28 feb 07 La misteriosa máquina expendedora

Hace algunos días tuve la oportunidad de pasar un fin de semana de relax a caballo entre Madrid y Toledo, gracias a la hospitalidad de mis amigos Bea y Valero, y con la inestimable compañía de Carmen y Manolo. Pues bien, la jornada del domingo la pasé con Ana en Toledo, donde, aparte de tener una serie de curiosis incidentes con diversas máquinas ferroviarias, que darían para una entrada aparte, me tropecé con una de las más curiosas máquinas expendedoras que haya visto jamás.

Estábamos Ana y yo tomando el café de la sobremesa en una taberna del casco viejo de Toledo. Una taberna bastante peculiar, por otro lado, ya que disponía de restaurante y parecía ser el último reducto de los aficionados al toreo de la ciudad, a juzgar por la decoración. Y con un horario bastante sorprendente: apenas eran las cuatro de la tarde y ya estaban echando el cierre.

El caso es que en un momento determinado tuve que hacer uso del baño del local. Y ahi estaba, lavándome las manos, y pensando en las ecuaciones diferenciales de segundo grado y en su relación con las curvas capaces, cuando la ví, reflejada en el espejo. En un primer momento la tomé por una vulgar máquina expendedora de preservativos. No es raro verlas en los baños públicos, pero es más normal encontrárselas en los de las discotecas que en los baretos toledanos. Pero fue al fijarme bien en ella cuando me percaté de que no era una máquina de preservativos. El dibujo que la ilustraba parecía más bien un tampón con su aplicador. Eso me empezó a intrigar más, ya que era algo que se salía más de la norma, tanto por el producto en sí, como en su ubicación: ¿quién pondría semejante máquina en un baño de hombres? Que no era el unisex de Ally McBeal, por dios…

Así que me giré y la miré detenidamente. Y entonces vi de qué era realmente la máquina: de cepillos de dientes de viaje, desmontables y con una dosis de pasta de dientes. Todo ello por un euro. Tengo que decir que me pareció una idea estupenda para un restaurante. Y como a mí, además, me solucionaba de paso la papeleta de ir a comprar un cepillo de dientes de viaje a la farmacia, para el inminente Camino de Santiago, me hice con uno. El único “pero” es que el cepillo que me dispensó la máquina es de un morado claro bastante sospechoso. Pero bueno, tampoco me quejaré.

En cuanto a la máquina en sí, me parece una gran idea, que deberíamos poder encontrarnos en cualquier restaurante mínimamente decente al que fuéramos a comer.