El domingo 6 de junio volví a realizar -y ya ha pasado bastante tiempo desde la última vez- una etapa ciclista por la ciudad de Córdoba y sus cercanías. Una etapa especial porque, igualmente después de mucho tiempo, conseguimos salir un grupito considerable de gente, 6 personas: mi padre y dos de sus colegas de pedaleo (los dos llamados Rafael), Antonio y su hijo Gabriel, una fiera de 12 años que el día menos pensado nos dejará a todos tirados en la cuneta. Pero no adelantemos acontecimientos.
La tarde anterior había estado acondicionando la bici que iba a llevar: la doble Rockrider 6.4 que le regalamos mi hermana y yo a mi padre hace ya unos cuantos años. Para esta ocasión le reemplacé su vieja horquilla, que ya se encontraba en estado algo precario, por la Rock Shox Tora que tenía en la Giant que me compré hace unos meses, y a la que le puse una Recon a principios de año. La idea era también reemplazar el amortiguador trasero con el de la Giant, pero era algo más corto que el que monta (procedente a su vez de a Ghost que me robaron), así que opté por dejar este último. El resultado, sumamente bueno.
Como a priori el día prometía ser caluroso, habíamos quedado temprano, a las 8:15h en la antigua prisión de Fátima para empezar a dar pedales. Sin embargo, toda la tarde del sábado y la madrugada del domingo no había parado de llover en Córdoba, y el día se encontraba mucho más fresco de lo previsto. Aun así, mantuvimos el plan previsto, pese a que ya por la mañana se intuía que podíamos tener un tiempo algo diferente del previsto. Todo el mundo fue puntual, así que empezamos la etapa sin contratiempos, saliendo de Córdoba por la vereda de La Alcaidía, pasando junto a la antigua Cerca de Lagartijo y La Campiñuela Baja. Y no tardamos mucho rato antes de vernos metidos en la niebla. En efecto, el día era distinto a lo previsto. No tardamos en llegar al Canal, y allí aplicamos una variación sobre el plan previsto, que consistía en subir a La Alcaidía, desde allí tomar Las Pedrocheñas, y volver por La Tierna primero, y por la Casilla de Los Locos, después. El caso es que el tramo de La Alcaidía entre el Canal y su cruce con la Vereda de Alcolea está siendo adecentado, y los colegas de mi padre temían que con las lluvias precedentes estuviera completamente embarrado. Así que optamos por tomar el canal, y seguirlo hasta la urbanización El Sol.
Se notaba que la noche había sido lluviosa: el terreno estaba compactado, la niebla seguía marcando su ley, los cañaverales se encontraban caídos por el peso del agua, el canal lleno de barro arrastrado desde los campos, y había árboles partidos y ramas por doquier. Pero se rodaba bien, fresco y sin polvo. Una vez llegamos a El Sol, empezó la parte divertida. Subimos por carretera para entrar en la urbanización de Los Encinares, donde nos esperaban unas rampas del 15%. Una estupenda manera de entrar en calor. Y desde allí, la entrada a La Tierna, con una subida por piedra suelta que no dejaba lugar a dudas: iba a ser duro. Al menos habíamos salido de la niebla, y veíamos el sol.
En mi caso, era la primera vez que subía la Tierna. De hecho, no conocía ni el nombre, tan sólo había bajado una vez por ahí, proviniendo de Las Pedrocheñas. Y recordaba la bajada como rapidísima. Lo que quería decir que la subida tenía su miga. Y vaya si la tenía. Una subida más dura al principio, sostenida, por buena pista, pero con algo de piedra suelta. Y más con la que había caído la noche anterior. Pero una vez superada la primera pared, el resto se trataba de ir subiendo a ritmo. Y subimos, vaya que si subimos. Y a un ritmo bastante parejo el de todos, pese a la diferencia de perfiles. Me levanto no sólo el sombrero, sino el cráneo.
La pena fue que más arriba la vereda se encuentra bloqueada por una cerca. La gente ha hecho camino junto a la misma para poder enlazar con Las Pedrocheñas, pero en nuestro caso, al desconocer cómo estaría la bajada de La Alcaidía, optamos por volvernos. Hicimos una bajada rapidísima (al menaos Antonio, su hijo y yo) hasta el comienzo de La Tierna. Mi padre y los Rafaeles optaron por tomárselo con más calma, pero en mi caso no iba de desperdiciar un rato de diversión como ese. Y más estando la tierra compacta.
Una vez reagrupados, tomamos la carretera y bajamos a Alcolea, donde tomamos unos cafés y tostadas. Y decidimos el plan para volver, y en mi caso había algo que tenía bien claro: no iba a dejar pasar la oportunidad de tomar tantas veredas como pudiera. Pero mi padre y los Rafaeles no tenían ganas de ir por Los Locos, así que dividimos el grupo en dos. Ellos volverían por el Canal, y Antonio y Gabriel se apuntaron a la diversión. Contoninuamos juntos hasta llegar al puente romano sobre el arroyo Guadalbarbo. En nuestro caso, cruzamos el puente (tercera vez en el día) y subimos de nuevo a Los Encinares, para allí enlazar con la Vereda de la Casilla de Los Locos. Para ello, cómo no, vadeando el Guadalbarbo. Se encontraba bajito, así que no supuso mayor problema, pero sí proporcionó bastante diversión. Subimos por las pizarras hasta llegar a la incorporación desde el Psiquiátrico, y pasamos por el Cortijo de Román Pérez Bajo. No tardamos en llegar al cruce de Veredas (Alcaidía, Casilla y Linares), y tomamos la de la Alcaidía en dirección a Córdoba. Finalmente ese tramo no se encontraba tan mal. Apenas tenía algunos charcos grandes de barro, en los que había que tener algo de cuidado, pero no era nada comprometido. Pasada esta parte, cruzamos el puente romano del Arroyo de Rabanales, y el canal, para seguir hacia Córdoba, sin grandes percances.
Me separé de Antonio y Gabriel en Fátima, y volví a casa, donde esperaba que mi padre hubiera llegado ya. Sin embargo, llegó algo más tarde, ya que uno de los Rafaeles había tenido un pinchazo lento, que les obligó a detenerse un par de veces para inflar la rueda. En mi caso, había llegado a casa algo justito en lo que se refiere a calzado. De hecho, mis zapatillas lo dieron todo en esta etapa. Y no es una metáfora:
Una etapa estupenda, con mejor compañía, que espero repetir en breve.
Datos de la etapa
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No puedo cerrar esta historia sin contar nuestra vuelta a Andalucía. Como no podía ser menos, volvimos en coche hasta Córdoba, en un viaje de 5 horitas de coche. De nuevo por la N-330 hasta Utiel, para tomar posteriormente la A-3, la A-43, y por último, la A-4 hasta Córdoba, aunque con una parada bastante especial: Las Navas de Tolosa.
En mi caso, no me demoré mucho en mi ciudad, ya que tenía que volver a Sevilla esa misma tarde en un media distancia que no había conseguido reservar en Valencia, pero cuya reserva -bici incluida- sí pude hacer por Internet.
Ya en Sevilla, en vez de esperar el cercanías para Santiponce, me animé a cruzar la ciudad, y encaminarme a casa desde la Estación de Santa Justa. Lo que tampoco era un gran drama. Algo menos de 11 kilómetros, cruzando por la Ronda Histórica hasta el Puente de la Barqueta, luego la Isla de la Cartuja, y por último mi vuelta a casa habitual desde el trabajo, por el Estadio Olímpico y el Campo de Tiro de Camas. Nada espectacular, después de haber hecho más de 260 kilómetros con alforjas en los días anteriores.
El único aspecto molesto es algo que, en realidad, no he referido en la historia. Y es algo que ya apunté en el prólogo de este relato: el sillín. Cometí el tremendo error de estrenar un sillín ergonómico para este viaje. Un sillín pensado para cicloturismo, en teoría más cómodo que mi Selle de carreras, pero en la práctica, una verdadera tortura. Durante las 4 jornadas de viaje -recordemos, más de 260 kilómetros- me estuvo haciendo rozaduras, y provocando molestias en la ingle, que en determinados momentos llegaron a dormirme las partes nobles, además de hacerme unas muy fastidiosas rozaduras. Así que un consejo: nunca, nunca, nunca se ha de estrenar un sillín para un viaje de alforjas.
Y así, sin más, llegué a casa. Y no tardé mucho en disfrutar de una Irish IPA de Kildare -de cervezas va la cosa- con mi señora esposa, que tan pacientemente había aguantado a su señor marido haciendo el indio por ahí.
Y colorín colorado, esta historia se ha acabado.
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O casi, porque hay tres pequeños detalles más:
Así quedaron las cubiertas de la bici, la delantera y la trasera. Se nota dónde iba más carga.
Tanto le gustó a Ana lo que le contamos mi padre y yo de nuestro viaje, que ese mismo septiembre ella y yo pasamos unos días de vacaciones en la zona. Camino del Cid, pero de Teruel hacia el norte. La foto sobre este texto es del puente romano de Calamocha.
También ese septiembre Arturo Pérez-Reverte publicó su novela “Sidi, Un Relato de Frontera”, sobre las vivencias de un Rodrigo Díaz de Vivar cuando era un desterrado de Castilla, que tenía que ganarse la vida en la frontera de los reinos cristianos y musulmanes. Hubiera sido estupendo tener la novela en el viaje, pero con el Poema de Mío Cid ya fuimos suficientemente ilustrados.
Y ahora sí, vale.
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Y es que los viejos rockeros nunca mueren. El día 22 de diciembre retorné a Córdoba desde Dublín, para pasar las vacaciones de Navidad. Llevaba tiempo con ganas de realizar una salida por Córdoba, con los amigos, para quitarme el mono de Sierra y disfruta -de aquella manera que nos gusta a los ciclistas- de mi estancia en Córdoba. Sin embargo, las circunstancias no lo iban a poner fácil. Para empezar, me habían robado unos meses antes la doble, y por unas cosas y otras, los colegas no estaban disponibles para salir a rodar en estas fechas. Pero afortunadamente Jose Anta se animó a acompañarme, y ya siendo dos, no podía menos que volver a poner el plan en marcha. Además, tenía que estrenar mi nuevo reloj con GPS Posma W2.
La única opción para ello era clara: volver a poner en servicio mi vieja burra, que utiliza mi padre para rodar por Córdoba. Así que el 23, a la vuelta de un viaje a Sevilla, me dediqué a cambiarle geometría del sillín, reemplazar cubiertas lisas por un buen par de ruedacas (High Roller Super Tacky de 2.35 delante, y Small Block Eight de 2.10 detrás) y engrasarla y darle algo de mimo. Así, el 24 por la mañana, Jose y yo salimos a rodar. No puedo menos que reconocer el esfuerzo de Jose, que llevaba un año sin salir a dar pedales. Y como tampoco era cosa de reventar, sino de pasar un buen rato entre amigos, y disfrutar del campo, optamos por una etapa conservadora: subida a Santo Domingo por la vereda. El campo estaba de dulce, despejado y algo fresco, con las lluvias aún recientes que habían aposentado el terreno, si bien hizo que nos encontráramos con un par de zonas embarradas, en las que no pude menos que meterme. Y es que sin barro, una salida de invierno no es lo mismo.
Llegamos a Santo Domingo, y desde allí, tomamos el sendero que sube a la antena de telecomunicaciones del 14%. Como a esas alturas se nos estaba haciendo algo tarde, bajamos por la carretera hasta el cruce de Santo Domingo, y allí tomamos el sendero que baja hasta el Maestre Escuela. Y desde allí, al Naranjo. Había algo más que hacer: tomarse un buen chocolate con jeringos.
Los jeringos no eran los mejores que he probado, ni mucho menos. Pero eso no era lo importante. Gracias, Jose, de todo corazón.
Elapsed Time | Moving Time | Distance | Average Speed | Max Speed | Elevation Gain |
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00:00:00 | 00:00:00 | 0.00 | 0.00 | 0.00 | 0.00 |
hours | hours | km | km/h | km/h | meters |
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Esta tarde me han robado en casa de mis padres mi bicicleta Ghost ASX 5100:
Se trata de una Ghost ASX 5100 en colores azul, negra y blanca. Se habían eemplazado la horquilla delantera y la suspensión trasera de fábrica por una Rock Shox Sektor TK y un Rock Shox Monarch RL 190/51, respectivamente.
Tiene como marcas identificativas lo siguiente: pegatinas “BARTOCALVOS MTB” en ambos costados, y pegatina “Vaso de pinta – IRELAND” en la parte superior.
Se ha denunciado su robo. Por favor, si la has visto o tienes información de ella, deja un comentario en esta entrada, o ponte en contacto con la Policía en Córdoba. Muchas gracias.
Etiquetas: bicicleta, córdoba, ghost asx 5100, robo