El sábado pasado, como ya adelanté en otro artículo, salimos a rodar Mané, Javi Aljama, Enrique y yo. Durante la semana había estado en contacto con Mané para repetir la salida que habíamos hecho el 24 de diciembre del año pasado, y al final pudimos quedar para realizar esta etapa. Cuando Mané me pasó el plan de recorrido el viernes anterior a la etapa, no pude menos que echarme las manos a la cabeza: subida por la cuesta del Reventón, el vado de Negro, y la bajada por Avionetas Exprés, que para mí constituía un misterio, pero sonaba amenazador. Salíamos a las 10:00h, y yo aún me encontraba en Sevilla. Vamos, que el sábado iba a tocar madrugar para que me metieran una paliza espantosa. Pero… ¿quién dijo miedo? Además, que ya iba siendo hora de estrenar las cubiertas Kenda que tenía guardadas en el maletero del coche desde antes de vacaciones: una Blue Groove de 2.10” para la delantera, y una Small Block Eight de 2.10” para la trasera. Algo menos indicada para el barro, pero buena rodadora.
Llegamos a Córdoba con un precioso día pasadas las 9:00h, lo que marcó un espléndido contraste con todo el viaje, que hicimos desde Sevilla hasta Écija en un continuo banco de niebla que me hacía albergar negros presentimientos para la etapa del día. Pero el magnífico tiempo que hacía en la ciudad no tardó en despejar mis temores. Con el tiempo justo para preparar la bici y los arreos ciclistas, salí de casa para encontrarme con mis compañeros de etapa. Hacía ya largos años que no rodaba con Javi Aljama, y nunca lo había hecho con Enrique. Y allí estaban los tres, con sus excelentes burras de doble suspensión. Me llamó especialmente la atención el material de Enrique: protecciones para descenso de rodillas y espinillas -grebas, vamos-, casco integral… y cubiertas de descenso de 2.50”. Para subir -me daba la impresión- las iba a pasar canutas, pero iba a ser espectacular verlo descender. Como así fue.
Sin muchos más preámbulos que los correspondientes saludos y alusiones al tiempo que hacía que no nos veíamos, salimos. Enfilamos hacia el Tablero, camino del Patriarca. Subimos por la calle del Barón de Fuente Quintos, con la idea de atrochar por la cerca de la Arruzafa hasta la parte baja del Patriarca, pero no fue posible, ya que las obras de urbanización de la zona tenían todo completamente cortado. Por ello, no nos quedó más remedio que subir hasta el Parador, y entrar por la urbanización. A esas alturas Enrique venía purgando penas por llevar esas cubiertas, y no mucho después tomó la decisión de subir hasta el inicio del Reventón por la carretera de las Ermitas. Javi, Mané y yo entramos por la dehesa. Las cubiertas me estaban transmitiendo buenas sensaciones, y a diferencia de la última etapa con Mané, no me estaba encontrando fuera de punto. Era pronto, de todas maneras, para evaluar eso. Subimos a un ritmo razonablemente bueno, en el que pude aguantar a ambos sin demasiados problemas, hasta el enlace con la carretera de las Ermitas. E las rampas más duras perdí pie, y me tocó arrastrar un poco la bici. Aún no he recuperado toda la agilidad deseable en terrenos complicados.
Una vez agrupados con Enrique, afrontamos la cuesta del Reventón. Gracias a llevar unas cubiertas menos gruesas que las de Javi y Mané (2.35” en su caso), pude aguantarles razonablemente bien el ritmo en la parte de asfalto y en las primeras rampas de tierra. Enrique, por su parte, las pasaba canutas. Pero tampoco teníamos demasiado prisa, y el día prometía ser largo. Al final, decidimos subir cada uno a su ritmo, y encontrarnos al final de la subida. Poco a poco Mané y Javi se me fueron escapando, y a Enrique rápidamente lo dejamos atrás. La subida del Reventón aparecía increíble: la torrentera que cruza varias veces el recorrido estaba completamente desbordada, de tal manera que el propio camino se encontraba convertido en un arroyo, cosa que nunca antes había visto. En la subida me crucé con abundantes senderistas, que no dejaban de dar ánimo ante la dura subida.
Llegué arriba con unos cuantos minutos de diferencia con Javi y Mané, y aun así tuvimos que esperar un rato a que Enrique terminara de realizar la subida con esa bestialidad de cubiertas. Y así, tras un descanso razonable, continuamos la subida hasta el Lagar de la Cruz. En el cruce de las Ermitas tomamos el pequeño sendero que, en paralelo a la carretera, sube hasta el Lagar. Sendero que había recorrido muchas veces hacia abajo, pero nunca hacia arriba. Bueno, alguna vez tendría que ser la primera, ¿no? El sendero, a diferencia de la subida anterior, era algo más tendido y relajado, pero mucho más angosto y con más barro. Iba a ser una buena prueba para las cubiertas nuevas. Prueba que superaron con una excelente nota, sin darme más problemas que una derrapada al pasar sobre dos raíces, cuando la cubierta trasera me patinó sobre una de ellas al quedar bloqueada la rueda delantera con la otra.
No pudimos, como era nuestra intención, llegar hasta el Lagar siguiendo por entero el camino, ya que en uno de los innumerables cruces de la red de caminos acabamos saliendo a la carretera junto a una zona vallada. Esto nos obligó a subir por carretera al Lagar. De nuevo, con la excepción de Enrique, mantuvimos un grupo compacto hasta llegar al Lagar, donde hicimos avituallamiento: plátano, Acuarius y un dulce de crema. Ya habíamos terminado prácticamente con las subidas del día. A partir de ese momento, quedaba… la emoción.
Cuando salíamos del Lagar, dos chavales nos preguntaron por nuestras intenciones de descenso. Les comentamos que pensábamos hacer la bajada de Avionetas Express, ante lo que nos pidieron venir con nosotros, ya que querían hacer esa bajada. Así pues, salimos hacia el cruce del 14% por el camino que rodea el cerro de las antenas por el lado contrario a la carretera. A esas alturas, y pese a que el perfil era sensiblemente más asequible que el que veníamos trayendo, las fuerzas estaban empezando a escasear. Yo empezaba a notarme algo fuera de punto, Javi se iba descolgando un poco y Enrique seguía con su tónica de sufrir carga extra y cubiertas brutales. Aun así, manteníamos el tipo.
Llegamos al cruce del 14% sin mayor novedad que un impacto de pella de barro en uno de los ojos de Javi, que le resultaba muy molesto ya que había olvidado las gafas. Tras enjuagarle el ojo -operación que con camelback es más difícil de lo que pueda parecer- continuamos el recorrido hasta la entrada de la pista de aterrizaje de avionetas. Lo hicimos por el pequeño sendero que transcurre en paralelo a la carretera. El sol pegaba ya con casi toda su fuerza -pasábamos ya del mediodía- y el firme irregular del camino hacía bastante daño… especialmente teniendo una carretera perfectamente normal a nuestro lado. En esas, y sudando la gota gorda, llegamos hasta la entrada de la pista de aterrizaje. En efecto, nunca había bajado por ahí, pero pronto me dibujaron una nítida escena de la bajada.
Desde ese punto existen dos posibles bajadas. La primera -Avionetas Normal- de ellas es una pista forestal que desciende dando vueltas y revueltas hasta el cerro de Jesús José y María, al este de Santo Domingo, para posteriormente bajar por un sendero hasta el valle de las Porras (donde se encuentran las ruinas de una antigua casa), y salir aguas abajo por el arroyo Pedroche. La segunda -Avionetas Express- es el cortafuegos que, en línea recta, baja por el cerro hasta el fondo del valle. Desde allí, a la derecha, existe un camino que lleva a las urbanizaciones que se extienden por encima de Santo Domingo. Rápido y brutal.
Tras reagruparnos, rodamos hasta llegar a la cerca de entrada de la pista de aterrizaje. Al llegar a la cerca tomamos un pequeño sendero que surge a la izquierda, y que lleva al comienzo de la pista forestal. Descendimos hasta el comienzo del cortafuegos. Es decir, el comienzo de Avionetas Express. Empezaba el terreno de Enrique.
Hicimos la última para para realizar los ajustes necesarios. Enrique se puso las grebas que llevaba arrastrando todo el día, y se ajustó casco. Yo aproveché, por mi parte, para colocar la cámara deportiva, y hacer las últimas fotos. Y antes de empezar el descenso, todos bajamos los sillines a la mínima expresión. El brutal descenso que teníamos por delante obligaba a ello. Si no, nos arriésgabamos a salir por encima del manillar a la primera frenada comprometida. Tomé una bonita foto de la bici de Mané con el valle al fondo, y empezamos el descenso.
Me quedé sin palabras. Uno de los chavales que venía con nosotros bajó como un verdadero demente. Enrique empezaba a disfrutar, y los demás bajábamos como podíamos. Sillín abajo, culo atrás, de tal manera que el sillín estaba a la altura del estómago, y mucho cuidado. En mi caso, al afrontar el descenso con cuadro rígido y cubiertas más finas, era algo más complicado… pero más divertido para mí. Y las Kenda no se estaban portando nada mal. Aun así, había tramos que sencillamente no pensaba bajar a costa de romperme la crisma. Y como yo, los demás, salvo los dos fenómenos que iban en cabeza.
Tras el primer descenso brutal, teníamos un pequeño respiro, en donde nos agrupamos y seguimos bajando. A ratos sobre la bici y a ratos junto a ella. Hasta que llegamos a la bajada. De nuevo Enrique y el otro chaval lo bajaron sin inconvenientes. Y ahí andábamos, mirándonos los unos a los otros, Mané, Javi, el amigo del chaval -Paco, se llamaba- y yo, hasta que me decidí a echarle valor. Qué narices, estaba ahí para esas cosas. Empecé la bajada demasiado a la izquierda, sin tomar el claro camino entre la grava de la bajada que habían marcado nuestros dos compañeros. Empezó a derraparme la bici, y al frenar de atrás para intentar recomponer la bajada, se me fue completamente. Intenté detener la bici, y de hecho lo hice durante una fracción de segundo, en que me quedé completamente cruzado de atrás a la izquierda, en un equilibrio inestable en la bajada. Parecía que el tiempo se detenía… hasta que se aceleró de nuevo. Pronto me vi cayendo sin control en un revoltillo de brazos, piernas y bici. Salté de ella como pude, y en la caída me golpeó en la espalda. Ya me veía dando tumbos hasta el fondo del valle, cuando pude clavar la bota izquierda en la grava y detener la debacle. Informe de daños: ninguno físico. ¿La bici? Bien, salvo porque se le ha dado la vuelta el manillar. La cámara, ¿sigue grabando? Sí. Saludo a los espectadores y sigamos bajando.
Una vez todos abajo, y tras las bromas de rigor, seguimos bajando. Aún nos quedaba bastante fiesta por delante. El cortafuegos seguía descendiendo en línea recta, hasta llegar a un abrupto giro a la derecha y luego a la izquieda. Seguimos bajando hasta que llegamos al fondo del primer valle. Allí, a la derecha, se surgía una pista forestal. En un primer momento pensamos que era el cortafuegos que subía hasta la ermita que hay junto al lago de Santo Domingo, y descartamos subir por ahí. Luego, con las cartas topográficas en la mano, pude ver que era la salida a la derecha que Mané decía que teníamos que tomar hasta llegar a la parte alta de Santo Domingo. Nos habíamos equivocado en un valle de distancia. Así pues, seguimos por el fondo del valle, por un sendero estrecho y complicado que había conocido mejores días. No tardamos en llegar a una pista algo más amplia que subía de una manera imposible entre pinos de repoblación. No nos quedó más remedio que echar pie a tierra y arrastrar las burras como si fuéramos mulas de carga. Aproveché para tomar una foto del descenso disparatado que habíamos hecho:
Superada la subida, afrontamos un nuevo descenso hasta que llegamos al fondo de otro valle. Aquí teníamos dos alternativas: una subida demencial a la izquierda por un cortafuegos, o tratar de seguir el arroyo por el fondo del valle, por senderos de jabalíes en el mejor de los casos. El chaval de los descensos optó por subir el cortafuegos, y todos los demás -amigo del chaval incluido- seguimos por el valle. Tuvimos que vadearlo varias veces, trepar por piedras, e incluso meternos por el cauce alguna que otra vez. Eso ya no era ciclismo, era exploración pura y dura. Las pasamos canutas para seguir avanzando… pero en cuanto eché la vista atrás, me quedé helado. Tras el largo rato de avance que teníamos ante nosotros, el chaval aún no había terminado de subir el cortafuegos. De locos. Y según me decían Enrique y Mané, aún que quedaba bajar y subir otro igual.
Al final, conseguimos salir del valle tras mucho tirar de bici y abrirnos paso entre maleza, y llegamos hasta el valle de las Porras, donde se alza la casa en ruinas a la que la gente le llama Los Muros. Afrontamos la subida a la casa como una manera de medir fuerzas… y conseguí hacer la subida entera. Pese a todo, no estaba tan mal. Allí hicimos un descanso, hasta que el chaval por fin, tras andar como Braveheart subiendo y bajando riscos como un highlander, llegó hasta la casa. Pasaba ya de la una y media de la tarde.
A partir de ahí, el resto de la etapa estaba claro. Íbamos a salir por el fondo del valle, siguiendo el cauce de los arroyos Barrionuevo y Pedroche, hasta llegar a la pista de la cantera de Santo Domingo, para continuar descendiendo por el arroyo Pedroche hasta el Puente de Hierro. Y de ahí, a casa. Dicho y hecho. Bajamos de la casa en ruinas y cruzamos el páramo pizarroso que lleva hasta las hoces del arroyo, y que marcan la salida del valle. Vadeamos el arroyo al llegar a la zona de las pozas y de la cascada, en mi caso con agua hasta la rodilla, y realizamos el descenso por la parte derecha del arroyo. Por lo general suelo ir por la parte izquierda, lo que obliga a cruzar varios arroyos, así que constituía una interesante novedad.
Cuando llegamos al cruce, tuvimos que pasar con cuidado entre un rebaño de ovejas que allí se encontraban. El resto del descenso hasta Puente de Hierro no tuvo mayor noticia, salvo una pequeña parada que hicimos en la cueva que forma la toma de aguas del acueducto romano. Llegué hasta Puente de Hierro en cabeza, e intenté cruzar el arroyo… sin éxito. Me metí por la parte de la derecha y me hundí de nuevo de agua hasta la rodilla, aunque estuve a punto de pasar. Los demás cruzaron a pie.
Desde ahí, subimos hasta el castillo del Maimón, y cruzamos hasta el Naranjo. Allí nos despedimos de Enrique. Más adelante, en la rotonda del Calasancio, nos despedimos de Javi, que aún tenía que subir hasta su casa, más allá de Huerta de los Arcos. Y así, Mané y yo bajamos hasta casa. Pasaba de las dos y media de la tarde cuando dimos por finalizada la etapa. Una etapa dura, a la par que interesante, en la que disfruté como un enano. Espero que estas salidas se repitan con más asiduidad.
El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver Cuesta del Reventón – Lagar de la Cruz – Avionetas Express (15/01/2011) en un mapa más grande
En cuanto a los datos de la etapa, son los siguientes:
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Tengo que escribir una entrada en serio sobre la brutal etapa que nos marcamos ayer Mané, Javi Aljama, Enrique y yo por la Sierra de Córdoba: una subida por la Cuesta del Reventón hasta las Ermitas, luego ascenso hasta el Lagar de la Cruz con descanso para reponer fuerzas. Desde ahí hasta el 14% y la pista de vuelo.
Y a partir de aquí, la locura: descenso por Avionetas Express hasta un valle dejado de la mano de diox, del que tuvimos que salir siguiendo el curso de un arroyo, trepando laderas, y (casi) desbrozando maleza. Todo ello, obviamente, arrastrando las bicis. Conseguimos llegar al cortijo en ruinas del arroyo Barrionuevo, que se encuentra cerca de Santo Domingo, para realizar el descenso hasta Puente de Hierro.
(Este es Enrique. Y sí, el cortafuegos del fondo es Avionetas Express)
Sin embargo, no podía dejar de adelantar el vídeo del talegazo que me pegué descendiendo por Avionetas Express, y que quedó grabado en primerísima persona por la cámara deportiva. No sale en todo su dramatismo -derrapada de la trasera hacia la izquierda, equilibrio inestable durante una fracción de segundo, desmoronamiento por el cortafuegos y salto de la bici, y ésta pegándome en la espalda mientras frenaba mi caída clavando la bota izquierda en la grava- ya que en los primeros momentos el manillar se me giró completamente y quedó la cámara apuntando del revés, pero aun así me ha parecido interesante:
Otro día, con más tiempo, me extenderé un poco sobre esta etapa.
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