El sábado 26 de noviembre realicé una etapa ciclista por las cercanías de Forcarey. El día se presentaba estupendo, y era una razón tan buena como otra cualquiera para aprovechar la mañana. Sobre todo, porque iba a ser el único día bueno en prácticamente toda la semana. Lo cual era una razón excelente. Empecé la etapa clavadas las 9:00h, y la idea era realizar algo sencillo, pero entretenido. La principal motivación era hacer la bajada trialera de las Rabadeiras que la semana anterior no había llegado a hacer debido a la lluvia, y que me había dejado con las ganas. Así que salí de Forcarey por la carretera de la Chamosa, y subí por la misma hasta llegar a las Casetas. Allí seguí por carretera hasta las Rabadeiras. No tardé demasiado en llegar a la aldea, y casi lo primero que me encontré fue a una familia haciendo la matanza del cerdo. No sería la única a lo largo del día.
Salí de las Rabadeiras en dirección sur, por la inconfundible trialera que baja hasta el cruce con Córneas, y estaba estupenda para rodar. Algo de piedra al principio, pero genial en la parte media, y con algo de barro en la parte final. Sobre todo en el cruce con el viejo camino que va de Forcarey a Dos Iglesias. Allí había mucho barro, y de uno de los peores tipos: del que evacua de una vaquería. En fin, tremendo. Desde el cruce empecé a subir durante algo más de dos kilómetros. Por tierra primero, hasta llegar a Córneas, luego un rato por asfalto, según se atraviesa la aldea, y luego de vuelta a la tierra. Es una subida dura, sostenida, con rampas de hasta el 15%, pero tremendamente interesante. Se acaba saliendo a la carretera que va a Silleda, a la altura de un enorme y solitario aerogenerador.
Desde allí continué por carretera hasta el desvío del monasterio de Aciveiro. Seguí por carretera, pasando por las cercanías de San Bartolomé de Pereira, y Andón. En ambos sitios no dejaban de oírse siniestros chillidos de cerdos en el matadero, que perturbaban un día por lo demás estupendo. En Andón me detuve un rato junto al Puente Viejo, y estuve tomando algunas tomas con el dron.
De nuevo en el camino, resolví volver a Forcarey por el PR-G 113, el sendero de los Puentes del Lérez. Ya había bajado por allí hacía un par de años, y me había gustado bastante, aunque tenía tramos bastante complicados. No recordaba por qué no había vuelto a bajar, cuando me había dejado buen regusto. Pronto recordaría por qué. Desde el Puente Viejo seguí las marcas blancas y amarillas. Crucé la carretera y me encaminé hacia Andón por campo. No tardé en volver a la carretera, para desde allí volver a tomar un camino hacia Andón. Bueno, más que camino, era un puro arroyo, con hasta 10 centímetros de agua en algunos puntos. Imposible rodar cuando el camino se ponía cuesta arriba, y echar el pie a tierra significaba acabar con las botas llenas de agua. Empezaba a recordar por qué no había vuelto a tomarlo.
Superado el tramo de agua, giré a la derecha, siempre siguiendo las marcas. Ese tramo estaba mucho mejor, y dejaba rodar muy alegremente. Primero hasta acercarse a la carretera PO-534, y luego, por campo, en bajada hacia el Lérez. El primer tercio es estupendo, un descenso por un buen camino, pasando por tramos de bosque, recorrido técnico y agua, mucha agua. Divertido. Lo malo empieza en el segundo tercio. El camino pasa a convertirse en un cortafuegos. Cortafuegos que se notaba que había sido limpiado hacía poco. Abundante tierra suelta y piedra machacada. Seguí con la bajada, y fue entonces cuando oí el silbido. Eso sí que me refrescó la memoria. Pinchazo, y donde había pinchado ya dos años antes. En el cortafuegos. Reparé un primer pinchazo, pero al poco de emprender la marcha noté que seguía saliendo aire. Hice lo que pude hasta llegar al tercer tramo de la bajada. Final del cortafuegos, y el camino reaparece, convertido en un sensacional camino de piedra junto a una cerca, también de piedra.
Ya era peligroso bajar por ahí, con pendientes del 22%, pero la combinación de la pendiente, la piedra y la verdina lo convertían en tóxico para la bici. Aunque de una belleza sin igual. No tardé en llegar al paso sobre la cascada, en donde no me quedó más remedio que parar otra vez. La rueda no daba para más. Reparé el segundo pinchazo, pero no había manera de meter presión. Había más pinchazos, y me estaba quedando sin parches. Además, el lugar no era el mejor para repararlos, ya que con el ruido de la cascada costaba horrores oír el silbido del aire al salir.
Inflé la rueda lo que pude, y seguí bajando. A partir del paso de piedra sobre la cascada el camino modera el desnivel, y pasa a ser de tierra, sin base de piedra. Pude rodar casi todo el rato, hasta que la rueda no dio más de sí, y llegué a las cercanías del Lérez, donde había menos ruido de agua (irónicamente) que en la cascada. Tercera reparación, y tercera infructuosa. Estaba decidido a no desperdiciar más parches, ya que estaba a menos de 4 kilómetros de Forcarey. Inflé la rueda lo suficiente para no dañar la llanta, y seguí rodando hasta el puente da Carballa sobre el Lérez. Crucé el mismo, y tomé el camino que asciende hasta Quintelas. Entre el barro, el agua que bajaba por el camino y la rueda trasera, hice todo el camino andando, de nuevo con las botas llenas de agua.
Atravesé Quintelas andando, y al salir a la carretera que da a Dos Iglesias, volví a meter algo de aire, y como era casi todo bajada, volví a rodar un poco, volcándome sobre el manillar para meter el menos peso posible en la rueda trasera. Al final, aguantó más de lo que esperaba, ya que pude seguir hasta el desvío para Focarey. La subida ya no me quedó otra que hacerla andando. Y una vez arriba, volví a meter más aire, para acabar bajando a casa, a donde llegué a las 12:10h. Pese al mal sabor de boca del final de etapa, había valido la pena. Y eso que, hasta que no llegué a casa, no fui realmente consciente de cuánto barro había de verdad chupado en todo el día.
Datos de la etapa
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El sábado 19 de noviembre realicé una breve etapa ciclista por las cercanías de Forcarey. Breve en distancia, pero una de esas etapas que acaba resultando tremendamente satisfactoria. Fue una etapa corta motivada por las circunstancias meteorológicas. Estos días han sido bastante lluviosos en la zona, y la previsión para el día era igualmente mala, con la excepción de una ventana de 4 horas por la mañana, en la que el tiempo se preveía nublado, pero libre de lluvias. Y, en efecto, a las 8 de la mañana la lluvia había cesado. Pude sacar a Ulises a dar un breve paseo antes de emprender la marcha. El cielo aparecía con nubes altas, y apenas había algunos bancos de niebla en las montañas circundantes. Así que a la vuelta del paseo, bajé a por la Giant, y me dispuse a empezar a rodar justo a las 9:00h. Pero en ese rato todo había cambiado. Forcarey estaba cubierto por una neblina, y no dejaba de lloviznar. La cosa estaba como para volver a meterse en casa. Aun así, decidí continuar, confiando en que la previsión fuera acertada, y tuviera un respiro algo más adelante.
Empecé a rodar dirigiéndome hacia la Chamosa, donde continué por carretera, y en continuo lloviznar, hasta el Salgueiro. Allí dejé atras el asfalto, y empecé a rodar por una estupenda corredoira, que como no podía ser de otra manera, estaba empapada, llena de barro y de hojarasca. ¡Pero es que es otoño! Sería ingenuo espera otra cosa.
De nuevo sobre el asfalto, subí hasta alcanzar la carretera a la altura del observatorio astronómico. Desde allí, tomé la pista que lleva al Barazal, y emprendí la estupenda subida a A Mámoa. No pude evitar mojarme los pies al pasar sobre el arroyo de la Chamosa, que iba con bastante agua. Así que ya estaba empapado por todos lados. Llegué a A Mámoa, y no pude evitar detenerme ante una de las casas, que cuenta con una pintoresca decoración del Camino de Santiago. No en balde, el Camino d la Geira Romana y los Arrieros pasa por allí.
Al pararme a echar las fotos, dejé la bici justo en la salida de ventilación de la casa. Salía un calorcito la mar de agradable. Algo que me venía bien con la que me estaba cayendo. Nada espectacular, pero una llovizna persistente de la que te acaba dejando calado. Seguí adelante, volviendo por asfalto a la carretera de Forcarey. Desde allí, mi idea era realizar la subida al Outeiro Grande, una cima cercana a la que no había ascendido con anterioridad. Esta subida se realiza por un camino que surge de una curva abandonada de la carretera. Encontré el acceso a dicha curva, y al poco di con el camino de subida. La subida es constante, unos 550 metros desde la curva, con una media del 9% y tramos del 15%. Es un buen camino, amplio, pero con hierba, barro y algo de piedra suelta que hace que se enganche mucho. Técnicamente no es difícil, pero exige más esfuerzo de lo que parece. Tras superar esta primera subida se llega a una antena de radio, que en esa mañana se encontraba casi oculta por la niebla.
Continué a continuación con el ascenso hasta el otero en sí. Es otro medio kilómetro, pero más tendido, si bien con el mismo tipo de camino. En condiciones normales tiene que dejar unas vistas estupendas del entorno, pero en mi caso, solo podía ver niebla. Al menos, había dejado de lloviznar.
Llegué al otero no mucho después, y pude ver el vértice geodésico que marca el punto más alto (758 msnm). No me pide resistir a trepar hasta él, y echarme algunas fotos.
Ya que estaba allí, y que parecía que la niebla era menos intensa en lo alto, tampoco que pude resistir a sacar el dron y tomar algunas grabaciones por encima de la niebla. Por desgracia, el vídeo no quedó registrado, aunque pude ver en el móvil algunas tomas del banco de niebla por encima, y cómo ésta se extendía por los valles de alrededor. Una verdadera lástima que no se grabara.
Tras el rato de parada, descendí en dirección a la aldea de Carballo. El comienzo de la bajada me dejó una muestra de las vistas tan estupendas que se tienen desde este lugar, pese a la niebla:
La bajada en sí es estupenda. Mucho más acusada que por la vertiente sur, por la que yo había ascendido. Tiene dos tramos diferenciados, siendo el más escarpado el segundo, donde se llegan a encontrar desniveles del 22%. ¡Y se nota! Me alegré de ir en la Giant con los frenos de disco hidráulicos, y no en la gravel con los frenos cantilever. Si ese hubiera sido el caso, lo habría pasado bastante mal. Al final de la bajada se llega a un camino, aún en descenso, pero considerablemente más suave, que acaba llegando a las cercanías de Carballo. No era la primera vez que rodaba por ahí, y sabía que desde ese punto tenía otro camino, a ratos entre eucaliptos y a ratos entre bosque autóctono, que me llevaría a la carretera que va a la Graña de Cabanelas. Es una subida, aun por asfalto, dura, con desniveles del 14%, y que más vale tomársela con calma. Luego hay una divertida bajada hasta la Graña. Llegados allí, giré a la izquierda para tomar la carretera que va hasta Levoso, pero al cabo de un rato me salí a mano derecha por un camino que asciende directamente hasta las cercanías del observatorio, y luego, ya por asfalto, acaba llegando a la carretera de La Estrada. En la carretera, giré a la izquierda para encaminarme hacia Forcarey.
En mi rutero del día tenía previsto dirigirme a las Rabadeiras, para hacer un divertidísimo tramo de trialera que lleva hasta Córneas, pero rondaban ya las 11 de la mañana, había comenzado a lloviznar de nuevo, y pensé que era mejor reservar ese tramo para otro día con mejores condiciones meteorológicas. Y es que hacía frío, estaba calado, no dejaba de lloviznar, y había momentos en que no veía a más de 20 metros por la niebla. ¡Y estaba siendo lo mejor de toda la semana! Pero ya era hora de ir echando el cierre. Dicho lo cual, pasé Las Casetas de la Armada, y descendí tranquilamente, aunque con algo de frío (habíamos rondado toda la mañana entre los 4 y los 9ºC), de vuelta a Forcarey, dando por finalizada la etapa a las 11:07h.
Etiquetas: a mámoa, camino de geira y de los arrieros, forcarey, giant, graña de cabanelas, mtb, observatorio astronómico, outeiro grande
El sábado 12 de noviembre realicé la primera salida en Forcarey de la temporada otoño-invierno de 2022.
Y es que estoy de vuelta por Galicia, merced al trabajo de Ana. Lo que no está nada mal. Después de la etapa anterior en Santiponce, estaba con ganas de algo diferente: no tanto una kilometrada como algo con bastante subida, y qué mejor plan que hacer una subida a Monte Seixo. Pero a diferencia de las anteriores, iba a salir desde Forcarey. No en balde, tenía todo el sábado libre: Ana se iba a encontrar haciendo una jornada de formación del profesorado en Santiago de Compostela, así que no iba a ir con restricciones horarias. Todo el día para hacer el salvaje. Así que planifiqué un recorrido que uniera Forcarey, Monte Seixo, y la vuelta por Cerdedo. Más de 1000 metros de desnivel acumulado. Iba a ser divertido.
Pero tampoco se trataba de reventar, escogí para la etapa la Super BH L6000 Gravel 2 que restauré hace algunos meses. Algo que permitiera rodar ligero. Le hice un par de modificaciones antes de salir: le cambién el sillín de paseo por un Medicus de MTB (buen cambio), y reemplacé las manetas de freno por unas Avid de montaña. Muy, muy, muy mala idea. Pero no adelantemos acontecimientos.
Salí de Forcarey a las 9 de la mañana. Empecé la etapa en descenso, bajando por carretera hasta el Lérez, para después emprender la subida a Cachafeiro. Primer problema. La bici frenada poco. Había cambiado precisamente las manetas por eso mismo, para ver si mejoraba, pero más bien al contrario, parecía ir peor. Y yo tampoco iba muy bien en la subida. Todo el verano en Sevilla, con pocos desniveles, me habían sacado de forma. Pero daba igual, la cosa era disfrutar. Crucé Cachafeiro y continué hacia Soutelo por la carretera. El día estaba frío a la par que despejado. Bueno para rodar. Llegué al polígono de Vilapouca, crucé la Nacional, y seguí por la carretera de Presqueiras. La subida, bien. Es una tachuela con subida constante, con la que no hay que cebarse demasiado si pretendes hacer 45 kilómetros largos en el día. La pronunciada bajada que hay después fue otra cosa. ¡Iba sin frenos! Bueno, con muy pocos frenos, teniendo que hacer una fuerza considerable para reducir la velocidad de la bici. En fin, la mejor manera de frenar la bici era tomar cuanto antes una cuesta arriba. No es que en Galicia no las haya, pero no se trata tampoco de la mejor idea del mundo. En fin.
Tras la bajada, seguí hasta San Miguel de Presqueiras, y una vez allí, subí hasta la iglesia, para dejar por fin atrás el asfalto. Empecé la subida de Monte Seixo, finalmente por pista. Llegué a las primeras indicaciones de la mina, y giré a la derecha, para dirigirme hacia Carballás. Fue en este tramo -sobre todo, tras pasar el río- donde disfruté de los mejores tramos para recorrer en una gravel.
Tras un breve descenso, llegué a Carballás. Hice una pequeña parada junto al pilón y el cruceiro que se encuentra en medio del pueblo, y me preparé para la verdadera subida del día. Aunque, bueno, a esas alturas llevaba ya 15 kilómetros de etaoa, 450 metros de desnivel acumulado, y un buen rato de sube y baja entre pecho y espalda. Que, como calentamiento, no estaba nada mal.
Salí de Carballás en subida, enfilando la carretera de Monte Seixo. Sin prisa, pero sin calma. Eran casi 5 kilómetros de ascenso con rampas del 14%. La gravel se portaba estupendamente bien, y el sillín de MTB se adaptaba mucho mejor a mi estilo de pedaleo que el anterior. Era cuestión de tomárselo con calma. Pasé un puesto de cazadores que se encontraban a pie de carretera, y seguí subiendo. La carretera no dejaba de soltar agua, merced a las semanas de lluvia casi constante que habíamos tenido. No en balde, era casi el primer día sin lluvia desde mediados de octubre.
No tardé en llegar a la subestación. Mi idea era parar un poco para descansar, antes de seguir con la etapa. Pero la verdad es que me encontraba bastante bien, así que seguí rodando, dejando atrás la carretera, y continuando por la pista de grava fina. De nuevo, un tramo que iba de perilla a la bici. Al final, acabé llegando a Portalén, donde paré a tomar un refrigerio, y las fotos de rigor.
De nuevo en marcha, descarté volver por el mismo camino, ya que me encontraba bien de forma, y seguí adelante con el plan previsto: ermita de Santa María, Cima de Vila, La Cavadosa, Cerdedo y vuelta a Forcarey. Iba a ser divertido. Estaba justo en la mitad de la etapa, pero con lo peor ya hecho. Seguí adelante por la pista, y no tardé en llegar a la ermita de Santa María, donde pude disfrutar de unas vistas estupendas de todo el entorno.
Tras la parada, emprendí el descenso hacia Cima de Vila. Un descenso bastante tremebundo. Porque la bici seguía sin frenar. Y si ya es malo que no lo haga en una carretera, en una pista de grava con pendientes del 17% es bastante peor. Es más, tuve que frenar un par de veces con el pie a tierra para no acabar en el fondo de un barranco. Peligroso, muy peligroso. Y encima, me estaba haciendo polvo las manos. Lo peor acabó cuando llegué a Cima de Vila. Seguía habiendo pendientes acusadas, pero al menos esta vez eran de asfalto. Seguí con la misma tónica hasta llegar a La Cavadosa, donde no me pude resistir a detenerme en su poza, y echar algunas fotos.
De nuevo en marcha, seguí descendiendo hacia Cerdedo. La suerte es que en este tramo el descenso por carretera, sin ser lo que se dice suave, sí me permitía controlar adecuadamente la bici, salvo en el tramo final de Meilide. Ahí volví a pasarlo mal. Por suerte, los grandes descensos se habían acabado. Estaba en Cerdedo, donde hice una nueva parada justo a la iglesia. Llevaba ya 35 kilómetros, y apenas eran las 12:30h.
Tras la última parada, reemprendí el camino. Lo más duro de la etapa ya había pasado, pero me quedaba el tramo de la incertidumbre: como no quería volver desde Cerdedo hasta Forcarey por la Nacional, me había buscando un recorrido alternativo, en una vieja pista que -teóricamente- ascendía casi en paralelo a la Nacional, hasta Cachofés. Con ello evitaba el peor tramo, pero no tenía constancia de su estado. Iba a la aventura. Crucé Cerdedo, hasta la salida del pueblo por su lado norte. Allí giré a la izquierda, para tomar una carreterita señalizada con un cartel de la ETAP de Cercedo. Fui en ascenso por un estupendo tramo de bosque, hasta llegar a un cartel indicador de una senda por el monte. Según éste, el camino que quería tomar no existía, pero esa senda me permitía hacer poco más o menos lo mismo. Pero el caso es que el comienzo de la pista estaba ahí. Amplio, pero lleno de restos de poda. Y la senda subía al principio por carretera, en fuerte pendiente. ¿Qué hacer?
Se impuso mi lado sherpa. Tomé la pista, pasando con relativamente pocos problemas por los restos de poda. La pista subía hasta la fábrica de colchones, y era ciclable con la gravel en casi toda su extensión, salvo un punto pelín duro y con bastante piedra suelta. Había otro segundo tramo algo duro, justo al llegar a la fábrica, pero que pude salvar sin problemas. Una vez en la fábrica, hay que dirigirse hasta el lateral de la nave para dar de nuevo con el camino. Arranca con fuerte pendiente en asfalto, para dar después a un tramo de cemento, y de nuevo, a una pista ancha y bien marcada. Sospecho que es viejo camino existente de manera previa al trazado actual de la Nacional. El camino asciende de manera suave por el monte, dejando abajo la carretera. Lo pude seguir sin demasiada dificultad ni esfuerzo, hasta la llegada a un cruce. Desde ahí, se gira a mano derecha. La pista se hace un poco más cerrada de maleza, y asciende hasta lo alto del monte O Couto. No es dura salvo en alguna rampa un poco exigente, pero nada imposible. Y una vez subido el monte, hay una breve bajada, que de nuevo puso a prueba las capacidades de frenado de la bici, hasta dar con una carreterita -tramo abandonado de la Nacional, sin duda- que acaba saliendo a Cachofés.
Desde allí, no hay nada en especial que contar. Subí hasta dar con el cruce de Forcarey, que tomé a mano izquierda, y seguí la carretera hasta llegar Cachafeiro, y luego tomar el descenso hasta el Lérez, donde volví a pasarlo mal por los frenos. Y ya desde allí, subí sin grandes novedades -y relativamente poco esfuerzo, para la que llevaba encima- hasta Forcarey, dando por finalizada la etapa a las 13:40h, tras casi 46 kilómetros de etapa, y casi 1300 metros de desnivel acumulado. Una buena etapa. Para celebrarlo, y como me había quedado sin cerveza, me tomé un buen trago de horchata que tenía guardada. Una manera como otra cualquiera de terminar el recorrido.
Un par de apostillas. La primera es que me llevé conmigo el dron, y pude hacer algunas tomas en el recorrido. Espero que os gusten.
La segunda es relativa al problema de los frenos. En esta bici estoy haciendo uso de los frenos tipo caliper originales de la bici, unos Sprint Podium de los años 80. Se trata de frenos de tiro largo, adecuados para frenos de carretera. Pero como a esta bici le he puesto un manillar recto estilo de montaña, no puedo hacer uso de esos frenos. Le había puesto unas manetas adecuadas para cantilever, con un tiro de 40 milímetros. En principio, debía de ser suficiente. Pero los Avid que comentaba al principio son frenos para V-Brake, de tiro corto (unos 30 mm), completamente inadecuados para los cantilever. Por eso lo pasé tan mal. Las pastillas, unas Decathlon, tampoco es que ayudaran mucho. En la otra Super BH L6000 dan un buen resultado, pero en estas se quedan claramente cortos. Así que estos días he vuelto atrás, he vuelto a poner las manetas de cantilever, y he reemplazado las pastillas por unas Shimano Ultegra, que espero que den mejores resultados. Ya lo veremos.
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El día de Todos los Santos realicé una buena etapa de XC por los alrededores de Santiponce con la bici de montaña de carbono. Me encontraba en Sevilla por razones de trabajo, y como ese día, festivo a la sazón, no tenía nada mejor que hacer, me dediqué a rodar todo lo que pude. Empecé a rodar un poco antes de las 9:00h, y la primera sorpresa fue la niebla. Niebla y frío. Hasta entonces, habíamos tenido días excelentes en Sevilla, pero esa mañana empezaba completamente otoñal. NO estaba mal, pero no era exactamente lo esperado.
Salí de Santiponce pasando junto a Itálica, para ascender hasta la Vía Verde. En esa zona la niebla era bastante intensa, aunque a medida que iba avanzando iba aclarando poco a poco, aunque sin llegar a desaparecer. Al llegar al Arroyo del Judío -seco a la sazón- la niebla abrió bastante, pero sin dejar aún ver el cielo azul.
Desde allí tomé la Cañada Real de la Isla, camino hacia Guillena. A medida que avanzaba hacia el norte y ascendía, iba empezando a salir de la niebla. A la altura de la mina de cobre, pude ver algo llamativo: el final de la niebla, con el día despejado hacia el norte, y una masa neblinosa hacia el sur. Aún iba a tardar algunas horas en deshacerse en el valle, pensé.
Dejada atrás la mina, descendí hacia Guillena por el sendero que va paralelo a la carretera. Al terminar la bajada, seguí hacia Guillena por la indicación del camino de Santiago, por donde continué hasta llegar a la gasolinera de Repsol. Allí me desvié a la izquierda, evitando entrar en Guillena, ya que mi idea era subir hacia Las Pajanosas. Pasé por el recinto ferial, y tomé la carretera que lleva a la cantera, primero, y después asciende convertida en camino en dirección a Las Pajanosas. En el extremo sur del campo de golf enlacé con la ruta del agua, por la que continué hasta llegar a la carretera de Las Pajanosas, a la altura del zoo. Ascendí por carretera, hasta Las Pajanosas. Continué sin determe en los bares de la entrada de la pedenía, con la idea de seguir sin parar en ascenso hacia El Garrobo, pero poco antes de salir de Las Pajanosas me lo pensé mejor, y paré en una placita para tomar algo de fruta, y descansar un poco. Pasaban ya de las 10 de la mañana, y llevaba unos 25 kilómetros en el cuerpo. Un tercio de la etapa, según mis cálculos. Y aún quedaba lo peor.
Tras el descanso, continué rodando, saliendo de Las Pajanosas por el camino que pasa por la urbanización abandonada, y tras cruzar por encima de la autovía, empieza a subir hacia El Garrobo por uno de los mejores tramos trialeros de la zona. Con un comienzo que tiene un breve tramo de bosque en galería, al poco empieza un descenso vertiginoso hasta un arroyo -lamentablemente seco- para después ascender en sucesivas rampas. Una delicia. No quise cebarme demasiado en la subida, teniendo en cuenta lo que tenía por delante, pero lo disfruté enormemente. Los charcos habituales -cinco en todo el ascenso- ya se habían empezado a formar, merced a las lluvias -ciertamente escasas- caídas en los días anteriores, que habían bastando para que hicieran acto de presencia. Culminé la subida un poco antes de las 10:45h, y sin detenerme, tomé la carretera que lleva a Gerena.
Al poco me alcanzó un pequeño grupo de carreteros, a los que me acoplé. No debían de ir demasiado rápido, porque no me costó demasiado ir a su ritmo, teniendo de cuando en cuando que refrenarme. E incluso en la subida tras el arroyo de Las Torres tuve que ponerme en cabeza para que no me rompieran la marcha. En fin, la cosa no duró mucho, porque no tardé en meterme por la trialera paralela a la carretera, y ahí ya se me fueron. Pero si quisiera ir por carretera, no llevaría una bici de montaña.
Tras una breve parada, continué el camino hasta Gerena, que atravesé, para salir por el sur, enlazando con la Ruta del Agua. Seguí por la misma, a un ritmo sorprendentemente bueno, hasta llegar al Pilón del Conti, donde hice una nueva parada. Me entretuve mirando el pozo, que tenía agua, aunque también bastante suciedad. De todas maneras, no tenía intención de beber. Ya lo había hecho una vez (que no me quedó más remedio porque me había quedado sin agua), y recuerdo el agua del mismo como bastante salobre. Llevaba, en cualquier caso, 45 kilómetros de mi recorrido, y no llegaban a ser las 11:30h.
Tras la pausa, continué rodando, en dirección a La Alondra. Al cruzar el viejo trazado del ferrocarril tuve la tentación de tomarlo para volver a Santiponce. Empezaba a estar algo cansado. Pero decidí continuar por la Ruta del Agua. El camino va este rato más en ascenso, con suaves subidas y bajadas hasta el cortijo La Bartola. Fue en esa zona donde empecé a notar las piernas algo flojas. Así que al llegar a la estación depuradora de La Alondra, hice mi última parada, para tomar algo más de fruta, y ver si me recuperaba. Pasaba ya de los 50 kilómetros.
No fue muy buena idea. Al volver a rodar, me seguía notando débil, y tuve que bajar un poco el ritmo. La verdad, es que los últimos 12 kilómetros del recorrido se me hicieron un pelín largos. Seguí por la Ruta del Agua, cruzando la carretera de Salteras, y la tachuelilla que hay justo después se me hizo dura. Al menos, ya estaba cerca de casa. Seguí rodando de manera relajada, hasta llegar a la vía del tren. Allí tomé la Cañada Real, para bajar -a buen ritmo- hasta la vía verde, que tomé para volver hasta Santiponce. Llegué a casa a las 12:35h, tras haberme metido entre pecho y espalda casi 70 kilómetros de buen recorrido rodador. Y aunque el final se me había hecho algo largo, había disfrutado tremendamente de la etapa. Aunque lo mejor vino después: la visita de mis padres, que decidieron venir a pasar la tarde conmigo a Santiponce. Un estupendo tercer tiempo para una gran etapa.
Datos de la etapa:
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Cuando el día se vuelva oscuro, cuando el trabajo parezca monótono, cuando resulte difícil conservar la esperanza, simplemente sube a una bicicleta y date un paseo por la carretera, sin pensar en nada más.
Arthur Conan Doyle
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