El sábado 7 Rafa y yo salimos a rodar con la sana intención de darle un buen estreno a su recién recibida Lupichin. Y qué mejor manera que volver a rodar por uno de los mejores recorridos que existen en el entorno de Sevilla capital: el Guillenazo. Quedamos relativamente temprano, con la idea de que no se nos hiciera demasiado tarde a la hora de terminar esta etapa de casi 55 kms. Quedamos a las 20:00h al inicio del Cordel de la Cruz de la Mujer, en Guillena, pero con el objetivo de tener los coches justo al final de la bajada, al terminar la etapa: íbamos a realizar el recorrido en sentido inverso, subiendo por la trialera del Camino de Santiago, camino de Castilblanco de los Arroyos.
Antes de partir tuvimos que solucionar un pinchazo en la rueda trasera de Rafa, por lo que no iniciamos la etapa hasta pasadas las 20:15h. A esa hora el calor era aún muy intenso, por encima de los 33ºC. Yo llevaba dos litros de agua en el Camelback, y Rafa llevaba dos bidones de agua. Aún no lo sabíamos, pero no nos iba a sobrar el agua, precisamente.
Salimos de Guillena por la carretera de Burguillos, y al llegar al polígono industrial nos desviamos a la izquierda, siguiendo las flechas amarillas del Camino. El calor era sofocante, y el polvo del camino resultaba asfixiante, lo que bastaba para explicar que no encontráramos a nadie en toda la subida. Una subida en la que el calor hizo estragos, aunque esta vez no sufrimos percance alguno en forma de caídas o pinchazos.
Llegamos a Castilblanco tras hora y veinte minutos de asfixiante subida. Entramos en Castilblanco por la parte baja del pueblo, ya que tomamos una pista que bordea la urbanización de La Colina, y permite evitar el tener que ascender a la parte alta del pueblo. Allí lo primero que hicimos fue buscar una fuente en la que reabastecernos de agua. Una búsqueda infructuosa, ya que -según nos enteramos- las fuentes del pueblo estaban cortadas. Por suerte, una vecina se apiadó de nosotros, y nos regaló una botella de 2 litros de agua bien fría, que hizo nuestras delicias.
Reemprendimos la marcha a las 21:50h, saliendo de Castilblanco en dirección al Pantano de Castilblanco. A esas horas el sol se encontraba ya en su ocaso, y la temperatura había bajado por debajo de los 28ºC, por lo que la temperatura era excelente para rodar. Y pronto sería hora de hacer uso de las luces de la bici. En realidad, tuvimos que emplearlas antes de la cuenta, ya que el camino que conducía al pantano tenía un nivel de tráfico inusitado, y formado por todo tipo de vehículos: coches, todoterrenos, camiones e incluso ciclomotores.
No tardamos demasiado tiempo en emprender la bajada hacia el pantano, en la que sufrimos un pequeño susto -mutuo, por otra parte- al encontrarnos en mitad de la bajada con una vaquilla que pastaba a la vera del camino. Vaquilla quee huyó despavorida al vernos bajar, vestidos de astronautas y con más luces que la nave de E.T. Una vez que bajamos hasta el nivel de la presa, aprovechamos para inmortalizar el momento bajo las luces de los focos. Una foto curiosa, para haber sido tomada en noche casi cerrada.
Lo malo de bajar es que luego, como no podría ser menos, toca subir. Casi 4 kilómetros de subida, con 140 metros de desnivel acumulado, que nos hicieron sudar la gota gorda, y que subimos a un ritmo contenido, para no desfondarnos. A esas alturas era ya noche cerrada, y nos convenía rodar agrupados, para evitar el riesgo de cruzarnos con algún vehículo y no resultar lo suficientemente visibles.
Alcanzamos el kilómetro 30 tras 2 horas y 22 minutos de etapa, y con ella, el comienzo de la segunda bajada del día: la Cuesta del Toro. Abandonamos la pista principal, que conduce a los Lagos del Serrano, y nos dirigimos a un ritmo bastante vivo al contraembalse de Guillena. A un ritmo, por parte de Rafa, endiablado, que realizó el descenso de la Cuesta como si el mañana no existiera. Nos volvimos a encontrar con ganado, dos nuevas vaquillas, pero que en esta ocasión pasaron olímpicamente de nosotros.
Llegamos al pantano, y sin dilación alguna nos dirigimos a la Cantina, con la esperanza de encontrarla abierta, pese a que nos encontrábamos ya al filo de las 23:00h. Y por suerte para nosotros, la encontramos abierta, si bien éramos los únicos clientes del local a tan menguada hora. Según nos comentó Paco, el dueño, la noche anterior pasó un grupo de no menos de 60 ciclistas, también en marcha nocturna.
Nosotros, por nuestra parte, dimos buena cuenta de sendos bocadillos, además de hincharnos a bebida isotónica y agua, antes de retomar nuestro camino. Tan sólo nos quedaba ya por delante la Ruta del Agua. Y lo íbamos a disfrutar. La bajada fue una auténtica delicia. Marcamos un ritmo muy vivo, en torno a los 22-24 km/h en todo el trayecto, que nos llevó a realizar el recorrido de 14 kilómetros en menos de 45 minutos. Un recorrido delicioso, fresco, fragante y muy revirado, ideal para recorrer a la luz de los focos. Como más de una vez había pensado, era una etapa ideal para una nocturna.
El resto de la etapa fue un mero trámite, descenso por el Cordel de la Cruz de la Mujer hasta los coches. Dimos por finalizada la etapa a las 00:22h del domingo, tras 54 kilómetros de magnífica etapa nocturna. Aunque en mi caso, la etapa tuvo un curioso epílogo: sufrí un control de tráfico de la Guardia Civil a la salida de Guillena. sin mayor inconveniente que tener que dar algunas explicaciones relativos a la etapa y a llevar un coche matrícula de Córdoba a tan menguada hora por un pueblo de Sevilla.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Guillenazo Inverso Nocturno
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El pasado 1 de julio salimos a rodar por el entorno del pantano de Gérgal Miguel, Sergio, Rafa y yo. Se trataba de la primera etapa de Sergio por zonas más montañosas que la zona del Aljarafe, y habíamos planeado que se soltar aun poco rodando por la Ruta del Agua. Yo, por mi parte, también tenía mis planes en la cabeza: sabía que el nivel del pantano había bajado bastante, dejando algunas zonas del viejo ferrocarril del Cala al descubierto, por lo que andaba con ganas de tener una etapa de exploración.
Así pues, salimos a las 9:15h de Las Pajanosas, tomando la ruta del Agua camino del Tramo Restringido. Fuimos circulando a un ritmo bastante suelto. El día no era excesivamente caluroso y se encontraba despejado, lo que invitaba a rodar con alegría. Pronto nos detuvimos a tomar una foto con unas buenas vistas del pantano, y del tramo de ferrocarril que había salido a la superficie.
Viendo que, en efecto, el pantano estaba tan bajo como para permitir una buena exploración de ese tramo del ferrocarril, no tuve dudas a partir de ese momento: bajaríamos hasta la vieja estación de Gérgal. Mientras tanto, fuimos haciendo nuestro camino hasta la Cantina, a la que llegamos al filo de las 11:00h. Teníamos toda la mañana por delante y tan sólo habíamos hecho 20 kilómetros de etapa. Tocaba darle algo más de emoción al asunto.
Tras dejar la Cantina, bajamos por la pista que conduce hasta la parte baja de la presa de Guillena, y que sirve para enlazar con el viejo trazado del ferrocarril. La bajada es corta, pero intensa, bastante quebrada e interesante para hacer un tanto el bestia. Una vez en el viejo trazado nos encontramos con que el camino, pese a ser practicable, es más adecuado para recorrerlo haciendo senderismo. En un primer tramo hasta un túnel tiene bastantes derrumbes de la trinchera, que aunque no imposibilitan rodar por la vía sí hacen que sea un tanto complicado, lo que motivó que nuestra media de marcha cayera considerablemente… pero que el recorrido se hiciera sumamente más divertido.
Así pues, llegamos al túnel, lo que nos dió la ocasión de rodar un rato a la sombra. Ambas entradas se encuentran prácticamente taponadas por los derrumbes, pero el interior del túnel se encuentra en un buen estado bastante sorprendente.
Una vez al otro lado del túnel, y tras salvar un nuevo derrumbe, nos pusimos nuevamente en marcha.
A partir del túnel los derrumbes se hacen bastante menos frecuentes, pero aquí nos encontramos con una nueva dificultad: vegetación sumamente cerrada. Tan cerrada que daba la impresión de que circulábamos más por un túnel de lavado que por una vieja vía del tren. La pena es que parte de los arbustos eran, por llamarlo de alguna manera, agresivos para la piel. Tan agresivos que tuve que sacarme varios pinchos de espino del brazo izquierdo.
Pero la zona de vegetación cerrada no duró demasiado. Pronto llegamos a una zona en la que los pinos habían impuesto su ley, y que permitían rodar por una trazado rectilíneo, abierto, y cubierto de agujas de pino, lo que daba un sonido bastante peculiar a nuestra marcha. Y encima, íbamos a la sombra.
Se notaba que íbamos rodando en descenso, pues el nivel del pantano, pese a ser extremadamente bajo, no dejaba de aproximarse a la plataforma de rodadura. Además las marcas del nivel del agua pronto empezaban a ser comunes en el talud que teníamos a la derecha. En períodos de gran cantidad de agua del pantano nos encontrábamos en zona inundable.
No tardamos en llegar a las cercanías de la estación de Gérgal, el primero de mis objetivos. Antes de llegar tropezamos con restos de civilización en forma de depósito de agua y de casa inundada. La casa, como es obvio, se encontraba en un estado lamentable, pero el depósito aguantaba bien, salvo por ciertos daños en sus pilares producto de la erosión del agua y de la corrosión del forjado de su hormigón. Así pues, acabamos llegando a la estación de Gérgal.
El edificio de la estación responde al clásico diseño de los edificios de ferrocarril de finales del siglo XIX. En este caso se trataba de un edificio de dos plantas donde la vegetación y el tiempo habían hecho estragos, pero cuya fachada aún se conservaba en pie. Encontramos fogatas y otros restos del paso reciente de personas, entre las que destacaban las huellas de una motocicleta que seguían aguas abajo. No necesitaba mucho más para decidirme a continuar.
Así pues, dejamos atrás la estación, con la idea de ver hasta dónde podíamos llegar.Y así, un kilómetros después de salir de la estación, llegamos al impresionante arco de ferrocarril. Nos encontrábamos ya en una zona claramente inundada. La bajada del pantano había dejado a la vista un trozo de la plataforma en forma de arco, que surgía entre las aguas del pantano, aislando a su derecha una zona embalsada. La vista desde la parte superior del Tramo Restringido era magnífica, pero incomparable a lo que teníamos por delante a pie de agua.
Una vez pasado el arco, observamos que era cada vez más complicado seguir avanzando. Ese tramo de la vía se encontraba casi permanentemente bajo las aguas, y al surgir de nuevo a la luz tenía abundantes depósitos de arena, y zonas de tierra cuarteada, que dificultaban enormemente el rodar. Además, para facilitarnos la vida, los depósitos de tierra tendían ligeramente a inclinarse hacia el pantano, lo que nos hacía correr el riesgo de patinar y acabar dándonos un chapuzón inesperado. Y dado el calor que empezaba a hacer no es que fuera especialmente desagradable, pero tampoco era plan de acabar de cabeza en las aguas. De todas maneras, nuestro non plus ultra no se encontraba demasiado alejado. Concretamente a 715 metros después de pasar el arco. A partir de ese punto la vieja vía del tren se adentraba en las aguas del pantano de Gérgal, haciendo impracticable seguir nuestra marcha… salvo quizás en un hidropedal.
Estudiamos nuestras posibilidades de salir de allí. La primera y más obvia, que era trepar por la ladera hasta alcanzar la Ruta del Agua era inviable en ese punto, por lo abrupto del terreno y lo cerrado de la vegetación.
La segunda era volver hasta la estación y buscar una pista que había visto en Google Maps que subía desde ella. Lo malo es que la había buscado a la ida y no había sido capaz de encontrarla. La tercera era volver al arco, y remontar el cauce seco de un arroyo hasta encontrar una estación de bombeo, y un camino para volver a la Ruta del Agua. Optamos -para nuestra desgracia- por esta tercera opción.
Y es que aunque pronto dimos con el cauce del arroyo, éste resultó ser impracticable no mucho después. Así que no nos quedó más remedio que seguir una senda de cazadores a través de la maleza, que iba ascendiendo poco a poco en dirección a la ruta del agua.
Una senda lo suficientemente ancha como para dejar pasar a una persona, pero ten estrecha como para no permitir el paso de una bicicleta. Así que nos tocó hacer de sherpas. Casi media hora nos costó alcanzar la estación de bombeo, y el camino que llevaba a la ruta del agua. Media hora en la que salimos cubiertos de arañazos, rasguños, algún que otro -en mi caso- agujero en la pierna gracias a un tocón seco e… infestados de garrapatas. Suerte que las localizamos rápidamente y pudimos deshacernos de ellas, pero no recuerdo una situación más repelente en mucho tiempo.
De nuevo en el Tramo Restringido, emprendimos la vuelta a Las Pajanosas. Teníamos por delante unos 6 kilómetros de marcha hasta salir del Tramo, y 5 más hasta el punto de partida. Sergio, a esas alturas de la mañana, empezaba a estar algo tocado, pero aún así aguantaba razonablemente bien. Salimos a las 13:35h del Tramo, y cruzamos el Cordel en dirección a las Pajanosas. Lo que teníamos por delante era un rato más de sube y baja hasta salir a la carretera, y luego la subida final a Las Pajanosas. Ahí Sergio se desfondó, a resultas de las subidas acumuladas, el tramo trialero del ferrocarril derrumbado, y la subida demencial campo a través. Pero aun así, a su ritmo, finalizó la etapa como un campeón. Cerramos el chiringito a las 14:00h, tras 40 kilómetros de interesantísima etapa.
No pudimos obviar detenernos un rato en un bar cercano a reponer fuerzas, antes de recogernos cada uno a su casa. Un buen final de etapa, a la altura del recorrido.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Las Pajanosas – La Cantina – Estación de Gérgal
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El pasado 7 de julio, aprovechando que era la fiesta del Corpus en Sevilla, salí a rodar en un día tan poco habitual como un jueves. Entre unas cosas y otras, la mayoría de los compañeros habituales de andanzas en Sevilla se acabaron cayendo de la convocatoria, y tan sólo salimos a rodar Miguel y yo. Y pese a que habíamos pensado en rodar por la ruta del Agua, a medida que subía a Las Pajanosas me entraron ganas de volver a circular por la trialera entre Las Pajanosas y El Garrobo. Ya lo habíamos hecho hacia abajo, y tenía ganas de recorrerla en sentido inverso, por ver qué tal se podía rodar por ella. Así pues, se lo propuse a Miguel, que no tuvo objeción alguna en el cambio: habíamos quedado algo tarde, a las 10:00h, y la idea que teníamos era realizar una etapa corta y rápida, por lo que hablamos de subir y bajar por la trialera, y realizar unos 20 kms. de etapa. Ilusos.
Después de la indigestión de asfalto de la etapa anterior, agradecí enormemente encontrarme por una trialera con las características de la de El Garrobo: técnica a ratos, trepidante, y con un perfil razonablemente suave, magnífico para rodar de manera ágil, y con algún que otro repecho duro que permita darle algo de pimienta a la subida. Disfruté como un enano con la subida. Tanto fue así que en apenas 40 minutos nos habíamos plantado en El Garrobo, con una media de subida de 14 km/h en una trialera con rampas del 6%. Estaba claro que estaba pletórico, y la etapa de Villaviciosa tenía algo que decir en eso.
El caso es que, una vez en el Garrobo, y como la etapa se nos estaba quedando corta (a ese ritmo íbamos a estar de vuelta en Las Pajanosas para las 11:00h, decidimos estirar un poco la etapa. “¿Por qué no subimos a la Venta del Alto, y ya desde allí vemos si bajamos por carretera o por la Central?” Pregunta absurda, porque estaba claro que íbamos a acabar bajando por la Central, y haciendo una etapa de 45 kms., cuando lo previsto eran unos 20. Y como no podía ser menos, así fue. Subimos a la Venta del Alto, y ya allí… pues bajamos la Media Fanega. De hecho, bajamos más de la cuenta, ya que Miguel, que iba en cabeza en la bajada, se saltó el desvío a la Central, y nos fuimos un kilómetro largo de descenso más. Casi me entraron ganas de terminar el descenso, y enlazar con La Cantina por el tramo abandonado del ferrocarril del Cala. Pero como ya estábamos haciendo bastantes disparates, optamos por lo menos disparatado, y volvimos sobre nuestros pasos camino de La Central.
Ese kilómetro adicional de subida, junto con el posterior repecho antes de emprender el descenso hacia la Central se nos atragantó un poco, en especial a Miguel, que con el ritmo que veníamos trayendo se desfondó un poco. Por suerte, lo que teníamos por delante era un descenso de algo más de 2 kms. hasta la Central, donde hicimos una parada para reponer fuerzas. No en balde, teníamos por delante casi 10 kms. de terreno pestoso, tanto por asfalto como por tierra, antes de llegar a la Cantina.
Hicimos una pausa de 10 minutos, barrita de cereales incluida, antes de reanudar la etapa. Realizamos esos 10 kms. a un buen ritmo. Por suerte la mañana nos había respetado bastante, y aunque el cielo estaba despejado, corría una suave brisa que hacía que no se notara el calor. Al menos, hasta que llegamos a las cercanías de La Cantina, donde por ratos se notaba el suelo de pizarra reverberar de calor. Y es que no en balde llegamos a la zona al filo del mediodía.
Hicimos la última parada del día en La Cantina, justo antes de afrontar el desafío de la jornada: la cuesta de La Lenteja. Tengo malos recuerdos de esa subida. Tan sólo la había realizado -en subida- una vez, y acabé lesionado en los gemelos. Así que la afrontaba con aprensión: no en balde se trata de una subida de 2 kms, con 11 curvas al estilo Alpe d’Huez, con tramos con una pendiente máxima del 17%. Por ello, opté por aplicar la misma táctica que en la subida de Puerto Artafi: encontrar una cadencia, y mantenerla pasara lo que pasara. Y de nuevo los resultados fueron buenos. Acabé la subida de la cuesta sin desfondarme, y a un ritmo razonablemente bueno. Miguel, por su parte, venía sufriendo desde el repecho anterior a la Central, pese a lo cual hizo una subida notable.
Tras superar la tachuela, bajamos a toda velocidad el Cordel de la Cruz de la Mujer, donde incluso marcamos el pico de velocidad de la etapa, a 51 km/h, más incluso que en la bajada de asfalto de la Media Fanega. Al llegar a la ruta del agua, giramos a la derecha, camino de Las Pajanosas. Tan sólo nos quedaba ya salvar el último tramo de pista, hasta llegar a la carretera de Las Pajanosas a la altura del Zoo de Guillena. Y desde allí, subir hasta Las Pajanosas. Esa última subida tengo que admitir que la realicé pletórico; demasiado, incluso, ya que se las hice pasar canutas a Miguel, que llegó completamente desfondado. Estaba claro que el pase por la piedra de Villaviciosa me había venido bastante bien.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Las Pajanosas – El Garrobo – La Central – La Cantina
Etiquetas: cuesta de la lenteja, cuesta de la media fanega, el garrobo, la cantina, la central, las pajanosas, mtb, sevilla
La semana de puente a la que me referí en mi anterior artículo tuvo un bonito colofón en el último día del puente. Ese día había quedado con mis compañeros de oficina, con los que no rodaba desde la caída que sufrí en la Cañada de la Barca, para hacer una de mis etapas favoritas en Sevilla: el Guillenazo. Y digo que es una de mis etapas favoritas porque es capaz de conjugar algunos de mis elementos predilectos: una subida sostenida de varios kilómetros (la subida por el Cordel de la Cruz de la Mujer), una bajada con muchas curvas enlazadas (la cuesta de la Lenteja), un buen tramo de recorrido cross-country (hasta llegar a Castilblanco), y una bonita bajada trialera por el Camino de Santiago. En realidad, cualquier etapa que cuente con este tramo está automáticamente entre mis predilectas. Pero el Guillenazo sigue siendo algo muy especial.
Estrictamente hablando, la etapa que teníamos planificada no se trataba del Guillenazo, sino de una versión algo más reducida (aunque más intensa), que me ha dado por llamar El Guillenazo Express. La diferencia entre un trazado y otro es que el Guillenazo clásico asciende desde Guillena hasta la Cantina siguiendo la Ruta del Agua, en un recorrido de 18 kilómetros que bordea el pantano de Gérgal, sin excesivas subidas y bajadas, mientras que esta etapa asciende por el cordel de la Cruz de la Mujer, en un trayecto de 11 kilómetros, nueve de los cuales son subida sostenida, con una buena pared de dos kilómetros, y una trepidante bajada de otros dos. Para gustos se hicieron los colores, y en mi caso, prefiero la variante express.
Habíamos quedado, como decía, el domingo a las 9:00h al comienzo del Cordel Rafa, Miguel, Manolo y yo. Manolo era la primera vez que cogía con nosotros su flamante Conor AFX 8500 DH 2012, y no cabía menos que darle un buen estreno. Sin embargo, a las 8:00h de la mañana parecía que nos íbamos a quedar sin etapa: Rafa se caía de la convocatoria, y en toda la zona de la Sierra de Sevilla y el Aljarafe había una niebla que no dejaba ver un burro a tres pasos. Hablé con Manolo, y decidimos esperar a las 8:30h para decidir si se mantenía o no la etapa. A esa hora la niebla -al menos en Santiponce- había levantado bastante, y tras hablar con Miguel y Manolo, decidimos continuar con la etapa. Así que a las 9:00h estábamos los tres en Guillena, con la mosca detrás de la oreja, porque en la entrada de Guillena por la autovía la niebla no había levantado, ni mucho menos. Por suerte, monte arriba la niebla sí había levantado, si bien la mañana seguía estando fría y plomiza.
Empezamos a dar pedales a las 9:10h. Teníamos por delante tres grandes subidas, y unos 46 kilómetros de etapa. Miguel y Manolo, que apenas habían salido a rodar desde el verano, habían expresado sus objeciones a dureza de la etapa en los días previos, por lo que decidimos marcar un ritmo relajado en la subida. Al fin y al cabo, la feria iba a ser larga, y no tenía sentido reventar al personal en las primeras de cambio. Así pues, los nueve kilómetros largos de subida inicial los marcamos a un ritmo medio de unos 10 km/h, por lo que -un sencillo cálculo- llegamos a la cima de la primera subida después de casi una hora de ascensión. Allí arriba el cielo había abierto un poco, pero pudimos observar que el valle del Ribera de Huelva se encontraba bañado por la niebla. Y teníamos que descender por él para llegar a la primera escala de la etapa: la Cantina. Sin duda, iba a ser un descenso sumamente divertido. Por mi parte, desde luego, iba a serlo: los días anteriores había estado ensayando la colocación de mi minicámara MD80 en la tija de la bici, en lugar de llevarla en su habitual lugar en el casco. Y ardía de ganas por comprobar qué tal salían los vídeos así.
El resultado fue mucho mejor de lo que habría podido esperar. Hice una bajada rapidísima, en la que marqué el pico de velocidad de la etapa a 58’5 km/h, tomé mis dos recortes habituales, y llegué a la Cantina con bastante adelanto sobre mis compañeros. Una vez llegaron, hicimos una pequeña parada para recobrar fuerzas antes de afrontar el siguiente reto.
Aproveché el momento para tomar algunas fotografías de la excelente mañana que, pese al día plomizo y la niebla, estábamos teniendo.
Mañana que, allí en junto al pantano, era fría y húmeda, como se podía apreciar en los jirones de niebla que se levantaban por todas las estructuras allí existentes.
Reanudamos la marcha a las 10:30h, camino de nuestro siguiente objetivo: la subida de la cuesta del Toro. Iba a ser la tercera vez que pasara por ella, la segunda en subida, y la recordaba muy exigente: dos kilómetros largos, que comenzaban con unas curvas enlazadas en S desde el pantano de Guillena, que daban paso a dos amplias curvas a derecha e izquierda en los que se alcanzaban inclinaciones superiores al 13%, incluyendo un tramo brutal de 600 metros en el que la pendiente nunca llegaba a bajar del 8%. No quedaba sino batirse, por lo que cruzamos la presa del pantano, pasamos al otro lado del cauce, y nos dirigimos hacia nuestra subida. En los primeros compases del ascenso traté de marcar un ritmo cómodo, pero poco a poco Manolo empezó a descolgarse, lo que era bastante normal teniendo en cuenta lo que teníamos entre manos, por lo que a partir de determinado momento tuve que pensar más en subir a mi ritmo, que en marcar uno asequible. Así pues, alcancé y superé a Miguel -que había ido subiendo algo más adelantado- en las rampas más duras, para llegar en cabeza a la cima de la cuesta. La anterior vez no había tenido más remedio que echar pie a tierra en la subida. Esta vez la había hecho del tirón.
Una vez reagrupados, realizamos un breve descenso hasta un cortijo de toros bravos, y enlazamos con la pista que nos tenía que llevar a Castilblanco. Empezaba el tramo XC de 10’5 kms. hasta Castilblanco. Y empezaba fuerte: con una subida de kilómetro y medio hasta la segunda cota de la etapa. Y es que la cuesta del Toro no era el final de la segunda subida, sino tan sólo su tramo más duro. A partir de ahí nos quedaban unos cuantos kilómetros de subeybaja hasta el descenso hasta el pantano de Castilblanco.
A esas alturas Manolo había empezado a sufrir bastante. La subida de la Cuesta del Toro marcaba el punto de no retorno, allí donde era más fatigoso dar la vuelta que seguir adelante. Y ya lo habíamos superado. Al menos la siguiente escala iba a ser bastante productiva: unas buenas tostadas en Castilblanco. El problema era que por medio teníamos el último hueso duro de roer: la subida del pantano de Castilblanco. Tres kilómetros largos con pendientes máximas del 13’6% y una pendiente media del 5’5%. Una subida en línea prácticamente recta, que además destrozaba psicológicamente. Lo único positivo es que era una subida que permitía dosificar: está formada por cuatro grandes rampas con pendientes del 9-10%, con descansillo entre cada una de ellas que permiten recuperar un poco el resuello. En cualquier caso, una subida muy exigente.
De nuevo marcamos un ritmo tranquilo para superarla. Realizamos el ascenso en 30 minutos, a una velocidad media de 6’5 km/h. No tenía sentido reventarnos a esas alturas, y Castilblanco se veía ya en el horizonte. Tras una breve pausa, recorrimos rápidamente los escasos kilómetros que nos separaban del pueblo, donde entramos al filo de las 12:15h. Llevábamos a esas alturas de etapa 28 kilómetros a nuestras espaldas.
Como lo prometido era deuda, nos tomamos unas buenas tostadas en un bar cercano -como no podía ser menos- a la iglesia del pueblo. Tostadas acompañadas de unos buenos colacaos calentitos, ya que pese a haber rebasado el mediodía, la mañana en Castilblanco era bastante fría, y allí el cielo seguía encapotado.
Retomamos la etapa al filo de las 13:00h. Ascendimos a la parte alta del pueblo -la cota más alta del día, 352m frente a los 12 de Guillena-, y nos encontramos con una nueva sorpresa: la niebla iba a ser nuestra acompañante en el primer tramo de bajada por carretera. Plato que no era muy de nuestro agrado, teniendo en cuenta el intenso tráfico que a esas horas suele tener esa carretera. Pero no nos quedaba otra. Al menos, sólo iban a ser cuatro kilómetros hasta entrar en la pista del Camino de Santiago.
Entramos en la pista del Camino a las 13:05. Y ahí empezaba la diversión para mí. En realidad, con tan sólo ese tramo hubiera merecido la pena, aunque la etapa -pese a la paliza que Manolo llevaba encima- estaba siendo genial. Y encima, iba a ser una bajada entre la niebla. Dispuse de nuevo mi cámara y empecé a grabar:
El primer tramo hasta la cancela fue sumamente divertido. Y contra lo que había temido, se mostraba con un firme excelente: nada de barro, la arena compactada, y la piedra con buen agarre, pese a la humedad. Pude disfrutar como un enano. A partir de ahí el terreno mantuvo las mismas características, lo que hicieron que la bajada fuera una gozada, incluyendo los tramos más comprometidos. Lamentablemente, a esas alturas Manolo había empezado a sufrir calambres, que le obligaban a echar pie a tierra en los ocasionales repechos del trazado. Así que, siguiendo el principio de que no se deja a nadie atrás, optamos por moderar un poco el ritmo de la etapa. Como segundo contratiempo de la bajada, mi minicámara se quedó bloqueada, por lo que tan sólo pude registrar el primer tramo del descenso (aunque no hay mal que por bien no venga, ya que así tengo excusa para volver en breve).
Tras cuarenta minutos de bajada, dejamos atrás el tramo de dehesa de la bajada, y arrancamos el descenso por la campiña. Fueron quince minutos más de bajada entre frutales -primero- y olivares, hasta llegar al polígono industrial de Guillena a las 14:00h. Allí realizamos la última escala de la jornada, en la que adecentamos las bicis en un lavadero de coches. El resto de la etapa fue puro trámite: unos kilómetros de suave asfalto hasta Guillena, y un poco de callejeo por el pueblo hasta llegar a los coches. Terminamos la etapa a las 14:25h, tras casi 46 kms. de vibrante recorrido por la sierre de Sevilla. Una etapa en la que me había encontrado con una forma excelente, que hizo que la realizara completamente eufórico.
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Guillenazo Express
Etiquetas: Camino de Santiago, castilblanco de los arroyos, guillena, guillenazo, la cantina, mtb, Vía de la Plata
Hoy, aprovechando que es el Día de la Hispanidad, y que es fiesta nacional, he salido a rodar un poco con Ana. Llevo algún tiempo preparándola para hacer algunas etapas por la Sierra de Córdoba, pero hoy ha sido cuando me he decidido a probarla en una etapa algo más interesante: la subida a La Cantina desde Guillena por la Ruta del Agua. Es una etapa que considero una piedra de toque, y que me sirve bastante para evaluar el nivel al que se encuentra la gente que sale a rodar conmigo.
Hemos empezado la etapa algo tarde, a las 10:25h. Y hay que admitir que para ser mediados de octubre, aún hace un calor inusitado. Eso sí, el día ha sido excelente. Y encima Ana ha respondido bastante bien. Ha aguantado toda la etapa a un ritmo razonablemente bueno.
El recorrido en sí no tiene ningún misterio. Se sale de Guillena por el cordel de la Cruz de la Mujer, que se abandona a los 3 kms. de subida. Se gira a la derecha, y se entra en la zona restringida. A partir de ahí son 15 kilómetros de sube-baja junto a los embalses de Gérgal y Guillena hasta alcanzar La Cantina, justo pasado el mediodía. Allí hemos hecho un pequeño descanso, donde hemos aprovechado para tomarnos unos refrescos.
Antes de volver, hemos contemplado el embalse de Guillena, que a diferencia del de Gérgal, se encuentra hasta los topes de agua.
La vuelta no ha tenido nada del otro mundo. Hemos realizado el mismo recorrido, ya que Ana no ha querido ni oir hablar de realizar la subida de la cuesta de La Lenteja (alias el hijoputa, alias la cuesta de la serpiente), para volver por el Cordel de la Cruz de la Mujer. Y visto el calor que hacía, y el espanto que es esa subida, me pareció bastante razonable.
El balance de la etapa ha sido bastante bueno: a Ana le ha encantado el paisaje, lo hemos pasado genial, y hemos echado una mañana muy divertida. En cuanto al rendimiento de Ana, estoy bastante satisfecho. Lleva ya realizadas conmigo unas cuantas etapas largas, y con algún que otro repecho de interés, y la respuesta es razonablemente buena. A poco que mejore su equilibrio por terreno comprometido, la veo subiendo por puertos de montaña en Córdoba con bastante alegría.
El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver 2011/10/12: Ruta del Agua en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los que siguen:
Etiquetas: guillena, la cantina, ruta del agua, sevilla