En la Semana Santa de 2015, fieles a una tradición que en 2015 cumplía 10 años, mi padre y yo nos volvimos a poner en marcha para completar una aventura jacobea. En este caso, se trataba de culminar el Camino Mozárabe entre Córdoba y Santiago de Compostela, del que ya habíamos hecho dos tramos:
Se trataba, en este caso, de culminar el tramo intermedio, entre Mérida y Zamora. 358 kilómetros a realizar en 6 jornadas, alternando asfalto, pista, senderos y -gracias, gracias, gracias- antiguas vías romanas que cruzan la Península de Sur a Norte, con 2000 años de historia a sus espaldas.
La fecha escogida, como en otras ocasiones, fue la Semana Santa, al disponer de una serie de días de vacaciones que facilitaban enormenente estas tareas logísticas. A fin de poder aprovechar la Semana Santa de manera íntegra, decidimos realizar entre el Sábado de Pasión y el Jueves Santo, y poder tener algunos días para otros menesteres: mi padre -el auténtico héroe- salir el Viernes en procesión con la Hermandad de Los Dolores, y yo pasar unos días de vacaciones en Galicia con Ana.
En esta ocasión, y para evitar dolores de cabeza, decidimos salir juntos desde Sevilla el mismo Viernes de Dolores. Tras finalizar mi jornada laboral, me dirigí a Santiponce, cerré la casa, y con la bicicleta ya preparada, me dirigí a la estación de autobuses de Plaza de Armas.
Mi padre, por su parte, tomó el regional entre Córdoba y Sevilla, para llegar a la estación de tren de Santa Justa. Desde allí cruzó Sevilla hasta llegar a Plaza de Armas, donde nos encontramos. El día era caluroso y seco. Qué diferencia con la Semana Santa de 2013. No había color.
En Plaza de Armas empaquetamos las bicis y nos dispusimos a esperar el autobús. Era un día de mucho trasiego de viajeros, y se notaba. Comienzo de vacaciones para muchos, y de aventuras para unos cuantos, entre los que nos encontrábamos. Las aventuras, en realidad, empezaron pronto. El autobús venía con retraso, a resultas de lo cual no llegamos hasta Mérida hasta el filo de las once de la noche. Al menos no tuvimos que preocuparnos de buscar restaurante para cenar, ya que lo hicimos en una de las paradas del autobús. Y, al llegar tan tarde, pudimos captar alguna bonita fotografía del Puente Lusitania, desde el Puente Romano de Mérida. Que hubiera sido el interesante de fotografiar, pero no se puede tener todo…
La noche en Mérida la pasamos en el Hotel Nova Roma, que ya conocía de haber visitado Mérida con Ana unos años antes. Céntrico y con un precio razonable, nos permitía hacer una salida temprana desde una ubicación inigualable en nuestra primera jornada.
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Esta Semana Santa he estado rodando con mi padre entre Mérida y Zamora. Hemos hecho la Vía de la Plata, siguiendo -en líneas generales- el trazado de la antigua vía romana:
Unos días espectaculares, que espero poder contar próximamente.
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El 6 de agosto iniciamos la séptima y última etapa de la Vía de la Plata. La iniciamos a las 8:45h en las cercanías de la estación de tren de Lalín, donde se suponía que tendríamos que haber terminado la jornada anterior, en la que, por diversos avatares, acabamos atravesando una sierra, y a unos 20 kilómetros de distancia de nuestro objetivo. Ana nos dejó con el coche, y partió en dirección Santiago. Nosotros, por nuestra parte, de nuevo los tres después de desventuras varias, nos dispusimos a afrontar los últimos kilómetros que nos quedaban para culminar nuestro viaje.
Empezamos, por variar, con un suave descenso a través de genuino bosque gallego: corredoiras entre tupida vegetación, alternadas con claros sometidos al imperio del agro. Pasamos por diversas aldeas, en las que alternamos el camino forestal con la carretera comarcal: Bouza, Donsión, Laxe… En este último pueblo volvimos a tomar nuestra vieja amiga, la N-525, si bien la abandonamos poco después para seguir un viejo trazado de la carretera, y volver a salir a ella algo más adelante. Estas entradas y salidas empezaron a molestar a mi padre, y durante un rato, nos ceñimos al trazado de la N-525. Cuando ascendíamos por la N-525, nos empezó a anirmarnos el guardián de la iglesia parroquial de Santiago de Taboada, quien se ofreció, amablemente, a enseñarnos la iglesia. Bien bonita, nos detuvimos gustosos a visitarla, y a realizar el correspondiente donativo. Eran las 9:30h de la mañana.
A la salida de la iglesia abandonamos de nuevo la carretera, para internarnos en un pequeño tramo de bosque antes de alcanzar el pueblo de Silleda. En este tramo el Camino era una auténtica calzada de piedra, que recorrimos en subida, primero, y en peligrosa bajada, por piedras mojadas y llenas de barro, después. De hecho, tan peligrosa era que Pablo sufrió una caída que, aparte de dañarle la rodilla, tuvo una consecuencia inadvertida en ese momento, que marcaría el resto de la etapa.
Atravesamos Silleda, nos detuvimos a sellar las creenciales y seguimos hasta el pueblo de Bandeira, siete kilómetros después, por nuestra querida nacional. A partir de Bandeira tomamos una comarcal que, en fuerte descenso, nos llevó por las aldeas de Piñeiro y Dornela. Seguimos descendiendo, con alguna breve aunque dura subida, por comarcales prácticamente paralelas a la nacional hasta que, cerca de As Carballas, abandonamos la carretera y nos metimos en el bosque.
La presencia otros de peregrinos, que había sido una constante a lo largo de todo el recorrido, se hizo mucho más acusada a partir de este punto. Fue de destacar un grupo de niñas de un colegio de monjas, que bajaban por la corredoira en una auténtica marabunta humana. La primera muestra del grupo la tuvimos, curiosamente, circulando en contra nuestra: una de las chicas había sufrido una lesión y tenía que retirarse. Volvía entre lágrimas, medio de dolor, medio de tristeza, acompañada por sus amigas y por una de las monjas.
Una vez superado el grupo, seguimos en fuerte descenso hasta el valle del río Ulla. Llegamos a las obras del AVE, que han alterado el trazado normal del Camino, y que nos obligaron a descender por un cortado de la montaña.
Una vez en el valle, nos dirigimos al puente que da nombre a la primera población de La Coruña que pisamos siguiendo el Camino: Puente Ulla. Eran las 11:45h, y habíamos alcanzado el punto más bajo de toda la etapa: 63 m. sobre el nivel del mar. Habíamos descendido desde los 563 m, y tendríamos que volver a subir hasta los 261. Lo bueno era que ya habíamos recorrido 3/5 partes de la etapa: llevábamos 30 kilómetros.
Descansamos un rato a la salida de Puente Ulla, parada que aprovechamos para decidir qué camino seguíamos hasta Santiago. Las alternativas eran ceñirnos al trazado del Camino, que zigzagueaba en torno a la nacional, o bien seguir la nacional, que al fin y al cabo, quizás fuera el trazado más fiel al Camino original. En principio se impuso el criterio de seguir el camino, dado que la cercanía de Santiago hacía la nacional bastante peligrosa.
Curiosamente decidimos salir de Puente Ulla por la nacional, lo que constituyó, como vimos poco después, un error, ya que la carretera era, por una vez, la que daba rodeos en torno al camino. Seguimos ascendiendo por la nacional, pasando por las parroquias de Ribadulla, Francés y Picón, todas ellas pertenecientes al municio de Vedra. En esta última nos vimos obligados a detenernos en la oficina de turismo (donde aprovechamos para sellar las credenciales), porque vimos que la rueda trasera de Pablo oscilaba peligrosamente, como si tuviera algún radio partido. Al observarla detenidamente, nos dimos cuenta del problema: la cubierta se encontraba cortada a lo largo de la llanta, con un corte de unos 8 cm. Entonces caímos en la cuenta: en la caída que Pablo había sufrido en las cercanías de Silleda una de las piedras había dañado la cubierta, que poco a poco se había ido rajando, sin que lo percibiéramos. Ante el peligro de que al rodar por el Camino la cubierta se acabara rajando del todo, no nos quedó más remedio que tener que realizar los últimos kilómetros de la etapa por carretera.
El resto de la etapa no tuvo grandes novedades. Seguimos ascendiendo un poco más hasta salir del valle del Ulla, para iniciar un descenso casi ininterrumpido de 8 kms. hasta Piñeiro, donde encontramos algo que no podía faltar: una última subida antes de llegar a Santiago. Y a esas alturas de la jornada -rondaban las 13:45h- no se hizo precisamente fácil.
Y así, entramos en Santiago justo a las 14:00h, por la Rúa del Hórreo, que nos llevó desde la estación de Renfe hasta la Catedral en ascenso -cómo no- junto al Parlamento de Galicia y la plaza homónima. Llegamos a la Plaza del Obradoiro a las 14:22h., tras 51’2 kms. de etapa. Habíamos terminado, una vez más, el Camino de Santiago.
Una vez terminado el Camino, nos tocó cumplir -cosas de España- con la burocracia. Siendo Año Santo, las colas para obtener la Compostela eran casi tan largas como el propio Camino. En nuestro caso, no conseguimos hacernos con ella -en mi caso concreto, con la carta de saludo- hasta las 16:00h. Momento en el que nos hicimos la última foto del Camino:
Ya reunidos con Ana, buscamos algún sitio en el que comer. Dado lo tardío de la hora, y lo atestado de la ciudad, optamos por una comida internacional: compamos unos kebabs y nos fuimos a comerlos a la cercana Carballeira de Santa Susana, donde disfrutamos del frescor de la arboleda en una agradable tarde de verano. Acabada la comida, recogimos las bicis, las montamos en el coche, y nos dirigimos a nuestro hotel, emplazado a las afueras de Compostela. Esa tarde nos tomamos un merecido descanso en forma de siesta. Caída la noche, nos dirigimos de nuevo a Santiago, donde cenamos de tapas en una terraza del casco viejo, y dimos un agradable paseo por la ciudad. Aún quedaba hacer la visita al Apóstol, pero eso tendría que quedar -cosas de las aglomeraciones- para la siguiente jornada.
El recorrido de la etapa, en Google Maps, es el siguiente:
Ver Vía de la Plata. Etapa 7: Estación de Lalín – Santiago de Compostela (06/08/2010) en un mapa más grande
Los datos de la etapa, por su parte, son los siguientes:
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La sexta etapa del Camino arracó a las 7:35h desde el hotel en el que nos estábamos hospedando, a la entrada de Orense, justo en el trazado de la Vía de la Plata. Como mi padre aún se encontraba bastante débil por su enfermedad, optó por no recorrer la etapa, con lo que fuimos Pablo y yo los que la afrontamos en solitario. La mañana se presentaba fría, con unos 13.5ºC de temperatura, pero no tanto como en días anteriores. Descendimos desde Cumial hasta Orense atravesando Seixalvo. Este tramo de la Vía transcurre por el antiguo trazado de la N-525 (ahora desviada por una variante), salvo algunos tramos en que la abandona para atravesar las aldeas de la entrada de Orense.
Entramos en Orense un poco antes de las 8:00h. Paramos en una cafetería de la entrada de la ciudad a tomar algo de desayunar, y unos minutos después emprendíamos nuestra marcha. Siguiendo las indicaciones del Camino, atravesamos la ciudad, pasando por la Plaza Mayor y el casco histórico. Y cuando aún no habíamos llegado al Puente Romano, afrontamos el primer contratiempo del día: Pablo rompió el tensor metálico de uno de los brazos del freno V-brake de su rueda trasera. Aún fantaban al menos dos horas para que abriera cualquier tienda de bicicletas, y no teníamos manera alguna de repararlo. Por ello, no nos quedó más remedio que romper el otro tensor, ya que habíamos observado que al quedar sólo uno de ellos hacían que el freno se desplazara completamente, tocando con la rueda. De esta manera, al menos, el freno no se quedaba completamente bloqueado, aunque es cierto que bailaba un poco.
Una vez realizada la ñapa del día, continuamos hasta llegar al Puente Romano de Orense, donde nos echamos unas fotos.
Subimos el puente, y poco después llegamos a la bifucarcación de caminos. Hay dos posibles trazados a seguir para salir por la Vía de la Plata desde Orense. El primero de ellos discurre por Amoeiro y Cima da Costa, y es el más fiel al trazado de la antigua vía romana. El segundo, por Tamallancos, sigue por el antiguo Camino Real, volviendo a encontrarse con el primer camino en Casasnovas. Optamos por tomar la primera opción, así que, una vez llegados a la bifurcación, tomamos el camino de la izquierda, pasando frente a la estación de ferrocarril, camino al pueblo de Canedo, siguiendo el viejo trazado de la N-120 durante un rato, para girar posteriormente a la derecha en un polígono industrial. Atravesamos las obras del AVE, y así, tras pasar por un túnel bajo el viejo ferrocarril, afrontamos la primera pared del día: la infernal costiña de Canedo.
Una de las cosas que he aprendido es que hay que desconfiar cuando los gallegos se refieren a algo con un diminutivo. La costiña de Canedo permite salir del valle del Miño, salvando un desnivel de 275m (desde los 125 hasta los 400) es un trayecto de menos de 2 kms., lo que supone una pendiente media del 14%. Y era la primera vez que veía una carretera con bolardos de hormigón. La subida fue dura, durísima, hasta llegar a la aldea con el apropiado nombre de Cima da Costa. Conseguí afrontarla del tirón, con la sola excepción de un instante que paré para apoyarme en un muro, antes de seguir dando pedales.
Al menos al final de la subida teníamos dos buenas noticias esperándonos. La primera era que había una fuente donde saciar nuestra sed. La segunda, como rezaba una inscripción en piedra, era que ya sólo nos quedaban 99 kms. hasta Santiago. La contrapartida es que la fuente estaba llena de los mosquitos más molestos que imaginarse pueda, por lo que tuvimos que abandonar rápidamente el lugar.
Continuamos el camino con un perfil mucho más asequible: prácticamente plano, con sólo subidas y bajadas suaves. Seguimos un rato por una carretera rural, pasando por Liñares y, poco antes de llegar a Alfonsín, continuamos por un camino que poco a poco se iba internando en el clásico bosque gallego en galería, que tan en falta había echado en las jornadas anteriores.
El camino se podia seguir en este tramo muy fácilmente, ya que era ancho y se encontraba bien cuidado, aunque en algunos momentos anunciaba, por su perfil quebrado y algo sinuoso lo que más adelante nos íbamos a encontrar. Y así, a las 10:00h llegamos a la pequeña población de Ponte Mandrás, cuyo nombre viene dado por el puente medieval que cruza sobre el río Barbantiño.
Cruzamos el río y atravesamos Mandrás. Dejamos la carretera rural para tomar de nuevo un camino que nos condujo de manera bastante cómoda por las poblaciones de Pulledo y Pereda, antes de llegar a Casasnovas, al pie de la N-525. Con un suave ascenso, marcado por ocasionales rampas, llegamos a Cea, la primera gran parada del día. Habíamos recorrido aproximadamente dos tercios del camino hasta el Monasterio de Oseira. En Cea, pueblo famoso en toda Galicia por la calidad de su pan, aprovechamos para sellar la credencial en el Ayuntamiento, tomar un tentempié a base de horrorosas barritas de cereales (la mía, incomible, acabó en una papelera) y de unos razonables plátanos, y descansar un rato.
A partir de Cea, el perfil de la etapa se hizo más duro. Salimos del pueblo por un camino que pasaba junto al campo de fútbol de la localidad, y nos internamos poco a poco en el bosque. Pasaban de las 11:15h cuando abandonamos Cea, y el calor se iba dejando notar. El camino, a diferencia del que habíamos venido trayendo, se hizo más complicado, con abundantes tramos de piedra, suelta en ocasiones, que nos hacían avanzar con más dificultad. Cerca de la aldea de Mosteirón salimos a una pista asfaltada, que nos condujo poco a poco hasta un puerto de montaña. Cerca de unas casas que se encontraban antes de subir el puerto nos encontramos con la típica abuela rural gallega: robusta, con botas de campo, traje de faena y un pañuelo en la cabeza. Nos dio ánimos para la subida y nos deseó un buen camino. Se agradecieron sus palabras, porque la subida, por mitad de un cerro pelado y con abundante calor se hicieron de agradecer.
Salvado el alto, seguimos por un suave descenso de unos 3 kms. hasta llegar a Oseira, pueblo formado en torno al famoso Monasterio, donde llegamos recién pasado el mediodía. Habíamos completado los 32 kms. de la etapa más corta que teníamos previsto realizar. Llamamos por teléfono a mi padre y a Ana, que venían de camino. Habíamos estado comentando qué hacer en caso de terminar demasiado pronto esta etapa: bien volver a Orense, y realizar dos etapas más hasta Santiago, o continuar avanzando hasta Lalín, para recortar una etapa y llegar con algo más de margen a Santiago. Si decidíamos continuar, teníamos 24 kms. de etapa aún por realizar, vía Castro Dozón. Nada que no hubiéramos hecho otros días.
Mientras esperábamos, sellamos las credenciales en el Monasterio, y aprovechamos para interrogar al chaval que actuaba como encargado sobre el resto de la etapa hasta Lalín. Si estábamos dispuestos a seguir, nos recomendó evitar el trazado del Camino. Él, decía, lo había efectuado tres días antes y se encontraba bastante embarrado por unas recientes lluvias, y muy complicado. Nos recomendó salir de Oseira por la carretera que comunicaba con Rodeiro, y seguir desde allí hasta Lalín. Maldita fue la hora en la que le hicimos caso.
Ana y mi padre llegaron pasadas las 13:00h. Como ya era tarde para hacer la visita al monasterio, tomamos la decisión de ir a Rodeiro. Según el guía, no tendríamos más de 10 kilómetros hasta allí. Salimos de Oseira por carretera a las 13:30h, mientras Ana y mi padre se adelantaban para buscar dónde comer. Y pronto la cosa empezó a torcerse. La subida por carretera se hacía cada vez más dura, sazonada con un fuerte calor, que nos hacía sudar la gota gorda sobre la bici. Al pasar por la aldea de Aspera le preguntamos a un lugareño la distancia hasta Rodeiro. Su respuesta nos dejó helados: unos 18 kms., subiendo por los cerros. Aquello tenía mala pinta.
En efecto, estábamos subiendo por una carretera de montaña que, por lo que pudimos ver, no hacía sino alejarnos de nuestro recorrido previsto. Al cabo de unos kilómetros nos incorporamos a otra carretera que subía aún más en la montaña. Pasamos junto a las aldeas de Cabana y Povadura, y seguimos ascendiendo a lo alto de un monte coronado de repetidores y de un parque eólico. Al llegar a la cima me percaté de que no sólo estábamos dando un rodeo de unas decenas de kilómetros, sino que el guía nos había hecho subir al monte más alto de los alrededores, con el sugerente nombre de Monte Faro, en la Sierra de Faro. Como es de imaginar, estaba que se me llevaban los demonios.
Llegamos a la cima del monte a las 14:10h. La suerte es que a partir de ahí todo era descenso, que hicimos rápidamente. Poco después de pasar Couso, y en una curva bastante cerrada a izquierdas, nos encontramos con una nueva dificultad, esta vez en forma de rebaño de vacas. Ocupaban toda la carretera, y por lo que pudimos ver, no tenían la menor intención de apartarse de ella. El vaquero que las guiaba nos miraba divertido, y con poca intención -más bien ninguna- de actuar para que pudiéramos pasar. Así que le echamos valor y muy lentamente pasamos junto a aquellas enormes vacas, que nos miraban fijamente. Si una vaca no se aparta a tu paso, malo. Y peor aún si alguna lleva -como era el caso- un ternerillo.
Salvado el trance de las vacas, seguimos nuestro descenso hasta llegar a Rodeiro, pueblo de Pontevedra en el que entramos pasadas las 14:45h. 18 kilómetros de carretera de montaña nos habíamos metido entre pecho y espalda, en una hora y veinte minutos. Y lo que es peor, nos habíamos alejado de nuestro destino, ya que aún nos quedaban 16 kms. hasta Lalín. Estábamos dando un rodeo de 10 kms. por la Sierra. Valiente consejo habíamos ido a seguir. Así que, visto lo visto, y lo tarde que era ya, decidimos dar por concluida la etapa en Rodeiro. Almorzamos en un excelente restaurante, que sirvió para compensar en parte las penurias de la jornada.
Por la tarde volvimos al Monasterior de Oseira, ya que había una visita guiada. Guiada por el chaval que nos había mandado a la quinta puñeta por lo alto de las montañas. La charla, aunque interesante, nos dejó claro cuál era el defecto del guía: ser un charlatán que contaba las cosas de oídas, mezclando churras con merinas. Hubiera sido un digno colaborador de Fríker Jiménez en sus programas. Aún chirrían en mis oídos las perlas filosófico-matemático-esotéricas con las que iba trufando la visita al Monasterio. Pese a todo, la majestuosidad del entorno compensaba semejantes deslices.
Finalizada la visita, volvimos a Orense. Por segundo día consecutivo bajamos a las Termas A Chavasqueira para darnos unos baños termales. Tras la paliza del día, no pude menos que agradecerlo. En esta ocasión Ana no nos acompañó, prefiriendo quedarse en el hotel. Al salir de los baños quisimos cenar en Orense. Misión imposible. Pese a ser un jueves de agosto, nos encontramos cerrados todos los restaurantes, pizzerías o tascas de la zona. Y eso que sólo eran las 23:00h. Cuando creíamos que nos íbamos a tener que ir a la cama sin cenar, nos encontramos una bocatería regentada por latinoamericanos. Nos hicimos con unos deliciosos bocatas, y volvimos al hotel para cenar. Ana se había quedado dormida viendo la tele.
Preparamos el equipaje y lo dejamos todo listo para la jornada siguiente. La última, con final en Santiago. Nuestro Camino estaba llegando a su fin.
A continuación se puede ver el mapa con el recorrido que hicimos en azul. En color rojo se aprecia la variante de Cudeiro, en primer lugar, y en segundo, el recorrido que deberíamos haber efectuado desde Oseira:
Ver Vía de la Plata. Etapa 6: Orense – Estación de Lalín (05/08/2010) en un mapa más grande
En cuanto a los datos de la etapa, son los siguientes. Los he dividido en dos partes: la primera hasta Oseira, y la segunda desde Oseira hasta Rodeiro:
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La crónica de esta etapa es la crónica de lo que pudo ser y no fue, dado que no pudimos llegar a efectuarla. Las razones de la suspensión de esta etapa arrancan precisamente en la finalización de la anterior. Recordemos que habíamos llegado a Laza a las tres menos veinte de la tarde del día 3 de agosto. Cansados, recogimos las bicis y las empaquetamos en el Peugeot 206 que nos hacía de coche de apoyo, y pasadas las tres de la tarde, partimos hacia Verín, la localidad donde teníamos reservado el hostal.
Verín es una población que se encuentra enclavada en una zona conocida como la Depresión de Verín, y que constituye una suerte de hoya, al estilo de la de Écija, en el fondo de la cual se encuentra el casco urbano. Y como Écija, sufre de una manera inusitada -al menos para las latitudes en las que se encuentra- el calor estival. Llegamos a nuestro hostal sobre las tres y media de la tarde, con un calor que tenía recogida a toda la población, lo que contribuía a darle a las calles del pueblo un aspecto fantasmagórico. Tras registrarnos en el hostal, intentamos averiguar un sitio donde comer, ya que nuestro hostal tenía ya cerrada la cocina. Así que por indicaciones del conserje del hostal, nos dirigimos a otro hostal cercano, donde -según él- podríamos comer mejor que en su propio establecimiento. Así lo hicimos, para encontrarnos también con la cocina cerrada. Sin embargo, en este caso sí que se avinieron a abrir la cocina, y nos sirvieron el menú del día.
De primero Pablo, mi padre y yo tomamos un salpicón de mariscos, mientras que Ana se decidió por una ensaladilla rusa. Los segundos platos fueron algo más variados, pero consistentes todo en carnes de la tierra. Cuando nos sirvieron los salpicones, notamos que tenían un aspecto de ser servidos de lata, pero dado que la etapa había sido larga y dura, hicieron nuestras delicias cual si hubieran sido frescos.
Una vez terminamos de comer, nos dirigimos al hostal para ducharnos, hacer la colada, limpiar las bicis, y hacer algunos ajustes mecánicos que éstas demandaban. Las habitaciones eran un tanto austeras, ya que apenas disponían de un televisor, y pese al calor reinante, no tenían ni aire acondicionado ni ventilador alguno. Una vez duchados, y tras una breve siesta, realizamos la colada, y nos dirigimos a una estación de servicio cercana para hacer una limpieza general de las bicis, previa a la labor mecánica. Mientras Pablo y yo desmontábamos cambios, engrasábamos y volvíamos a montar, mi padre se dirigío a una tienda de bicis cercana para conseguir el tornillo de la tapa del cambio de platos, que había perdido con el traqueteo de la jornada. Volvió al cabo del rato con un cambio Shimado Deore que le regalaron, ya que precisamente la tapa se había partido y el dueño ya no la quería. Fue entonces cuando mi padre empezó a referir un cierto malestar: algo de mareo y flojera. Lo achacamos al principio a que habíamos estado mucho tiempo agachados trasteando con las bicis.
Ana, por su parte, empleó la tarde en pasear por el pueblo, visitar un mercadillo y realizar algunas compras. Investigó un poco el pueblo, y volvió con algunas ideas para ocupar la tarde. Pero a la hora de la verdad, sólo nos decidimos a salir al pueblo a la caída del sol, ya que el fuerte calor y la paliza del día no nos hacían apetecible recorrer el pueblo. Ya entrada la noche, tapeamos en una cafetería del centro del pueblo, y fue ahí cuando mi padre empezó a encontrarse realmente mal. Tuvimos que volver rápidamente al hostal, donde empezó a vomitar y a sufrir una fuerte descomposición intestinal, además de importante malestar.
Alarmados, acudimos a recepción a pedir algún ventilador y el número de algún médico, pero no nos pudieron dar ninguna de las dos cosas. Así que, temiendo que sufriera un golpe de calor por el esfuerzo de la etapa, llamé al 112. Al poco, una ambulancia nos llevaba al centro de salud del pueblo, donde diagnosticaron a mi padre una gastroenteritis, y le aconsejaron suspender la etapa del día siguiente. Ante nuestras preguntas sobre la causa de la gastroenteritis, no nos supieron dar la causa: podría haber sido causada por una intoxicación alimentaria, el esfuerzo del día, la hora tardía de almorzar, o una combinación de todo ello. Lo que aún no sabíamos (y que tardaríamos cuatro días en averiguar) es que la causa de todo era el dichoso salpicón de mariscos. Yo mismo caería enfermo el sábado de esa semana -justo tras terminar el Camino-, con los mismos síntomas, y Pablo los empezaría a experimentar el lunes siguiente, en el aeropuerto de Madrid-Barajas, justo antes de tomar un avión a Múnich.
Una vez que la ambulacia nos hubo devuelto al hostal, con la recomendación médica de hacer dieta blanda y suspender la etapa del día siguiente, decidimos renunciar a ella, aún con la sugerencia de mi padre de que Pablo y yo realizáramos la etapa. Inmediatamente descarté esta posibilidad, ya que no iba a estar tranquilo dejando a mi padre en lo peor de la enfermedad, e irme yo a dar pedales por ahí. Así que tomamos la determinación de dirigirnos directamente el día siguiente al hotel que teníamos reservado en Orense, en el que sería mucho más cómodo estar convaleciente. Y así lo hicimos. En cuanto mi padre estuvo en condiciones de hacer el viaje, a media mañana del día 4 (si bien muy débil y bastante pálido), tomamos el coche hasta nuestra siguiente parada: un hotel de cuatro estrellas en el Alto do Cumial, a las afueras de Orense. Hotel de cuatro estrellas que, por cierto, apenas costaba un poco más que la mediocre pensión en la que nos habíamos hospedado en Verín.
El viaje a Orense no tuvo grandes complicaciones, si bien llegar hasta el hotel nos fue un poco complicado, al encontrarse éste a las afueras de Orense, en una pequeña aldea de la capital orensana. Sin embargo, tenía la curiosa cualidad de que se encontraba justo en el trazado de la Vía de la Plata, lo que nos habría resultado conveniente de haber efectuado la etapa, y lo que nos iba a facilitar sobremanera la logística de la etapa siguiente. El hotel no tenía nada que ver con el antro que habíamos dejado en Verín: moderno a la par que agradable estéticamente, en una zona verde, con piscina, gimnasio, acceso wifi gratuito, y unas magníficas habitaciones. A partir de entonces mi padre empezó a mejorar sensiblemente. Tanto fue así que incluso nos animamos Ana, Pablo y yo a bajar a comer a Orense, ya que mi padre, con su dieta a base de pescado, yogur y bebidas isotónicas, se encontraba bastante mejor. Y así lo hicimos. Mi padre se quedó tranquilamente en el hotel, y nosotros tres bajamos a Orense. Almorzamos en un conocido centro comercial del centro, y después nos guarecimos del fuerte calor en la Catedral, donde aprovechamos para sellar nuestras credenciales de peregrino.
Después recorrimos el casco viejo de la ciudad, e incluso donde nos llegamos a acercar a las Burgas, las famosas fuentes termales de Orense. Allí pudimos contemplar una escena curiosa: una pareja de ancianitos que se dedicaban a advertir a los incautos que metían la mano en la fuente termal de que ésta se encontraba muy caliente. Lo divertido del asunto es que lo hacían después de que hubieran metido la mano. Nosotros, avisados, no caímos en la trampa. Especialmente porque podía verse humear el agua a pesar de que estábamos en lo más duro de una calurosa tarde de agosto en Orense. Una familia de teutones, sin embargo, no estuvo tan atenta.
Ante el sofocante calor, volvimos al hotel, para encontrarnos que mi padre se encontraba mucho mejor. De hecho, se había animado incluso a bajar a la piscina durante la tarde, aunque poco rato, ya que aún no podía apartarse demasiado del cuarto de baño. Esa noche, en vista de su mejora, nos decidimos a bajar los cuatro a las Termas A Chavasqueira, un afamado establecimiento termal de Orense. Consiste en unas termas de estilo japonés contruidas por maestros japoneses con respeto a los rituales y técnicas propias del oficio, a finales de los años 90 en unas fuentes termales existentes junto al río Miño, conocidas como Burgas del Obispo.
Los baños en las termas nos sentaron magníficamente bien. Y la cerveza Estrella Galicia Edición 1906 que tomé a la salida, aún mejor. Esa noche decidimos que Pablo y yo realizaríamos la etapa del día siguiente. Mi padre, pese a su evidente mejora, no estaba aún lo suficientemente recuperado como para acometer la etapa del día siguiente. Con esta idea en mente, Pablo y yo nos preparamos para la siguiente etapa.
En cuanto a la etapa que tendríamos que haber efectuado, el recorrido previsto era haber realizado los 55’4 km. que separan Laza de Orense. De acuerdo a la guía de ruta, la dificultad de la etapa era alta (hasta Vilar de Barrio) y media (desde Vilar de Barrio hasta Orense). En Protección Civil nos habían advertido sobre la dificultad de la subida del alto de Tamicelas, que la guía de etapa describe de la siguiente manera:
A partir de aquí se inicia una fuerte subida por un camino, que más parece cortafuegos, con hermosas vistas de los valles. A la izquierda vemos la carretera que cruzamos al final de la cuesta, donde comienza una suave bajada hasta Alberguería
Desde Alberguería se transita durante un tiempo por una falsa llanura, que posteriormente realiza un descenso bastante fuerte hasta la llanura de la Limia. El primer pueblo al que se llega, y que marca el ecuador de la etapa, es Vilar de Barrio. Esta llanura ya no se abandona prácticamente hasta llegar a Orense, y se pasa por los pueblosd e Bodabela, Xunqueiran de Ambía y, por último, se llega al Alto de Cumial, antesala del descenso a Orense.
El trazado de la etapa en Google Maps es el siguiente:
Ver Vía de la Plata. Etapa 5: Laza – Orense (suspendida) en un mapa más grande
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