciones del 14%. Habida cuenta del objetivo que teníamos por delante, y de lo alegres que íbamos, no tardamos en bautizar la subida como “Los Morares”.
No recuerdo haber hecho una subida más divertida en mucho tiempo. Divertida pese a que cada 50 metros me iba metiendo directo contra un arbusto, y dejándome las piernas hechas un cristo. Para apenas 400 metros de subida lo estábamos pasando como enanos… hasta que sobrevino la debacle: la luz del Lidl de Mané dijo basta, y dejó de alumbrar. Vista la situación, llegamos hasta la antena, y decidimos qué hacer.
Tras evaluar las circunstancias, optamos por lo más sensato -lo cual, dicho sea de paso, es sorprendente-: recoger bártulos y volver a casa. Realizar un descenso como Los Morales a oscuras no es algo especialmente recomendable. Bajamos por la carretera del 14%, hasta tomar un enlace a mano derecha que lleva hasta el Cerrillo. Pese a que habíamos optado por lo más razonable, no íbamos a hacer todo lo razonable. Al menos el tramo final de Los Morales, el correspondiente a la Huerta de Hierro, íbamos a hacerlo. Y así fue. Conseguimos apañarnos con las cuatro luces que nos quedaban para hacer el descenso. Y ya una vez en la civilización, la vuelta a casa por Sansueña no fue más que un puro trámite. Llegamos a casa de Mané a las 1:35h, habiendo recorrido tan sólo 17 kilómetros. 17 kilómetros, eso sí, a un ritmo frenético, que nos depararon enormes dosis de diversión, sangre, sudor… y birra. ¡Ah! Y un grito de guerra:
¡¡¡Espartinas!!!
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Nocturna Carrera del Caballo – Tubo N-432 – Santo Domingo – Huerta de Hierro
Etiquetas: 14%, carrera del caballo, córdoba, los morales, mtb, n-432, puente de hierro, santo domingo, tubo
El sábado 10 de marzo volví a salir a rodar por Córdoba, en la que sería la primera etapa nocturna de la temporada en tierras cordobesas (y es que -no lo olvidemos- ya había salido a rodar en nocturnas en Sevilla en 2012). Para esta etapa tan sólo habíamos quedado tres personas: Ángel, su amigo Josemi y un servidor. Y nos planteamos hacer un recorrido diferente: recorrer la Vereda de Linares (que la teníamos bastante abandonada), y bajar por la trialera hasta Puente de Hierro. Un recorrido que, pese a todo, tenía su aquel, pues realizar la bajada técnica de Linares por la noche no era precisamente como rodar por el Vial Norte. Pero era interesante.
Empezamos la etapa a las 19:00h, en el Cámping. Bajamos por Chinales hasta Fátima, y salimos de Córdoba por el puente romano sobre el arroyo Pedroche. Tomamos la carretera hasta la Campiñuela Baja, y entramos a continuación en la vereda de Alcolea. No faltó mucho tiempo antes de que me dejara llevar por la Fuji, y empecé a rodar ligero casi sin proponérselo. Ángel, con su BigHit de descenso, y Josemi, con su Giant Reign de all mountain, no tuvieron que tardar mucho en llamarme a capítulo. El tramo por la vereda no supuso más novedad que el poder contemplar en campo en pleno crepúsculo, algo que no observaba en esta zona desde hacía bastantes años. Al llegar al cruce con la vereda de Linares fue el momento elegido para poner en marcha las luces. Y es que la noche ya se nos había echado encima.
La bajada hasta el arroyo Rabanales fue bastante divertida, aunque me deparó un buen susto. En el tramo más abrupto de la bajada perdí el control de la bici -por frenar demasiado- y tuve que salir dando brincos por encima del manillar. Por suerte, sin más inconveniente que un tirón en el gemelo derecho. A partir de ahí empezó el sufrimiento: la subida de la cuesta de Linares, con su 18.3% de pendiente, y en plena noche. Subida dura, subida exigente, pero subida genial. Una vez pasada la subida, salimos de mi terreno y entramos en los dominios de Ángel: la bajada de Linares. Una bajada técnica, peligrosa, con mucha piedra suelta, raíces y ramas. Y que íbamos a hacer de noche. Y que hicimos del tirón. Ángel, para lo que es su costumbre, marcó un ritmo tranquilo. Eso quiere decir que me costaba trabajo seguirle. Y pese a todo, conseguí hacer una bajada bastante decente con la rígida. Y sin partirme la crisma.
Terminado el descenso, tomamos el tramo del Camino Mozárabe. Realizamos la subida y la posterior bajada por las piedras. Creo que fue cosa de la oscuridad, y que no veía bien por donde me metía, pero realicé un salto por las piedras que hay justo al coronar que en condiciones normales casi no realizo con la Ghost. Ni yo mismo me creía lo que estaba haciendo, así que el ver el gesto de aprobación de Ángel tras verme dar ese salto fue un premio que agradecí bastante.
De vuelta en la carretera, optamos por dirigirnos a la trialera atravesando Torreblanca por asfalto. A esas alturas Josemi, que había salido equipado con las espinilleras y el casco integral, estaba empezando a pasarlo mal, por lo que Ángel comentó que lo mejor sería volver hacia su casa desde Santo Domingo. Eso nos dejaba con la única opción de realizar la subida de la pista de la cantera hasta el Cortijo de los Velascos: kilómetro y cuarto de subida psicológica con una pendiente máxima del 14%. Ángel y yo realizamos la subida bastante bien, pero Josemi lo pasó bastante mal.
Desde allí, subimos a Santo Domingo por la cantera, sin más percance que una pequeña caída de Josemi al cruzar el arroyo Santo Domingo. Llegamos al picadero e hicimos una pequeña parada, antes de afrontar la subida de la pista de grava que está antes del monasterio.Y allí fue, por fin, donde inmortalizamos la etapa:
Tras el pequeño descanso, afrontamos la última subida del día digna de ese nombre: 300 metros de pista de grava, con una pendiente máxima del 17%. Una bonita pared que, de nuevo, hizo su selección. Y es que este día, a diferencia de la etapa anterior, agradecí bastante llevar la Larsen. Pese al susto que me había dado en la bajada del arroyo de Rabanales. Y así, llegamos a la cota de la etapa: 343 m. de altitud. A partir de ahí, la etapa fue casi un mero trámite. Bajamos por asfalto hasta la carretera del 14%. Allí subimos un poco para tomar el carril que comunica con El Cerrillo (que era, dicho sea de paso, desconocido para mí), y por último realizamos la bajada de la Huerta de Hierro por los eucaliptos. Un bonito descenso para poner fin a la etapa. Ángel y yo nos despedimos de Josemi, y bajamos de vuelta a casa por la calle Sansueña y por la Cuesta Negra. Dimos por finalizada la etapa a las 21:41h.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Vereda de Linares – Santo Domingo – El Cerrillo (nocturna)
Etiquetas: Camino Mozárabe, córdoba, el cerrillo, mtb, santo domingo, vereda de linares
La última semana del año ha sido prolífica en etapas ciclistas: tres en cuatro días. La primera de ellas fue una mini-etapa con Mané y Carlos en el entorno de Santo Domino. Una etapa breve, pero muy divertida. Salimos de Córdoba a las 10:45h por la carretera de los Villares, que pronto abandonamos para tomar a mano derecha la pista de las Salesas. Desde allí tomamos la pista trialera que conduce, pasando por el mirador de San José, hasta el comienzo de una de las bajadas más divertidas de la zona: la Superlópez.
En la Superlópez, como no podía ser menos, Mané aprovechó para realizar el salto sobre la plataforma de tablones. Plataforma que, dicho sea de paso, se encuentra en un estado un tanto precario por la humedad. ^_^
Desde el final de la Superlópez nos dirigimos hacia el cortijo de los Velascos, donde tomamos la vereda de Santo Domingo, que pasa por encima de la cantera. Una subida brutal, y unas buenas vistas de la zona.
Desde allí bajamos hasta la laguna de Santo Domingo, y realizamos la subida por la pista de cemento hasta el convento. Tras una pequeña pausa, cruzamos la urbanización, y tomamos el sendero señalizado que conduce nuevamente al comienzo de la superlópez. Al poco de entrar en el sendero tuve un pequeño percance que a punto estuvo de tener graves consecuencias: mi mochila quedó enganchada en una rama cuando descendía a toda velocidad. La rama resistió la tensión, y me pegó una sacudidad que a punto estuvo de hacerme caer al suelo. Por suerte, finalmente la malla elástica -que era lo que se había enganchado a la rama- se partió, y quedé liberado, aunque con un importante susto en el cuerpo.
Recorrimos -esta vez en sentido inverso- la trialera del mirador de San José, para posteriormente bajar por la loma de la Palomera. Descenso que nunca había realizado, ya que siempre había tomado el camino hacia arriba.
Dimos por finalizada la etapa volviendo a casa a través de la urbanización de Mirabueno, lugar donde Carlos y Mané aprovecharon para sacar el máximo partido a sus bicicletas con doble suspensión.
Una etapa breve, pero muy divertida, en el entorno más cercano a casa.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Entorno de Santo Domingo
Etiquetas: cantera, córdoba, mtb, palomera, santo domingo, superlópez
El sábado pasado, como ya adelanté en otro artículo, salimos a rodar Mané, Javi Aljama, Enrique y yo. Durante la semana había estado en contacto con Mané para repetir la salida que habíamos hecho el 24 de diciembre del año pasado, y al final pudimos quedar para realizar esta etapa. Cuando Mané me pasó el plan de recorrido el viernes anterior a la etapa, no pude menos que echarme las manos a la cabeza: subida por la cuesta del Reventón, el vado de Negro, y la bajada por Avionetas Exprés, que para mí constituía un misterio, pero sonaba amenazador. Salíamos a las 10:00h, y yo aún me encontraba en Sevilla. Vamos, que el sábado iba a tocar madrugar para que me metieran una paliza espantosa. Pero… ¿quién dijo miedo? Además, que ya iba siendo hora de estrenar las cubiertas Kenda que tenía guardadas en el maletero del coche desde antes de vacaciones: una Blue Groove de 2.10” para la delantera, y una Small Block Eight de 2.10” para la trasera. Algo menos indicada para el barro, pero buena rodadora.
Llegamos a Córdoba con un precioso día pasadas las 9:00h, lo que marcó un espléndido contraste con todo el viaje, que hicimos desde Sevilla hasta Écija en un continuo banco de niebla que me hacía albergar negros presentimientos para la etapa del día. Pero el magnífico tiempo que hacía en la ciudad no tardó en despejar mis temores. Con el tiempo justo para preparar la bici y los arreos ciclistas, salí de casa para encontrarme con mis compañeros de etapa. Hacía ya largos años que no rodaba con Javi Aljama, y nunca lo había hecho con Enrique. Y allí estaban los tres, con sus excelentes burras de doble suspensión. Me llamó especialmente la atención el material de Enrique: protecciones para descenso de rodillas y espinillas -grebas, vamos-, casco integral… y cubiertas de descenso de 2.50”. Para subir -me daba la impresión- las iba a pasar canutas, pero iba a ser espectacular verlo descender. Como así fue.
Sin muchos más preámbulos que los correspondientes saludos y alusiones al tiempo que hacía que no nos veíamos, salimos. Enfilamos hacia el Tablero, camino del Patriarca. Subimos por la calle del Barón de Fuente Quintos, con la idea de atrochar por la cerca de la Arruzafa hasta la parte baja del Patriarca, pero no fue posible, ya que las obras de urbanización de la zona tenían todo completamente cortado. Por ello, no nos quedó más remedio que subir hasta el Parador, y entrar por la urbanización. A esas alturas Enrique venía purgando penas por llevar esas cubiertas, y no mucho después tomó la decisión de subir hasta el inicio del Reventón por la carretera de las Ermitas. Javi, Mané y yo entramos por la dehesa. Las cubiertas me estaban transmitiendo buenas sensaciones, y a diferencia de la última etapa con Mané, no me estaba encontrando fuera de punto. Era pronto, de todas maneras, para evaluar eso. Subimos a un ritmo razonablemente bueno, en el que pude aguantar a ambos sin demasiados problemas, hasta el enlace con la carretera de las Ermitas. E las rampas más duras perdí pie, y me tocó arrastrar un poco la bici. Aún no he recuperado toda la agilidad deseable en terrenos complicados.
Una vez agrupados con Enrique, afrontamos la cuesta del Reventón. Gracias a llevar unas cubiertas menos gruesas que las de Javi y Mané (2.35” en su caso), pude aguantarles razonablemente bien el ritmo en la parte de asfalto y en las primeras rampas de tierra. Enrique, por su parte, las pasaba canutas. Pero tampoco teníamos demasiado prisa, y el día prometía ser largo. Al final, decidimos subir cada uno a su ritmo, y encontrarnos al final de la subida. Poco a poco Mané y Javi se me fueron escapando, y a Enrique rápidamente lo dejamos atrás. La subida del Reventón aparecía increíble: la torrentera que cruza varias veces el recorrido estaba completamente desbordada, de tal manera que el propio camino se encontraba convertido en un arroyo, cosa que nunca antes había visto. En la subida me crucé con abundantes senderistas, que no dejaban de dar ánimo ante la dura subida.
Llegué arriba con unos cuantos minutos de diferencia con Javi y Mané, y aun así tuvimos que esperar un rato a que Enrique terminara de realizar la subida con esa bestialidad de cubiertas. Y así, tras un descanso razonable, continuamos la subida hasta el Lagar de la Cruz. En el cruce de las Ermitas tomamos el pequeño sendero que, en paralelo a la carretera, sube hasta el Lagar. Sendero que había recorrido muchas veces hacia abajo, pero nunca hacia arriba. Bueno, alguna vez tendría que ser la primera, ¿no? El sendero, a diferencia de la subida anterior, era algo más tendido y relajado, pero mucho más angosto y con más barro. Iba a ser una buena prueba para las cubiertas nuevas. Prueba que superaron con una excelente nota, sin darme más problemas que una derrapada al pasar sobre dos raíces, cuando la cubierta trasera me patinó sobre una de ellas al quedar bloqueada la rueda delantera con la otra.
No pudimos, como era nuestra intención, llegar hasta el Lagar siguiendo por entero el camino, ya que en uno de los innumerables cruces de la red de caminos acabamos saliendo a la carretera junto a una zona vallada. Esto nos obligó a subir por carretera al Lagar. De nuevo, con la excepción de Enrique, mantuvimos un grupo compacto hasta llegar al Lagar, donde hicimos avituallamiento: plátano, Acuarius y un dulce de crema. Ya habíamos terminado prácticamente con las subidas del día. A partir de ese momento, quedaba… la emoción.
Cuando salíamos del Lagar, dos chavales nos preguntaron por nuestras intenciones de descenso. Les comentamos que pensábamos hacer la bajada de Avionetas Express, ante lo que nos pidieron venir con nosotros, ya que querían hacer esa bajada. Así pues, salimos hacia el cruce del 14% por el camino que rodea el cerro de las antenas por el lado contrario a la carretera. A esas alturas, y pese a que el perfil era sensiblemente más asequible que el que veníamos trayendo, las fuerzas estaban empezando a escasear. Yo empezaba a notarme algo fuera de punto, Javi se iba descolgando un poco y Enrique seguía con su tónica de sufrir carga extra y cubiertas brutales. Aun así, manteníamos el tipo.
Llegamos al cruce del 14% sin mayor novedad que un impacto de pella de barro en uno de los ojos de Javi, que le resultaba muy molesto ya que había olvidado las gafas. Tras enjuagarle el ojo -operación que con camelback es más difícil de lo que pueda parecer- continuamos el recorrido hasta la entrada de la pista de aterrizaje de avionetas. Lo hicimos por el pequeño sendero que transcurre en paralelo a la carretera. El sol pegaba ya con casi toda su fuerza -pasábamos ya del mediodía- y el firme irregular del camino hacía bastante daño… especialmente teniendo una carretera perfectamente normal a nuestro lado. En esas, y sudando la gota gorda, llegamos hasta la entrada de la pista de aterrizaje. En efecto, nunca había bajado por ahí, pero pronto me dibujaron una nítida escena de la bajada.
Desde ese punto existen dos posibles bajadas. La primera -Avionetas Normal- de ellas es una pista forestal que desciende dando vueltas y revueltas hasta el cerro de Jesús José y María, al este de Santo Domingo, para posteriormente bajar por un sendero hasta el valle de las Porras (donde se encuentran las ruinas de una antigua casa), y salir aguas abajo por el arroyo Pedroche. La segunda -Avionetas Express- es el cortafuegos que, en línea recta, baja por el cerro hasta el fondo del valle. Desde allí, a la derecha, existe un camino que lleva a las urbanizaciones que se extienden por encima de Santo Domingo. Rápido y brutal.
Tras reagruparnos, rodamos hasta llegar a la cerca de entrada de la pista de aterrizaje. Al llegar a la cerca tomamos un pequeño sendero que surge a la izquierda, y que lleva al comienzo de la pista forestal. Descendimos hasta el comienzo del cortafuegos. Es decir, el comienzo de Avionetas Express. Empezaba el terreno de Enrique.
Hicimos la última para para realizar los ajustes necesarios. Enrique se puso las grebas que llevaba arrastrando todo el día, y se ajustó casco. Yo aproveché, por mi parte, para colocar la cámara deportiva, y hacer las últimas fotos. Y antes de empezar el descenso, todos bajamos los sillines a la mínima expresión. El brutal descenso que teníamos por delante obligaba a ello. Si no, nos arriésgabamos a salir por encima del manillar a la primera frenada comprometida. Tomé una bonita foto de la bici de Mané con el valle al fondo, y empezamos el descenso.
Me quedé sin palabras. Uno de los chavales que venía con nosotros bajó como un verdadero demente. Enrique empezaba a disfrutar, y los demás bajábamos como podíamos. Sillín abajo, culo atrás, de tal manera que el sillín estaba a la altura del estómago, y mucho cuidado. En mi caso, al afrontar el descenso con cuadro rígido y cubiertas más finas, era algo más complicado… pero más divertido para mí. Y las Kenda no se estaban portando nada mal. Aun así, había tramos que sencillamente no pensaba bajar a costa de romperme la crisma. Y como yo, los demás, salvo los dos fenómenos que iban en cabeza.
Tras el primer descenso brutal, teníamos un pequeño respiro, en donde nos agrupamos y seguimos bajando. A ratos sobre la bici y a ratos junto a ella. Hasta que llegamos a la bajada. De nuevo Enrique y el otro chaval lo bajaron sin inconvenientes. Y ahí andábamos, mirándonos los unos a los otros, Mané, Javi, el amigo del chaval -Paco, se llamaba- y yo, hasta que me decidí a echarle valor. Qué narices, estaba ahí para esas cosas. Empecé la bajada demasiado a la izquierda, sin tomar el claro camino entre la grava de la bajada que habían marcado nuestros dos compañeros. Empezó a derraparme la bici, y al frenar de atrás para intentar recomponer la bajada, se me fue completamente. Intenté detener la bici, y de hecho lo hice durante una fracción de segundo, en que me quedé completamente cruzado de atrás a la izquierda, en un equilibrio inestable en la bajada. Parecía que el tiempo se detenía… hasta que se aceleró de nuevo. Pronto me vi cayendo sin control en un revoltillo de brazos, piernas y bici. Salté de ella como pude, y en la caída me golpeó en la espalda. Ya me veía dando tumbos hasta el fondo del valle, cuando pude clavar la bota izquierda en la grava y detener la debacle. Informe de daños: ninguno físico. ¿La bici? Bien, salvo porque se le ha dado la vuelta el manillar. La cámara, ¿sigue grabando? Sí. Saludo a los espectadores y sigamos bajando.
Una vez todos abajo, y tras las bromas de rigor, seguimos bajando. Aún nos quedaba bastante fiesta por delante. El cortafuegos seguía descendiendo en línea recta, hasta llegar a un abrupto giro a la derecha y luego a la izquieda. Seguimos bajando hasta que llegamos al fondo del primer valle. Allí, a la derecha, se surgía una pista forestal. En un primer momento pensamos que era el cortafuegos que subía hasta la ermita que hay junto al lago de Santo Domingo, y descartamos subir por ahí. Luego, con las cartas topográficas en la mano, pude ver que era la salida a la derecha que Mané decía que teníamos que tomar hasta llegar a la parte alta de Santo Domingo. Nos habíamos equivocado en un valle de distancia. Así pues, seguimos por el fondo del valle, por un sendero estrecho y complicado que había conocido mejores días. No tardamos en llegar a una pista algo más amplia que subía de una manera imposible entre pinos de repoblación. No nos quedó más remedio que echar pie a tierra y arrastrar las burras como si fuéramos mulas de carga. Aproveché para tomar una foto del descenso disparatado que habíamos hecho:
Superada la subida, afrontamos un nuevo descenso hasta que llegamos al fondo de otro valle. Aquí teníamos dos alternativas: una subida demencial a la izquierda por un cortafuegos, o tratar de seguir el arroyo por el fondo del valle, por senderos de jabalíes en el mejor de los casos. El chaval de los descensos optó por subir el cortafuegos, y todos los demás -amigo del chaval incluido- seguimos por el valle. Tuvimos que vadearlo varias veces, trepar por piedras, e incluso meternos por el cauce alguna que otra vez. Eso ya no era ciclismo, era exploración pura y dura. Las pasamos canutas para seguir avanzando… pero en cuanto eché la vista atrás, me quedé helado. Tras el largo rato de avance que teníamos ante nosotros, el chaval aún no había terminado de subir el cortafuegos. De locos. Y según me decían Enrique y Mané, aún que quedaba bajar y subir otro igual.
Al final, conseguimos salir del valle tras mucho tirar de bici y abrirnos paso entre maleza, y llegamos hasta el valle de las Porras, donde se alza la casa en ruinas a la que la gente le llama Los Muros. Afrontamos la subida a la casa como una manera de medir fuerzas… y conseguí hacer la subida entera. Pese a todo, no estaba tan mal. Allí hicimos un descanso, hasta que el chaval por fin, tras andar como Braveheart subiendo y bajando riscos como un highlander, llegó hasta la casa. Pasaba ya de la una y media de la tarde.
A partir de ahí, el resto de la etapa estaba claro. Íbamos a salir por el fondo del valle, siguiendo el cauce de los arroyos Barrionuevo y Pedroche, hasta llegar a la pista de la cantera de Santo Domingo, para continuar descendiendo por el arroyo Pedroche hasta el Puente de Hierro. Y de ahí, a casa. Dicho y hecho. Bajamos de la casa en ruinas y cruzamos el páramo pizarroso que lleva hasta las hoces del arroyo, y que marcan la salida del valle. Vadeamos el arroyo al llegar a la zona de las pozas y de la cascada, en mi caso con agua hasta la rodilla, y realizamos el descenso por la parte derecha del arroyo. Por lo general suelo ir por la parte izquierda, lo que obliga a cruzar varios arroyos, así que constituía una interesante novedad.
Cuando llegamos al cruce, tuvimos que pasar con cuidado entre un rebaño de ovejas que allí se encontraban. El resto del descenso hasta Puente de Hierro no tuvo mayor noticia, salvo una pequeña parada que hicimos en la cueva que forma la toma de aguas del acueducto romano. Llegué hasta Puente de Hierro en cabeza, e intenté cruzar el arroyo… sin éxito. Me metí por la parte de la derecha y me hundí de nuevo de agua hasta la rodilla, aunque estuve a punto de pasar. Los demás cruzaron a pie.
Desde ahí, subimos hasta el castillo del Maimón, y cruzamos hasta el Naranjo. Allí nos despedimos de Enrique. Más adelante, en la rotonda del Calasancio, nos despedimos de Javi, que aún tenía que subir hasta su casa, más allá de Huerta de los Arcos. Y así, Mané y yo bajamos hasta casa. Pasaba de las dos y media de la tarde cuando dimos por finalizada la etapa. Una etapa dura, a la par que interesante, en la que disfruté como un enano. Espero que estas salidas se repitan con más asiduidad.
El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver Cuesta del Reventón – Lagar de la Cruz – Avionetas Express (15/01/2011) en un mapa más grande
En cuanto a los datos de la etapa, son los siguientes:
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Ayer realicé la que es probablemente la etapa ciclista más improvisada desde hace mucho tiempo. Cuando salía a comprar el pan a eso de las dos y media de la tarde me encontré con mi amigo Mané, que estaba estrenando su nueva Giant doble suspensión. El caso es que empezamos a darle a la hebra, y decidimos salir esa tarde a rodar. Hacía al menos 12 años que no rodábamos juntos, y era una oportunidad que no iba a desaprovechar, como en los viejos tiempos. Quedamos a las cuatro de la tarde, por lo que tuve que ir a comprar el pan, y comerme las habichuelas a cara de perro para poder llegar a tiempo.
Mané me prestó su “vieja” Ghost doble suspensión, que compró la pasada primavera, y salimos a rodar. Era la primera vez que rodaba con una doble, con unas cubiertas Maxxis High Roller de 2.35”, por lo que, en comparación con mi rígida con Larsen TT de 1.90”m, tenía la sensación de manejar un tractor, más que una bici. Entre eso, y que hacía más de mes y medio que no rodaba, empecé a notar que lo iba a pasar francamente mal en la etapa.
Subimos por Sansueña y enfilamos por Huerta de Hierro, para realizar la subida de Los Morales. El día, tras las lluvias de esta semana, estaba espectacular, y el campo no lo estaba menos: mucha agua, pero poco barro. La primera subida de huerta de hierro me pegó un mazazo espectacular, y al pasar junto a Los Morales estaba completamente desfondado. Pero aun así, no iba a rendirme. Especialmente con un día tan bueno.
El ascenso de Los Morales tenía más agua de la que había visto en mi vida, acostumbrado a verlo hecho un secarral. El camino era una auténtica torrentera, con un arroyo por la bajada. Impresionante. La subida la hice a ratos montado, y las más de las veces arrastrando los 16 kilos de la bici, purgando el mes largo sin bici, las habichuelas, y los 12 kilos de sobrepeso que aún tengo que quitarme.
Posteriormente, y antes de llegar a la fuente de los Piconeros, giramos a la derecha para realizar la subida a las antenas, con el objetivo de realizar el descenso hacia el cortijo de San Pablo. Por primera vez iba a probar una buena doble en descenso. Y no tengo más que alabanzas para ella. La bajada del cortijo estaba llena de agua, suelta y trepidante, pero la Ghost la afrontó con gran aplomo. El exceso de kilos y de agarre que venía sufriendo la subida se demostraron excelentes en la bajada.
Llegamos sin novedad a la carretera del 14%, y tras considerar cruzar el cortijo de San Pablo para aparecer en Santo Domingo, optamos por bajar hasta el cruce y entrar normalmente. Desde Santo Domingo bajamos hasta el camino del arroyo, y bordeamos la cantera. El arroyo estaba enormemente crecido, y había llegado a arrasar parte del vado que hay antes de la subida al cortijo de Los Velascos.
Desde el cortijo tomamos el camino de la cantera hasta llegar al arroyo Pedroche, que también se encontraba enormemente crecido, de tal manera que se había llevado el camino en el punto en que éste cruza su cauce. Tomamos el sendero que baja bordeando el arroyo hacia la Palomera, donde tuvimos un bonito y rápido descenso, con algún que otro susto, pero sin mayores consecuencias. Lo más preocupante es que se nos estaba echando la noche encima.
Al llegar a Puente de Hierro estábamos ya prácticamente sin luz. En el cruce del arroyo metí la rueda casi entera, por lo que me puse de agua hasta los gemelos, y con las botas inundadas.
Desde ahí, subimos hasta el castillo del Maimón, donde me dio un tirón en el cuadriceps de la pierna derecha. El resto de la etapa no tuvo mayor novedad, salvo que probé hasta llegar a casa la Giant nueva de Mané. Una auténtica virguería, si bien es verdad que lo cuesta.
El resultado: llegué reventado, pero contento. Hacía mucho que no rodaba con Mané, pero espero volver a hacerlo en breve, junto con Marcos, Paco, Javi Aljama y los demás. Eso sí, tendré que incrementar el ritmo de entrenamiento, para no arrastrarme miserablemente como en la etapa de ayer.
Ver Los Morales – Cuesta de San Pablo – Palomera (24/12/2010) en un mapa más grande
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