La que a la postre acabaría siendo la última etapa de nuestro viaje empezó temprano, muy temprano. Apenas eran las 7:15h de la mañana y ya nos encontrábamos rodando camino de la estación de tren de Castuera. Se trataba de una mañana fría y nubosa, que no presagiaba nada bueno en lo meteorológico. Apenas llegamos a la estación, en donde no había nadie a tan menguada hora, pegamos la hebra con el jefe de estación, con la idea de intentar averiguar dónde podríamos encontrar una tienda de bicicletas en Don Benito.
Éste, muy amablemente, nos buscó la información por Internet, dando con la tienda de bicis más afamada de la comarca, Ciclos Cuadrado, e incluso nos hizo un croquis de cómo llegar allí desde la estación. E incluso, ya que teníamos previsto rodar desde Don Benito a Mérida, nos sacó unas capturas de Google Maps, a fin de que tuviéramos algún tipo de mapa de carretera. A eso de las 8 tomamos el tren dirección Mérida, y nuestro caso con parada en Don Benito. Con apenas dos paradas (Campanario y Villanueva de la Serena), llegamos a Don Benito a las 8:35h.
Aún no llovía, pero pintaban bastos. Así que corrimos a buscar -dado que a esa hora la tienda de bicicletas no iba a estar abierta- un sitio donde tomar un desayuno. Acabamos parando en un bar cercano a la plaza de toros, y que no distaba demasiado de la tienda de bicis. Allí nos tomamos nuestro tiempo, pues prisa no había, y sí malas perspectivas meteorológicas.
En efecto, cuando tocó abandonar el bar e ir a la tienda de bicis, la lluvia hizo por fin acto de presencia. Y qué presencia. Empezó a descargar con saña, haciendo que en un trayecto de unos pocos centenares de metros acabáramos como sopas. Eso acabó por desmoralizarnos. Eso y que la predicción para el resto del día era igual o peor. Pero ya que estábamos, arreglaríamos la bici. En efecto, tocó cambio de cadena y, ya de paso, de cable del cambio, amén de un ajuste del desviador que el dueño de la tienda no quiso cobrarme. Un trato excelente.
Así pues, visto lo que teníamos por delante, descartamos seguir camino de Medellín y de Mérida. Ya habíamos tenido suficiente agua, averías e infortunios en lo que llevábamos de viaje. Y dado que teníamos una estación de tren a tiro de piedra, decidimos tirar la toalla. Por ese año ya estaba bien. No en balde, habíamos hecho ya 150 km. plagados de todo tipo de problemas, de los casi 250 que teníamos previsto hacer.
El camino de la tienda de bicis a la estación fue otro aguacero. Que irónicamente terminó al poco de llegar a la estación. Si bien es verdad que no por mucho tiempo, ya que los aguaceros iban y venían. Teníamos una larga espera -hasta las 14:25h- por delante, ya que apenas eran las 11 de la mañana. Matamos el tiempo como bien pudimos, y aprovechamos para poner la ropa a secar.
Como no podía ser menos, el tren acabó llegando, y en apenas 40 minutos de viaje estábamos en Mérida. Habíamos llegado, sí, aunque no de la manera esperada. Y encima, el día volvía a amenazar con descargar agua. El viento, como a primeras horas de la mañana, no prometía nada bueno. Así que nos apresuramos. Había que cruzar la ciudad de Mérida para ir de la estación de tren a la de autobuses. No tardamos en llegar a las cercanías del Puente Romano, donde encontramos, junto a la estatua de la Loba Capitolina, un monolito del Camino Mozárabe:
Echamos algunas fotos más junto al Puente…
…que no dudamos en atravesar…
…a todo correr, porque aún no habíamos cruzado el Guadiana cuando empezaron a caer gotas gordas como cocos de La Habana. Y de esta manera, dimos por finalizado nuestro recorrido por el Camino Mozárabe. Almorzamos en la estación de autobuses, y esperamos con calma nuestros autobuses. Mi padre tomó el suyo a Córdoba a media tarde, y yo el mío a Sevilla algo más entrada la noche.
Pero como toda buenas historia, el final de ésta fue el germen de la siguiente. Habíamos recorrido la Vía de la Plata entre Zamora y Santiago, y el Camino Mozárabe entre Córdoba y (ejem) Mérida. ¿Por qué no realizar el trozo que faltaba entre Mérida y Zamora? Y así, con este germen de idea, empezamos a pensar en nuestro nuevo reto.
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Comenzamos el tercer día de nuestro recorrido con un primer y acuciante objetivo en mente: encontrar una cadena de repuesto para mi bicicleta. Algo que el día anterior, por ser Domingo de Ramos, había resultado imposible. Y bien, estábamos en Hinojosa del Duque, uno de los pueblos más grandes de la zona. Se suponía que no tendría que resultar tan difícil.
Lo fue. De hecho, fue imposible. Tras preguntar a los lugareños, pronto supimos que en el pueblo sólo había dos tiendas de bicis. Una de ellas, estaba prácticamente cerrada por inminente jubilación de los dueños, y estaba a cerrada a esa hora de la mañana, pero uno de los vecinos nos hizo el favor de localizar a la dueña, que nos abrió amablemente la tienda… para ver que sólo disponía de cadenas de hasta 8 velocidades. Nunca resultó tan irritante tener una corona de nueve. Nos recomendó otra tienda a la salida del pueblo, camino de Belalcázar. Allí nos dirigimos. No era específicamente una tienda de bicis, sino de motocicletas, pero vendían también repuestos. Con el mismo resultado. Cadena de hasta 8 velocidades. Allí nos recomendaron probar en Belalcázar, donde había otra tienda de repuestos. No de bicis, sino de motos, pero que seguramente tendrían material.
Tocaba tomar una decisión. Nuestro supuesto recorrido tomaba una serie de caminos, para llevarnos hasta la ermita de la Virgend de las Alcantarillas, último bastión cordobés antes de entrar en tierras extremeñas, que evitaba pasar por Belalcázar. Caminos que, por otro lado, hacían necesario vadear una serie de arroyos, para terminar vadeando el río Zújar, algo que en época de lluvias se antojaba un tanto complicado. Además, era más que previsible tener barro, lo que haría más dificultoso el rodar, ejerciendo más tensión en la cadena, y exponiéndola a seguir saltando. Y ya disponía de muy poca cadena, a esas alturas. La otra opción era ir por carretera a Belalcázar, conseguir el repuesto (si lo había) y luego ir por carretera la Virgen de las Alcantarillas.
Y en eso estábamos, debatiendo, cuando alguien me llamó por mi nombre. En Hinojosa. Al darme la vuelta, sorprendido, me encontré con Chicote, compañero de fatigas del Club Bartocalvos. Se encontraba trabajando como operario de mantenimiento de carreteras del Ministerio de Fomento, y allí estaba, con su furgoneta de trabajo. Le comentamos rápidamente la situación, y se ofreció a llevarnos hasta Castuera, ya que, al fin y al cabo, tenía que realizar algunas labores por aquella zona. Sopesamos la oferta, y tras pensarlo un poco, decidimos no aceptarla. Seguramente en Belalcázar tendríamos más suerte. O al menos, eso esperábamos. Nos despedimos de Chicote, y tomamos las bicis. A Belalcázar.
Salimos de Hinojosa recién pasadas las 10 de la mañana. El día estaba cubierto y corría viento, pero al menos no llovía. Eso sí, íbamos ya con casi dos horas de retraso sobre el horario previsto y encima íbamos a dar un buen rodeo. Y aún teníamos que comprar la cadena y montarla. El viaje a Belalcázar no tuvo misterio alguno. Casi 8 kilómetros de recta pura y dura en suave descenso. Tan sólo se trataba de rodar con calma para no forzar la cadena. Seguimos las indicaciones que nos habían dado, y no tardamos en localizar la tienda de repuestos, cerca del antiguo colegio del estado. Y se encontraba cerrada. ¿Qué hacer? ¿Abrirían un Lunes Santo?
Tras un rato de espera, llegó el dueño de la tienda. Y tras pedirle la cadena, mismo resultado que en Hinojosa: cadena para 8 velocidades máximo. Ahora sí que teníamos un problema, ya que el próximo pueblo en el recorrido estaba a casi 30 kilómetros de distancia. Y entonces me acordé de mi llavero. Un llavero casero, que le había copiado a Pablo, un buen amigo, porque en su sencillez y elegancia era una pequeña obra de arte. Un llavero hecho con eslabones de cadena de bici:
De una vieja cadena. Que llevaban desaceitados y sin uso casi un año. Pero mejor eso que nada. Con el tronchacadenas deshice el llavero y monté los eslabones en la cadena:
¡Hurra! Se notaba a las claras cuáles eran los eslabones de la cadena antigua, pero era mejor eso que nada. La pregunta era: ¿aguantarían? Sólo había una manera de saberlo. Pero por el momento, mi llavero hecho con una cadena vieja nos había salvado el día.
Reemprendimos la marcha pasadas las 11 de la mañana. Teníamos por delante una bonita cantidad de kilómetros de asfalto para llegar a la Ermita de la Virgen de las Alcantarillas. Al menos iban a ser por asfalto, por lo que podríamos recuperar en cierta manera las horas perdidas en la búsqueda de la cadena. La parte mala del asunto es que desconocíamos por completo. Teniendo en cuenta que teníamos que cruzar el río Zújar era de prever que en general fuéramos en descenso, pero en esas cosas realmente nunca se sabe.
La primera en la frente. A la salida de Belalcázar nos tocó subir una tachuela. Bien para probar la cadena, pero desde luego eran ganas de fastidiar. Y no fue la única. A la postre el camino hasta la Virgen de las Alcantarillas acabaría siendo eso, una sucesión de subidas y bajadas, en general en descenso hasta el río, pero que no podían ser más fastidiosas. Al menos el asfalto era bueno, y el paisaje, arrebatador en su sencillez.
Mucho cultivo de gramínea, y de cuando en cuando, algo de dehesa. Llegábamos a Extremadura. Y así, en un paisaje de horizontes infinitos, nos cruzamos con el viejo ferrocarril de Almorchón. Otra recta más hacia el horizonte.
Y así, poco a poco, nos fuimos aproximando a nuestra siguiente parada. La Ermita de la Virgen de las Alcantarillas se encuentra en un risco pegado al río Zújar. Es de época tardomedieval, y punto de encuentro para los romeros de la comarca.
Cuando llegamos al Zújar vimos que, en realidad, habíamos hecho bien al no tomar el camino. No tenía pinta de que el río se pudiera vadear, ni mucho menos, en aquella época del año :
Pasamos el río, y afrontamos la subida a la Ermita. Hasta ese momento la cadena se había portado de fábula. Bien es verdad que extremando el cuidado por mi parte. Pero en la subida a la Ermita me emocioné, y en uno de los repechos finales forcé más de la cuenta. Resultado: cadena rota. Esta vez por el arreglo hecho con el llavero.
No había gran cosa que se pudiera hacer. Arreglé la cadena como pude -de nuevo quedándose un pelín más corta- y tomamos unas barritas de cereales para reponer fuerzas. Frisábamos las 12:30h, y aún nos quedaban 9 kilómetros hasta Monterrubio de la Serena. Y esta vez -eso era seguro- cuesta arriba. Continuamos nuestro rodar, para llegar poco después al límite autonómico entre Andalucía y Extremadura. Más allá de por el cartel de carreteras, se podía notar bien a las claras dónde acababa una y empezaba otra:
El día seguía cubierto y amenazando con empezar a descargar agua en cualquier momento. Pero aguantaba. El viento que soplaba -eso sí- era un fastidio continuo. Seguimos rodando, camino de Monterrubio. Como habíamos previsto, en subida casi continua. Al principio no muy acusada, pero poco a poco, a medida que nos aproximábamos a Monterrubio, en mayor pendiente. Y en estas, de nuevo rompí la cadena. Tenía la irritante sensación de estar sembrando de eslabones las comarcas de Los Pedroches y La Serena. Si alguna vez sale allí algún árbol que dé eslabones, ya saben a quién se lo han de agradecer. Como estábamos muy cerca de Monterrubio, y se aproximaba la hora de comer, tomamos una decisión. Cogí la bici de mi padre y fui a toda velocidad -que permitían las alforjas- al pueblo para buscar una tienda de bicis. Mi padre, por su parte, intentaría arreglar la cadena mientras tanto o bien ir andanado hasta el pueblo.
Así lo hicimos. Llegué a Monterrubio a las 13:45h. Pregunté en la gasolinera del pueblo, y allí me dijeron que en Monterrubio no había tienda alguna de bicis. Que habría que ir Don Benito o a Zafra. No había mucho más que hacer que buscar algún sitio para almorzar. Me reencontré con mi padre, hicimos un apaño a la cadena, y nos fuimos al Ayuntamiento a sellar las credenciales. Pegamos la hebra con el funcionario municipal, que también era aficionado a la bici. Nos confirmó lo que nos había dicho el gasolinero, y nos recomendó un pequeño restaurante para comer, con un menú del día bastante aceptable.
Y de nuevo, otra decisión a tomar. Teóricamente tendríamos que tomar el camino de Monterrubio a Castuera, junto a la discoteca Oli-Bar en la carretera de Puerto Hurraco, o bien tomar dichar carretera, y desde Puerto Hurraco tomar la carretera de Castuera. Y de nuevo no hubo prácticamente debate. Era tarde, había que buscar alojamiento en Castuera y encontrar -si fuera posible- una tienda de bicis. O algún sitio con posibilidades de vender una cadena.
10 kilómetros hasta Puerto Hurraco, pueblo de infausto recuerdo por el crimen allí cometido a finales de los noventa. Pero apenas cuatro casas al borde la carretera. Eso sí, hubo que sudar para llegar hasta allí. Una subida que a la postre se convertiría en la cota máxima de la jornada, en una carretera perfectamente recta, pero llena de cambios de rasante. Y con viento. Y con coches que pasaban a toda velocidad. Lo que todo ciclista desea. Superada dicha cota máxima llegamos a Puerto Hurraco en descenso, para tomar a continuación la carretera de Castuera, capital de la comarca de La Serena, y más que posible antigua villa romana de Artigi, que se alzaba junto a la vía Corduba-Emérita, junto a dos cerros gemelos que constituyen una avanzadilla de Sierra Morena en la planicie extremeña.
Emprendimos una acusada bajada hacia el arroyo de Ballesteros. Cosa que siempre es mala cuando tu destino se encuentra en una montaña, ya que toca volver a subir. Pero que en este caso fue aún más fastidiosa por una nueva rotura -otra más- de la cadena. Acabamos llegando a Castuera a las 16:30h de la tarde. Nos alojamos en un pequeño hotel del pueblo, ironías de la vida en su parte más alta.
Por la tarde, completadas las labores habituales de limpieza de ropa y preparación de aparejos para el día siguiente, realizamos una visita al pueblo. Se trata de una agradable población que fue propiedad de la Orden de Alcántara en los siglos XV y XVI. Eso, y el ser capital de la comarca es algo que se deja ver a las claras en el pueblo, donde abundan casas solariegas y una arquitectura recia. Sin lugar a dudas, un sitio agradable donde parar.
Sin embargo, en materia de repuestos ciclistas no van tan bien servidos. No hubo suerte. Ni una tienda de bicicletas en el pueblo, y tan sólo en una tienda de menaje variado conseguimos encontrar una cadena… de nuevo de 6-7-8 velocidades. Y el consejo de acudir, como mal menor, a Don Benito para conseguir repuesto. En nuestro recorrido habríamos de pasar cerca de Don Benito, en nuestro camino a Medellín, donde tendríamos que terminar la etapa siguiente. Durante la cena en el hotel, reflexionamos sobre ello. Finalmente, tomamos una decisión. No era viable recorrer la etapa, tal y como la teníamos prevista, hasta Medellín, ni yendo por camino ni -como se había demostrado en esta jornada- por carretera. La cadena no daba para más. Por suerte teníamos una para de tren regional en la misma Castuera, que unía la población con Mérida, y con parada en Don Benito. Decidimos para la jornada siguiente ir en tren a Don Benito, y allí conseguir repuestos. Y como Don Benito se encontraba prácticamente al lado de Medellín, nos saltaríamos la cuarta etapa casi al completo, para ir en bici desde Don Benito a Mérida. Eso si el tiempo no lo impedía.
Los datos de la etapa son los siguientes:
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Empezamos la segunda etapa de nuestro viaje poco después de las 7:45h del Domingo de Ramos. Tras la complicada noche, y teniendo en cuenta que no teníamos prácticamente nada para comer, no nos demoramos demasiado en comenzar la etapa, sabiendo que podríamos tomar un buen desayuno en Villaharta.
La mañana, como el día anterior, se presentaba complicado en lo meteorológico. Según hacia donde miraras, se podían ver retazos de cielo azul…
…o un cielo gris y plomizo que no hacía sino presagiar lo peor:
Así que, seguramente, íbamos a tener un día bastante movido, como así fue. Volvimos a tomar la carretera de Villaharta, y a subir la dichosa cuestecita del día anterior. El Bar Mirasierra seguía cerrado, pero por suerte, un poco más adelante encontramos otro bar, abierto este sí, en el que pudimos tomar un buen desayuno, que venía fantástico dado lo fría que estaba la mañana. Aprovechamos que estábamos en el bar para analizar nuestro recorrido. Teníamos previsto continuar por el sendero GR-40 (Cañada Real Soriana) el mayor tiempo posible, pero dado lo lluvioso de los últimos días, temíamos encontrarlo muy poco practicable. Tras discutirlo, preferimos evitar este trazado, ya que barruntábamos tener que afrontar un rodar muy penoso por él debido al barro, y a la necesidad de vadear el río Guadalbarbo, algo difícil en época de lluvias. La alternativa era seguir el mayor tiempo posible por la carretera hasta la Gargantilla de Villaharta, para tomar, desde ahí, una buena pista agrícola que nos llevaría hasta el Puerto del Calatraveño. Incluso valoramos seguir por la carretera hasta Pozoblanco, y desde allí enlazar con nuestro recorrido en Alcaracejos. Pero no era algo por lo que estuviera dispuesto a pasar.
Dicho y hecho. Dejamos atrás Villaharta ascendiendo un nuevo puerto de montaña, con ocasionales descargas de lluvia, que no nos impidieron disfrutar de la impresionante vista de la Gargantilla de Villaharta, así como de su espectacular bajada hasta el río Guadalbarbo.
Lo malo de bajar, claro, es que tienes que volver a subir. Sobre todo cuando te diriges a algo que se llama “Puerto del Calatraveño”. En apenas 9 kms habíamos pasado de los 496 m. de altitud a los 673, y de nuevo a 457. Y teniendo aún que subir el Calatraveño, la cota máxima de la jornada con 765 m. de altitud.
Recién pasamos el puente sobre el Guadalbarbo encontramos a la izquierda nuestra pista agrícola. Ancha y bien mantenida, pero con un desnivel tremendo. Rampas del 15% que nos hicieron subir, en 1’3 kms, más de 100 metros de desnivel. Y con barro, mucho barro. Una subida exigente, y que nos hizo sudar la gota gorda. Lo malo es que, superada la cuesta, aún teníamos por delante unos 10 kms de marcha hasta llegar a pie de puerto. Iba a ser largo.
Continuamos durante 5 kms. hasta hacer una pausa. Por el camino subimos una tachuela que incidió más en el estado de ánimo que sobre las piernas en sí. Pero el camino era una sucesión de subidas y bajada, con marcada tendencia ascendente, que con el barro se hacía duro de recorrer. Hicimos la pausa en el punto en el que la pista se unía con el trazado de la Cañada Real, pasado el cortijo del Paguillo, donde volvimos a encontrar las marcas del Camino Mozárabe.
Terminada la pausa, sobre las 10:30h reanudamos la marcha. Siempre por la pista, en buenas condiciones, camino del pie del puerto. Pasamos por una nava con olivar y encinas a nuestro alrededor. Agradable a la vista, siempre en línea recta, pero de nuevo con subidas y bajadas. Llegamos al arroyo del Lorito, donde la pista pasó a estar asfaltada.
Allí tuvimos que tomar la segunda decisión del día: subir el Calatraveño por campo, o por carretera. En esta ocasión, y dada la importante paliza que nos había dado la pista, optamos por subir por carretera, algo que, en realidad tampoco era moco de pavo. Teníamos por delante 3 kms de subida con pendientes de hasta el 7%. Para hacer con buena letra. Algo que la cadena de la bici, que ya había empezado a saltar la jornada anterior, no parecía dispuesta a dejarme hacer. Cierto es que era nueva, pero esperaba que a esas alturas estuviera ya mejor aposentada. No era el caso.
Coronamos el puerto a las 11:30h. 750 metros de altitud, y algo más hasta la escultura Raíces de los Pedroches, de Aurelio Teno, que da la bienvenida al Valle de los Pedroches.
Un pequeño inciso. EL lector avispado habrá notado que el recorrido que estábamos realizado no es el que uno esperaría cuando se dirige desde Córdoba a Extremadura. Lo habitual para el conocedor de esos pagos es pasar por el valle del Guadiato, pasando por Espiel, Belmez, Peñarroya, pero luego girar hacia La Granjuela y Monterrubio de la Serena (o bien, si se viaja en coche, seguir hasta Zafra, y luego tomar la Ruta de la Plata), donde este trazado se enlaza de nuevo con nuestro recorrido previsto. Esto es algo que en los últimos años ha generado cierta polémica entre los aficionados al Camino Mozárabe en Córdoba. Y es que, si bien el trazado considerado histórico coincide con el expresado anteriormente, al seguir los trazados de los principales caminos romano y árabe, este trazado adolece de un grave problema: el recorrido histórico, a día de hoy, se encuentra principalmente bajo las aguas del pantano de Puente Nuevo y de la N-432. Por ello, en su día, la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Córdoba optó por un trazado por el Valle de los Pedroches, que cuenta con la ventaja de seguir igualmente un trazado histórico medieval (coincidente en su mayor parte con la Cañada Real Soriana), y con menos problemas de tráfico. En nuestro caso habíamos optado por tomar esta segunda opción, pero a día de hoy es algo que sigue generando polémica en la zona.
Finalizado este inciso en el relato, y nuestro descanso en el recorrido, reanudamos ambos, tanto relato como trazado. El tiempo había mejorado bastante, y el cielo azul se dejaba ver en toda su gloria. Algo que nos vendría bien porque aún teníamos más de la mitad de la etapa por delante (más de 35 kms). Pero lo más duro ya había pasado. A partir de ahí teníamos ante nosotros enormes rectas, un trazado en general descendente o plano, y mucho ánimo. Bajamos el puerto a toda velocidad, con velocidades que llegaban a sobrepasar los 40 km/h, y a pie de puerto hicimos el que esperábamos que fuera el último descanso hasta la hora de comer. Paramos en una pequeña área de servicio, restos de la vieja carretera, para tomar un pequeño tentempié.
Seguimos nuestra marcha, camino de Alcaracejos, con un buen ritmo, lastrado por molestos saltos en la cadena. La cosa empezaba a resultar molesta, cuando se consumó el desastre. La cadena se partió. No parecía un excesivo problema, y no era la primera vez que pasaba por eso. Con el tronchacadenas y un rato de trabajo mecánico solucionamos el problema. Lo malo eran -por un lado- la mala sensación que el problema transmitía. Y por otro, que el tiempo estaba empeorando de nuevo. El viento olía de nuevo a humedad, lo que presagiaba nuevas lluvias.
No quedó más remedio que desechar mi idea, que era volver a tomar camino camino de Hinojosa, para seguir rodando por carretera. Reducía el tiempo y el esfuerzo, pero nos exponía al tráfico, y ero menos interesante. Aunque mi padre, claro, agradeció el prolongar la marcha por asfalto. En fin, a cada uno lo suyo.
Al llegar a Alcaracejos el problema se produjo de nuevo. La cosa pintaba realmente mal. Ya había perdido dos tramos completos de cadena, que se empezaba a acortar de manera peligrosa. Y en Domingo de Ramos iba a ser completamente imposible encontrar repuestos, ya que esa eventualidad -necesitar un recambio de cadena- era algo que no había previsto.
Seguimos, por tanto, por carretera camino de Hinojosa. Pasamos Fuente la Lancha, y seguimos, rectos como una flecha, camino de Hinojosa. Pero de nuevo, y por tercera vez, volvió a romperse la cadena. La situación era ya desesperada. No tenía posibilidad de engranar piñones altos. Y encima, empezó a llovernos con saña.
Finalmente acabamos llegando, a las 14:52h, a Hinojosa del Duque. En el primer sitio donde vimos hospedaje, que no era sino el Restaurante El Cazador, fue donde dimos por finalizada la etapa. Poco antes había dejado de llover. Habíamos empleado más de 7 horas en recorrer los 60 kilómetros de etapa desde Villaharta. Una etapa dura y, en muchos aspectos, descorazonadora. Pero que, pese a todo, había valido muy mucho la pena.
El almuerzo en El Cazador fue poco menos que excepcional. Seguimos con nuestra dinámica habitual de pequeño descanso, lavado de ropa y preparación de la etapa siguiente, antes de hacer una pequeña visita al pueblo, que bien la merece. Ese día, además, pudimos contemplar la procesión de La Borriquita…
…además de visitar la Catedral de la Sierra.
La segunda etapa había finalizado, y teníamos para la tercera, además, un nuevo reto: encontrar una cadena para 9 piñones en Los Pedroches. Algo que iba a resultar más complicado de lo que nos podíamos imaginar.
Los datos de la etapa son los siguientes:
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Iniciamos nuestra andadura pasadas las 8:15h del sábado 23 de marzo. Como nos habíamos estado temiendo, la mañana no iba a acompañar. Las previsiones eran de lluvias intermitentes a lo largo de toda la jornada, y a la salida de la Asomadilla el cielo estaba completamente cubierto, pero aún no había roto a llover.
Atravesamos el Parque de la Asomadilla para llegar a la Fuente de la Salud. Desde allí, cruzamos el Polígono de Chinales para dirigirnos en dirección al Puente Romano del Arroyo Pedroche, que no llegamos a cruzar. En su lugar, tomamos el viejo trazado de la N-432, convertido hoy en día en una pista terriza. De manera pausada fuimos ascendiendo hasta llegar al paso inferior con el nuevo trazado de la N-432. Seguimos ascendiendo hacia la Carrera del Caballo, donde se impuso tomar una decisión: ¿subiríamos por la Loma de los Escalones, o por la vieja carretera? Por una vez, la cordura se impuso, y descartamos subir por la Loma. Las lluvias la habrían dejado empapada, haciendo que la roca caliza que la compone estuviera peligrosamente resbaladiza, cosa que no es plato de buen gusto, especiamente cuando vas lastrado con alforjas. Alforjas que tampoco invitaban, precisamente, a tomar la Loma con mucha alegría. Así que desde la Carrera del Caballo volvimos al viejo trazado de la N-432, y nos disposimos a subir hasta Cerro Muriano por asfalto.
Llevaba desde que habíamos salido de casa con la molesta sensación de estar olvidando algo. Y ya lo creo que olvidaba algo. ¡Me había dejado en la mesa del salón mi credencial de peregrino! Una rápida comprobación de la bolsa de documentos lo confirmó, así que no nos quedó más opción que llamar a casa, y pedirle a mi hermana Helena que nos hiciera el favor de alcanzarnos en coche y traerme la credencial. A esas alturas llevábamos ya casi 1 hora de etapa, y desandar el camino no era una opción, si queríamos llegar a una hora decente a nuestro destino. Pero no era solamente eso. Había algo más que olvidaba, y que no conseguía recordar.
Continuamos subiendo en dirección a Cerro Muriano. El tiempo empeoraba a ojos vista. Se había levantado un viento húmedo que no era sino presagio del inminente chaparrón que nos esperaba. Al cabo de media hora nos alcanzó mi hermana, haciéndome entrega de la credencial. Justo después empezó a llover, cuando aún no habíamos llegado a la altura de Villa Enriqueta. Una lluvia casi torrencial en algunos momentos, pero no nos quedaba otra que seguir, ya que en ese tramo del recorrido no había donde guarecerse. En la subida empecé a experimentar algunos saltos en la cadena. Pero como era nueva, en un nuevo casette, tampoco le presté demasiada atención. Cuestión -imaginaba- de rodar un poco para que se acomodara del todo. No era la primera vez que pasaba.
Pasada Villa Enriqueta el tiempo empezó a mejorar, convirtiéndose la lluvia, poco a poco, en una llovizna que cesó totalmente al llegar a Cerro Muriano. Hicimos allí, a la entrada, una parada para tomar el segundo desayuno del día y conseguir el primer sello de la jornada. Eran las 10:30h. Retomamos la marcha tras una media hora, atravesando Cerro Muriano, y continuando por el tramo viejo de la N-432 junto a la base militar, la Estación de Obejo, hasta llegar al nudo que une el viejo trazado con el nuevo. A partir de ahí, la idea era tomar la senda que transcurre entre el tramo abandonado de la N-432 y el viejo ferrocarril de Almorchón, y que a tramos se confunde con éstos. Sin embargo, la cosa no iba a ser tan sencilla. Las lluvias de las últimas jornadas, junto con las del día en curso habían convertido la zona en una sucesión de torrenteras, arroyuelos desbordados y balsas de agua, que hacían el rodar enormemente penoso, y hacían rezongar a mi padre, que apostaba por seguir por la N-432.
Pese a todo, conseguí salirme con la mía, y recorrimos este tramo entre Cerro Muriano y El Vacar por la vieja senda, si bien tomando más de lo que hubiera querido la vieja vía -que hacía el rodar enormemente penoso por las traviesas- y la carretera abandonada. Nos tomó prácticamente una hora y cuarto llegar hasta El Vacar. Y de nuevo, la lluvia hizo acto de presencia a la salida de Cerro Muriano, para interrumpirse al llegar a El Vacar. Habíamos pasado ya mediodía, y tras una breve pausa para un nuevo sello y un refrigerio, seguimos en dirección a Villaharta. Cómo no, con lluvia de nuevo. Y todavía con algunos molestos saltos en la cadena.
Esta vez optamos por seguir por el viejo trazado de la N-432 hasta el cruce de Villaharta. Lo errático del tiempo no invitaba a tomar la senda que en paralelo a la vieja carretera coincidía con las marcas del Camino. Llegamos a la bajada de tierra que lleva a Villaharta, pasado por la Fuente de Los Malos Pasos, para seguir por carretera. Una decisión de la que mas tarde nos lamentaríamos.
No mucho después pudimos contemplar la primera vista de Villaharta desde la carretera. Se alzaba en una estribación de Sierra Morena, hermoso en su blancura en contraste con el verdor de la Sierra en primavera. Pero eso significaba que íbamos a terminar la jornada en ascenso. Y vaya ascenso: desde los 492 metros de altitud del cruce de Villharta hasta el mismísimo pueblo, a 575, en apenas kilómetro y medio, con rampas del 11%, tras casi 40 kms. de etapa, y con el lastre de las alforjas. Iba a ser divertido.
Y sobre todo, cuestión de tomárselo con calma. Culminamos el ascenso al filo de la una y cuarto de la tarde, al llegar al centro cívico del pueblo. Sin embargo, allí no nos esperaban buenas noticias. El Bar Mirasierra, indicado como sitio de atención al peregrino, se encontraba cerrado, y en el centro cívico no supieron darnos razón de algún albergue u hotel donde poder descansar. Por suerte, en la Casa del Pueblo sí que nos indicaron que junto al cruce de la N-432 se encontraban los Pabellones de San Isidro, que funcionaban tanto de albergue rural como de albergue de peregrinos. Justo al lado de la Fuente de los Malos Pasos, por la que habiamos evitado pasar al seguir por carretera. Así que nos tocó volver a bajar hasta el cruce.
Allí encontramos acomodo para pasar la noche, en una agradable estancia que comprendía dos dormitorios, salón, cocina integrada y cuarto de baño.
Nos libramos del lastre y fuimos a almorzar a un cercano polígono industrial. La comida no era mala, pero el hambre la hizo aún mejor. También compramos algunos bocadillos y algo de beber para la cena, y volvimos a los Pabellones, no sin parar a echarnos una primera foto en un crucero de granito.
Posteriormente visitamos la Fuente de los Malos Pasos, aunque hay que admitir que el agua no nos lo puso fácil.
Aprovechamos el resto de la tarde para hacer la limpieza del día. La noche fue algo movida por culpa -una vez más- de la lluvia. Pero de una manera que no hubiera podido imaginar. Teníamos una estufa de leña como calefacción, pero la única leña de la que disponíamos se había mojado con las lluvias, con lo que fue terriblemente penoso encenderla y mantenerla encendida. Más parecía que ahumábamos la habitación que otra cosa. Y aunque nos lo tomábamos a broma, mi padre estaba seriamente preocupado por sufrir una intoxicación por monóxido de carbono esa noche. Que fue fría y larga como pocas, entre el poco tirar de la estufa, el frío, el humo y -pese a lo que él diga- los ronquidos de mi padre. Y es que la otra cosa que había olvidado eran mis tapones de los oídos.
Los datos de la etapa son los siguientes:
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En la Semana Santa de 2013 mi padre y yo realizamos una de las que era mis máximas aspiraciones desde hacía muchos años: recorrer el viejo trazado del Camino Mozárabe entre Córdoba y Mérida. Este trazado, que sigue en lo fundamental gran parte de la vieja vía romana (primero) entre Corduba y Emérita Augusta y (posteriormente) del camino árabe entre Córdoba y Badajoz, era para mí un viejo sueño de ciclismo, paisajes, aventura y cultura.
Así pues, tras una serie de dimes y diretes, conseguimos fijar la fecha de la realización de este tramo del Camino para la Semana Santa de 2013. En concreto, empezaríamos a rodar el sábado 23 de marzo, primer día de mis vacaciones de Semana Santa. Pero el día previo, el 22, no pudimos menos que cumplir con la tradición de visitar la Iglesia de Santiago de Córdoba, donde recibimos la preceptiva bendición sacerdotal, y tuvimos la ocasión de visitar las tallas que -en días posteriores- habrían de salir en procesión desde dicha parroquia…
…siempre que el tiempo no lo impidiera. Y es que el tiempo, en esa recién estrenada primavera de 2013, estaba un tanto agitado. Chubascos y un tiempo agitado marcaban su ley, y prometían ponernos las cosas difíciles. Aún no sabíamos cuánto.
En cualquier caso, el viernes dejamos nuestras bicicletas preparadas, con las alforjas llenas y la mecánica bien ajustada. O al menos -en mi caso- eso pensaba yo: estrenaba corona Shimano XT de 9 piñones, recibida ese mismo día por correo, y cadena acorde. Hubiera sido mi intención haber podido rodar un poco con ambos recambios antes de empezar el Camino, pero no había sido posible. Sólo quedaba esperar no tener ningún tipo de problema. Optimista…
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