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El síndrome del francotirador majara
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14 jun 11 Panorámica de Sevilla desde el cerro de Santa Brígida

La semana pasada estuve dando pedales por la zona norte del Aljarafe, después de unas semanas en el dique seco por una lesión de espalda. En la parte final de la etapa pude contemplar la siguiente vista de Sevilla desde el cerro de Santa Brígida, en las cercanías de Camas:

Panorámica de Sevilla al atardecer

Panorámica de Sevilla al atardecer

En cuanto a la etapa en sí, fueron 21’11 kms. por los alrededores de Santiponce. Tomé la vía verde de Itálica hasta el cruce con la Cañada Real de las Islas, que abandoné para tomar la cañada de los Infiernos hasta Valencina de la Concepción. Desde ahí bajé por la carretera de Santiponce hasta el cruce con la pista que bordea los cerros que se asoman a Sevilla. Subí al de Santa Brígida, desde donde tomé la foto, antes de volver a casa por la vía verde:


Ver 2011/06/09: Santiponce – Carambolos de Camas en un mapa más grande

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21 mar 11 Etapa ciclista: subida del Arroyo del Moro (20/03/2011)

Ya sé que he empezado a relatar etapas ciclistas más de una vez con estas mismas palabras. Pero si algún artículo merece empezar así, es este. Así que ahí va: se nos fue de las manos. Pero de una manera disparatada. Lo que estaba previsto que fuera una etapa de bici corta, aunque explosiva, por la sierra de Córdoba acabó convertido en una remonte disparatado por el arroyo del Moro, en el que nos tuvimos que abrir camino por matorrales cuajados de espinos, arroyos excavados en la caliza, y vegetación cerrada en plena sierra. Y cuando por fin nos rendimos y volvimos a la civilización, más parecía que nos hubiéramos estado peleando con puerco espines que dando pedales. Pero empecemos por el principio.

Como decía, teníamos previsto realizar una etapa corta por la sierra. No en balde, habíamos quedado a las diez de la mañana porque yo había estado la noche anterior hasta bien pasadas las cuatro de la madrugada en la boda de mi amigo Rafa. Pocas horas de sueño y una buena juerga prometían hacer estragos. La verdad, Javi y Mané no daban crédito de que pudiera tenerme en pie. Y puestos a ser sinceros, yo tampoco.

Empezamos la etapa poco después de las 10:00h, y subimos en dirección a la Huerta de Hierro. Teníamos idea de enlazar Las Jaras y los Villares, para hacer el descenso del Anker. Por lo que una buena manera de subir era por Los Morales. Desde Sansueña tomamos la calle del Cardenal Portocarrero, que sube en paralelo a la Calle Sansueña, pero de manera más cómoda. Y, al poco de abandonar el tramo de tierra de la calle, sufrimos el primer percance: la rueda trasera de Mané perdía aire. Había tenido que cambiarla en su anterior salida, y al no tener cámaras para cubiertas de 2.35”, había puesto una de 2.1”. Parecía que la cámara no había aguantado. Pero al desmontar la cubierta, vimos que la cámara estaba en perfectas condiciones. El problema estaba en la válvula. Rogando por que sólo fuera que no estaba bien apretada, volvimos a hinchar la rueda. Por suerte, parecía aguantar bien.

Continuamos con la etapa. Subimos por la Huerta de Hierro, y nos desviamos a la izquierda por la vereda del Pretorio, en dirección al Cerrillo. Hacía ya bastantes años que no rodaba por allí, y la verdad es que lo agradecí. Una vez llegamos al Cerrillo, y tras unos momentos de duda, enfilamos la subida hacia la Cuesta de la Traición. La verdad, me apetecía subirla, por aquello de variar un poco. Pero puestos a variar, Mané sugirió desviarnos a la derecha, para enlazar por un camino que permitiría subir por Los Morales desde otro sitio. Después podríamos bajar la Traición. La verdad, con una doble, era algo que prometía. Dicho y hecho. Nos desviamos a la derecha en el depósito de aguas, y luego tomamos un sendero que surgía de la calle que habíamos cogido, a la izquierda.

No tardamos en llegar a un cruce de senderos: al frente, Los Morales, abajo a la derecha, un camino desconocido. Y arriba, a la izquierda, otro. Y puestos a investigar, giramos a la izquierda. Pronto nos encontramos subiendo por un sendero que corría paralelo a un arroyo -el arroyo del Moro- entre una vegetación sumamente tupida.

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Aun así, de cuando en cuando, el arroyo nos regalaba con tramos sencillamente espectaculares, con pequeñas cascadas seguidas de remansos en los que se formaban pequeñas pozas en la roca caliza. Daban ganas, pese a ser marzo, de darse un pequeño baño en las pozas. Y la temperatura del agua no ayudaba a vencer la tentación.

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El sendero poco a poco empezaba a estrecharse, hasta que nos vimos forzados a pasar más tiempo arrastrando la bici que dando pedales en ella, por un valle cada vez más estrecho. Y así, llegamos a una zona de cascadas como pocas he visto en su belleza:

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Si hubiéramos sido listos, nos habríamos dado cuenta de que era el momento de dar la vuelta y bajar: era difícil superar lo que habíamos visto hasta ese momento.

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Y para colmo, el camino estaba casi perdido. Pero cometimos el primer error: decidimos continuar. Eran las 11:30h. Habríamos de lamentar la decisión. Consultamos el GPS, y vimos lo que parecía un sendero marcado en la carta, que venía a unirse con la subida de Los Morales, a medio camino del Lagar de la Cruz. Luego pude comprobar que lo que parecía un camino no era más que el arroyo del Moro. Así que seguimos lo que creíamos que era un sendero, hacia una verdadera selva.

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Seguimos ascendiendo dificultosamente, por un sendero comido por la vegetación, con una pendiente disparatada, en paralelo al arroyo. Ya hacía largo tiempo que había sido el momento de volverse, pero seguíamos adelante, con esa falsa idea de que a esas alturas, volver sería todavía peor. Qué equivocados estábamos. Pronto desapareció hasta el sendero, y nos encontramos ascendiendo por el mismísimo cauce seco del arroyo, salvando desniveles en la roca de hasta 4 metros de altura. En nuestra locura llegamos a formar varias cadenas humanas para salvar los desniveles, pasándonos las bicis de mano en mano, jugándonos el tipo, y arriesgándonos a caídas de varios metros sobre rocas afiladas. La verdad, creo que ni un foso lleno de estacas nos hubiera disuadido de seguir avanzando, siguiendo una dudosa senda, que cada vez que lo pienso, más convencido estoy de que sólo estaba en nuestra imaginación.

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Conseguimos subir a un cerro en el que divisamos una bonita vista del valle por el que veníamos ascendiendo. No alcanzo a comprender cómo ante esta vista, en la que sólo divisábamos arboleda, no asumimos que era momento de volver. Pasaba ya la una de la tarde. Habíamos empleado hora y media en recorrer 300 metros.

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Pese a todo, seguimos. Vimos lo que parecía un sendero en la ladera opuesta del valle. Había intentado minutos antes ascender por él, pero la enorme pendiente -me vi obligado a trepar a cuatro patas por terrenos que se desmoronaba bajo mis pies- me había disuadido. Pero volvimos a intentarlo, en una nueva cadena humana. Y lo logramos. Subimos, e incluso la senda parecía abrirse un poco. Craso error: la senda se abría para volver a cerrarse. Javi y yo decidimos explorar un poco el terreno, para ver si era viable salir de ahí en ascenso. Volví a rebasar el cauce del arroyo, sólo para verme inmerso en un mar de matorrales espinosos que me laceraban con sus mil espinas. Volví mis pasos, para encontrar un pequeño camino que subía por la ladera opuesta del valle. Parecía que tenía futuro. Seguí avanzando. Era estrecho, más un camino de jabalíes que una verdadera senda. Pero era lo mejor que teníamos. Seguí avanzando, hasta que tuve la certeza de que tenía salida. Y decidí volver. Llamé por teléfono a Mané para informarle del descubrimiento. Hice bien, porque llevaban un rato llamándome a voces, sin que pudiera escucharles.

Volví sobre mis pasos… hasta que los perdí. No conseguía encontrar el sendero que estaba siguiendo. Al menos conseguí encontrar a Javi y Mané, por lo que atroché monte abajo hasta alcanzarlos. Y lo vi claro: aunque había podido seguir la senda de jabalíes una vez, nos iba a ser imposible hacerlo con las bicis. Tocaba asumir que era el momento de volver. En realidad, no estaba muy equivocado: me había quedado apenas a 100 metros de un verdadero camino. Pero hubiera dado igual que estuviera a 100 metros o a 10 kilómetros. Sencillamente no hubiéramos podido pasar las bicis por ahí. Pasaba ya de la una y media, y estábamos reventados, desgarrados nuestros brazos y piernas por los espinos, y con las manos llenas de espinas. Y en mi caso, con el tobillo derecho a punto de ser fracturado, al hundírseme el pie en una hendidura de una piedra durante una cadena humana.

La vuelta, contra todo pronóstico, resultó más sencilla que la ida, aunque no nos despeñamos de milagro al bajar de nuevo al cauce del arroyo. Aun así, no salimos de nuevo al cruce de caminos hasta las 14:15h. Sin muchas ganas de hacer más barbaridades, nos dirigimos Los Morales, y descendimos por la Huerta de Hierro. Como bien dijo Javi, merecía la pena desquitarnos con un poco de descenso por campo. Nos despedimos de Javi en la calle Mayoral, y Mané y yo bajamos hasta casa, a donde llegamos a las 14:30h. Cuando miré el velocímetro no me lo podía creer: sólo habíamos hecho 11’3 kms. En una hora de pedaleo. En cuatro horas y media de etapa. Se nos había ido de las manos hasta decir basta. Aunque por el lado positivo, encontramos un par de lugares magníficos para ir de perol, acampada, o simplemente darse un baño en la primavera que estábamos a punto de inaugurar.

El mapa de la etapa es el siguiente:


Ver 2011/03/20 Arroyo del Moro en un mapa más grande

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia (según el velocímetro): 11’3 km.
  • Distancia (según el GPS): 11,04 km
  • Tiempo de etapa: 1h 3m 4s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 4h 17m 5s
  • Pulsaciones medias: 143 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 184
  • Consumo medio de calorías: 1030 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1420 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 3h 6m 29s
  • Consumo total de calorías: 4396 kcal
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06 mar 11 Etapa ciclista: Guillena – La Central – Ferrocarril del Cala (06/III/2011)

Esta mañana Rafa, Miguel y yo hemos vuelto a coger la bici, después de algunas semanas sin salir con ellos. Para ir cogiendo el ritmo, escogimos efectuar una etapa ya conocida (Cordel de la Cruz de la Mujer y vuelta por la Ruta del Agua), pero con un añadido: subir desde La Cantina hasta La Central, y volver por el margen opuesto del embalse de Guillena, siguiendo el trazado del abandonado ferrocarril del Cala.

Salimos pasadas las 9:00h desde el inicio del Cordel de la Cruz de la Mujer, en Guillena. La mañana se presentaba agradable, sin rastro apenas del mal tiempo que nos había acompañado ayer. Rafa y Miguel salían con sus Cube doble suspensión nuevas, que no había tenido oportunidad de ver aún. Bonitas, muy bonitas. Y muy ligeras para ser sendas dobles. Sin muchos preámbulos, arrancamos, con Rafa tirando fuerte por delante. Ascendimos sin muchos problemas los primeros kilómetros del Cordel, hasta llegar al desvío de la ruta del Agua, que dejamos a nuestra derecha, y seguimos ascendiendo. Pronto notaríamos el primer cambio de paisaje del día: pasamos de un entorno de campiña a uno puramente serrano. Esta sería nuestra tónica del día: grandes cambios de paisaje en una etapa no demasiado larga.

Seguimos ascendiendo. Poco a poco Rafa fue cediendo en su empuje, ante lo que Miguel y yo tomamos el relevo. Estábamos subiendo, a mi modo de ver, más rápido de la cuenta, y corríamos el riesgo de pagarlo más adelante. Aún así, seguimos subiendo duro hasta llegar a la cima del Cordel, cerca de la central hidroeléctrica el embalse de Guillena. Era el punto más alto de la etapa, donde aprovechamos para hacer un descanso. Teníamos por delante el descenso por la cuesta de la Lenteja (alias El Caracol, alias La Serpiente) hasta La Cantina. Y esta vez tenía intención de grabarlo bien:

(El vídeo ha sido reprocesado con el estabilizador de vídeo por software para Virtual Dub Deshaker, por eso tiene esas bandas negras tan peculiares y algunos efectos extraños en los cambios bruscos de dirección. Aún así, me gusta. Tiene detalles curiosos)

Bajamos rápidamente a La Cantina, en un descenso bastante explosivo, en el que aproveché todos los recortes que pude. Sin embargo, para Miguel fue demasiado explosivo, ya que en una de las curvas más cerradas se le fue la bici de atrás, y acabó en el suelo, con un importante golpe en la rodilla, que no dejaría de darle guerra el resto de la etapa. Pese a ello, al asegurarnos Miguel que estaba en condiciones de continuar, decidimos seguir con nuestro recorrido.

Abandonamos La Cantina en dirección norte, y a difirencia de etapas anteriores, no descendimos hasta la presa, sino que seguimos por la pista de la presa. Poco a poco fuimos ganando en altura, y el paisaje volvió a cambiar: pasamos a una zona con grandes cortados de pizarra, en las cercanías del pantano. No tardamos mucho en llegar a la estación de bombeo del embalse de Guillena, donde hicimos una breve parada para tomar algo de comer en una bifurcación asfaltada. Consultamos el GPS y vimos que nuestra etapa continuaba descendiendo por la pista, que transcurría pegada a la cola del pantano. Al otro lado de éste se encontraba el recorrido del ferrocarril abandonado.

Tras comer unas barritas de cereales y un plátano, retomamos la marcha, aunque no por demasiado tiempo. Al poco de acabar el descenso, y junto al comienzo de una subida, nos paramos a echar una mano a unos ciclistas. Uno de ellos había sufrido un percance bajando, que se había saldado con el cambio de piñones destrozado -en el caso de la bici- y con el ciclista encaramado a un árbol, para evitar una caída por el terraplén que llevaba al pantano. Les ayudamos a desmontar el cambio destrozado y a cortar el cable de éste, para que pudieran al menos dejar la bici a piñón fijo.

Seguimos ascendiendo por la pista asfaltada, circulando de nuevo por un auténtico paisaje serrano que se convertiría en una constante hasta llegar a La Central. Tras la primera subida, continuamos en un terreno con suaves subidas y bajadas, que permitieron que Miguel tomara algo de aire, ya que venía sufriendo algunas molestias en su rodilla. Y así, tras un rato de marcha, llegamos a La Central. Pasamos ésta y tomamos un camino descendente que nos llevó hasta el cauce del río Ribera de Huelva. Teníamos que cruzarlo, y la verdad, dada la época del año, no las tenía todas conmigo. Sin embargo, el nivel del agua se encontraba realmente bajo, por lo que pudimos cruzar el vado sin problemas.

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Ascendimos hasta la otra orilla, y subimos hasta llegar a la vía abandonada, por una pequeña pero explosiva pendiente, hasta llegar a una casilla del guardia del tren en estado ruinoso. La vía se encuentra completamente desmantelada, sin vías, traviesas o balasto, por lo que el rodar por ella era bastante cómodo. Nada que ver con lo que hicimos Javi, Mané y yo el pasado lunes. Tan abandonada se encontraba que la vegetación lo había invadido todo, llegando en algunos momentos a circular por hierbas que llegaban hasta el manillar de la bici. Y así, empezamos el descenso por el ferrocarril.

El descenso al principio era bastante cómodo. El trazado se encontraba en bastante buen estado, y no teníamos que detenernos más que para cruzar algunas puertas que delimitaban las fincas por las que íbamos pasando. Sin embargo, poco a poco nos fuimos adentrando en una zona más abrupta. Así empezamos a circular por las trincheras del ferrocarril, en los que los desprendimientos empezaban a menudear, lo que hacía necesario circular con más cuidado, so pena de sufrir alguna caída, como de nuevo fue el caso de Miguel.

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A medida que avanzábamos la vía se iba cerrando más y más, constreñida por las trincheras excavadas en pizarra, con abundantes desprendimientos, rodeados de maleza y una feraz vegetación. Otro nuevo cambio de paisaje.

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A este cambio de paisaje pronto le acompañó la sorpresa que me tenía reservada. El túnel del ferrocarril. No había dicho nada a mis compañeros de la existencia del túnel que nos veríamos obligados a cruzar. Con lo que yo no contaba era con que se encontrara casi bloqueado por los desprendimientos.

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Pero antes de cruzar no pudimos menos que contemplar la magnífica vista del embalse de Guillena que se abría ante nuestros ojos. La misma que un rato antes habíamos visto, desde el otro lado, cuando paramos a reponer fuerzas junto a la estación de bombeo de la central hidroeléctrica.

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Una vez entramos en el túnel vimos que éste no se encontraba en tan malas condiciones como el exterior. De hecho, era posible rodar por él, pese a la oscuridad. Y como era bastante corto, el tramo sin luz alguna era bastante corto.

Pronto salimos de él, y continuamos con la bajada. El paisaje, de nuevo, había cambiado: un entorno mucho más seco, en el que la jara era la reina de la vegetación. Parecía increíble que en apenas un centenar de metros cambiara tanto el entorno.

El descenso hasta el final de la vía no tuvo muchas más novedades. Llegamos hasta el punto en que la vía desaparece, al comienzo de la Cuesta del Toro. Una de las alternativas de la etapa era realizar la subida para ir hasta Castilblanco de los Arroyos y bajar a Mairena por la trialera del Camino de Santiago. Pero dadas las circunstancias, decidimos volver por la vía rápida: Cantina y Ruta del Agua. A esas alturas pasaba del mediodía y llevábamos ya en el cuerpo unos 29 kilómetros.

Cruzamos por la presa de Guillena y subimos hasta La Cantina, sin detenernos esta vez. Optamos por volver por la Ruta del Agua. La otra alternativa era subir la cuesta de la Lenteja y bajar por donde habíamos subido. Más corto, pero con una subida durísima. Preferimos realizar una bajada más larga, pero más relajada. Pero, pese a ser una bajada más suave, Miguel no pudo evitar sufrir la visita del tío del mazo, por lo que trayecto por la ruta del Agua lo pasó bastante mal. Aparte de eso, no tuvimos muchas más novedades hasta enlazar de nuevo con el Cordel. Allí nos encontramos de nuevo con el ciclista que había roto el cambio, que iba en dirección a Las Pajanosas. Tras indicarle el camino, nos despedimos de él y bajamos de vuelta a Guillena, donde dimos por finalizada la etapa recién pasada la una y media de la tarde. Una bonita etapa para ir haciendo kilómetros con los compañeros de Sevilla. :mrgreen:

El trazado en Google Maps es el siguiente:


Ver 2011/03/06: Guillena – La Central en un mapa más grande

Los datos de la etapa -de nuevo ampliados al haber conseguido arreglar mi pulsómetro- son los siguientes:

  • Distancia (según el velocímetro): 45’648 km. (faltan unos 2 kms. de la bajada de la Cuesta de la Lenteja)
  • Distancia (según el GPS): 48,847 km
  • Tiempo de etapa: 3h 1m 36s (faltan unos 7 minutos de descenso y del paso del túnel)
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 4h 8m 7s
  • Pulsaciones medias: 143 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 179
  • Consumo medio de calorías: 1030 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1380 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 3h 11m 0s
  • Consumo total de calorías: 4137 kcal
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30 dic 10 Catedral de Valladolid y Santa María La Antigua

Hace un par de semanas estuve en Valladolid por temas de trabajo, viaje que aproveché para conocer un poco mejor la ciudad. La siguiente imagen es una panorámica parcial de la Catedral de Valladolid y la Iglesia de Santa María La Antigua (iglesia que es más valorada por los vallisoletanos que la propia catedral):

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Esta otra corresponde a la fachada principal de la Catedral, que se encuentra inconclusa:

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Y esta última, al sorprendente lateral oeste de la Catedral, en el que se aprecian los daños producidos por el derrumbe en el siglo XIX, y la transición al estilo bajomedieval de la colegiata adyacente:

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27 dic 10 Viaje Sevilla-Córdoba por el valle del Guadalquivir. Crónica de unas inundaciones

El pasado día 23 hice el viaje entre Santiponce y Córdoba capital montado en mi Daelim VS 125. Era mi primer día de vacaciones y me apetecía volver a mi ciudad realizando esta travesía en moto, por el viejo trazado de la nacional que recorre el valle del Guadalquivir, que en Córdoba es llamada la carretera de Palma, y en Sevilla es conocida como la carretera de Lora. Este trazado es antiquísimo, y aparece ya citado en el corpus cesariano como el camino que siguieron las tropas que se sublevaron contra Casio Longino y que, comandadas por Marcelo, se aprestaron a tomar Corduba.

El día, además, se prestaba para una buena cabalgada en moto, pues era el primer día despejado tras unas lluvias feroces que, en los días anteriores, habían provocado serios descalabros en ambas márgenes del Guadalquivir, río abajo desde Córdoba. Y para qué negarlo, tenía ganas de ver por mí mismo cuán graves habían sido estas lluvias y las inundaciones subsiguientes.

Salí de Santiponce pasadas las nueve y media de la mañana. Mi recorrido era claro: ir hacia La Algaba, y desde allí tomar la carretera por todo el valle del Guadalquivir. Pronto pasé sobre el puente que salva el río Ribera de Huelva, cuyos ojos se encontraban casi completamente tapados, como en la desastrosa inundación que sufrió la localidad sevillana en febrero de este año. Desde La Algaba continué en dirección noreste hasta Alcalá del Río. El frío empezaba a hacerse notar, y un inconveniente que no había tenido en cuenta se hacía sentir peligrosamente: el fuerte viento racheado que tenía ese día en alerta amarilla a la provincia de Sevilla. Soplaba fuerte, y soplaba lateralmente. Bastante fastidioso.

Pasada Alcalá del Río, que atravesé al equivocarme en la circunvalación, me esperaban una buena cantidad de kilómetros hasta Villaverde (qué sorpresa) del Río, y Cantillana, kilómetros de campo abierto, aire y frío. Justo antes de Cantillana, justo en el cruce del río Viar, tuve la primera muestra seria de la importancia de las inundaciones: al otro lado del río se encuentra la aldea de la Divina Pastora. Las aguas del río llegaban a lamer los muros de las primeras casas del pueblo.

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Ajustados de nuevo los guantes de cuero y refuerzo de kevlar (labor que -pese al polvo de talco- es más difícil de lo que pudiera llegar a parecer), me puse de nuevo en marcha. La siguiente parada: Alcolea del Río, pueblo de mi añorado ex-compañero de trabajo Ángel. Camino de Alcolea se pasan por las primeras estribaciones de Sierra Morena en Sevilla, ya que el río se acerca bastante a ésta. Es un tramo divertido, con subidas y bajadas, y algunas curvas interesantes. Este día se encontraban aún más interesantes, ya que las lluvias habían provocado el deslizamiento del terreno, y la carretera tenía grandes grietas en su firme que, de no haber sido por la labor de señalización de unos operarios, a buen seguro me hubieran hecho dar con mis huesos en el asfalto. O en la cuneta, o en el fondo de una cárcava.

Pasé sin mayor novedad por Alcolea, y seguí camino de Lora del Río. A medio camino entre ambas poblaciones se encuentra una vieja fábrica de aceite abandonada, que aún conserva el chimeneón, y que se encuentra, asimismo, junto a un meandro del río Guadalquivir que casi llega a tocar la carretera. En ese día, el casi no era una exageración. Podía verse cómo el rio se había quedado a escasos metros de la carretera, anegando hasta las copas de los árboles los campos de frutales del valle.

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La tónica de campos inundados iba a mantenerse, como bien sabría después, a lo largo de todo el viaje. Pero me llamó especialmente la atención lo que me encontré algunos kilómetros más adelante, a la altura de Matallana. Sin haber rastro alguno del río, el agua llegaba hasta la mismísima carretera. Espectacular:

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Y así, con el agua al cuello, llegué a Lora del Río, donde esta expresión se dejó sentir en todo su alcance. Mi entrada en el pueblo coincidió con el desbordamiento del Guadalquivir y sus afluentes a su paso por la localidad. Y es que los puentes no daban más de sí.

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La mañana, que tan clara y despejada había empezado en Santiponce, se iba nublando cada vez más a medida que avanzaba hacia el este. Aunque la predicción apuntaba que no iba a caer agua más allá de las diez de la mañana en la zona de Córdoba, tengo que admitir que no las tenía todas conmigo, pese a que se notaba que a medida que la mañana transcurría el cielo iba clareando. Eso sí, el vendaval no aflojaba, lo que hacía que cruzarse con los escasos camiones que tomaban este recorrido fuera un desafío para mantener la estabilidad.

Seguí en dirección a Peñaflor, el último pueblo sevillano en mi viaje. Este tramo del viaje es prácticamente rectilíneo, entre campos de frutales, quedando su monotonía rota tan sólo por el paso junto a dos pequeñas poblaciones: El Priorato y Vegas de Almenara. Una vez pasado Peñaflor, y coincidiendo de nuevo con algunas ondulaciones provocadas por la cercanía a Sierra Morena, se entra en la provincia de Córdoba. Desde un pequeño alto en una terraza sobre el río pude contemplar una panorámica del primer pueblo que encuentras al entrar en Córdoba: Palma del Río. Esta población había sufrido una crecida esa misma madrugada, lo que no era de extrañar por el caudal que mostraba el Guadalquivir en ese punto.

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La siguiente parada de mi viaje fue el Palacio de Moratalla, que destaca por su llamativa verja, y que se encuentra justo al lado de la estación de tren de Hornachuelos. Allí aproveché para estirar un poco las piernas y entrar en calor, antes de reemprender mi viaje, camino de Posadas.

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El paso por Posadas tuvo como novedad la circunvalación, que te evita tener que atravesar el pueblo. La circunvalación, además, se encuentra en unas lomas cercanas al casco urbano, lo que proporciona unas bonitas vistas de éste y del río, a la par que permite ver, en lontananza, el castillo de la cercana Almodóvar. No mucho después de dejar atrás Posadas pude tomar unas fotos interesantes del castillo, gracias a un paso elevado sobre la carretera que aún se encuentra cerrado al tráfico, pero abierto a todos los vientos huracanados del mundo.

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A esas alturas del viaje el cielo se encontraba ya completamente encapotado, de tal manera que el castillo de Almodóvar parecía más bien en Minas Morgul, con miríadas de orcos a punto de asomar por sus almenas. Almenas que esperaba ver bien de cerca al poco.

Poco antes de entrar en Almodóvar pude ver a mi izquierda la tremenda mole de la presa La Breña II. Un ciclópeo muro que se alza en el valle del Guadiato. Entré en Almodóvar por un camino poco habitual para mí: por el campo de fútbol. Siempre que había entrado en Almodóvar lo había hecho desde Córdoba por la antigua estación, o desde Sevilla por el viejo trazado de la Nacional. Pero este último se encontraba cerrado por obras, y no me quedó más remedio que hacerlo por este trazado desconocido para mí. Pronto llegué al castillo, y afronté las rampas de cemento que permiten subir a éste. Tuve que hacerlo con inusitada precaución, ya que el torrente de agua que corría por ellas me hacía temer que la moto deslizara. Y puedo asegurar que una caída desde ahí es cualquier cosa menos agradable. Una vez arriba, supe que la parada merecía la pena. Pude contemplar toda la fuerza del Guadalquivir.

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Nunca se hizo más patente para mí eso de que las tierras de un valle sólo son propiedad del río que por él pasa, y que más tarde o más temprano acaba reclamándolas.

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El viaje para mí había terminado. Tan sólo me quedaba un pequeño trámite en forma de 20 kilómetros hasta la entrada de Córdoba. Tomé la última de las fotos en la entrada del castillo, y me dispuse a desandar el camino hasta el pueblo.

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Si la subida al castillo había sido peligrosa, la bajada lo fue aún más. La rugosidad del cemento impidió que me diera más de un susto, pero no contribuía precisamente a mi tranquilidad. Para salir de Almodóvar opté por hacerlo por la vieja estación, donde pude ver un par de carreteras cortadas por inundación. Retomé la vieja carretera de Palma, y pasé junto a Villarrubia, antes de hacer mi entrada a Córdoba. Llegué a casa pasadas las doce y media. Había empleado en hacer los casi 150 kilómetros que separan la casa de Santiponce y la de Córdoba unas tres horas. Un ritmo bastante tranquilo para un bonito viaje.

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